Peregrinatio (3 page)

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Authors: Matilde Asensi

Tags: #Histórico

En Puente la Reina podrás engullir, a no mucho tardar, un buen yantar que calmará tu hambre de muchas horas, pues la distancia entre esta ciudad y Eunate es de sólo cuatro millas. ¡Qué gran ciudad, Puente la Reina! Allí se unen, formando uno, los principales caminos a Santiago, dando lugar a una rica y abigarrada mixtura de gentes de toda clase, lengua y condición. Por fortuna, los navarros son tan serviciales y pródigos con los peregrinos como pide la vieja tradición de hospitalidad del Camino, recordada por el
Codex Calixtinus
:

«PEREGRINI SIVE PAUPERES SIVE DIVITES A LIMINIBUS SANCTI JACOBI REDIENTES, VEL ADVENIENTES, OMNIBUS GENTIBUS CARITATIVE SUNT RECIPIENDI ET VENERANDI. NAM QUICUMQUE ILLOS RECEPERIT ET DILIGENTER HOSPICIO PROCURAVERIT, NON SOLUM BEATUM JACOBUM, VERUM ETIAM IPSUM DOMINUM HOSPITEM HABEBIT. IPSO DOMINO IN EVANGELIO DICENTE: QUI VOS RECIPIT ME RECIPIT.»
[6]

Me agradaría, aunque sólo se trata de un deseo, que acudieras de nuevo al figón llamado
Coluver
, próximo al celebrado puente que da nombre y fama a la ciudad, aunque si prefieres la comida de la hospedería de peregrinos en la que nos alojamos —recuerdo que nos ofrecieron una magnífica asadura de cabrito con garbanzos—, no cumplas mi deseo, pues no tienes obligación. Pero fue allí, ¿recuerdas?, en aquella taberna, donde un grupo de peregrinos francos cantaba unas alegres romanzas sobre una hechicera, una judía francesa que viajaba sola hacia Burgos. Me río al recordarlo mientras te escribo. Aquella hechicera era Sara, mi Sara, la madre de tu pequeña hermana Saura. ¡Cómo cantaban aquellos provenzales, golpeando con sus jarras contra las mesas! Y eso que ella, ante sus requerimientos de amores, les había amenazado con dejarlos calvos y sin dientes. Yo, de ellos, me hubiera echado a temblar, pues nunca, nunca, hay que ignorar las advertencias de Sara, créeme. No he visto en mi vida dueña tan terca y soberana de sus actos, con el peligro añadido de poseer conocimientos de brujería que, además, le procuran unos buenos ingresos aquí, en Serra d'El-Rei. ¿Sabes que continuó con su viejo oficio al poco de marcharte tú? No tuve nada que objetar a su deseo porque vinieron a mi mente las palabras que me dijo tu madre, Isabel de Mendoza, cuando la visité en el cenobio de Las Huelgas durante nuestro primer viaje: «Aquí dentro la vida no es fácil, señor… Mi tiempo pasa entre chismorreos, comadreos y murmuraciones. Lo que más me entretiene es crear alianzas y enemistades que invierto, por gusto, al cabo de un tiempo. Lo mismo hacen las demás, y la vida se nos pasa en estos vacuos menesteres. Excepto la Alta Señora y las sorores más próximas a ella, las demás no tenemos gran cosa que hacer. Y así un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro…». Una mujer como Sara, acostumbrada a la libertad, no hubiera resistido quedarse encerrada en casa cuidando de su hija.

Fue aquella romanza cantada a voz en cuello por el grupo de francos en el figón
Coluver
lo que nos espoleó para aceptar la proposición de Nadie, o mejor, del caballero templario —hoy, de Cristo— Rodrigo Jiménez, que nos ofreció unas cabalgaduras para alcanzar prestamente a la judía antes de que llegase a Burgos. Sin embargo, como en esta ocasión puedes viajar sin apremios, no abandones Puente la Reina sin subir y bajar el afamado puente que da nombre a la ciudad ni tampoco sin visitar la parroquia del barrio de Murugarren, la iglesia de Nuestra Señora dels Orzs
[7]
, que fue donada en 1142 por el rey García VI a la Orden del Temple. El puente porque, con su forma de empinada y penosa colina que no permite al cansado peregrino vislumbrar lo que tiene delante, te dará una valiosa lección sobre cómo es la vida, y la parroquia porque, además de exhibir una hermosa torre con cúpula octogonal, posee un enigmático ábside que, por haberte marchado con Nadie aquel día a comprar los caballos, no pudiste examinar hace siete años.

