Authors: Laura Gallego García
Shail se dejó caer junto a la hoguera y puso las manos cerca del fuego para calentárselas. Jack ayudó a Alexander a sentarse.
—Oh, sois vosotros —dijo Ymur, distraído—. ¿Tan pronto habéis vuelto?
—¿Pronto? —repitió Shail, casi riéndose—. Ymur, es tardísimo. Pronto amanecerá.
El gigante se mostró desconcertado.
—¿De verdad? Se me ha pasado el tiempo volando. —Echó un vistazo a Alexander—. ¿No es éste el hombre-bestia? —preguntó con curiosidad—. Visto de cerca, parece solamente un hombre. Un hombre sumamente sucio y greñudo, pero un hombre, al fin y al cabo.
—Es el príncipe Alsan de Vanissar —respondió Jack, muy serio—. Está pasando por un mal momento, pero se recuperará pronto.
Ymur le devolvió una mirada pensativa.
—Algo terrible debe de haberle pasado para comportarse de esa manera, muchacho-dragón; y, si es así, no se trata de algo de lo que uno pueda recuperarse pronto.
—Pero él lo hará —insistió Jack, obstinado—. Lo conozco bien, es fuerte. Se recuperará.
Ymur se encogió de hombros.
—Si tú lo dices... pero hasta los hombres más fuertes son vulnerables a las heridas del espíritu.
Jack no respondió.
—¿No queda nada de cena? —terció Shail entonces, para aliviar la tensión—. Me muero de hambre.
—Ha sobrado algo de carne, pero, si es tan tarde como decís, seguro que estará fría.
Hubo un silencio mientras Shail se hacía con el cesto de la comida y la repartían entre los tres. Ymur estaba en lo cierto: se había quedado fría. No tardaron, sin embargo, en pincharla en los palos para volver a pasarla sobre el fuego de la hoguera.
Mientras comía, Jack miró de reojo los libros del canastillo. Casi todos eran de tamaño humano.
—¿Algo interesante? —preguntó.
—Pues mira, ahora que lo dices, sí.
—¿Los Registros del abad?
—No, pero sí otra cosa que puede resultar igual de reveladora.
Rebuscó entre los libros del montón para sacar un viejo cuaderno. Lo sostuvo entre el dedo pulgar y el índice, con cuidado, para no romperlo.
—Esto es el diario de la Sala de los Oyentes. Estaba entre los libros que rescaté en los primeros días después de la destrucción del Oráculo.
Jack se irguió.
—¿Diario? ¿Quieres decir que ahí están recogidas las profecías?
—No, de ninguna manera. Es cierto que cada Oráculo tiene un Libro de la Voz de los Dioses, que contiene todas las profecías escuchadas en la Sala de los Oyentes, pero el nuestro se perdió hace mucho tiempo y no he podido dar con él. Esto es algo más banal. Es un diario de mantenimiento de la Sala de los Oyentes, que suelen llevar a cabo los novicios que se encargan de atender a la estancia y a los Oyentes que trabajan en ella. Por lo general no se anota nada interesante en estos diarios, sólo las fechas en que se limpia la sala, las horas de los turnos de los Oyentes, los momentos en que estos parecen escuchar algo significativo... en fin, todo tipo de incidencias. En su día no me llamó la atención, pero esta noche me acordé de él y pensé que, si pasó algo importante la noche en que ese mago se coló en la sala, debía de estar escrito aquí.
—¿Y lo está? —inquirió Shail, con el corazón en un puño.
Ymur asintió.
—Lo está. Como yo sospechaba, el novicio no tenía la más remota idea del nombre del hechicero, así que lo llama «el mago visitante». Léelo tú, por favor; tienes los dedos más pequeños y podrás pasar las páginas con más facilidad.
