Por qué fracasan los países (29 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Las instituciones feudales, que se basaban en el trabajo por coacción (los siervos), eran evidentemente extractivas y fueron la base de un largo período de crecimiento lento y extractivo en Europa durante la Edad Media. Sin embargo, también fueron importantes para avances futuros. Por ejemplo, durante la reducción de la población rural al estatus de siervos, la esclavitud desapareció de Europa. Las élites podían reducir toda la población rural a la condición de siervo, por lo que no parecía necesario tener una clase distinta de esclavos como la que habían tenido sociedades anteriores. El feudalismo también creó un vacío de poder en el que las ciudades independientes especializadas en la producción y el comercio podían florecer. Sin embargo, cuando cambió el equilibrio de poder después de la peste negra y la servidumbre empezó a hundirse en Europa occidental, se sentaron las bases para el nacimiento de una sociedad más pluralista sin presencia de esclavos.

Las coyunturas críticas que dieron lugar a la sociedad feudal eran evidentes, pero no estaban completamente limitadas a Europa. Se puede hacer una comparación relevante con el moderno país africano de Etiopía, que se desarrolló a partir del reino de Aksum, fundado en el norte del país alrededor de 400 a. C. Aksum era un reino relativamente desarrollado para su época que realizó transacciones comerciales internacionales con la India, Arabia, Grecia y el Imperio romano. En muchos aspectos, era comparable al Imperio romano de Oriente durante este período. Utilizaba dinero, construía carreteras y edificios públicos monumentales y tenía una tecnología muy similar, por ejemplo, en agricultura y navegación. También existen paralelismos ideológicos interesantes entre Aksum y Roma. En 312 d. C., el emperador romano Constantino se convirtió al cristianismo, igual que el rey Ezana de Aksum aproximadamente en el mismo momento. En el mapa 12, se muestra la situación del Estado histórico de Aksum en las actuales Etiopía y Eritrea, con puestos avanzados en el mar Rojo en Arabia Saudí y el Yemen.

Roma cayó, igual que Aksum, y su declive histórico siguió un patrón similar al del Imperio romano de Occidente. El papel que representaron los hunos y los vándalos en el declive de Roma fue adoptado por los árabes que, en el siglo
VII
, se expandieron hasta el mar Rojo y la península Arábiga. Aksum perdió sus colonias de Arabia y sus rutas comerciales, y aquello precipitó el declive económico. Se dejó de acuñar moneda, la población urbana descendió y el Estado se volvió a concentrar en el interior del país y en las tierras altas de la Etiopía moderna.

En Europa, las instituciones feudales aparecieron tras el hundimiento de la autoridad estatal central. Lo mismo ocurrió en Etiopía, de acuerdo con el sistema denominado
gult
, que suponía una concesión de tierra por parte del emperador. La institución se menciona en manuscritos del siglo
XIII
, aunque pudo haberse originado mucho antes. El término
gult
deriva de una palabra amárica que quiere decir «asignó un feudo». Significaba que, a cambio de la tierra, el poseedor del
gult
debía proporcionar servicios al emperador, sobre todo de tipo militar. El poseedor del
gult
tenía derecho a cobrar un tributo a quienes trabajaran la tierra. Varias fuentes históricas sugieren que los poseedores de un
gult
recaudaban entre la mitad y tres cuartas partes de la producción agrícola de los campesinos. Este sistema tuvo un desarrollo independiente con similitudes notables con el feudalismo europeo, pero probablemente fuera todavía más extractivo. En el momento álgido del feudalismo en Inglaterra, los siervos se enfrentaban a una extracción menos gravosa y debían entregar alrededor de la mitad de su producción a sus señores de una forma u otra.

