Cuando abandonéis la capital de Castilla con dirección a León os encontraréis en primer lugar la población de Tardajos, donde hay un buen hospital para peregrinos, y, a menos de una milla, la aldea de Rabé. Pero, lo mismo que entre Viana y Torres del Río, aunque la distancia que separa ambos lugares es pequeña, os resultará interminable a vosotros y a vuestras pobres caballerías, que tendrán que avanzar hundiendo sus patas en el lecho cenagoso. No es de extrañar, pues, el dicho popular:
DE RABÉ A TARDAJOS,
NO TE FALTARÁN TRABAJOS.
DE TARDAJOS A RABÉ,
¡LIBÉRANOS, DOMINÉ!
Después de estas ciénagas os internaréis en una desolada e inacabable meseta que os llevará hasta Hornillos, a cuyas puertas veréis el magnífico Hospital de San Lázaro. No pases de largo frente al pequeño monasterio de San Boal sin fijarte bien, pues se trata del primer enclave antoniano de los páramos de Castilla. Vuestro siguiente descanso lo haréis tras un tramo de peñascales, en Hontanas, cuyas fontanas —que de ahí le viene el nombre— son las más grandes de la zona y las de aguas más saludables. Pero no os solacéis allí mucho tiempo porque, si salisteis de Burgos al amanecer, la noche estará próxima y, siguiendo la calzada, deberéis llegar al cenobio de San Antón, poco antes de Castrojeriz, donde los monjes antonianos, cuya historia recordarás sin duda, os estarán esperando. Allí acuden todas las semanas los enfermos del Fuego de San Antón, los llamados malatos, a recibir la bendición que los monjes imparten con sus cruces en forma de
Tau
, una
Tau
que, además, ellos mismos ostentan, grande y de color azul, sobre sus hábitos negros. Ya te conté entonces, aún sin reponerme de mi asombro por su inesperada aparición en el Camino, que los antonianos son los hermanos menores de los otrora templarios y ahora caballeros de Cristo, y que comparten con ellos los conocimientos fundamentales de los secretos herméticos. Baste decir que la Orden está puesta bajo la advocación de san Antón y de la santa anacoreta María Egipcíaca, que nunca existió, pues se trataba en realidad de la bella e inteligentísima prostituta alejandrina Hipacia, fundadora de una influyente escuela en la que se enseñaba matemáticas, geometría, nigromancia, astronomía, alquimia, medicina, filosofía, magia… Como no podía ser de otro modo, Hipacia, patrona de las brujas y hechiceras —entre ellas Sara, naturalmente—, tenía a la Iglesia por enemiga y un monje fanático llamado san Cirilo espoleó a la chusma contra ella de manera que la bella dueña tuvo que huir al desierto para escapar de la muerte. En él permaneció cuarenta y seis años hasta que, según cuenta la leyenda creada por Roma, el santo varón Zósimo la encontró y quedó maravillado por el portento de su insólita supervivencia. La Iglesia la renombró como María y la consagró en los altares, convirtiéndola en lo que nunca fue. Curiosamente, el cuerpo del también anacoreta egipcio Antonio el Ermitaño, canonizado como san Antonio Abad y más conocido como san Antón, fue encontrado asimismo en el desierto, aunque doscientos años después de su muerte.
En esta ocasión, Jonás, no tendrás que esconderte de los antonianos como en el viaje anterior. Antes bien, deberás acercarte a ellos y seguir todas sus indicaciones. Verás que
frey
Estevão te deja en sus manos durante algunas semanas, tiempo en el que permanecerás dentro del monasterio a disposición de todo lo que te manden. Como ya conoces el edificio no te sentirás extraño y, la verdad, me río al afirmar tal cosa, pues recuerdo bien nuestra ronda nocturna en la oscuridad, circulando por pasillos y salones mientras éramos silenciosamente observados por un buen número de antonianos y de
milites Templi
. Esta vez, ingresarás por la puerta principal y no por un portillo de las cocinas. Con los monjes de san Antón efectuarás el cuarto grado del remoto ceremonial que iniciaste en Tiermas. Deberás estudiar ciertos aspectos importantes y secretos de disciplinas tales como alquimia y medicina y, después, en el transcurso de una bella ceremonia, los antonianos te harán entrega de las calzas bermejas de escarlata, símbolo de las acciones materiales o terrenas que, desde este momento, realizarás con la misma rectitud e integridad que se le reconocen a tu alma tras vestir los ropajes blancos. Las nobles calzas bermejas evitarán que marches a tontas y camines a locas, presumiéndose que adquieres con ellas el dominio de ti mismo y una gran fortaleza de carácter.
El día de tu partida del cenobio,
frey
Estevão te recogerá de buena mañana y os alejaréis de allí en dirección a Castrojeriz. Desde este punto hasta Las Médulas es
terra incognita
para ti —y también para mí—, pues en la anterior ocasión fuimos trasladados en el interior de un carretón cerrado de los que se utilizan para el transporte de presos. Durante cuatro interminables días atravesamos con toda premura las llanuras castellanas de Tierra de Campos, el abrupto páramo leonés y los Montes de Mercurio
[11]
. Ahora harás el mismo camino pero con sosiego, en libertad y a lomos de tu bridón de caballero.