Shail buscó con cuidado la fecha que le indicó el gigante y leyó:
—«Esta noche un mago visitante ha entrado en la Sala de los Oyentes durante el turno de la hermana Manua. Ha estado un largo rato, por lo que suponemos que Manua se ha dormido y no ha podido atender a sus obligaciones. Cuando ha acudido a la sala ha encontrado al mago muy asustado, balbuceando blasfemias sobre el Séptimo dios (que los Seis perdonen su impía arrogancia). De verdad parecía muy asustado, pero aun así los hermanos y hermanas han tenido que sacarlo a rastras de la sala, porque no quería salir. Le ha dado un ataque o algo parecido. Ahora mismo está en la enfermería con una fiebre muy alta. Las hermanas sacerdotisas de la diosa Wina están cuidando de él».
—Lo que ya os conté —señaló Ymur.
—¿Qué es eso de los turnos? —preguntó Shail, interesado.
—Los turnos de los Oyentes. Suele haber dos en cada Oráculo, más los Oyentes en formación, novicios que se preparan para ser Oyentes y que a menudo acompañan a los dos que tenemos, o los sustituyen si se encuentran indispuestos. Cada Oyente tenía dos turnos de un cuarto de jornada. Así, desde el amanecer hasta el mediodía estaba Deimar; desde el mediodía hasta el atardecer, Manua. Del atardecer a la medianoche, Deimar de nuevo; y de la medianoche al amanecer, Manua otra vez. Se hacía así para que en todo momento hubiese alguien en la Sala de los Oyentes, por si los dioses nos enviaban algún mensaje. No me sorprende que el mago prefiriese el turno de Manua para entrar en la sala. A esas horas, los novicios que cuidaban de la Sala de los Oyentes debían de estar durmiendo, junto con el resto de sacerdotes y sacerdotisas.
—Pero todo esto no nos aporta nada nuevo —murmuró Jack.
—No —concedió el gigante—. No obstante, tuve una corazonada y seguí leyendo. Y me encontré con que ese mago volvió a entrar en la Sala de los Oyentes días más tarde. Lee la entrada, Shail. Siete días después.
Shail leyó:
—«El mago visitante ha vuelto a entrar en la Sala de los Oyentes, de nuevo durante el turno de la hermana Manua. No sabemos muy bien qué ocurrió, puesto que era en la hora de descanso de los novicios de la sala, pero acudimos allí en cuanto oímos el grito. Al entrar en la sala vimos al hechicero con un puñal ensangrentado entre las manos y la túnica rasgada y llena de sangre. La hermana Manua estaba con él, por lo que pensamos que había intentado herirla, pero luego vimos que ella solo estaba muy asustada, y que el herido era él. Sin embargo, la hermana Manua juró que ella no lo había atacado, sino que él había tratado de herirse a sí mismo. Volvimos a sacarlo de la sala, y esta vez se dejó conducir fácilmente. Salió, además, por su propio pie, por lo que la herida no debe de ser muy grave. Hemos oído decir que los hermanos sacerdotes lo llevaron a la enfermería otra vez, pero que, en un descuido de las sacerdotisas, desapareció. Todavía lo están buscando».
Ymur asintió.
—No se volvió a ver al mago por el Oráculo nunca más.
Jack apretó los dientes.
—Ahora estoy seguro de que era Ashran —murmuró.
Ymur rió sin alegría.
—De modo que el humano que quería saber cosas sobre el Séptimo dios, aquel que entró en la Sala de los Oyentes... era el que luego sería Ashran el Nigromante, el que entregó Idhún a los sheks...
—Era mucho más que Ashran —dijo Jack—. Creo que lo que pasó fue lo siguiente: el Séptimo dios habló a Ashran en la Sala de los Oyentes. Le dijo lo que debía hacer, y por eso él salió tan asustado. Pero tomó su decisión... quizá porque sabía que valía la pena. Unos días después regresó a la Sala de los Oyentes y acabó con su propia vida con aquel puñal. No sé si se cortó las venas o si hundió el puñal en su propio pecho, pero lo hizo.
—¿Y cómo se lo permitió la sacerdotisa que estaba presente? —inquirió Shail, perplejo.
