La villa de Sarria nació al calor del Camino. La fundó Alfonso IX que, curiosamente, murió en ella cuando la transitaba como jacobípeta unos años después. Como ves, él mismo tuvo la mala (o la buena) suerte de recibir las muchas atenciones que quiso brindar a los peregrinos que iban a Compostela; por eso advertiréis tantas iglesias y tantos hospitales, e incluso un lazareto para malatos. No obstante, esta tarea bienhechora ha dado también sus mundanales frutos, pues dicen los
freyres
que la villa es ahora rica y próspera en forma admirable. Extrañamente, nuestro viejo amigo Aymeric ignora Sarria en el
Codex
, y no he podido hallar una explicación para tan insólito olvido, pero no me sorprende del de Picaud, que, como ya sabes, no es santo de mi devoción. El mejor albergue de Sarria, y uno de los más célebres del Camino, es el del monasterio de la Magdalena, que se destaca en lo más alto del castro. Fue fundado por dos anónimos peregrinos italianos pertenecientes a la Congregación de la Penitencia de los Mártires de Cristo para dar cama y limosna a los
concheiros
. Sin embargo, corren rumores de que el Hospital de San Juan se halla en notables relaciones con los monjes de este cenobio, así que sed precavidos.
Cuando salgáis de Sarria lo haréis cruzando el Ponte Aspero. Poned los caballos al galope y no os detengáis hasta hollar la calzada en Vilachá, por cuyo centro mismo el Camino desciende recto hasta
Locum Portomarini
, el Portomarín que es plaza y bastión de los Hospitalarios de San Juan, cuyos estandartes y gonfalones ondean en todos los edificios de la ciudad. Manteneos alejados de la fortaleza de San Juan de Jerusalén, también conocida como fortaleza de San Nicolás, corazón de la Orden por estos pagos, pues si habéis tenido cerca algún sitio verdaderamente peligroso durante vuestra
peregrinatio
, sin duda es éste. Todavía debe encontrarse por allí don Pero Nunes, prior de la casa, de ingrato recuerdo. Sin embargo, no creo que corras peligro alguno si deambulas discretamente por las plazuelas y callejas de la ciudad, saboreando en algún figón la célebre
parva
(pan mojado en aguardiente de la zona) y las grandes truchas y anguilas del río Miño, que divide la localidad en dos parroquias, la de San Pedro en la margen siniestra y la de San Juan en la diestra, unidas tan sólo por el llamado
pons minius
. Los
freyres
de Cristo que habitaban antes en esas tierras —o
freixos
, como prefieren llamarse en lengua galaica— afirman que los vinos portomariñanes no son buenos, que se pican y vuelven ácidos en la boca, pero los hospitalarios de San Juan venden unos mejores que producen ellos mismos, aunque no deseo que te acerques a comprarles.
Si todo va bien, salid prestos de Portomarín en dirección a Toxibo, despidiéndoos con alivio del río, de las viñas y del puente peregrino, y, al marchar, no olvides que cuando abandonaste esa misma ciudad en la anterior ocasión, lo hiciste disfrazado de noble franco, en el interior de un rico carruaje guiado por un palafrenero contrahecho y desdentado que no era otro que yo mismo, teñido de rubio gracias a un cocimiento de cerveza, excremento de golondrina, raíces de avellano, hiel de buey e infusión de manzanilla. Sara, sin embargo, se había tornado morena, pues su pelo argénteo embebió hasta el fondo el caldo de bulbos de puerro. Dos
freixos
hospitalarios, bastante hoscos y torpes, ocuparon el lugar del conde Joffroi de Le Mans, de manera que, si te detienes a pensarlo, verás que, a lo largo de nuestro viaje por la ruta peregrina, pasamos de las garras de la Iglesia a las de los templarios y, por fin, a las de los hospitalarios de San Juan. Fuimos rehenes de todos y ninguno consiguió retenernos.
Dejad atrás Gonzar, Castromaior, Hospital y
Sala Regina
[19]
para adentraros en tierras de Monterosso y, bajando hacia los pequeños valles, llegar hasta
Ledegundi
[20]
, otra importante población del Camino con un gran hospital donde podréis descansar antes de dirigiros al priorato santiaguista de Vilar de Donas, al que tendréis que arribar atravesando un tranco precario en el que hay un regato tortuoso y unos espesos sotos de castaños. El cenobio se halla en mitad de unas gándaras yermas. Una vez presentados los respetos al Prior, visitad las hermosas tumbas de los caballeros allí enterrados y observad sus estatuas yacentes. Convertidos en piedra, reposan para siempre ataviados con sus armaduras, al tiempo que sujetan firmemente sus espadas. Allí mismo, entre los sepulcros, realizarás el sexto grado de tu ritual de iniciación. Ciertamente es un lugar no exento de peligros por la cercana presencia de hospitalarios, pero los caballeros santiaguistas y los
freixos
salomónicos que perduran en la zona te acompañarán en uno de los momentos más importantes de tu vida: serás descalzado y te lavarán los pies, ajustándote después unas suaves sandalias de seda bordada sobre las que habrás de acomodarte tú mismo las pesadas espuelas de oro que recibirás de manos de dos nobles caballeros cuya presencia dará honor y distinción a tu investidura. Esas espuelas doradas representan, como te advertirán ese día, tu compromiso inquebrantable con la justicia y la lucha sin cuartel contra la infamia, sea ésta la que sea y provenga de quien provenga: rey, noble, vasallo o villano. Con ellas en los pies aplastarás la iniquidad y la sinrazón del mundo sin considerar los menoscabos y quebrantos que tal proceder pudiera reportarte. A mi edad, ya avanzada, tengo una mala opinión del ser humano, cuya capacidad para el mal, para infligir dolor o abusar de los débiles, es infinita. Sin embargo, si alguna redención cabe esperarse, si alguna confianza puede tenerse, radica precisamente en el compromiso de los caballeros como tú que os obligáis con juramentos a luchar hasta el final contra la injusticia.