 

 

Sin embargo, Etiopía no representaba a África, puesto que en todo el resto del continente la esclavitud no fue sustituida por la servidumbre, sino que la esclavitud africana y las instituciones que la apoyaban continuaron durante muchos siglos más. Incluso el camino definitivo de Etiopía sería muy distinto. Después del siglo
VII
, permaneció aislada en las montañas del este de África de los procesos que posteriormente influirían en el camino institucional de Europa, como la aparición de ciudades independientes, las limitaciones nacientes sobre los monarcas y la expansión del comercio por el Atlántico tras el descubrimiento de América. Por lo tanto, en general, no se cuestionó su versión de las instituciones absolutistas. El continente africano interaccionaría posteriormente con una capacidad muy distinta con Europa y Asia. El este de África se convirtió en un proveedor principal de esclavos para el mundo árabe, y el oeste y el centro de África participarían en la economía mundial durante la expansión europea asociada al comercio atlántico como proveedores de esclavos. El hecho de que el comercio atlántico condujera a caminos tan marcadamente divergentes entre Europa occidental y África es otro ejemplo de la divergencia institucional resultante de la interacción entre coyunturas críticas y diferencias institucionales existentes. Mientras en Inglaterra los beneficios del tráfico de esclavos ayudaron a enriquecer a quienes se oponían al absolutismo, en África ayudaron a crear y reforzar el absolutismo.

Más lejos de Europa, los procesos de deriva institucional obviamente tenían más libertad para ir por su propio camino. Por ejemplo, en América, que se separó de Europa alrededor de 15000 a. C. después de que se derritiera el hielo que unía Alaska y Rusia, había innovaciones institucionales parecidas a las de los natufienses, que condujeron a la vida sedentaria, la jerarquía y la desigualdad, en definitiva, a instituciones extractivas. Dichas innovaciones se produjeron primero en México y el Perú andino y Bolivia, y condujeron a la revolución neolítica americana, con la domesticación del maíz. En estos lugares tuvieron lugar las primeras formas de crecimiento extractivo, como vimos en las ciudades-Estado mayas. Sin embargo, de la misma forma que los grandes avances hacia las instituciones inclusivas y el desarrollo industrial en Europa no llegaron a sitios en los que el mundo romano tenía más control, las instituciones inclusivas en América no se desarrollaron en las tierras de aquellas civilizaciones incipientes. De hecho, como vimos en el capítulo 1, estas civilizaciones densamente pobladas interaccionaron de una manera perversa con el colonialismo europeo para provocar un «cambio drástico de la suerte» por el que lugares que habían sido relativamente ricos en América pasaron a ser relativamente pobres. Hoy en día, Estados Unidos y Canadá, que estaban entonces muy atrasados respecto a las complejas civilizaciones de México, Perú y Bolivia, son mucho más ricos que el resto de América.

 

 

Consecuencias del crecimiento inicial

 

El largo período entre la revolución neolítica, que comenzó en el 9500 a. C., y la revolución industrial británica de finales del siglo
XVIII
está lleno de impulsos acelerados de crecimiento económico provocados por innovaciones institucionales que finalmente fallaron. En la Roma antigua, las instituciones de la República, que crearon cierto grado de vitalidad económica y permitieron la construcción de un gran imperio, se deshicieron tras el golpe de Julio César y la construcción del imperio bajo Augusto. Pasaron siglos antes de que el Imperio romano finalmente desapareciera y empezara el declive, pero una vez que las instituciones republicanas relativamente inclusivas dieron paso a las instituciones más extractivas del Imperio, el retroceso económico pasó a ser inevitable.

Las dinámicas de Venecia fueron parecidas. La prosperidad económica forjada por instituciones que tenían elementos inclusivos importantes fue socavada cuando la élite cerró las puertas a nuevos participantes y prohibió las instituciones económicas que habían creado la prosperidad de la República.

Por muy notable que fuera la experiencia de Roma, no fue el legado romano lo que condujo directamente al auge de las instituciones inclusivas y a la revolución industrial en Inglaterra. Los factores históricos perfilan el desarrollo de las instituciones, pero no se trata de un proceso sencillo, acumulativo y predeterminado. Roma y Venecia ilustran cómo cambiaron de rumbo los pasos iniciales hacia la inclusividad. El paisaje económico e institucional que creó Roma en Europa y Oriente Próximo no condujo inexorablemente a las instituciones inclusivas más firmemente arraigadas de siglos posteriores. De hecho, éstas aparecerían primero y con más fuerza en Inglaterra, donde el dominio romano fue más débil y desapareció de forma fulminante, casi sin dejar rastro, durante el siglo
V
d. C. En su lugar, como comentamos en el capítulo 4, la historia tiene un papel destacado en la deriva institucional que creó diferencias institucionales, aunque fueran pequeñas en ocasiones, que después se ampliaron al interaccionar con coyunturas críticas. Como estas diferencias suelen ser pequeñas, pueden dar un giro radical fácilmente y no son necesariamente la consecuencia de un proceso acumulativo simple.