—Puede que ella entrara más tarde. Incluso puede que la primera vez no se quedara dormida por casualidad. Si yo fuese un mago y quisiera entrar en algún sitio, no me esperaría a que, por un casual, la persona que debía estar dentro se quedase dormida y faltase a su puesto. Le aplicaría yo mismo un hechizo de sueño.
—Cierto, no se me había ocurrido —asintió Shail—. Entonces la durmió la primera vez y así se encontró la sala vacía. Y la segunda vez debió de hacer algo parecido. Puede que ella despertara cuando Ashran todavía se encontraba en la sala, y al regresar corriendo...
—... Lo vio, y fue entonces cuando gritó, lo cual alertó a los novicios.
—Espera —cortó Ymur—. ¿Has dicho antes que «acabó con su propia vida»? Querrás decir que «lo intentó», ¿no?
—No, quiero decir que
lo hizo.
Debía morir para que el Séptimo dios entrase en su interior, y por eso se autoinmoló. Cuando la esencia del Séptimo poseyó su cuerpo, por así decirlo, él volvió a la vida. Creo, de todas formas, que seguía siendo Ashran, de alguna manera; igual que, por lo que sé, la esencia del Séptimo está ahora en el interior de la maga Gerde, y ella sigue siendo Gerde.
Ymur movió la cabeza, frunciendo el ceño.
—Dicen de ti que te has criado en otro mundo, muchacho-dragón. Tal vez por eso no comprendas que es blasfemia insinuar que el Séptimo dios, los Seis nos protejan de su maldad y su veneno, pueda hablarnos a través de nuestros propios Oráculos.
—Oh, pero lo hace —rió Jack, con cierta ironía—. ¿Cómo te explicas, pues, que la Segunda Profecía, escuchada en el Oráculo de Gantadd, de la que Ha-Din y Gaedalu guardan constancia, incluyese a un shek en la guerra contra Ashran? ¿Acaso los Seis considerarían siquiera la idea de que pudiese ser aliado nuestro?
—Desde luego que no —replicó Ymur, perplejo—. ¿De qué shek me estás hablando?
—De alguien a quien conoces —repuso Shail, con una serena sonrisa—. De Kirtash, el joven que estaba conmigo cuando nos conocimos. Supongo que muchos en Nanhai no han oído hablar de él, porque esta tierra siempre ha permanecido ajena a lo que sucedía en el resto del continente, pero Kirtash, el hijo de Ashran, es tan shek como Jack dragón.
—¿Y es aliado vuestro? ¿Cómo es posible, pues, que el Séptimo pronunciase una profecía en la que un shek ayudaría a derrotar a Ashran... es decir, a él mismo?
—Porque no podía luchar contra la Primera Profecía —respondió Jack—, de modo que trató de desbaratarla desde dentro. La idea era que tener a Kirtash como aliado nos debilitaría, rompería nuestra unión... y era una buena idea. En realidad, una vez que Victoria y yo descubriésemos quiénes éramos y aprendiésemos a usar nuestro poder, Kirtash no podría ya derrotarnos... por eso y por otros motivos, en un momento dado Kirtash dejaría de ser útil a Ashran en su lucha contra nosotros. Pero su presencia en nuestro propio bando crearía confusión, dudas, malestar... y muchos problemas; y, de hecho, así fue. En un determinado momento de la guerra, Kirtash sería más peligroso para nosotros como aliado que como enemigo. Esto fue lo que vio Ashran, y lo que nosotros no supimos entender, creyendo que con él a nuestro lado tendríamos más posibilidades de ganar. Y en realidad fue su presencia en nuestro grupo lo que provocó que la Resistencia se disgregara, y lo que estuvo a punto de separarnos a Victoria y a mí para siempre.
—Pero al final vencisteis a Ashran —dijo Shail, recordando cómo los había hallado a los tres cerca de la Torre de Drackwen—. Los tres juntos.
