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Authors: Mario Vargas Llosa

Tags: #Erótico, Humor, Relato

Pantaleón y las visitadoras (22 page)

La verdad es que fue mi culpa, el señor Pantoja me botó porque en un viaje a Borja me escapé y me case con un sargento. Hace pocos meses, para mí siglos. ¿Acaso es pecado casarse? Una de las malas cosas de ser visitadora, no se acepta a las casadas, el señor Pantoja dice que hay incompatibilidad. Eso a mí me parece un gran abuso. Ahora, te digo que en mala hora me fui a casar, Sinchi, porque Teófilo resultó medio tronado. Bueno, mejor no hablaré mal de él que está preso, y estará todavía tantos años. Hasta dicen que los pueden fusilar a él y a los otros «hermanos». ¿Tú crees que hagan eso? Mira que a mi pobre marido apenas lo he visto cuatro o cinco veces, sería para reírse si no fuera una gran tragedia. Pensar que yo lo hice «hermano». Él ni siquiera se había puesto nunca a pensar en el Arca, ni en el Hermano Francisco ni en la salvación por las cruces, hasta que me conoció. Yo le hablé del Arca, yo le hice ver que era cosa de gentes buenas, algo por el bien del prójimo y no las maldades que decían los tontos, esas que tú repites, Sinchi. Pero lo que acabó de convencerlo fue conocer a los hermanos de Santa María de Nieva, nos ayudaron tanto cuando nos escapamos. Nos dieron de comer, nos prestaron plata, nos abrieron su corazón y sus casas, Sinchi. Y después, cuando Teófilo estaba preso en el cuartel, lo iban a ver, le llevaban comida todos los días. Ahí le fueron enseñando las verdades. Pero yo nunca hubiera soñado que le iba a dar tan fuerte por la religión. Figúrate que cuando salió del calabozo, yo, que arando cielo y tierra para conseguir el pasaje había ido a juntarme con él a Borja, me encontré con otro hombre. Me recibió diciéndome no puedo tocarte nunca más, voy a ser apóstol. Que si yo quería podíamos vivir juntos, aunque sólo como «hermano» y «hermana», los apóstoles tienen que ser puros. Pero que eso sería un sufrimiento para los dos y mejor siguiera cada uno su camino, ya que eran tan distintos, él había escogido la santidad. Total, ya ves, Sinchi, me quedé sin Pantilandia y sin marido. Y apenas había regresado a Iquitos me entero que habían clavado a don Arévalo Benzas allá en Santa María de Nieva, y que Teófilo dirigió todo. Ay, Sinchi, qué impresión me hizo. Yo lo conocí al viejito, era jefe del arca del pueblo, el que más nos ayudó y nos dio tantos consejos. No creo ese cuento de los periódicos, ese que tú también repites, que Teófilo lo hizo crucificar para quedarse de jefe del arca de Santa María de Nieva. Mi marido se había vuelto santo, Sinchi, quería llegar a ser apóstol. Tiene que ser cierto lo que confesaron los «hermanos», estoy segura que el viejito sintiéndose morir los llamó y les pidió que lo clavaran para acabar como Cristo, que por darle gusto lo hicieron. Pobre Teófilo, espero que no lo fusilen, me sentiría responsable, ¿no ves que yo lo metí en eso, Sinchi? Quien se iba a imaginar que terminaría así, con la religión tan adentro de su sangre. Sí, ya hablo de eso.