Evidentemente, Roma tuvo efectos duraderos sobre Europa. Las instituciones y el derecho romanos influyeron en las instituciones y el derecho que los reinos bárbaros establecieron tras la caída del Imperio romano de Occidente. También fue la caída de Roma lo que creó el paisaje político descentralizado que llegaría a ser el orden feudal. La desaparición de la esclavitud y la creación de ciudades independientes fueron consecuencias largas, dilatadas (y, evidentemente, circunstanciales desde el punto de vista histórico), de este proceso. Éstas serían particularmente importantes cuando la peste negra sacudió profundamente la sociedad feudal. A partir de las cenizas de la peste negra, surgieron pueblos y ciudades más fuertes y los campesinos dejaron de estar atados a la tierra y fueron liberados de sus obligaciones feudales. Precisamente, estas coyunturas críticas desencadenadas por la caída del Imperio romano fueron las que condujeron a una gran deriva institucional que afectó a toda Europa de una forma que no tiene paralelismos en el África subsahariana, ni en Asia ni en América.

En el siglo
XVI
, Europa era muy distinta, desde el punto de vista institucional, del África subsahariana y de América. No era mucho más rica que las civilizaciones asiáticas más espectaculares de la India o China, pero difería de estos Estados en algunos puntos clave. Por ejemplo, había desarrollado instituciones representativas de un tipo nunca visto allí, que iban a tener una importancia crucial para el desarrollo de instituciones inclusivas. Como veremos en los dos capítulos siguientes, las pequeñas diferencias institucionales serían las que importarían de verdad dentro de Europa y las que favorecieron a Inglaterra, porque fue allí donde el orden feudal había avanzado más ampliamente para los agricultores con mentalidad más comercial y los centros urbanos independientes en los que los mercaderes y los industriales pudieran florecer. Estos grupos ya exigían a sus monarcas derechos de propiedad más seguros, instituciones económicas distintas y voz política. Todo este proceso llegó a su punto álgido en el siglo
XVII
.

7
El punto de inflexión

 

 

Problemas con medias

 

En 1583, William Lee regresó tras finalizar sus estudios en la Universidad de Cambridge para convertirse en el sacerdote local de Calverton (Inglaterra). Isabel I (1558-1603) había dictado hacía poco una norma que obligaba a que su pueblo llevara siempre un gorro de punto. Lee anotó: «Los tejedores eran el único medio de producir aquellas prendas pero se tardaba mucho en hacerlas. Empecé a pensar. Veía a mi madre y a mis hermanas sentadas al atardecer moviendo sus agujas. Si las prendas se hacían con dos agujas y una línea de hilo, ¿por qué no utilizar varias agujas?».

Ese pensamiento crucial fue el comienzo de la mecanización de la producción textil. Lee se obsesionó con crear una máquina que liberara al pueblo del tejido manual interminable. Recordaba: «Empecé a olvidar mis deberes respecto a la Iglesia y mi familia. La idea de mi máquina y su creación consumían mi corazón y mi mente».

Finalmente, en 1589, tuvo lista su máquina de tejer medias. Viajó a Londres ilusionado para solicitar una entrevista con Isabel I y mostrarle lo útil que sería aquella máquina y para pedirle una patente que impidiera que otras personas copiaran el diseño. Alquiló un edificio para montar la máquina y, con la ayuda de su diputado local, Richard Parkyns, se reunió con Henry Carey, lord Hundson, miembro del consejo privado de la reina. Carey lo organizó todo para que la reina Isabel fuera a ver la máquina, pero la reacción de ésta fue devastadora. Se negó a otorgar una patente a Lee y le dijo: «Apuntáis alto, maestro Lee. Considerad qué podría hacer esta invención a mis pobres súbditos. Sin duda, sería su ruina al privarles de empleo y convertirlos en mendigos». Abatido, Lee se fue a Francia a buscar fortuna, pero también fracasó allí, y volvió a Inglaterra, donde pidió a Jacobo I (1603-1625), el sucesor de Isabel, una patente. Jacobo I se negó por las mismas razones que Isabel. Ambos temían que la mecanización de la producción de medias fuera un factor de desestabilización política. Dejaría al pueblo sin trabajo, crearía desempleo e inestabilidad política y supondría una amenaza para el poder real. La máquina de tejer medias fue una innovación que prometía aumentos enormes de la productividad, pero también la destrucción creativa.