No podréis quedaros en el cenobio acabada la ceremonia, de modo que marchad sin tardanza por Lestredo y Ave Nostre hacia
Pallatium Regis
[21]
, donde haréis noche en el hospital real, y, desde allí, lanzaos al galope hacia Compostela, para la que, si apremiáis a los bridones, ya no os falta más que una única jornada de viaje. Comprobarás que, a estas alturas, la prolongada peregrinación se refleja en las caras cansadas de los viajeros con los que te vas cruzando en el Camino; obsérvales y verás que parecen tener ya en los ojos el reflejo luminoso de la catedral del Apóstol. Pero si a vosotros os queda sólo un día para llegar, a los caminantes les restan dos o tres jornadas, que serán, a no dudar, las más largas y pesadas. Sin embargo, ellos disfrutarán en verdad de este último trecho del Camino, lleno de parajes boscosos, buenas calzadas y animadas aldeas. La vía peregrina se vuelve, desde aquí, recta como una lanza y suavemente inclinada, con ligeras subidas y bajadas, como si quisiera ayudar al caminante a recorrer las postreras millas. Serán muy pocos, Jonás, los que, como
frey
Estevão y tú, no consideren Compostela el final de su viaje, pues vuestra peregrinación terminará realmente en el
Finisterrae
[22]
, en el Fin del Mundo. Desde
Pallatium Regis
hasta Compostela pasaréis por Leboreiro, con su iglesia de Santa María; por Furelos, con su hermoso puente de cuatro arcos desiguales; por Melide, con sus templos dedicados a San Pedro y Santa María; por Castañeda, donde se hallaban los fogones de cal que se proveían con las piedras que acarreaban los peregrinos desde Triacastela; por Ribadiso, con su fuente de aguas limpias y saludables; por Arzúa, de ricos panes, habas, quesos y nueces; por Ponteladrón, Calzada, Ferreiros, Salceda, Rúa, Lavacolla (donde es costumbre baldearse en el río para limpiar la suciedad acumulada durante el Camino) y, en último lugar, por San Marcos, cuyo pico más alto es el Monte do Gozo, desde donde vislumbraréis, por fin, las altas torres de la catedral de Santiago y los tejados de las casas que se apiñan alrededor de la basílica. Allí, los peregrinos gritan como energúmenos
«¡Ultreia, ultreia!»
[23]
antes de lanzarse corriendo colina abajo.
Cruzando la Porta Franca, entraréis en la Muy Noble e Ilustre Ciudad de Compostela, cuyas tortuosas, lodosas y pestíferas rúas están abarrotadas de animales y de gentes venidas de todo el orbe. Santiago será, sin duda, uno de los tres
Axis Mundi
junto a Roma y Jerusalén, pero el ruido y la suciedad de sus calles más la asemejan al suelo de un mercado que a un poderoso y rico lugar de la cristiandad. No obstante, para descubrir aquello que, en rigor, es esta ciudad, antes siquiera de buscar acomodo dirigíos, por la noble rúa de Casas Reais y por la populachera Vía Francígena y la de la Azabachería, hacia la basílica del Apóstol. En la explanada que hay frente a ella veréis a cientos de peregrinos como vosotros, con sus bordones y escarcelas, caídos en el suelo o de rodillas, rezando frente a la catedral. Muchos estarán llorando de puro agotamiento pero también de turbación por hallarse en el lugar tantas veces soñado mientras dormían a la vera del Camino, sobre piedras y con la panza vacía, trémulos por el frío o por el miedo a los bandidos. Algunos lucirán ya sobre las ropas la vieira que les identificará en adelante como auténticos
concheiros
.
No podréis llegar a la catedral con los caballos, así que encaminaos hacia la parte posterior de la residencia del arzobispo de Santiago, paredaña a la basílica, y entrad en las caballerizas. Los sirvientes de don Berenguel de Landoira os estarán esperando. Deja que
frey
Estevão se encargue de todo, pues es gran amigo del arzobispo, hombre de reconocidas simpatías por la Orden del Temple y que cuenta con varios antiguos
freyres
salomónicos entre los miembros de su séquito y entre sus consejeros. En esta ocasión, Jonás, volverás a alojarte en Compostela con todos los lujos y comodidades, pero no te malacostumbres porque tu
peregrinatio
todavía no ha terminado.