En fin, como te estaba contando, el señor Pantoja no me perdonó nunca mi escapada con el pobre Teófilo, no me ha dejado volver a Pantilandia, por más que le rogué tanto, y me imagino que ahora, después de lo que te he contado, sanseacabó para siempre. Pero una tiene que vivir ¿no, Sinchi? Porque otra de las prohibiciones del señor Pan Pan es hablar de Pantilandia. A nadie, ni a la familia ni a los amigos, y si a una le preguntan, negar que existe. ¿No es otro absurdo? Como si hasta las piedras no supieran en Iquitos lo que es Pantilandia y quiénes son visitadoras. Pero, qué quieres, Sinchi, cada cual con sus manías, y al señor Pantoja le sobran. No, no es cierto eso que dijiste una vez, que lleva Pantilandia con salmuera y látigo, como un negrero. Hay que ser justos. Lo tiene todo muy organizadito, otra manía suya es el orden. Todas decíamos esto no parece bulín sino cuartel. Hace formar, pasa lista, hay que estar quietas y mudas cuando él habla. Sólo faltaba que nos tocaran corneta y nos hicieran desfilar, una gracia. Pero esas manías más bien eran chistosas y se las aguantábamos porque en lo demás era justo y buena gente. Sólo cuando se encamotó, se enamoró de la Brasileña, comenzaron las injusticias para favorecerla, por ejemplo hacía que le dieran el único camarote individual de
Eva
en los viajes. Lo tiene dominado, te juro. Oye, ¿vas a poner eso también? Mejor bórralo, no quiero líos con la Brasileña, es medio bruja y a lo mejor me echa mal de ojo. Además, ya tiene un par de cadáveres a la espalda, acuérdate. Borra lo que dije de ella y del señor Pantoja, al fin y al cabo cada cristiano tiene derecho de encamo, de enamorarse de quien más le guste y lo mismo cada cristiana ¿no te parece? Yo creo que el señor Pantoja me hubiera perdonado mi escapada con Teófilo, si no le hubiera escrito esa carta a su señora, que ni se la escribí yo, se la dicté a mi prima Rosita, la maestra. Esa fue la peor metida de pata y por eso me fregué, Sinchi, yo misma me puse la puntilla. Qué quieres, estaba desesperada, muriéndome de hambre, hubiera hecho cualquier cosa para que me volviera a contratar el señor Pan-Pan. Y también quería ayudarlo a Teófilo, lo tenían al hambre en un calabozo de Borja. Es verdad que Rosita me advirtió: «Vas a hacer una locura, prima». En fin, a mí no me parecía. Se me ocurrió que podría tocarle las fibras del corazón a su esposa, que ella se compadecería, le hablaría a su marido y el señor Pantoja me recibiría de nuevo. Es la única vez que lo he visto tan furioso, parecía que me iba a matar. Yo, tonta, creyéndome que su señora le habría intercedido, que ya estaría blando, fui a verlo a Pantilandia segura que me iba a decir te perdono, una multa, a la revista médica y adentro de nuevo. Sólo le falto sacar revólver, Sinchi. Hasta lisuras me dijo, él que no acostumbra usar malas palabras. Tenía los ojos rojos, se le iba la voz, echaba espuma. Que yo le había destruido su matrimonio, que le había dado una puñalada en el corazón a su esposa, que se había desmayado su madre. Tuve que salir corriendo de Pantilandia porque creí que me iba a pegar. También, pobre ¿no, Sinchi? Su señora no sabía nada de nada, al señor Pan Pan se le descubrió el pastel con mi carta. Qué metida de pata, pero yo no soy adivina, como iba a pensar que su señora era tan inocente que no sabía haciendo qué cosa se ganaba los frejoles su marido. Hay gente cándida en el mundo ¿no? Parece que la mujer lo abandonó y se llevó la hijita a Lima. Mira qué tremenda pelotera se armó por mi culpa. Y aquí me tienes, pues, otra vez de «lavandera». El Moquitos no ha querido recibirme, porque lo dejé para irme a Pantilandia. Ha puesto esa ley, si no se quedaría sin mujeres en sus casas: la que entra a trabajar donde el señor Pan Pan no vuelve nunca más a los bulines de Moquitos. Así que aquí estoy otra vez como al principio, caminando para arriba y para abajo, sin siquiera poder pagar un cafiche. Todo estaría muy bien si encima no me hubieran salido várices, mira mis pies, ¿has visto algo más hinchado, Sinchi? Y a pesar del calor tengo que andar con medias gruesas para que no se vean las venas saltadas, si no jamás levantaría un cliente. En fin, ya no sé qué más contarte, Sinchi, ya se me acabó la historia.