 

 

La reacción a la brillante invención de Lee ilustra una idea clave de este libro. El temor a la destrucción creativa es la razón principal por la que no hubo un aumento sostenido del nivel de vida entre la revolución neolítica y la revolución industrial. La innovación tecnológica hace que las sociedades humanas sean prósperas, pero también supone la sustitución de lo viejo por lo nuevo, y la destrucción de los privilegios económicos y del poder político de ciertas personas. Para el crecimiento económico sostenido, necesitamos nuevas tecnologías, formas nuevas de hacer las cosas, y lo más habitual es que procedan de recién llegados como Lee. Pueden hacer que la sociedad sea próspera, pero el proceso de destrucción creativa que inician amenaza el medio de vida de quienes trabajan con tecnologías viejas, como los tejedores manuales que se habrían encontrado sin empleo debido a la tecnología de Lee. Lo más importante es que las grandes innovaciones, como la máquina de tejer medias de Lee, también amenazan con cambiar el poder político. En última instancia, no era la preocupación sobre el destino de los que se quedarían sin trabajo debido a la máquina de Lee lo que provocó que Isabel I y Jacobo I se opusieran a su patente, sino su temor a convertirse en perdedores políticos. Les preocupaba que quienes quedaran desplazados por el invento crearan inestabilidad política y amenazaran su propio poder. Como vimos anteriormente (capítulo 3) con el caso de los luditas, suele ser posible evitar la resistencia de los trabajadores como en el ejemplo de los tejedores manuales. No obstante, la élite, sobre todo cuando ve amenazado su poder político, forma una barrera enorme frente a la innovación. El hecho de que tengan mucho que perder con la destrucción creativa significa no solamente que no serán los que introduzcan innovaciones, sino que también a menudo se resistirán a ellas e intentarán detenerlas. Por lo tanto, la sociedad necesita recién llegados que presenten las innovaciones más radicales, y estos recién llegados y la destrucción creativa que provocan a menudo deben superar varias fuentes de resistencia, entre ellas, las de las élites y los gobernantes poderosos.

Antes de la Inglaterra del siglo
XVII
, las instituciones extractivas habían sido lo más habitual a lo largo de la historia. En ocasiones, han podido generar crecimiento económico, como se ha mostrado en los dos últimos capítulos, sobre todo cuando han contenido elementos inclusivos, como en Venecia y Roma. Sin embargo, no permitían la destrucción creativa. El desarrollo que generaban no era sostenido, y llegó a su fin por la ausencia de innovaciones, por las luchas políticas internas generadas por el deseo de beneficiarse de la extracción o porque los elementos inclusivos nacientes cambiaron radicalmente, como en Venecia.

La esperanza de vida de un residente del pueblo natufiense de Abu Hureyra probablemente no era muy distinta de la de un ciudadano de la Roma antigua. La esperanza de vida de un romano corriente era bastante parecida a la de un habitante medio de la Inglaterra del siglo
XVII
. En lo que respecta a la renta, en 301 d. C., el emperador romano Diocleciano promulgó un edicto sobre precios máximos, que fijó los sueldos que se pagarían según el tipo de trabajador. No sabemos exactamente lo bien que se aplicaron los sueldos y los precios de Diocleciano, pero, cuando el historiador económico Robert Allen utilizó su edicto para calcular el nivel de vida de un trabajador sin formación tipo, averiguó que era prácticamente el mismo que el de un trabajador sin formación en la Italia del siglo
XVII
. Más al norte, en Inglaterra, los sueldos eran más altos e iban en aumento, y las cosas estaban cambiando. El tema de este capítulo es cómo se llegó a esta situación.

