Otoño en Manhattan (48 page)

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Authors: Eva P. Valencia

—Adulador.

Él dejó de abrazarla y tiró de su mano.

—Ven. Quiero enseñarte algo.

Cogidos de la mano, él la guió hacia la orilla del lago,
cerca de un par de barcas amarradas a un noray. 

—Sube.

—¿En serio? —Le preguntó haciendo una mueca—. La barca está
en bastante mal estado y ni siquiera parece que sea capaz de soportar nuestro
peso.

Gabriel se echó a reír y luego subió a la barca y pegó un
par de saltos.

Abrió los brazos y le contestó:

—Como ves, aguanta lo que le echen. Ven —le tendió la
mano—. Tu sorpresa está en esa dirección y únicamente podemos acceder a través
de esta reliquia.

Ella meditó unos segundos y poco después se sujetó de su
mano y subió al bote.

—Lo que la curiosidad te obliga a hacer —refunfuñó
sentándose en la proa.

Él por el contrario saltó fuera, empujó el bote y cuando
este ya estaba flotando en el agua, volvió a subir. Luego giró la llave del
motor y agarrando la caña para hacer girar el timón, el bote comenzó a navegar.

Unos cinco minutos más tarde llegaron a una especie de
islote en medio del lago.

Detuvo el motor y amarró el bote.

Jessica abrió la boca sorprendida y emocionada a partes
iguales, nada más pisar tierra firme.

Ante sus ojos, había un camino iluminado por velas blancas
y rojas, que conducían hacia una especie de pérgola.

—Jamás dejarás de sorprenderme, Gabriel.

—Eso nunca, mi ángel.

Le besó en la frente y le cogió de la mano para llevarle a
través de ese pasillo de luces brillando en medio de la oscuridad de la noche.

Poco a poco, la pérgola fue tomando forma.

Al llegar, un dulce aroma a rosas les invadió todos sus
sentidos. Miles de pétalos yacían esparcidos por la tierra y en el centro del
armazón, había dos personas.

El semblante de Jessica de nuevo se cernió de asombro.

—Gabriel... —murmuró quedándose paralizada.

—Ven... —tiró de nuevo de ella.

Juntos subieron los tres escalones que les separaban de
aquellas dos personas. Al llegar frente a ellos, los acordes de un piano de
cola empezaron sonar en el ambiente.

Y Pablo Alborán empezó a cantar en directo “
Vuelvo a
verte”
:

 

“Se acabó, ya no
hay más

terminó el dolor
de molestar

a esta boca que
no aprende

de una herida”

 

Gabriel abrazó a Jessica y la besó en el pelo.  
  

Entonces Malú empezó a cantar: 

 

“He dejado de
hablar

al fantasma de
la soledad

ahora entiendo,

me dijiste que
nada es eterno”

 

Gabriel le susurró al oído:


Es cierto, nada es
eterno, salvo mi amor por ti. Te quiero.

Jessica le miró con los ojos bañados en lágrimas y después
enterró la cabeza en el hueco de su cuello sin dejar de escuchar la
canción.  

 

“y solo queda
subir otra montaña

que también la
pena

se ahoga en esta
playa

 

Y es que vuelvo
a verte otra vez

vuelvo a
respirar profundo

y que se entere
el mundo

que de amor
también se puede vivir

de amor se puede
parar el tiempo

no quiero salir
de aquí

 

Porque vuelvo a
verte otra vez

vuelvo a
respirar profundo

y que se entere
el mundo

que no importa
nada más”

(...)

 

Al desvanecerse el último acorde, Malú se acercó a ambos y
tras abrazarles, les dedicó unas palabras:

—Debo felicitarte por tu fortaleza, tu entereza y tu coraje
frente a la vida. Admiro a todas aquellas personas que anónimas como tú, luchan
día a día contra esta enfermedad.

—Muchas gracias —asintió Jessica con gratitud.

