Authors: Laura Gallego García
Ella negó con vehemencia.
—Es tu cuarto. Ya te dije que no quiero causarte molestias. ¿Qué te pasa? —repitió: había detectado un tono extraño en la voz de él.
Christian deslizó la yema de los dedos por el rostro de ella, acariciando su mejilla, luego su pelo y descendiendo después hasta su cuello. Victoria se estremeció entera.
—No es nada —dijo el shek, pero no convenció a Victoria—. No te preocupes por mí.
—La has visto, ¿verdad? —adivinó ella—. ¿Ya sabes quién es... qué es?
Hubo un breve y tenso silencio entre los dos. Victoria aguardó, conteniendo el aliento.
—Sí, la he visto —respondió Christian al fin—. Y ya sé quién es. Y qué es.
Se puso en pie.
—Voy a traerte otra manta —dijo—. Si vas a quedarte ahí, no quiero que pases frío.
Victoria abrió la boca para decir algo, pero finalmente optó por permanecer en silencio. Christian volvió con la manta y la arropó con suavidad. Después entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí, sin ruido.
Victoria se tapó con las mantas hasta la barbilla y se acurrucó en el sofá, sintiéndose sola y perdida.
Ninguno de los dos pudo dormir aquella noche. Pero ninguno de los dos le confesó al otro sus dudas y temores, ninguno de los dos buscó consuelo en el ser amado, a pesar de que solo una puerta los separaba. La sombra de Shizuko Ishikawa, desde la distante y polifacética Tokio, se interponía entre ellos como un muro insalvable.
La memoria de los Oráculos
Los gritos de los trabajadores alertaron a Shail de que algo estaba sucediendo fuera. Levantó la vista de los documentos que estaba leyendo; Ymur, en cambio, no se inmutó, y siguió enfrascado en la lectura.
—Voy a ver qué pasa —dijo el mago. El sacerdote le respondió con un gruñido de asentimiento, sin llegar a levantar la cabeza.
Shail salió al atrio, donde se habían congregado todos. Los encontró mirando al cielo, lanzando exclamaciones de sorpresa y comentarios maravillados.
El joven mago alzó la vista y sonrió al divisar al elegante dragón dorado que se acercaba sobrevolando la línea de la costa.
—Es uno de los dragones artificiales, los vi volando sobre Nurgon el día de la batalla —dijo uno de los obreros, muy convencido.
Shail negó con la cabeza.
—Me temo que no, amigo. Si no me equivoco, ese dragón es de verdad; el único dragón de carne y hueso que queda en Idhún.
Lo miraron con incredulidad, pero aguardaron a que el dragón se posara en tierra para hacer más valoraciones. Cuando vieron que aterrizaba, en una zona despejada ante la entrada del Oráculo, todos corrieron a verlo más de cerca. Sin embargo, se quedaron a una prudencial distancia, protegidos por las enormes columnas del pórtico. Sólo Shail se adelantó, sonriente.
El dragón sacudió la cabeza y replegó las alas. Parecía fatigado, pero satisfecho de haber alcanzado su destino al fin. Le dirigió a Shail una mirada amistosa.
—¡Hola! —saludó—. Me alegro de verte. Siento haber tardado tanto en llegar, tuvimos problemas en Kazlunn. —Miró con curiosidad a las personas que lo observaban desde las columnas sin atreverse a acercarse más—. ¿Qué le pasa a esa gente? ¿Qué hacen ahí?
Shail rió de buena gana.
—Te tienen miedo, Jack. Hay que reconocer que, como dragón, resultas bastante imponente.
Jack estiró el cuello y abrió un poco un ala para observársela con mal disimulado orgullo.
—¿Verdad que sí? —rió, a su vez—. Bueno, no es mi intención asustar a nadie, así que adoptaré una forma más discreta.
Mientras hablaba, fue metamorfoseándose en el joven humano que Shail ya conocía. El mago contempló la transformación con interés.
