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Authors: Edgar Rice Burroughs

Pellucidar (14 page)

De esta forma me sentía en aquel momento. Agarré mi garrote con más firmeza y descolgué mi lanza, llevándola en la mano izquierda. Miré intensamente a derecha e izquierda, pero no vi nada. Entonces, de forma repentina, varias cuerdas de flexibles fibras cayeron sobre mis hombros y cuello y alrededor de mis brazos y cuerpo.

En un santiamén fui tan limpiamente lazado que no me lo podía creer. Uno de los lazos cayó sobre mis tobillos y fui arrastrado con una rapidez que dio con mi cara en el suelo. Entonces algo pesado y peludo saltó sobre mi espalda, luché por desenvainar mi cuchillo, pero unas peludas manos agarraron mis muñecas y llevándolas a mi espalda, las ataron de modo seguro.

A continuación fueron atados mis pies. Luego me dieron la vuelta sobre mi espalda y pude mirar los rostros de mis captores.

¡Y qué rostros! Imagina si puedes un cruce entre una oveja y un gorila y tendrás una idea de la fisionomía de la criatura que se hallaba inclinada sobre mí y de la media docena que se apelotonaban a su alrededor. Tenían la longitud facial y los grandes ojos de la oveja, y el cuello de toro y los horribles colmillos de un gorila. El cuerpo y los miembros eran tanto de hombre como de gorila.

Mientras se inclinaban sobre mí conversaron en una lengua monosilábica que me era completamente ininteligible. Era una especie de lenguaje simplificado que sólo necesitaba de nombres y verbos y que incluía algunas palabras iguales a las que utilizaban los seres humanos de Pellucidar. Se completaba con muchos gestos que se mezclaban con las palabras que utilizaban.

Les pregunté qué es lo que iban a hacer conmigo, pero de forma similar a nuestros indios norteamericanos cuando les pregunta un hombre blanco, simularon no entenderme. Uno de ellos me echó al hombro tan alegremente como si yo fuera un cochinillo. Era una criatura enorme, al igual que sus compañeros, alzándose unos siete pies sobre sus cortas piernas y pesando considerablemente más de un cuarto de tonelada.

Dos iban delante de mi portador y tres detrás. En este orden nos dirigimos hacia la derecha, a través del bosque, hasta el pie de las colinas cuyos escarpados riscos parecían impedir nuestro avance en aquella dirección. Pero mi escolta no se detuvo. Como hormigas en un muro, escalaron la aparentemente inescalable barrera, el cielo sabe cómo, por su cara más perpendicular y desigual. Durante la mayor parte del corto recorrido hasta la cumbre debo admitir que se me pusieron todos los pelos de punta. A pesar de todo, en breve llegamos a la cima y permanecimos de pie sobre la llana meseta que la coronaba.

Inmediatamente a nuestro alrededor, de sus rocosos y ásperos cubiles salió un auténtico torrente de bestias similares a mis captores. Se apelotonaron sobre nosotros, hablando apresuradamente en su jerigonza con mis guardias e intentando poner sus manos en mí; si era por curiosidad o por hacerme verdadero daño no lo supe, puesto que mi escolta con sus colmillos al descubierto y con pesados golpes los mantuvieron alejados de mí.

Fuimos a lo largo de la mesa, para detenernos por fin ante un gran montón de rocas en el que había una abertura. Aquí mis guardias me pusieron en pie y pronunciaron una palabra que sonó algo así como "¡Gr-gr-gr!", y que más tarde descubrí que era el nombre de su rey.

En breve emergió de las cavernosas profundidades de la madriguera una criatura monstruosa, con cicatrices de un centenar de batallas, casi sin pelo y con un agujero vacío donde una vez había existido un ojo. El otro ojo, similar al de una oveja en su apacibilidad, daba a la bestia una apariencia de lo más sorprendente, ya que a pesar de aquel único y tímido orbe era la cosa más espantosa que uno podía imaginar.

Ya me había encontrado con los hombres mono negros, sin pelo y de largas colas del continente, las criaturas de las que Perry pensaba que podían constituir el vínculo entre los monos más evolucionados y el hombre, pero estos hombres bestia de Gr-gr-gr parecían echar por tierra esa teoría, ya que había menos similitudes entre los hombres mono negros y estas criaturas que las que había entre estos últimos y el hombre, aunque ambas tenían muchos atributos humanos, algunos de los cuales estaban más desarrollados en una especie que en la otra.

Los monos negros no tenían pelo y construían chozas cubiertas de paja en sus retiros arbóreos; habían domesticado perros y rumiantes, aspecto en el que estaban más avanzados que los seres humanos de Pellucidar; pero aparentaban tener un lenguaje muy deficiente y portaban largas colas.