—Bueno, muy bien, Maclovia, efectivamente, te agradecemos tu franqueza y espontaneidad, en nombre de los radioescuchas de L
A
V
OZ DEL
S
INCHI
, de Radio Amazonas, quienes, estamos seguros, comprenden tu drama y se apiadan de tu suerte. Te estamos muy reconocidos por tu valiente testimonio denunciando las escabrosas actividades del Barba Azul del río Itaya, aunque no te demos la razón en creer que todas tus calamidades vienen de tu salida de Pantilandia. Nosotros pensamos que el turbio señor Pantoja, al despedirte, te hizo un gran servicio, por supuesto que sin proponérselo, dándote la oportunidad de regenerarte y volver a la vida honrada y normal, lo que esperamos desees y logres pronto. Muy buenas tardes, Maclovia.

Breves arpegios. Avisos comerciales grabados en disco y cinta, 30 segundos. Breves arpegios.

Las últimas palabras de esta desgraciada mujer cuyo testimonio acabamos de llevar a vuestros oídos, queridos radioescuchas —me refiero a la ex visitadora Maclovia— han puesto dramáticamente el dedo en la llaga de un asunto trágico y doloroso que retrata, mejor que una fotografía o una película en technicolor, la idiosincrasia del personaje que luce en su prontuario la gris hazaña de haber creado en Iquitos la más insospechada y multitudinaria casa de perdición del país y, tal vez, de Sudamérica. Porque, en efecto, es cierto y fehaciente que el señor Pantaleón Pantoja tiene una familia, o mejor dicho tenía, y que ha venido llevando una doble vida, hundido por una parte de la ciénaga pestilencial del negocio del sexo y, por otra parte, aparentando una vida hogareña digna y respetable, al amparo de la ignorancia en que tenía a sus seres queridos, su esposa y su menor hijita, de sus verdaderas y pingües actividades. Por un día se hizo la luz de la verdad en el infeliz hogar y la ignorancia de su esposa siguió el espanto, la vergüenza y, con justísima razón, la ira. Dignamente, con toda la nobleza de madre ofendida, de esposa engañada en lo más sagrado de su honor, tomó esta honesta dama la determinación de abandonar el hogar mancillado por el escándalo. En el aeropuerto «Teniente Bergerí», de Iquitos, para dar testimonio de su dolor y para acompañarla hasta la escalerilla de la moderna aeronave Faucett que habría de alejarla por los aires de nuestra querida ciudad, ¡
ESTABA EL
S
INCHI
!:

Breves arpegios, sonido de motor de avión que be, baja y queda como fondo sonoro.

—Muy buenas tardes, distinguida señora. ¿Es usted la señora Pantoja, no es cierto? Encantado de saludarla.

—Sí, yo soy. ¿Quién es usted? ¿Y eso que tiene en la mano? Gladicyta, hijita, cállate, me rompes los nervios. Alicia, dale su chupón a ver si se calla esta criatura.

—El Sinchi, de radio Amazonas, a sus órdenes, respetable señora. ¿Me permite robarle unos segundos de su precioso tiempo para una entreviste de cuatro palabras?

— ¿Una entrevista? ¿A mí? Pero a cuento de qué.

—De su esposo, señora. Del celebérrimo y muy conocido Pantaleón Pantoja.

—Vaya a hacerle la entrevista a él mismo, señor, yo no quiero saber nada de esa personita ni de su celebridad, que me da risa, ni de esta ciudad asquerosa que espero no volver a ver ni en pintura. Un permisito, por favor. Retírese de ahí, señor, no ve que puede darle un pisotón a la bebita.

—Comprendo su dolor, señora, y nuestros oyentes lo comprenden y sepa que cuenta con toda nuestra simpatía. Sabemos que sólo el sufrimiento puede empujarla a referirse de esa manera ofensiva a la Perla del Amazonas, que no le ha hecho nada. Más bien su esposo le está haciendo mucho daño a esta tierra.

—Perdóname, Alicita, ya sé que tú eres loretana, pero te juro que he sufrido tanto en esta ciudad que la odio con toda mi alma y no volveré nunca, tendrás que venir tú a verme a Chiclayo. Mira, se me llenan otra vez los ojos de lágrimas y delante de todo el mundo, Alicia, ay qué vergüenza.

