Por qué fracasan los países (50 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

 

eliminar aquella ley y la prerrogativa real [...] podía desbordar sus propiedades y sus vidas.

 

Además:

 

Era inherente a la naturaleza misma del medio que ellos [los aristócratas, comerciantes, etc., que luchaban contra la Corona] habían elegido para su propia defensa que no podía ser reservada para uso exclusivo de su propia clase. La ley, en sus formas y tradiciones, implicaba principios de equidad y universalidad que [...] tenían que extenderse a todo tipo y nivel de hombres.

 

Una vez implantada, la noción de Estado de derecho no solamente mantenía alejado al absolutismo, sino que creaba también un tipo de círculo virtuoso: si las leyes se aplicaban con igualdad a todos, ningún individuo ni grupo, ni siquiera Cadogan o Walpole, podía estar por encima de la ley, y la gente común acusada de usurpar una propiedad privada todavía tenía derecho a un juicio justo.

 

 

Ya vimos cómo aparecen las instituciones políticas y económicas inclusivas. Pero ¿cómo perduran? La historia de la Ley negra y los límites de su implantación ilustra el círculo virtuoso, un proceso potente de retroalimentación positiva que protege a estas instituciones frente a los intentos de socavarlas y, de hecho, pone en marcha fuerzas que conducen a una mayor inclusión. La lógica del círculo virtuoso procede, en parte, del hecho de que las instituciones inclusivas se basan en límites que se ponen al ejercicio del poder y en una distribución pluralista del poder político en la sociedad, consagrada en el Estado de derecho. La capacidad de un subconjunto de imponer su voluntad a los demás sin ningún límite, aunque esos otros sean ciudadanos ordinarios, como lo era Huntridge, amenaza precisamente ese equilibrio. Si se suspendía temporalmente en el caso de una protesta de los campesinos contra las élites que usurpaban sus tierras comunales, ¿qué garantizaría que no se volviera a suspender? Y la siguiente ocasión en la que se suspendiera, ¿qué impediría a la Corona y la aristocracia retirar lo que los comerciantes, hombres de negocios y la
gentry
habían obtenido en el medio siglo intermedio? De hecho, la siguiente ocasión que se suspendiera quizá todo el proyecto del pluralismo se derrumbaría, porque un pequeño grupo de intereses tomaría el control a costa de la coalición amplia. El sistema político no correría este riesgo. Sin embargo, esto hizo que el pluralismo y el Estado de derecho que implicaba fueran rasgos persistentes de las instituciones políticas británicas. Y veremos que, una vez establecidos el pluralismo y el Estado de derecho, habría demandas de un mayor pluralismo y una mayor participación en el proceso político.

El círculo virtuoso surge no solamente por la lógica inherente del pluralismo y el Estado de derecho, sino también porque las instituciones políticas inclusivas tienden a apoyar a las instituciones económicas inclusivas. De esta forma, se tiende también a una distribución más igualitaria de la renta, lo que confiere poder a un segmento más amplio de la sociedad y hace que las reglas del juego político sean más equitativas. Esta situación limita lo que se puede lograr usurpando poder político y reduce los incentivos para recrear instituciones políticas extractivas. Estos factores fueron importantes para la aparición de instituciones políticas verdaderamente democráticas en Gran Bretaña.

El pluralismo también crea un sistema más abierto y permite que prosperen los medios de comunicación independientes, lo que facilita que los grupos que tienen interés en la continuación de las instituciones inclusivas estén prevenidos y se organicen si aparecen amenazas contra estas instituciones. Es muy significativo que el Estado inglés dejara de censurar los medios de comunicación después de 1688 porque dichos medios tenían un papel importante para investir de poder a la población en general y continuar el círculo virtuoso del desarrollo institucional de Estados Unidos, como veremos en este capítulo.

El círculo virtuoso crea una tendencia por la que las instituciones inclusivas persisten, pero no es ni inevitable ni irreversible. Tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, las instituciones políticas y económicas inclusivas estuvieron sujetas a muchos desafíos. En 1745, el Joven Pretendiente llegó hasta Derby, a unos ciento sesenta kilómetros de Londres, con un ejército para deponer las instituciones políticas forjadas durante la Revolución gloriosa. Sin embargo, fue derrotado. Más importantes que los retos desde el exterior eran los retos potenciales desde dentro, que también podrían haber conducido a la desintegración de las instituciones inclusivas. Como vimos en el contexto de la masacre de Peterloo de Mánchester en 1819 (capítulo 7), y veremos con más detalle más adelante, las élites políticas británicas pensaron en utilizar la represión para evitar tener que abrir más el sistema político, pero dieron marcha atrás cuando estaban a punto de hacerlo. De forma parecida, las instituciones inclusivas económicas y políticas de Estados Unidos se enfrentaron a retos serios que podrían haber tenido éxito, pero no lo tuvieron. Y, evidentemente, no era previsible que estos retos fueran frustrados. El hecho de que las instituciones inclusivas británicas y estadounidenses sobrevivieran y se hicieran sustancialmente más fuertes con el tiempo se debe no solamente al círculo virtuoso, sino también al devenir circunstancial de la historia.