—¿Dónde guardabas la espada? —preguntó, intrigado, al ver a Domivat sujeta a la espalda de Jack.
El chico sonrió ampliamente.
—Cuando me transformo, mi cuerpo humano desaparece sin más —explicó—. Incluida la ropa y todo lo que esté en contacto directo con él. Tardé un poco en descubrirlo, la verdad. Al principio no lo sabía, así que dejaba a un lado la espada para transformarme en dragón, y luego tenía que cargar con ella. No sé explicarlo, pero es como si, por el hecho de tener... dos almas, o de ser dos personas a la vez, en el mismo lugar, al mismo tiempo, tuviese derecho a «guardar» el cuerpo que no utilizo en ese momento, como quien tiene dos trajes y guarda en un armario el que no esté usando.
—¿Y a dónde van tu cuerpo y tu ropa cuando eres dragón? —quiso saber Shail, pero Jack alzó las manos, impotente.
—A mí no me lo preguntes, porque no tengo ni idea. Ni siquiera sabría decirte dónde está ahora el cuerpo de Yandrak. Sólo sé que, si lo deseo, puedo «llamarlo», de donde quiera que esté, y cambiar mi cuerpo humano por el suyo.
—Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —comentó el mago, aún un tanto desconcertado—. Cosas que no tuvimos ocasión de contarnos cuando coincidimos en la torre, porque estábamos más preocupados por el estado de Victoria y por todo lo que había pasado la noche del Triple Plenilunio.
—Tenías información que querías compartir conmigo —recordó Jack, poniéndose serio de pronto—. Y también yo tengo mucho que contarte.
Shail asintió.
—Vamos dentro, pues. Hay alguien que tiene interés en conocerte.
Se puso en camino hacia las columnas caídas del pórtico, pero se detuvo al ver que Jack no lo seguía. El joven se había quedado mirándolo, sin dar crédito a sus ojos.
—¿Que sucede? —preguntó el mago, inquieto.
—Shail, estás caminando —balbuceó Jack, perplejo—. Con las dos piernas. ¿Cómo es posible?
El le dirigió una amplia sonrisa.
—Sí, es otra de las cosas que quería contarte. Si todo va bien, no tardaré en presentarte al responsable de esto.
Jack siguió a Shail al recinto del Oráculo, y pudo ver con sus propios ojos qué estaban haciendo allí. Había andamios por todas partes, y unos inmensos remolques para escombros. El primer paso para la reconstrucción del edificio consistía en despejar la zona, tarea que parecía imposible a simple vista, dado el tamaño de los inmensos bloques de piedra que había que mover. Sin embargo, algunas de esas piedras estaban ya en los remolques.
—Los gigantes nos están ayudando —aclaró Shail al detectar la mirada del joven.
Jack no hizo ningún comentario. Se limitó a observarlo todo con interés, desde las improvisadas viviendas que se habían habilitado para los sacerdotes, hasta los progresos que habían hecho: las columnas que iban levantándose de nuevo poco a poco, los muros, que se iban alzando para dibujar otra vez las distintas estancias...
Shail lo guió hasta una zona más reservada, donde había un refugio que, a todas luces, llevaba mucho más tiempo allí. Había sido construido aprovechando parte de una estructura anterior, que no se había derrumbado del todo. La entrada era enorme, por lo que Jack dedujo que aquello era la morada de un gigante.
Entró, algo inquieto. Hasta el momento, el único gigante que había conocido era Yber, uno de los magos de la torre, y no se trataba de un gigante al uso. Según le habían dicho, no era muy grande en comparación con otros miembros de su raza y, por otra parte, tenía un carácter bastante más abierto que la mayoría de los habitantes de Nanhai. Una cosa era ver a un gigante lejos de su tierra, y otra, muy distinta, visitar la región de la que ellos eran dueños y señores.
La escena que vio, sin embargo, lo sorprendió.