 

 

El conflicto político permanente

 

El conflicto por las instituciones y la distribución de los recursos ha existido a lo largo de la historia. Por ejemplo, vimos de qué forma el conflicto político perfiló la evolución de la Roma antigua y de Venecia, donde se resolvió finalmente a favor de las élites, que fueron capaces de aumentar su control sobre el poder.

La historia inglesa también está llena de conflictos entre la monarquía y sus súbditos, entre distintas facciones que luchan por el poder y entre las élites y los ciudadanos. Sin embargo, el resultado no siempre ha sido reforzar el poder de los que ya lo poseían. En 1215, los barones, la capa de la élite por debajo del rey, se enfrentaron al rey Juan y le hicieron firmar la Carta Magna en Runnymede (véase el mapa 9). Este documento promulgaba varios principios básicos que suponían retos significativos para la autoridad del rey. Lo más importante es que establecía que el rey debía consultar a los barones antes de aumentar los impuestos. La cláusula más controvertida fue la número 61, que afirmaba que «los barones elegirán a veinticinco barones cualesquiera del reino que deseen, que, con todas sus fuerzas, deben observar, mantener y hacer que se respeten la paz y las libertades que les hemos concedido y confirmado por ésta, nuestra presente carta». Básicamente, los barones crearon un consejo para garantizar que el rey implantaba la carta, y, si no lo hacía, estos veinticinco barones tenían derecho a apoderarse de castillos, tierras y posesiones «hasta que, según su criterio, se hubiera hecho enmienda». Al rey Juan no le gustó la Carta Magna y, en cuanto se dispersaron los barones, hizo que el Papa la anulara. Pero tanto el poder político de los barones como la influencia de la Carta Magna perduraron. Inglaterra había dado su primer paso vacilante hacia el pluralismo.

El conflicto por las instituciones políticas continuó, y el primer Parlamento electo en el año 1265 limitó aún más el poder de la monarquía. A diferencia de la asamblea plebeya en Roma o las legislaturas electas actuales, sus miembros habían sido originalmente los nobles feudales, y posteriormente fueron los caballeros y los aristócratas más ricos de la nación. A pesar de estar formado por élites, el Parlamento inglés desarrolló dos características distintivas. La primera es que representaba no solamente a las élites estrechamente aliadas con el rey, sino también a un amplio grupo de intereses, entre los que se incluían los aristócratas menores dedicados a distintas profesiones, como el comercio y la industria, y, posteriormente, a la
gentry
, una clase nueva de campesinos y comerciantes en ascenso social. Por lo tanto, el Parlamento confirió poder a una sección bastante amplia de la sociedad, teniendo en cuenta los cánones de la época. La segunda característica y, en gran medida, resultado de la primera, es que muchos miembros del Parlamento se oponían sistemáticamente a los intentos de la monarquía de aumentar su poder y se convertirían en el fundamento de los que lucharon contra ella en la guerra civil inglesa y, más tarde, en la Revolución gloriosa.

A pesar de la Carta Magna y del primer Parlamento electo, continuaba el conflicto político sobre los poderes de la monarquía y la sucesión al trono. Este enfrentamiento entre distintas élites terminó con la guerra de las Rosas, un largo duelo entre las casas de Lancaster y York, dos familias con aspirantes al trono. Los vencedores fueron los partidarios de la Casa de Lancaster, cuyo candidato a rey, Enrique Tudor, fue coronado como Enrique VII en 1485.