 

 

La lenta marcha de la democracia

 

La respuesta a la Ley negra mostró al pueblo británico que tenía más derechos de los que pensaba. Podía defender sus derechos tradicionales y sus intereses económicos en los tribunales y en el Parlamento mediante el uso de peticiones y grupos de presión. Sin embargo, este pluralismo aún no había creado una democracia efectiva. La mayoría de los hombres adultos no podían votar; tampoco las mujeres, y había muchas desigualdades en las estructuras democráticas existentes. Todo aquello iba a cambiar. El círculo virtuoso de las instituciones inclusivas no solamente preserva lo que ya se ha logrado, sino que abre la puerta a una mayor inclusividad. Nada apuntaba a que la élite británica del siglo
XVIII
mantuviera su control del poder político sin serios retos. Esta élite había llegado al poder cuestionando el derecho divino de los reyes y abriendo la puerta a la participación del pueblo en la política, pero dió este derecho solamente a una pequeña minoría. Era cuestión de tiempo que un número creciente de habitantes exigiera el derecho a participar en el proceso político. Y lo hicieron en los años anteriores a 1831.

Las tres primeras décadas del siglo
XIX
fueron testigos de un creciente malestar social en Gran Bretaña, sobre todo en respuesta al aumento de la desigualdad social y a las demandas de mayor representación política de las masas que no tenían derecho a voto. Tras los disturbios de los luditas entre 1811 y 1816, en los que los trabajadores luchaban contra la introducción de nuevas tecnologías que consideraban que reducirían sus sueldos, los nuevos disturbios que se produjeron en Spa Fields en 1816 en Londres y la masacre de Peterloo de 1819 en Mánchester eran fruto de explícitas exigencias de derechos políticos. En los disturbios de Swing de 1830, los trabajadores agrícolas protestaron contra la disminución del nivel de vida y contra la introducción de nueva tecnología. Mientras tanto, en París, estallaba la revolución de julio de 1830. Se estaba empezando a formar un consenso entre las élites de que el descontento alcanzaba un punto de inflexión, y la única forma de calmar el malestar social y de lograr que la revolución diera marcha atrás era satisfacer las demandas de las masas y llevar a cabo una reforma parlamentaria.

Como cabía esperar, la elección de 1831 se centró principalmente en una cuestión: la reforma política. Los
whigs
, casi cien años después de sir Robert Walpole, eran mucho más receptivos a los deseos del hombre corriente e hicieron campaña para ampliar el derecho a voto. Pero esto solamente significó un pequeño aumento del electorado. El sufragio universal, ni siquiera para los hombres, no estaba sobre la mesa. Los
whigs
ganaron las elecciones, y su líder, Earl Grey, se convirtió en primer ministro. Grey no era radical, ni mucho menos. Él y los
whigs
impulsaron la reforma no porque creyeran que la ampliación del derecho a voto fuera más justa o porque quisieran compartir el poder; la democracia británica no fue algo que concedió la élite. En gran parte, la democracia fue tomada por las masas, a quienes se confirió poder mediante los procesos políticos que habían estado en marcha en Inglaterra y el resto de Gran Bretaña durante los últimos siglos. Las masas se sentían alentadas por los cambios en la naturaleza de las instituciones políticas desencadenados por la Revolución gloriosa. Se concedieron las reformas porque la élite pensó que era la única forma de garantizar la continuación de su gobierno, aunque fuera de una forma algo disminuida. Earl Grey, en su famoso discurso en el Parlamento a favor de la reforma política, lo expresó muy claramente:

 

No hay nadie más decidido contra los parlamentos anuales, el sufragio universal y el voto que yo. Mi objetivo no es favorecer, sino poner fin a estas esperanzas y proyectos [...]. El principio de mi reforma es evitar la necesidad de revolución [...] reformando para preservar y no para derrocar.