Ymur, el sacerdote, era un gigante de cierta envergadura, más alto que Yber y más ancho de hombros. Por eso, tal vez, chocaba un poco verlo encogido sobre sí mismo, en un rincón, junto a la ventana, por donde entraba más luz, inclinado sobre un manuscrito que, obviamente, había sido escrito por y para gente más pequeña. No obstante, el gigante se aplicaba a la tarea de leer aquel texto con verdadera pasión, a pesar de lo incómodo que resultaba para él. Ni siquiera se dio cuenta de que entraban hasta que Shail carraspeó para llamar su atención.
—Ymur —saludó—. Ha llegado Jack, también conocido como Yandrak... el último dragón.
Ymur alzó la cabeza y los miró atentamente. El tono rojizo de sus ojos era algo apagado, como si su vista estuviera agotada de tanto descifrar libros antiguos, pero Jack todavía detectó en ellos una chispa de ingenio.
—Yandrak, ¿eh? —rechinó el gigante—. Confieso que esperaba algo más grande.
Jack no supo muy bien cómo reaccionar ante ese comentario, pero Shail se echó a reír.
—A veces
es
más grande. Pero en ciertas ocasiones le resulta más práctico tener el tamaño de un humano.
—Para determinadas cosas, sí, lo es —reconoció Ymur con un suspiro, echando un vistazo al volumen que estaba tratando de leer.
—Ymur y yo llevamos ya varios días recabando información en los viejos documentos del Oráculo —le explicó Shail a Jack-; buscando cosas sobre los dioses y sobre lo que pasó cuando Ashran estuvo aquí. Pero no estamos sacando mucho en claro.
—Si Deimar no se encontrase en ese estado —añadió Ymur, moviendo la cabeza—, todo esto sería mucho más sencillo. Tal vez él recordase algo más acerca del mago que estuvo aquí hace tanto tiempo.
—Bien —dijo Jack—, puede que lo que tengo que contaros arroje un poco más de luz a todo este asunto.
—Ahora no —cortó Ymur, volviendo su enorme cabeza hacia la ventana—. Los soles empiezan a declinar, así que será mejor que hablemos de todo eso durante la cena.
Jack, que venía hambriento después del viaje, no pudo estar más de acuerdo.
Un rato después, los nuevos habitantes del Oráculo se reunían en torno a una enorme hoguera sobre la que se asaban piezas de barjab, la enorme bestia blanca que suponía un auténtico manjar para los gigantes. En apariencia, todo era como siempre, como cualquier noche después de un largo día de trabajo. Los obreros y los sacerdotes más jóvenes y fuertes, que colaboraban en las tareas de limpieza, mostraban rostros cansados, pero satisfechos. Todos hablaban de cómo sería el Gran Oráculo una vez que lo levantaran de nuevo.
No obstante, aquella noche las conversaciones parecían vacías, y los interlocutores se mostraban distraídos y con pocas ganas de hablar. Lo cierto era que casi nadie podía evitar mirar del reojo al rincón donde Ymur, el gigante, y Shail, el mago humano, se habían sentado con el recién llegado, un muchacho a quien muchos habían visto transformado en dragón, el mítico Yandrak, que se había enfrentado a Ashran. Todos sentían curiosidad hacia él y, sin embargo, nadie se atrevía a acercarse más.
Si lo hubiesen hecho, habrían escuchado una conversación de lo más sorprendente... y, ante todo, inquietante.
Jack y Shail habían aprovechado para ponerse al día de todas las novedades. Shail le había contado con más detalle todo lo que había averiguado aquellos días; le había hablado acerca de Karevan, de Alexander, de Deimar, y de Ydeon, que le había forjado una pierna nueva. El joven dragón ya había oído hablar del fabricante de espadas, pero las palabras de Shail hicieron que aumentaran su curiosidad y sus ganas de conocerlo.