—No llores, Pochita linda, no llores, ten carácter. Y yo idiota que no traje pañuelo. Dame, pásame a Gladycita, yo te la tengo.

—Permítame ofrecerle mi pañuelo, distinguida señora. Tenga, por favor, le suplico. No se avergüence de llorar, el llanto es a una dama lo que el rocío a las flores, señora Pantoja.

—Pero qué quiere usted aquí todavía, oye Alicia, qué tipo tan cargoso. ¿No le he dicho que no le voy a dar ningún reportaje sobre mi marido? Que no lo será por mucho tiempo, además, porque te juro, Alicia, llegando a Lima voy donde el abogado y le planteo el divorcio. A ver si no me dan la custodia de Gladycita con las porquerías que está haciendo aquí ese desgraciado.

—Justamente, de eso mismo nos atrevíamos a esperar una declaración suya, aunque fuera muy breve, señor Pantoja. Porque usted no ignora, por lo visto, el insólito negocio en que…

—Váyase, váyase de una vez si no quiere que llame a la policía. Ya me está llegando a la coronilla, le advierto, no estoy de humor para aguantar malacrianzas en este momento.

—Mejor no lo insultes, Pochita, si te ataca en su programa qué va a decir la gente, más habladurías. Por favor, señor, compréndala, ella está muy mortificada, se está yendo de Iquitos, no tiene ánimos para hablar por radio de su viacrucis. Usted tiene que entenderlo.

—Por supuesto que lo entendemos, estimable señorita. Sabedores de que la señora Pantoja se disponía a partir debido a las actividades poco recomendables a que se dedica el señor Pantoja en esta ciudad y que han merecido la reprobación enérgica de la ciudadanía, nosotros…

—Ay que vergüenza, Alicia, si todo el mundo está enterado, si todo el mundo lo sabía menos yo, qué tal boba, qué tal idiota, lo odio a ese bandido, como ha podido hacerme eso. No le volveré a hablar nunca, te juro, no dejaré que vea a Gladycita para que no la manche.

—Cálmate, Pocha. Mira, ya están llamando, ya parte tu avión. Que pena que te vayas, Pochita. Pero tienes razón, hija, se ha portado tan mal ese hombre que no merece vivir contigo. Gladycita, amorosa, un besito a su tía Alicia, besito, besito.

—Te escribo llegando, Alicia. Mil gracias por todo, no sé qué hubiera hecho sin ti, has sido mi paño de lágrimas estas semanas tan horribles. Ya sabes, no le vayas a decir nada a Panta ni a la señora Leonor hasta dentro de dos o tres horas, no sea que llamen por radio y hagan regresar el avión. Chau, Alicia, chaucito.

—Muy buen viaje, señora Pantoja. Parta usted con los mejores deseos de nuestros oyentes y con nuestra comprensión generosa por su drama que es también, en cierto modo, el de todos nosotros y el de nuestra querida ciudad.

Breves arpegios. Avisos comerciales en disco y cinta, 30 segundos. Breves arpegios.

Y en vista de que el reloj Movado de nuestros estudios señala que son ya las 18 horas 30 minutos exactas de la tarde, debemos cerrar nuestro programa, con este impresionante documento radiofónico que patentiza como, en su negra odisea, el señor de Pantilandia no ha vacilado en llevar dolor y quebranto a su propia familia, igual que lo viene haciendo con esta tierra cuyo único delito ha sido recibirlo y darle hospitalidad. Muy buenas tardes, queridos oyentes. Han escuchado ustedes.

Compases del vals
La Contamanina;
suben, bajan y quedan como fondo sonoro.

¡L
A VOZ DEL
S
INCHI
!

Compases del vals
La Contamanina;
suben, bajan y quedan como fondo sonoro.

Media hora de comentarios, críticas, anécdotas, informaciones, siempre al servicio de la verdad y la justicia. La voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitaciones de toda la Amazonía. Un programa vivo y sencillamente humano, escrito y radiado por el conocido periodista Germán Láudano Rosales, EL SINCHI, que propala diariamente, de lunes a sábado, entre 6 y 6 y 30 de la tarde, Radio Amazonas, la primera emisora del Oriente Peruano.

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