Te preguntarás, pues, cómo voy a guiarte en tu
peregrinatio
si no conozco esta parte de la ruta. Creo que ya te comenté al principio de esta misiva que, durante los últimos años, una parte de mi trabajo ha sido la de dirigir una mesnada de caballeros de Cristo que se ha estado encargando de vaciar y eliminar furtivamente los antiguos escondites de los tesoros en el Camino. Ellos son, a través de mí, quienes te guiarán desde ahora hasta que llegues a Las Médulas, donde yo retomaré de nuevo las anotaciones de la crónica que escribí en el año de mil trescientos diecinueve y que estoy utilizando para componerte este pequeño
liber manualis
.
Pues bien, dejad atrás Castrojeríz y preparaos para entrar pronto en la mencionada Tierra de Campos, una inacabable sucesión de planicies yermas sobre las que el sol se abate con furia. Cerca de los pueblos y villas encontraréis cultivos de granos y cercados para el ganado, pero el resto es agro vacío en el que apenas encontraréis una sombra bajo la que cobijaros. Pocas millas después de salir del cenobio de los antonianos llegaréis al
Pons Fiteria
[12]
sobre el Pisuerga, al lado del cual hay un monasterio de la Orden de San Juan de Jerusalén. Pasad de largo sin llamar la atención y dirigíos hacia Boadilla del Camino y, después, a Frómista, donde tomaréis un buen vino y podréis solazaros con la visita a la iglesia de San Martín, en la cual, entre otras maravillas, veréis los famosos trescientos quince canecillos de los aleros del tejado. El Camino es, en este tramo, duro y cruel con los peregrinos. Aprovecha la soledad para reflexionar sobre tu futuro, ahora que ya tienes más elementos de juicio que te permiten sacar partido de lo que estás viendo y aprendiendo.
En Villalcázar de Sirga, también llamada Villasirga, entrad sin angustia, pues es una vieja encomienda templaría que aún no ha sido abandonada del todo por sus antiguos dueños. Haréis noche allí, en el Hospital Real, donde seréis cumplidamente atendidos, pero al promediar la noche, Jonás, y según ya sabes, deberás estar en pie y listo para ser llevado a la magnífica iglesia de Santa María la Blanca. Déjate impresionar, hijo mío, cuando llegues a los pies de la escalinata que te conducirá al templo. Dicen los
freyres
que no hay iglesia más bella que ésta, que algo se te enrosca en la garganta cuando la ves por fuera y aún más cuando entras. Observa que, contrariamente al resto de iglesias, ésta no está orientada hacia el este sino hacia el sur y piensa qué puede haber motivado una decisión tan fundamental por parte de sus maestros constructores. Sus marciales torreones te aplastarán contra el suelo y su portada, ricamente labrada, te mostrará muchas cosas que ya serás capaz de comprender por ti mismo. Cuando te halles en su interior, tus acompañantes te llevarán hasta la Capilla de Santiago, donde entrarás por la puerta de privilegio y, una vez allí, observa bien la imagen de la Virgen blanca que, estoy seguro, te parecerá tan hermosa como le pareció al rey Alfonso, el décimo de su nombre, apodado el Sabio, quien le dedicó doce de sus famosas Cántigas. Frente a uno de los tres sepulcros que verás, el de un caballero sin nombre —los otros dos son realmente el de Don Felipe, hermano del citado rey Alfonso, y el de su mujer, Doña Leonor de Castro—, serás ceñido con un rico cinturón blanco cumpliendo así el quinto grado de tu iniciación. El sepulcro, en realidad, guarda los restos de alguien muy importante para los caballeros de Cristo y esa noche sabrás de quién se trata, pero, dadas las circunstancias que atraviesa la Orden, pronto será vaciado y se grabará algún nombre falso en su losa. El rito en el que serás ceñido te comprometerá a ser noble y virtuoso en tus relaciones con las damas y doncellas, a las que jurarás defender y respetar hasta el límite de tus fuerzas. El cinturón nunca deberás llevarlo delante o detrás sino ponerlo a diestra o siniestra y anudará firmemente tu corazón, cosa que, por otra parte, te hace mucha falta. Pero no temas, pues en absoluto serás privado de los placeres de la carne por ningún juramento o promesa de castidad. Esto es algo que va más allá y esa noche lo comprenderás.
A poca distancia de Villasirga se encuentra Santa María de Carrión
[13]
, la antigua
Lacobriga
de los romanos, ciudad bella e importante donde las haya y en la que existe, como en otras ciudades del Camino, una gran comunidad de francos que habla el provenzal. Hasta catorce hospitales de peregrinos encontraréis en Santa María de Carrión, así como monasterios de cluniacenses y de franciscanos. Y es que en esta villa tienen sus solares muchas familias nobles como los Gómez, Velasco, La Vega… No dejéis de visitar la iglesia de Santa María del Camino, el convento de Santa Clara y el monasterio de San Zoilo.