Por su parte, Jack le contó todo lo que había sucedido en la Torre de Kazlunn durante su ausencia, desde el despertar de Victoria hasta la devastadora visita de Yohavir.
Ymur los escuchaba en silencio, tan quieto que durante un rato se olvidaron de que estaba allí; cualquiera podría haberlo confundido, de hecho, con una más de las piedras del Oráculo.
—Conocí a ese joven del que habláis —dijo de pronto, sobresaltándolos a los dos—. Kirtash. Fue él quien dijo que los fenómenos sísmicos de la cordillera se deben a Karevan; y ahora, si no he entendido mal, afirma que el Séptimo dios se ha encarnado en una hechicera feérica. O está más loco que Deimar, o es que disfruta siendo irreverente. También, por lo que he escuchado, ese tal Kirtash es hijo del mago blasfemo que estuvo en el Oráculo hace tiempo. Debe de ser cosa de familia.
Jack sonrió, pero Shail sacudió la cabeza.
—Nadie más ha visto a Gerde con vida —dijo—. Sabemos que murió porque Kirtash
dice
haberla matado, y sabemos que sigue viva porque él
dice
que lo está, y que ahora es la Séptima diosa. ¿Cómo sabemos que no miente?
—Hace tiempo que conozco a Kirtash —respondió Jack-; puedo decir muchas cosas de él, y no todas buenas, pero no tiene por costumbre mentir, y menos cuando se trata de temas serios.
—Y, sin embargo, su historia resulta demasiado increíble. Y gracias a ella, ha conseguido llevarse a Victoria consigo a la Tierra. No sé...
—Victoria estará a salvo en la Tierra. Desde allí tiene la posibilidad de refugiarse en Limbhad, y te recuerdo que, si Kirtash tiene intención de hacerle daño, el Alma no lo dejará pasar.
Suspiró para sus adentros al pensar en Victoria. La echaba mucho de menos, y, una vez más, lamentó no haber cruzado la Puerta con ellos. Apartó aquellos pensamientos de su mente. «Esto es lo que debo hacer», se recordó a sí mismo.
Shail calló, pensativo.
—En eso tienes razón —admitió después—. No sabes la de veces que me he arrepentido de haberos obligado a regresar a Idhún. Aunque en su día me pareció un lugar pequeño y limitado, lo cierto es que nunca he conocido un refugio tan seguro como Limbhad.
Sonrió son nostalgia. Jack asintió, sonriendo a su vez.
—Ya ves. Y yo que lo encontraba aburrido... y ahora me muero de ganas de regresar.
—¿Creéis, entonces, en toda esta historia de dioses y reencarnaciones? —preguntó entonces Ymur, retomando el hilo.
—Yo no sé qué pensar —dijo Jack—. Por un lado, he visto a Ashran: sé lo que era, porque me enfrenté a él, por lo que no me resulta extraña la idea de que el Séptimo dios haya encontrado otro cuerpo mortal para ocultarse. Por otro, también he visto lo que arrasó las costas de Kazlunn hace unos días, y, si es verdad que
eso
es un dios, no me explico cómo algo así puede caber dentro de un cuerpo tan pequeño. La única explicación que se me ocurre es que la esencia del Séptimo sea diferente a la de los demás dioses, porque ellos no se han encarnado en cuerpos materiales.
»Y luego está también el hecho de que, si Kirtash no miente, Gerde estaba muerta. Lo cual significa que el Séptimo la devolvió a la vida para poder ocupar su cuerpo. Y tal vez eso implique...
—... que Ashran también pudo morir como humano y resucitar como el Séptimo dios.
—Sí —asintió Jack—. Y puede que todo ello sucediera aquí, en este mismo lugar, hace veinte años. Por eso es importante que averigüemos todo lo posible acerca de Ashran, del mago blasfemo, como lo llama Ymur. Puede que ahí esté la clave para descubrir qué está pasando exactamente.