En el Camino, Jonás, todo es mágico y simbólico, múltiple y ambiguo; cada pormenor o circunstancia puede significar mil cosas posibles y cada cosa posible se relaciona secretamente con sitios, conocimientos, sucesos o fechas infinitamente lejanos en el espacio o el tiempo. Observa con atención las pinturas del extraño ábside del que te he hablado. Son del maestro germano Johan Oliver. Verás, sobre un fondo universal, un crucificado de tamaño humano colgado de un árbol en forma de Y griega, con el cuerpo vuelto hacia la izquierda y la cabeza en sentido contrario. Es decir, un crucificado sin cruz, ya que el árbol ahorquillado —del que salen los vástagos a la altura del abdomen del Cristo—, es una conocida representación de la Pata de Oca, sello de las hermandades de maestros constructores iniciados que, como Salomón, siguen los conocimientos trascendentes de los modelos y dimensiones de la arquitectura sagrada. Este
sigillum
, o sello, de las hermandades lo irás encontrando abundantemente a lo largo del Camino. Sobre la cabeza del Cristo podrás distinguir un águila mayestática, símbolo de iluminación, observando un lejano ocaso solar, alegoría de la muerte figurada que convierte al iniciado en hijo de la Tierra y el Cielo. Es posible que, en lugar del Crucificado trazado por el maestro Johan Oliver, encuentres una talla idéntica en madera colocada sobre el primero, pues fui advertido de tal cambio en aquella ocasión
[8]
, pero eso no afectará a tus reflexiones. En cualquier caso, recuerda que jamás debes rendirte ante los obstáculos que encuentres en el Camino o en la vida. Antes bien, acepta dichas dificultades como un aspecto más del aprendizaje y, entonces, sacándoles partido, te resultará mucho más fácil avanzar.

V

Saliendo de Puente la Reina, el día que os marchéis, atravesaréis en un santiamén las poblaciones de Mañeru y Cirauqui y, siguiendo la antigua y bien trazada calzada romana, llegaréis a la aldehuela de Urbe. Cruzaréis el puente de dos arcos sobre el río Salado y llevaréis cuidado de que los animales no beban en él, pues advierte Aymeric Picaud al respecto afirmando que sus aguas son mortíferas. Ya sabes que Aymeric no es digno de confianza, pero no estará de más precaverse de los peligros. Tras ascender una empinada colina llegaréis a Lorca y, desde allí, salvando un magnífico puente de piedra, alcanzaréis Villatuerta, a la salida de la cual, en la bifurcación de caminos, tomaréis por la derecha, hacia Estella, la monumental y hermosa Estella que parte en dos el río Ega. Recuerda que aquí las gentes hablan provenzal, pues es una ciudad de francos y de descendientes de francos, así que espero que no hayas olvidado aquella lengua que llegaste a dominar con soltura. Ya le di instrucciones a
frey
Estevão respecto a vuestro alojamiento en la alberguería monástica de San Lázaro, de monjes cluniacenses, pero si, una vez allí, juzgáis que es mejor la de la ermita de Nuestra Señora de Rocamador, no tengáis reparos en cambiar.

Nada templario encontrarás en Estella, pero te recomiendo que no dejes de visitar, por el simple gozo de la belleza, la iglesia del Santo Sepulcro, cuya portada ojival es digna del mayor encomio, así como la de Santa María de Jus del Castillo y el palacio de los reyes de Navarra. Tras esto, seguid en paz vuestro camino y que no os hagan sufrir demasiado los fuertes vientos que azotan casi siempre esta comarca, de manera que podáis cruzar en breve tiempo Ayegui, Azqueta, Monjardín, Urbiola y Los Arcos, notable ciudad que alberga un lazareto para leprosos que disfruta de gran fama incluso más allá de las fronteras navarras. No ha mucho, un
freyre
de la mesnada a mi cargo me ha contado que el nuevo clérigo de la parroquia de Santa María de Los Arcos se pasa el día entero tocando la campana del cimborrio para orientar a los peregrinos que se acercan, ya que, y esto sí lo recuerdo bien, no es fácil divisar el pueblo en lontananza porque lo encubre una colina. Me pregunto cuánto tiempo resistirá la infortunada población de Los Arcos semejante martirio antes de despellejar al cura y colgarlo por los pies de la campana.