De otro lado, el pueblo de Gr-gr-gr, en su mayoría, eran bastante peludos, sin cola y tenían un lenguaje similar al de la raza humana de Pellucidar; tampoco eran arbóreos. Su piel, en lo que mostraban, era blanca.

De los anteriores hechos y de otros que he notado durante mi larga vida en Pellucidar, que ahora está pasando por una era análoga a otras eras preglaciares de la corteza exterior, estoy imbuido de la creencia de que la evolución no es tanto una transición gradual de una forma a otra como de un accidente de gestación, tal vez cruzado con los azares del nacimiento. En otras palabras, mi creencia es que el primer hombre fue un capricho de la naturaleza; ningún incrédulo necesitaría de mucho convencimiento para persuadirse de que Gr-gr-gr y su tribu no eran sino también caprichos de la naturaleza.

El enorme hombre bestia se sentó en una roca plana, su trono supuse, situada ante la entrada de su cubil. Con una mano sobre su rodilla y la otra acariciándose el mentón, me miró intensamente con su único ojo de oveja mientras uno de mis captores relataba como me habían apresado.

Cuando terminó su relato, Gr-gr-gr me interrogó. No voy a intentar repetir lo que decía aquella gente en su lengua abreviada, porque tendríais tantas dificultades para interpretarles como las tuve yo. En su lugar, pondré en sus bocas las palabras que os expresarán las ideas que ellos intentaban comunicar.

—Eres un enemigo —fue la declaración inicial de Gr-gr-gr—. Perteneces a la tribu de Hooja.

¡Ah! De modo que conocían a Hooja y era su enemigo. Aquello iba bien.

—Soy enemigo de Hooja —contesté —. Me ha robado mi esposa y he venido hasta aquí para liberarla y castigar a Hooja.

—¿Cómo ibas a hacerlo tú solo?

—No lo sé —respondí —, pero lo habría intentado si no me hubierais capturado. ¿Qué pensáis hacer conmigo?

—Trabajarás para nosotros.

—¿No vais a matarme? —pregunté.

—Nosotros no matamos salvo en defensa propia —contestó—; en defensa propia y como castigo. Matamos a aquellos que nos matarían y a aquellos que nos hacen algún mal. Si supiéramos que eras de la tribu de Hooja te mataríamos, porque todos los que pertenecen a la tribu de Hooja son mala gente; pero dices ser enemigo de Hooja. Puedes no estar diciendo la verdad, pero hasta que averigüemos si nos has mentido, no te mataremos. Trabajarás

—Si odiáis a Hooja —sugerí—, ¿por qué no me dejáis, ya que yo también le odio, ir a darle su merecido?

Durante un rato Gr-gr-gr lo meditó. Luego alzó su cabeza y se dirigió a mi guardia.

—Llevadle a su trabajo —ordenó.

Su tono era definitivo. Como si lo enfatizase se volvió y entró en su cubil. Mi guardia me condujo a la parte más elevada de la meseta, donde enseguida llegamos a una pequeña depresión similar a un valle, en cuyo extremo brotaba un cálido manantial.

La escena que se abrió ante mí era de lo más sorprendente que jamás había visto. En aquel barranco, que debía cubrir varios cientos de acres, había numerosos campos cultivados, y trabajando a su alrededor con toscas herramientas, o con ninguna que no fueran sus manos desnudas, había varios hombres bestia atareados en el primer modelo de agricultura que veía en Pellucidar.

Me pusieron a trabajar en un huerto de melones. Nunca he sido un granjero ni me ha gustado particularmente ese tipo de trabajo, y debo confesar que jamás he trabajado tan duramente como lo hice durante la hora o el año que pasé allí. Cuanto tiempo transcurrió realmente, por supuesto que no lo sé; pero fue mucho.

Las criaturas que trabajaban junto a mí eran bastante sencillas y amistosas. Una de ellas resultó ser un hijo de Gr-gr-gr. Había quebrantado algunas leyes tribales de menor importancia, y había sido castigado a trabajar en los campos. Me contó que su tribu siempre había vivido en la cima de aquella meseta, y que otras tribus semejantes a ellos habitaban en las cimas de otras mesetas. No tenían guerras y siempre habían vivido en paz y armonía, amenazados únicamente por los grandes carnívoros de la isla, hasta que había llegado mi especie bajo la forma de la criatura llamada Hooja, que les atacaba y mataba cuando optaban por descender de sus fortalezas naturales para visitar a sus compañeros de otras mesetas.

Ahora tenían miedo; pero algún día se unirían en un solo ejército y caerían sobre Hooja y su pueblo, matándolos a todos. Le expliqué que yo era un enemigo de Hooja, y le pedí que cuando estuvieran preparados para hacerlo me permitieran ir con ellos, o mejor aún, que me dejasen adelantarme y averiguar todo lo que fuera posible sobre el poblado en el que habitaba Hooja para que pudieran atacarlo con mayores posibilidades de éxito.