Pablo, cerró la tapa del piano y se unió a ellos, también.
Saludó a Gabriel chocando su mano con la de éste y luego miró a Jessica a los
ojos para pronunciar unas palabras:

—Felicidades por tu rápida recuperación —le dio un abrazo—.
Cuando Gabriel nos llamó, ni Malú ni yo lo dudamos. Teníamos que estar aquí,
con vosotros y ser partícipe de dos cosas: De conocer a la persona que por fin
ha robado el corazón a Gabriel... —sonrió mirándole a él—, y de compartir junto
con las personas que te quieren, este día tan especial...

Tras acabar, Pablo sonrió alzando el brazo haciendo una
señal al aire, y luego gritó:
«¡Ya podéis venir...!»,
haciendo un
llamamiento generalizado al cual empezaron a acudir personas escondidas tras
los árboles.

Poco a poco, el centro del islote fue llenándose de seres
queridos: La madre de Jessica, Amanda. Marta e Iván. La madre de ambos, Anna.
Eric y Daniela, Frank y Charlotte. Geraldine...

El corazón de Jessica empezó a latir desbocado en el
interior de su pecho.

—Esto es para ti... —le susurró Gabriel al oído—. He
reunido a todas las personas que son importantes para ti y para mí, porque
quiero que sean testigos del profundo amor que siento por ti.

Tras besarla en los labios, se acercó hasta Iván que estaba
junto a Marta. Les sonrió a ambos, besó a ella en la mejilla y después abrazó
efusivamente a su único hermano.

—Gracias por venir...

—¿Hermanos para siempre, recuerdas?

Gabriel asintió e Iván le entregó la guitarra que sujetaba
con las manos.

Inspiró hondo y corrió a la pérgola subiendo los tres
escalones de un salto.

Al darse la vuelta, miró a Jessica a los ojos y tras unos
segundos, se sentó en una silla.

Tragó saliva, emocionado.

Las manos le temblaban ligeramente cuando las introdujo en
uno de sus bolsillos, palpando aquella cajita. Poco después, se armó de valor y
pudo hablar de viva voz:

—Gracias a todos por estar en el día más importante de mi
vida —hizo un repaso visual a cada una de las personas que estaban en aquel
lugar. Cuando por fin encontró los ojos de Ana pudo proseguir, pese a notar un
nudo en la garganta—: Gracias mamá, por darme la vida. Gracias Iván, por
perdonarme y darme una segunda oportunidad. Gracias Marta, por cuidar y querer
a mi hermano, y darme sobrinos —sonrió rascándose la nuca—. Gracias Frank, por
enseñarme el verdadero significado de la palabra amistad. Gracias Eric, por
cuidar a una personita muy especial para mí —lo afirmó mirando a Daniela—.
Gracias Daniela, por confiar y preocuparte en todo momento de mí. Gracias a
Amanda y a Geraldine, por cuidar siempre de mi ángel... Pero, sobretodo, quiero
darte las gracias a ti, Jessica.

Tuvo que detenerse antes de proseguir. No solo las manos le
temblaban, apenas podría articular palabras. Carraspeó y luego tosió.

—¿Qué podría decir de mi ángel de cabellos negros...?
—Inspiró hondo—. ¿Qué se le puede decir a una persona que te ha devuelto las ganas
de vivir? A una persona que ha desenterrado sentimientos olvidados en la
profundidad de mi alma...

Jessica no pudo evitar que varias lágrimas se deslizaran
por sus mejillas y Amanda al darse cuenta, sonrió y abrazó con ternura a su
hija, meciéndola como cuando era una niña.

—Jessica... eres mi vida... sin ti, nada tendría sentido...

Gabriel bufó. Los nervios, hacían temblar su voz. Así que,
cerró los ojos, tratando de serenarse. De seguir así, le sería imposible
cantar.

Cuando consiguió relajarse parcialmente, apoyó la guitarra
en uno de sus muslos, hizo movimientos circulares con los hombros y tocó tres
de las seis cuerdas para hacer una pequeña prueba de sonido.

Alzó la vista y mirando de nuevo a Jessica, empezó a
deslizar sus dedos para tocar con determinación.

Todos, cada cual a su manera, se sentían orgullosos de
estar allí, de compartir aquellos instantes junto a Gabriel y Jessica.