También se dieron dos procesos interrelacionados. El primero fue el aumento de la centralización política, iniciada por los Tudor. Después de 1485, Enrique VII desarmó a la aristocracia, desmilitarizándola y expandiendo así el poder del Estado central. Su hijo, Enrique VIII, implantó, a través de su primer ministro, Thomas Cromwell, una revolución en el gobierno. A partir de 1530, introdujo un Estado burocrático naciente: en lugar de que el gobierno fuera solamente la residencia privada del rey, se convertiría en una serie independiente de instituciones duraderas. Este cambio fue complementado con la ruptura de Enrique VIII con la Iglesia católica romana y la «disolución de los monasterios», mediante la cual el rey expropió todas las tierras de la Iglesia. La eliminación del poder de la Iglesia formaba parte del proceso para centralizar más el Estado, lo que significó que, por primera vez, fueran posibles las instituciones políticas inclusivas. Este proceso, iniciado por Enrique VII y seguido por su hijo, no solamente centralizó las instituciones estatales, sino que también aumentó la demanda de una más amplia representación política de una parte de la población. De hecho, el proceso de centralización política puede conducir a una forma de absolutismo, ya que el rey y sus asociados pueden destruir a otros grupos poderosos de la sociedad. Y ésa es una de las razones por las que habrá oposición contra la centralización estatal, como vimos en el capítulo 3. Sin embargo, en contra de esta fuerza, la centralización de las instituciones estatales también puede movilizar la demanda de una forma naciente de pluralismo, como sucedió en la Inglaterra de los Tudor. Cuando los barones y las élites locales reconocen que el poder político estará cada vez más centralizado y que este proceso es difícil de detener, pedirán opinar sobre cómo se utilizará ese poder central. En Inglaterra, a finales de los siglos
XV
y
XVI
, dichos grupos hicieron mayores esfuerzos para tener un Parlamento que contrarrestara a la Corona y que controlara parcialmente el funcionamiento del Estado. Por lo tanto, el proyecto Tudor no solamente inició la centralización política, uno de los pilares de las instituciones inclusivas, sino que también contribuyó indirectamente al pluralismo, otro pilar de las instituciones inclusivas.

Este desarrollo de las instituciones políticas tuvo lugar en el contexto de otros grandes cambios en la naturaleza de la sociedad. Fue particularmente importante la intensificación del conflicto político que estaba iniciando el conjunto de grupos con capacidad para hacer demandas a la monarquía y a las élites políticas. La revuelta campesina (véase el capítulo 4) de 1381 fue crucial, y, a su fin, la élite inglesa fue sacudida por una larga secuencia de insurrecciones populares. El poder político estaba siendo redistribuido, no simplemente del rey a los lores, sino también de la élite al pueblo. Estos cambios, junto con las crecientes limitaciones al poder del rey, posibilitaron la aparición de una amplia coalición que se oponía al absolutismo y que sentó las bases para las instituciones políticas plurales.

Aunque toparan con oposición, las instituciones políticas y económicas que heredaron y sostuvieron los Tudor eran claramente extractivas. En 1603, Isabel I, la hija de Enrique VIII que había ascendido al trono de Inglaterra en 1553, murió sin descendencia, y los Tudor fueron sustituidos por la dinastía de los Estuardo. El primer rey Estuardo, Jacobo I, heredó las instituciones, y también los conflictos entorno a éstas. Él deseaba ser un gobernante absolutista. El Estado había estado más centralizado y el cambio social estaba redistribuyendo el poder en la sociedad. Sin embargo, las instituciones políticas todavía no eran plurales. En economía, las instituciones extractivas se manifestaban no solamente en oposición a la invención de Lee, sino en forma de monopolios, monopolios y más monopolios. En 1601, se leyó una lista de monopolios en el Parlamento, y un diputado preguntó irónicamente: «¿No se ha incluido al pan aquí?». En 1621, había setecientos. Así lo expresó el historiador inglés Christopher Hill:

 

[Un hombre] vivía en una casa construida con ladrillos de monopolio, con ventanas [...] de vidrio de monopolio; se calentaba con carbón de monopolio (en Irlanda, con madera de monopolio), que quemaba en una chimenea fabricada con hierro de monopolio [...] Se lavaba con jabón de monopolio, y en su ropa, ponía almidón de monopolio. Se vestía con encajes de monopolio, lino de monopolio, piel de monopolio, hilo de oro de monopolio [...]. Se sujetaba la ropa con cinturones de monopolio, botones de monopolio y alfileres de monopolio. Se teñía con tintes de monopolio. Comía mantequilla de monopolio, pasas de monopolio, arenques rojos de monopolio, salmón de monopolio y langostas de monopolio. Condimentaba la comida con sal de monopolio, pimienta de monopolio y vinagre de monopolio... Escribía con plumas de monopolio, papel de carta de monopolio, leía (con gafas de monopolio, a la luz de las velas de monopolio) libros impresos por un monopolio.

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