Pasad de largo Desojo y Sansol y deteneos en el lugar de Torres del Río, a poca distancia ya de Logroño. Torres del Río es un minúsculo hatajo de casas ceñido en torno a un hermoso templo octogonal gemelo de Eunate. Sin embargo, no te voy a pedir que hagas otra cosa allí que fijarte en el único capitel diferente situado a la derecha del ábside del templo. La escena te resultará familiar pues, como sabes, fue la que nos salvó la vida en San Juan de Ortega. Verás representada la resurrección de Jesús, que se adivina por el Santo Sepulcro vacío con la losa medio abierta y por las dos mujeres hieráticas, con aspecto de muertas, que contemplan sin expresión la nube de humo que escapa del Sepulcro y que se eleva en espirales laberínticas. Lo que me perturbó en aquella ocasión fue la extravagancia de la escena, pues en ningún pasaje de las Escrituras se dice que Jesucristo saliera de su enterramiento convertido en fumarola, de manera que, más tarde, frente al sepulcro de san Juan de Ortega, adiviné el grave peligro que corríamos de quedar, como las santas mujeres, con algo más que un aspecto de muertos.

La distancia que os separa de Viana desde Torres del Río no es grande pero sí castigo de peregrinos, pues el Camino transcurre subiendo y bajando sin descanso morones y collados, a la vez que arrecian los vientos de los que antes te hablaba, unos vientos propios de esta región que dificultan asaz la marcha y agotan a los animales, volviéndolos irascibles hasta el punto de hacer extraños a las bridas. Recuerdo que, en el viaje de hace siete años, llegamos tan fatigados a Viana que, a pesar de tener que partir cuanto antes hacia Logroño, a punto estuviste de quedarte profundamente dormido sobre el duro e incómodo banco de madera del comedor del hostal de Nuestra Señora de la Alberguería. Menos mal que el viejo Nadie —quien, luego, quitado el disfraz, resultó no ser tan viejo, llamarse Rodrigo y servir al Temple— sacó de su escarcela el misterioso juego de La Oca, del que yo, gran aficionado a los juegos de tablas como el ajedrez, la Escalera Real de Ur y las damas, no había oído hablar en mi vida. Desde entonces lo he jugado con frecuencia y puedo decirte que contiene tantos significados iniciáticos que es todo un compendio de antigua sabiduría. Claro que tú, gran aficionado a las apuestas de dados y de tenis real, habrás olvidado por completo el magnífico y sencillo juego de La Oca —otra vez la oca, ¿te das cuenta?—, un humilde juego en el que lo importante no es ganar, sino perseverar y llegar, igual que en el Camino del Apóstol y en la vida; sin embargo, espero, hijo mío, que a estas alturas del viaje las cosas hayan empezado a cambiar mucho en tu cabeza.