De paseo hacia la catedral, tanto si vas solo como si lo haces en compañía de
frey
Estevão, no dejes de probar esa bebida caliente y dulzona que los gallegos preparan con manzanas ni de comerte un buen pedazo de empanada de miel. Ambas son de las mejores cosas que he probado en mi vida. Y lleva cuidado con la bolsa de monedas del cinto, pues los robos son el pan nuestro de cada día.
Una vez que consigas sumarte al tropel de peregrinos que intenta entrar en el templo, aguza los ojos, pues todo lo que veas a partir de ahora va a adquirir un nuevo sentido para ti, muy diferente del que le diste en tu primera visita. Accederás al templo por la puerta occidental, por el llamado Pórtico de la Gloria, en cuyo tímpano se encuentra el impresionante Cristo de no menos de tres alzadas rodeado por innúmeros personajes de los Evangelios y el Apocalipsis. Pero, a pesar de esta embriaguez de imágenes, no dejes de fijarte en el parteluz, donde Santiago Apóstol apoya sus pies en un Árbol de Jesé y sus manos en un báculo con forma de
Tau
. Sí, en efecto, la misma
Tau
que señalaba los escondites templarios. No obstante, piensa que todas las
Taus
del Camino ya estaban allí antes de que llegaran los templarios y que habían sido puestas por los maestros constructores. Reflexiona sobre ello, Jonás. Si los templarios sólo aprovecharon lo que ya había para marcar la ubicación de sus tesoros, ¿qué hacen tantas
Taus
en la ruta terrestre de la Vía Láctea?
Es costumbre de los peregrinos poner la mano sobre el tronco del Árbol de Jesé al entrar en la catedral, aunque yo no lo hice por parecerme una tradición desatinada, tanto como la de darse cabezazos contra la pétrea crisma de una figura rechoncha que, de espaldas al pórtico, contempla el interior de la basílica. Supuestamente representa al maestro Mateo, el artífice del Pórtico de la Gloria, y las gentes que golpean su frente contra la de él hacen, sin saberlo, el gesto iniciático de transmisión del Conocimiento racional, tal y como te he explicado en alguna ocasión. Claro que no consiguen nada con ello, pero ya ves cómo nacen ciertas tradiciones populares que parecen no tener mucho sentido.
En el interior del templo, brillante de luces y destellos del oro y las piedras preciosas, se arrodillan cientos de pobres harapientos. Continuamente se quema incienso para intentar sofocar el hedor humano, pero es inútil y, además, este olor se mezcla con el humo de los cirios y el aroma de las miles de flores apiladas por los fieles en los muchos altares del templo. Las supuestas reliquias del Apóstol Santiago (también llamado Yago, Jacobo, Jacques, Jackob o
Iacobus
) se encuentran en el presbiterio, bajo el altar mayor, en el interior de un arca de mármol. Sé que el fervor y la piedad religiosa que te rodeará en ese momento te animará a aceptar con simpatía la absurda idea de que frente a ti, realmente, se hallan los restos de Santiago el Mayor, pero no te dejes arrastrar por la ingenua devoción de las gentes, pues ni Santiago estuvo nunca en estas tierras, como se demuestra en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, ni su cuerpo decapitado regresó a ellas desde Jerusalén en una barca de piedra empujada por el viento, como afirma la leyenda sostenida por la Iglesia.
Utiliza el cerebro, Jonás. Hay evidencias que no necesitan más indagación. Sin embargo, la verdad no le quita valor a la sencilla religiosidad de las gentes. Acepta con benevolencia la fe de los que tienes a tu alrededor y respeta las creencias ajenas por muy absurdas que te parezcan. Y ahora, deja que te cuente una historia que ha sobrevivido con dificultades al paso de los siglos, pues han sido muchos los empeñados en suprimirla.
En el siglo cuarto de nuestra era, un
episcopus
de la
Gallaecia
llamado Prisciliano, discípulo del anacoreta egipcio Marcos de Memphis, instauró en estas tierras una doctrina cristiana que la Santa Iglesia reprobó prestamente por herética. Pese a ello, el número de sus seguidores, entre los que había numerosos sacerdotes y prelados, creció de tal manera que Roma empezó a preocuparse en serio. Pronto la bella herejía de Prisciliano, basada en la igualdad, la libertad y el respeto, así como en los antiguos conocimientos y ritos, se expandió por toda la península e, incluso, más allá de los Pirineos. El ingenuo
episcopus
, preocupado por la enconada oposición eclesiástica, decidió ir a Roma para pedir comprensión al Papa Dámaso pero, en cuanto llegó, fue capturado, torturado y degollado sin que mediara juicio ni piedad. A duras penas sus seguidores consiguieron recuperar el cuerpo decapitado (en esto coincide la historia con la leyenda del Apóstol) para traerlo de regreso a Galicia.