 

Las masas no querían solamente el voto por su propio bien, sino para poderse sentar a la mesa y ser capaces de defender sus intereses. Eso lo entendió bien el cartismo, que dirigió la campaña por el sufragio universal después de 1838. Tomó su nombre de la adopción de la Carta del Pueblo, un nombre cuyo fin era evocar un paralelismo con la Carta Magna. El cartista J. R. Stephens explicó por qué el sufragio universal, y el voto para todos los ciudadanos, era clave para las masas:

 

La cuestión del sufragio universal [...] es una cuestión de cuchillo y tenedor, de pan y queso [...], al decir «sufragio universal», me refiero a que todo hombre que trabaje en esta tierra tiene derecho a llevar un buen abrigo en la espalda y un buen sombrero en la cabeza y a tener un buen techo para resguardarse en su casa y una buena cena en la mesa.

 

Stephens había entendido bien que el sufragio universal era la forma más duradera de investir de más poder a las masas británicas y garantizar un abrigo, un sombrero, un techo y una buena cena para el trabajador.

Finalmente, Earl Grey logró garantizar la aprobación de la Primera Ley de Reforma y calmó las oleadas revolucionarias sin que se produjeran avances hacia el sufragio universal en masa. Las reformas de 1832 fueron modestas, solamente duplicaron el derecho a voto, que pasó del 8 por ciento a alrededor del 16 por ciento de la población masculina adulta (aproximadamente, del 2 al 4 por ciento de toda la población). También se deshicieron de los burgos podridos y dieron una representación independiente a las nuevas ciudades de la industrialización como Mánchester, Leeds y Sheffield. Sin embargo, todavía quedaban muchas cuestiones por resolver. Por eso, pronto hubo nuevas demandas de ampliación del derecho al voto y mayor malestar social. La respuesta a éstas fue una mayor reforma.

¿Por qué las élites británicas cedieron a las demandas? ¿Por qué Earl Grey creyó que la reforma parcial (de hecho, muy parcial) era la única forma de preservar el sistema? ¿Por qué tuvieron que adaptarse al menor de los dos males, reforma o revolución, en lugar de mantener su poder sin hacer ninguna reforma? ¿Acaso no podrían haber hecho lo mismo que hicieron los conquistadores españoles en Sudamérica, lo que harían los monarcas austrohúngaros y rusos en las dos décadas siguientes cuando las demandas de reforma llegaron a aquellas tierras, y lo que los propios británicos hicieron en el Caribe y en la India: utilizar la fuerza para sofocar las demandas? La respuesta a esta pregunta procede del círculo virtuoso. Los cambios políticos y económicos que ya se habían producido en Gran Bretaña hicieron que utilizar la fuerza para reprimir aquellas demandas no fuera atractivo para la élite y que fuera cada vez menos factible. Tal y como escribió E. P. Thompson:

 

Cuando las luchas de 1790-1832 señalaron que este equilibrio había cambiado, los gobernantes de Inglaterra se enfrentaron a alternativas alarmantes. Podían, o bien prescindir del Estado de derecho, desmantelar sus elaboradas estructuras constitucionales, revocar su propia retórica y gobernar por la fuerza; o bien podían someterse a sus propias reglas y rendir su hegemonía [...] dieron pasos vacilantes en la primera dirección, pero, al final, en lugar de echar por tierra la imagen que tenían de sí mismos y repudiar ciento cincuenta años de legalidad constitucional, se rindieron a la ley.

 

Dicho de otro modo, las mismas fuerzas que hicieron que la élite británica no deseara echar abajo el sistema del Estado de derecho durante la Ley negra también las hicieron rechazar la represión y el control por la fuerza, lo que de nuevo pondría en peligro la estabilidad de todo el sistema. Si socavar la ley al intentar implantar la Ley negra hubiera debilitado el sistema que comerciantes, hombres de negocios y
gentry
habían construido en la Revolución gloriosa, establecer una dictadura represiva en 1832 lo habría minado por completo. De hecho, los organizadores de las protestas para la reforma parlamentaria eran muy conscientes de la importancia del Estado de derecho y de su simbolismo para las instituciones políticas británicas durante este período. Utilizaron su retórica para explicar este punto más claramente. Una de las primeras organizaciones que buscaban la reforma parlamentaria fue el Hampden Club, que llevaba el nombre del diputado que había opuesto resistencia por primera vez al impuesto del dinero de los barcos de Carlos I, un acontecimiento crucial que condujo al primer gran levantamiento contra el absolutismo de los Estuardo, como vimos en el capítulo 7.

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