—Sí, lo hicimos. Gracias a una serie de casualidades, la verdad, pero también gracias a que superamos todos los problemas que nos causó esa alianza, y ello solo consiguió que nos hiciéramos más fuertes, que estuviésemos los tres más unidos.
Ymur hundió el rostro entre las manos, confuso.
—Llevo siglos estudiando antiguas escrituras acerca de los dioses —dijo—, pero jamás había oído nada tan descabellado.
—Poco importa ya —dijo Jack, con una cansada sonrisa—. La cuestión es que al final vencimos, pero no sé si ha servido para algo. Por esto estoy aquí, para averiguarlo. Ojalá —suspiró—, el Oyente que vio a Ashran en la sala hubiese sido Deimar. Por lo que sabemos de él, ha estado en el Oráculo de Awa, así que imagino que durante todo este tiempo ha seguido junto a Ha-Din. Si él hubiese tenido ocasión de contarle lo que sabía del «mago visitante» que vino aquí, seguramente habríamos atado cabos mucho antes.
—Lo cual me lleva a preguntarme por qué Manua no dijo nada —señaló Shail—. ¿Acaso murió en el ataque contra el Oráculo?
Ymur sacudió la cabeza, tratando de volver a centrarse.
—Hay más cosas interesantes en el diario. Cerca de un año después de la partida del mago se pronunció la Primera Profecía. Los novicios anotaron el día en que los Oyentes, primero Deimar y luego Manua, anunciaron que los dioses emplazaban a los Venerables para darles un mensaje. En el siguiente plenilunio de Erea, la fecha fijada para que los dioses hablasen, llegaron a Nanhai el Venerable Ha-Din y la Venerable Gaedalu. Cada uno de ellos traía consigo a uno de sus Oyentes. El abad Yskar eligió a Manua, por lo que sabemos que ella seguía aún en el Oráculo.
—Y escuchó la profecía, entonces —dijo Jack—. ¿Hay alguna razón en especial por la cual el abad eligiese a Manua, en lugar de a Deimar? ¿Tiene que ver con los turnos?
—No lo creo. Supongo que sería más bien una cuestión de representación: de Gantadd vinieron dos sacerdotisas de las Tres Lunas, del Oráculo de Raden, dos sacerdotes de los Tres Soles. El propio abad Yskar era también un sacerdote de los Tres Soles, por lo que la sexta persona debía ser una sacerdotisa de las Tres Lunas.
—¿Y después? —quiso saber Shail—. ¿Qué hizo después?
—Creo que se marchó —respondió Ymur—, porque unos días después, una de las Oyentes en formación tuvo que sustituirla. El diario no explica por qué. Simplemente se anota que la hermana Ygrin se encargaría de sus turnos. Y así fue hasta que los sheks nos atacaron y destruyeron el Oráculo. Ygrin murió aquel día, como todos los demás, salvo Deimar y yo.
—O sea, que puede que Manua siga viva —resumió Jack, pensativo—. En tal caso, quizá sepa más cosas. Puede que llegara a tiempo de ver algo importante; puede que supiera, incluso, algo más acerca del pacto de Ashran y el Séptimo.
—Si así fuera, se lo habría dicho a alguien —objetó Shail.
—¿Y quién la habría creído?
Shail guardó silencio, comprendiendo que tenía razón.
En aquel momento comenzó a nevar suavemente. Jack echó un vistazo al cielo.
—Creo que ya es hora de que nos recojamos —dijo.
—Sí —coincidió Shail, mirando a Alexander, que dormitaba junto al fuego, envuelto en pieles—. Habrá que llevarlo dentro —comentó.
Ymur guardó los libros en la cesta.
—Cargaré con él, si queréis. Pero alguien tiene que llevar los libros.
—Yo lo haré —dijo Jack, y se dispuso a levantar el canastillo. Lo observó de cerca, con curiosidad—. ¿De dónde has sacado esto? —preguntó.
—Lo encontré entre las ruinas. Lo uso para transportar los libros porque algunos son tan pequeños que se me escurren entre los dedos.