El hijo de Gr-gr-gr pareció interesarse mucho por mi sugerencia. Dijo que cuando saliese de los campos hablaría con su padre sobre la cuestión.

Algún tiempo después de esto Gr-gr-gr vino al huerto en el que nos encontrábamos y su hijo le habló del asunto, pero el viejo caballero evidentemente no estaba de ningún buen humor, porque le soltó un golpe al joven, y volviéndose hacia mí, me informó de que estaba convencido de que mentía y que pertenecía al Pueblo de Hooja.

—Por tanto —concluyó—, te mataremos cuando los melones estén cultivados. Así que date prisa.

Y me di prisa. Me di prisa en cultivar los hierbajos que crecían entre los melonares. Donde antes había un hierbajo enfermizo, yo hacía que crecieran dos saludables. Cuando encontraba una variedad de hierbajo especialmente prometedora que crecía en cualquier sitio que no  fuera entre mis melones, la extraía y la trasplantaba entre los que estaban a mi cargo.

Mis amos no parecían darse cuenta de mi perfidia. Siempre me veían trabajar diligentemente en el melonar, y dado que el tiempo no entra en la estimación de los pellucidaros —ni en la de los seres humanos y mucho menos en la de las bestias y en la de las semibestias— podría haber vivido indefinidamente mediante este subterfugio si no hubiera ocurrido lo que para el bien de todos me sacó del melonar.

Capítulo IX
Aparecen los asesinos de Hooja

M
e había construido un pequeño refugio de piedras y maleza en el que podía tenderme a dormir a cubierto de la perpetua luz y calor del sol de mediodía. Cuando estaba cansado o hambriento me retiraba a mi modesta choza.

Mis captores nunca pusieron la más mínima objeción. En realidad eran muy buenos conmigo, y mientras estuve entre ellos nunca vi nada que indicase otra cosa que gentes sencillas y amables. Su imponente tamaño, su terrorífica fuerza, sus poderosos colmillos y su monstruosa apariencia no eran sino atributos necesarios para afrontar el éxito en su constante lucha por la supervivencia, y sabían utilizarlos bien cuando surgía la necesidad. La única carne que comían era la de los animales herbívoros y la de las aves. Cuando salían a cazar al poderoso thag, el prehistórico bos de la corteza exterior, un solo macho con su flexible cuerda cazaba y mataba al más grande de los toros.

Bien, como iba diciendo, tenía este pequeño refugio en el extremo de mi melonar. Allí me encontraba en cierta ocasión descansando de mis tareas, cuando oí un gran griterío en la aldea, que estaría situada a un cuarto de milla de distancia aproximadamente.

De repente llegó un macho corriendo a los campos, gritando excitadamente. Mientras se aproximaba salí de mi refugio para averiguar qué era toda aquella conmoción, ya que la monotonía de mi existencia en el melonar había avivado aquel rasgo de curiosidad que siempre ha sido mi secreta vanidad, y del que estoy particularmente orgulloso.

Los demás trabajadores también corrieron al encuentro del mensajero, que tan pronto como soltó su información, se dio la vuelta y corrió precipitadamente en dirección a la aldea. Cuando estos hombres bestia corren, a menudo lo hacen sobre sus cuatro patas. De esta forma saltan por encima de los obstáculos que retrasarían a un ser humano, y en el llano alcanzan una velocidad que avergonzaría a un purasangre. La conclusión de todo esto es que antes de que hubiera podido asimilar el mensaje que habían traído a los campos, estaba solo, viendo a mis ex-compañeros de trabajo corriendo a toda velocidad hacia la aldea.

¡Estaba solo! Era la primera vez desde mi captura que no tenía a la vista a ningún hombre bestia. ¡Estaba solo! Todos mis captores estaban en la aldea, en el extremo opuesto de la mesa, repeliendo un ataque de la horda de Hooja.

Por el relato del mensajero, al parecer dos de los grandes machos de Gr-gr-gr habían sido atacados por media docena de los asesinos de Hooja mientras los primeros regresaban pacíficamente de la caza del thag. Los dos habían regresado a la aldea sin un rasguño, mientras que sólo uno de los hombres de Hooja había conseguido escapar para comunicar a su líder el resultado de la batalla. Ahora Hooja se aproximaba para castigar al pueblo de Gr-gr-gr. Con su gran ejército, armado con los arcos y las flechas que gracias a mí Hooja había aprendido a fabricar, con sus largas lanzas y sus afilados cuchillos, temí que incluso la enorme fuerza de los hombres bestia apenas les sirviese para algo.

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