En el breve tranco hasta Lédigos deteneos en la abadía de Benevivere, de los canónigos regulares de san Agustín, que os darán buena acogida, y desde Lédigos hasta Sahagún cabalgad tranquilos, pues los antiguos
freyres
templarios que dominaron estas tierras os proveerán de lo necesario. En Sahagún, ciudad llena de toda clase de bienes, podréis hacer noche y albergaros en el hospital de la importante abadía de cluniacenses o en el de peregrinos, de los
freyres
franciscanos, a las afueras. Pero quiero, Jonás, que, cuando te halles en esta hermosa ciudad de Sahagún, observes bien cómo los alarifes
mudayyanes
[14]
han levantado torres y ábsides en las iglesias de San Tirso y San Lorenzo, pues, al parecer, es un trabajo digno de mucha admiración que ya me gustaría a mí poder apreciar personalmente. Los mudéjares no trabajan con piedra, como nuestros maestros artesanos, sino con arcilla cocida que moldean en forma de pequeños ladrillos, lo que produce un delicado efecto artístico que combina templadamente con la recia estructura cristiana.
Frey
Estevão y tú podréis recorrer la distancia que os separa de León en una sola jornada si atosigáis a los animales, aunque si decidís hacer algún tramo a pie esto no os resultará posible. Es cierto que la galopada valdría la pena porque se trata de una interminable llanura en la que dicen los
freyres
de Cristo que abundan los lobos, mas algunos burgos cercanos al Camino, como Mansilla de las Mulas, quizá merezcan la deferencia de pararse un rato a descansar en ellos. Cerca de la amurallada Mansilla podrás ver, como contrapartida a la habilidad de los mudéjares, la destreza de los
musta'rabs
[15]
en la iglesia de San Miguel de Escalada. Observa los zarandeos que la historia asesta a los reinos: primero paganos y, luego, cristianos; más tarde, musulmanes y, después, otra vez cristianos. Dentro de mil años, ¿qué gentes vivirán aquí y bajo qué rey? Creemos que todo nos pertenece para siempre hasta que vienen otros con cartas de legitimidad sobre nuestros bienes y se asientan en sus heredades que antes fueron las nuestras. Y, para ello, a veces corre la sangre. Cambia la lengua y el arte, la música, las ropas y las comidas, pero ya ves que la Tierra no le da el menor fuste a todo esto. Ella sigue igual de inalterable. Pues aprende que así debes ser tú ante las acometidas de la vida. Y el Camino de la Vía Láctea enseña muy bien esta materia a quien no se arredra ante las dificultades.
Cuando lleguéis a León descubriréis que la antigua ciudad imperial se encuentra hoy en lamentable decadencia por haber perdido hace algún tiempo el rango de capital de reino. Pero el éxodo de sus habitantes no le quita su belleza ni menoscaba las obras que legará a los siglos venideros: la iglesia de Santa Ana, hoy en manos de la Orden del Hospital, la iglesia de Santa María del Camino, la iglesia de San Marcelo y la hermosa catedral, que en nada desluce frente a la maravillosa basílica burgalesa, pues aunque aún se está levantando y su fin, dicen los
freyres
, no está cercano, la
pulchra leonina
, como la conoce el pueblo, es un auténtico prodigio de piedra y luz, cuyas vidrieras y rosetones, como las de Amiens y Reims, asombran al mundo. No dejes de presentar tus respetos a los venerables restos de san Isidoro de Sevilla, cuyas
Etimologías
has estudiado, espero que con provecho. Pero hay tanto que ver en León que sería un arduo trabajo enumerar todos los lugares que deberíais visitar. Haced como mejor os convenga y quedaos el tiempo que
frey
Estevão y tú consideréis necesario para admirar como se debe la belleza de León. En cuanto al alojamiento y sustento, albergaos en el hospital de la Casa de la Orden de Santiago, levantado por la reina Doña Urraca, ya que es el mejor de los muchos que se hallan en la ciudad.
Desde León, saliendo por Trobajo, hasta Villadangos del Páramo encontraréis numerosos hospitales para peregrinos y poco más, pues las villas son pequeñas y pobres, aunque cumplidas. Una vez que atraveséis el famoso puente de diecinueve arcos sobre el río Órbigo os encontraréis de bruces con el Hospital de los
freyres
de San Juan de Jerusalén, así que llevad cuidado y partid rápidamente hacia Astorga, que ya no dista mucho y es uno de los emplazamientos más importantes del Camino. Veréis que se trata de una ciudad principal que cuenta con más de veinte hospitales para peregrinos, pues desde tiempos muy remotos fue castro habitado y nudo de caminos. No en vano en Astorga confluyen los dos ramales principales de la Vía peregrina, el Camino Francés y el que viene del sur, el de la Plata, mal llamado así por los cristianos que utilizan el nombre del metal en lugar de la palabra árabe que lo designa,
Bal'latta
, o camino empedrado, pues fue la antigua calzada romana llamada
Iter ab Emérita Asturicam
.