La música pronto se adueñó del lugar. La canción: “
Tu
jardín con enanitos”
empezó a flotar en aquel paraje:

 

“Hoy le pido a
mis sueños que te quite la ropa

que conviertan
en besos todos mis intentos de morderte la boca

y aunque
entiendo que tú,

tú siempre
tienes la última palabra en esto del amor.

 

Y hoy le pido a
tu ángel de la guarda que comparta

que me de valor
y arrojo en la batalla para ganarla.

 

Y es que yo no
quiero pasar por tu vida como las modas,

no se asuste
señorita nadie le ha hablado de boda,

yo tan solo
quiero ser las cuatro patas de tu cama,

tu guerra todas
las noches, tu tregua cada mañana.

 

Quiero ser tu
medicina, tus silencios y tus gritos,

tu ladrón, tu
policía, tu jardín con enanitos.

Quiero ser la
escoba que en tu vida barra la tristeza

quiero ser tu
incertidumbre y sobretodo tu certeza.

 

Hoy le pido a la
luna, que me alargue esta noche

y que alumbre
con fuerza este sentimiento y bailen los corazones.

Y aunque
entiendo que tú serás

siempre ese
sueño que quizás nunca podré alcanzar...

(...)

...Y es que yo
quiero ser el que nunca olvida tu cumpleaños,

quiero que seas
mi rosa y mi espina aunque me hagas daño,

quiero ser tu
carnaval, tus principios y tus finales,

quiero ser el mar donde puedas
ahogar todos tus males. 

 

Quiero que seas
mi tango de gardel, mis octavillas,

mi media luna de
miel, mi blus, mi octava maravilla,

el baile de mi
salón, la cremallera y los botones,

quiero que
lleves tu falda y también mis pantalones.

 

Tu astronauta,
el primer hombre que pise tu luna,

clavando una
bandera de locura,

para pintar tu
vida de color, de pasión,

de sabor, de
emoción y ternura,

 

Sepa usted que yo
ya no tengo cura

sin tu amor...”

(...)

 

Tras acabar, y desvanecerse la última nota en el aire,
Gabriel dejó la guitarra en el suelo, apoyada en la silla, y saltó los
escalones para correr frente a Jessica.

Era ahora o nunca.

Su corazón amenazaba con salir disparado de su boca. Estaba
muy nervioso. Ni siquiera recordaba haberlo estado tanto jamás. Miró a su
hermano, quién le guiñó el ojo y asintió con la cabeza animándole, dándole un
último empujón.

Inspiró hondo de nuevo y luego exhaló el aire poco a poco.
Estaba hecho un flan. Pero entonces ella le buscó los ojos y él, lo tuvo claro.
Era ella con quién quería estar el resto de su vida. Era ella la razón de su
existencia. Ella lo era todo para él.

Sin dejar ni un solo instante de mirarla con respeto y deseo,
puso una rodilla en el suelo, metió la mano en el bolsillo de su cazadora y
sacó la pequeña cajita.

—Jessica... —dijo sacando la alianza de oro y diamantes que
había en el interior.

Inspiró hondo y sosteniendo su mano izquierda, prosiguió:

—Te quiero y quiero que todas las personas que me importan,
lo sepan. Quiero compartir mi vida contigo. Quiero pelearme, reírme, enamorarme
cada día más de ti. Quiero que seas mi jardín con enanitos...

Gabriel robó a Jessica una preciosa sonrisa.

—Eres mi principio y mi fin.

Él miró su mano para deslizar poco a poco la alianza en su
dedo anular.

—No te pido que te cases conmigo, porque no van conmigo
esas cosas, no me van los convencionalismos, salvo que tú sí que quieras, en
ese caso, me sentiría muy honrado de ser tu marido.

Ella sonrió.

Gabriel no dejaba de sorprenderla y eso le encantaba. Sin
duda, él era muy diferente a Robert o a los demás hombres que había conocido.

Gabriel, era especial.

—Me basta con tenerte cada noche en mi cama y despertarme
abrazado a ti cada mañana —hizo una pausa para perderse de nuevo en el azul
zafiro de sus ojos—. ¿Quieres compartir el resto de mi vida conmigo? Me
gustaría que vinieras a vivir a mi apartamento. Solos tú y yo. ¿Qué me dices?
¿Aceptas?

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