La paciencia y el empeño necesarios para alcanzar el final del juego, representado siempre en el centro del tablero por los jardines del Edén, es una metáfora del tesón imprescindible para recorrer el difícil viaje interior que lleva a la iniciación. La partida se desarrolla sobre un lienzo o una tabla en los que aparece una espiral dividida en sesenta y tres casillas adornadas con bellos emblemas, algunos fijos y otros variables. Entre los fijos, cada nueve casillas aparece una oca, ave sagrada para muchas antiguas culturas; también hay dos puentes, un pozo, un laberinto y, por supuesto, la muerte. El juego consiste en lanzar los dados —dos— por turno y avanzar, con el taco de madera o hueso que representa a cada jugador, tantas casillas como puntos se obtengan. Sin embargo, son las reglas que limitan este avance las que contienen las enseñanzas. Por ejemplo, si en la primera tirada un jugador saca un cinco, avanza hasta la casilla cincuenta y tres y vuelve a tirar, pues también en la vida real hay golpes de suerte, pero si en algún momento llega al laberinto, se perderá, estará un turno sin tirar y retrocederá un largo trecho; si la suerte le pone sobre una de las palmípedas saltará a la siguiente mientras exclama: «¡De oca a oca!», que, curiosamente, era la fórmula utilizada por los antiguos egipcios para expresar el tránsito desde la muerte al nuevo nacimiento; pero si cae en el pozo tendrá que esperar con paciencia a que otro jugador caiga también para poder salir. Así va discurriendo el juego, uno de cuyos rasgos simbólicos más destacados es que, si el jugador llega a la casilla de la muerte, entonces, como en la vida, sólo deberá retroceder al principio y volver a empezar. Cuando arribes a nuestra casa de Serra d'El-Rei jugaremos a La Oca, pues siempre ando a la busca de compañeros a quienes retar y tú, mi hijo, serás el contrincante perfecto.

La siguiente parada, como ya sabes, la haréis en Logroño. Entraréis en la ciudad cruzando el puente de piedra construido por san Juan de Ortega y visitaréis la iglesia de Santa María de Palacio, que luce una encumbrada aguja piramidal, así como la bella iglesia de San Bartolomé. Con todo, mis recuerdos de Logroño son más bien lúgubres, pues, al alba de aquel desgraciado día, encontré junto a mi cara, clavada en la paja del jergón, la daga que, como amenaza y apremio, me había dejado el aciago conde Joffroi de Le Mans —el esbirro que Su Santidad Juan XXII nos puso a modo de perro de presa para ir recogiendo los tesoros templarios que yo encontrara e impedir, al tiempo, que me fugara con ellos—. Debo reconocer, sin embargo, que aquella daga me resultó muy útil más tarde.

Saliendo de Logroño, cruzaréis la amplia vega del río Ebro, atravesando campos de labor y viñedos, y, tras una ardua ascensión, alcanzaréis la próspera villa de Navarrete, sobre las laderas del cerro Tedeón, cuyas gentes son muy afables y artesanas. Después, surcando la senda de Ventosa, llegaréis al Alto de San Antón, donde deberéis tomar todas las precauciones posibles porque, como bien nos advirtió Nadie durante nuestra primera andadura, es aquella una tierra peligrosa en la que abundan los salteadores y bandoleros. No seas temerario, Jonás, y no busques el enfrentamiento con esos pobres desgraciados. Gana la batalla quien consigue evitarla y tus lances como caballero deberían estar muy por encima de unas tristes escaramuzas con villanos casi siempre hambrientos.

No tengo la menor duda de que reconocerás el
Podium
de Roldán en cuanto tu caballo lo holle, pues allí escuchaste por primera vez la portentosa historia de Ferragut, el gigante de doce codos de estatura y dueño de la fuerza de cuarenta Hércules, descendiente de Goliat, que vino desde Siria para combatir a Carlomagno por orden del emir de Babilonia. Después de tomar casa en Nájera, ciudad que vislumbraréis desde el
Podium
, esperó pacientemente al rey de los francos, el cual, enterado de la presencia del gigante, envió, uno tras otro, a sus mejores hombres, a los que Ferragut capturó sin grandes dificultades, encarcelándolos sin matarlos. Por fin, un día, llegó Roldán, el caballero más valiente de Carlomagno y, desde lo alto del cerro en el que os encontraréis
frey
Estevão y tú en ese momento, le lanzó una única piedra al gigante que le dio entre los ojos y lo derribó. Desde Logroño, y aun es posible que desde antes, habréis encontrado testimonios de la lucha entre Roldán y Ferragut. Sin embargo, no debes olvidar, Jonás, lo que te dije aquel día: Carlomagno nunca cruzó los Pirineos, nunca pasó de Roncesvalles y, por lo tanto, nunca llegó hasta Nájera. Ésta es una buena lección para que aprendas que, a veces, la historia que se da por cierta no es verdadera y la que se rechaza por falsa puede ser auténtica. Nunca lo creas todo ni lo des todo por bueno sin comprobarlo por ti mismo.

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