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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (18 page)

Tambaleándose regresó al árbol caído y vio que la madera estaba muerta y que las hojas que quedaban estaban secas y marchitas.

—Deprisa —dijo con un hilo de voz mientras sus tres compañeros se acercaban—, levantad el árbol. ¡Mi espada está debajo y sin ella soy hombre muerto!

Pusieron manos a la obra, hicieron rodar el árbol para que Elric pudiera aferrar débilmente la empuñadura de la espada, que continuaba clavada allí. Al tocar la espada experimentó una embriagante sensación de poder cuando la energía del árbol recorrió su cuerpo haciéndolo sentir casi como un dios. Rió como poseído por el demonio, y los otros se quedaron mirándolo alelados.

—Vamos, amigos, seguidme. ¡Ahora puedo enfrentarme a un millón de árboles como éste!

Subió los escalones a saltos y una nueva ola de hojas partió en dirección a ellos. Haciendo caso omiso de sus picaduras, fue directamente hacia el segundo saúco y le clavó la espada en el centro mismo. El árbol lanzó un chillido.

— ¡Dyvim Slorm! —gritó, ebrio de energía—. ¡Imítame... que tu espada se beba unas cuantas almas como ésta y seremos invencibles!

—Un poder nada apetecible, por cierto —comentó Rackhir quitándose las hojas secas del cuerpo, mientras Elric volvía a retirar su espada para correr hacia el siguiente escalón.

Los saúcos crecían allí más tupidos; inclinaron sus ramas para agarrarlo y como si fueran manos intentaron despedazarlo.

Con menor espontaneidad, Dyvim Slorm imitó el método de Elric para eliminar a las criaturas-árboles y no tardó en sentirse repleto de las armas robadas a los demonios apresados en el interior de los saúcos; su risa salvaje se unió a la de Elric, y los dos juntos, como diabólicos leñadores, atacaron una y otra vez y con cada victoria fueron adquiriendo más fuerza; Rackhir y Moonglum se miraban azorados y temerosos de presenciar un cambio tan tremendo en sus amigos.

Pero no se podía negar que su método era efectivo para derrotar a los saúcos. Al mirar atrás vieron un erial de árboles derribados y ennegrecidos que cubría la ladera de la montaña. 

El antiguo fervor impío de los desaparecidos reyes de Melniboné se reflejó en los rostros de los dos parientes cuando se pusieron a cantar antiguas canciones de guerra y sus espadas gemelas se unieron a sus voces produciendo una turbadora melodía de destrucción y maldad. Con los labios entreabiertos, que revelaban los blancos dientes, los ojos carmesíes que brillaban con un ardor amenazante y el blanco cabello agitado por el viento abrasador, Elric levantó la espada hacia el cielo y volviéndose, se dirigió a sus compañeros:

— ¡Y ahora, amigos míos, veréis cómo los antiguos de Melniboné conquistaron al hombre y al demonio para gobernar el mundo durante diez mil años!

Moonglum pensó en aquel momento que Elric se merecía el apodo de Lobo que le habían puesto hacía mucho tiempo en el Oeste. Toda la fuerza del caos que llevaba dentro se había apoderado por completo de él. Supo que Elric ya no se sentía dividido en cuanto a sus lealtades, que en él no había ya ningún conflicto. La sangre de sus antepasados lo dominaba, y tenía el mismo aspecto que ellos debieron de haber tenido siglos antes cuando las demás razas de la humanidad huían de ellos, temerosas de su magnificencia y de su maldad. Dyvim Slorm parecía presa del mismo arrebato. Moonglum lanzó una sentida plegaria a los pocos dioses buenos que pudieran quedar en el universo para que Elric fuera su aliado y no su enemigo.

Ya estaban cerca de la cima; Elric y su primo avanzaban dando saltos descomunales. Los escalones terminaban en la boca de un oscuro túnel y los dos hombres se lanzaron hacia la oscuridad riendo y llamándose. Moonglum y Rackhir los siguieron con menos rapidez, el Arquero Rojo preparó una flecha en el arco. Elric miró fijamente en la oscuridad; era tal la fuerza que llevaba dentro que la cabeza le daba vueltas y la energía parecía a punto de escapársele por los poros de la piel. Oyó el estrépito de pies cubiertos por armaduras acercarse hacia él, y supo que aquellos guerreros eran sólo seres humanos. A pesar de que eran casi ciento cincuenta, no le infundieron ningún temor. Cuando el primer grupo se abalanzó hacia él, bloqueó los golpes con facilidad y los derribó a todos; sus almas le aportaron apenas una sombra de la vitalidad que llevaba dentro. Los primos lucharon hombro con hombro y descuartizaron a los soldados como si se tratara de niños desarmados. Moonglum y Rackhir observaron espantados la escena: la sangre fluía a raudales haciendo que el suelo del túnel se tornara resbaladizo. En aquel lugar reducido, el olor de la muerte no tardó en hacérseles insoportable; entretanto, Elric y Dyvim Slorm dejaron atrás al primer grupo para atacar al resto.

—Aunque sean nuestros enemigos y sirvan a aquellos contra quienes luchamos, no soporto presenciar semejante carnicería —dijo Rackhir con disgusto—. Mi amigo Moonglum, aquí no nos necesitan. ¡Éstos son demonios guerreros, no hombres!

—Es verdad —asintió Moonglum, inquieto.

Volvieron a salir al aire libre y allá adelante vieron el castillo; los guerreros que quedaban se reagruparon mientras Elric y Dyvim Slorm avanzaban hacia ellos, amenazantes, con una alegría malévola reflejada en sus rostros.

El aire se llenó con el sonido de los gritos y del entrechocar de las armas. Rackhir apuntó una flecha a uno de los guerreros, disparó y le dio en el ojo izquierdo.

—Me aseguraré de que unos cuantos tengan una muerte más limpia —masculló, colocando otra flecha en el arco.

Mientras Elric y su primo desaparecían entre las filas enemigas, otros, al presentir quizá que Rackhir y Moonglum eran menos peligrosos, se abalanzaron sobre ellos. Moonglum se encontró enfrentado a tres guerreros y descubrió que su espada parecía sumamente ligera y que al chocar con las armas enemigas, apartándolas con suma facilidad, producía un sonido claro y dulce. La espada no le proporcionaba energía, pero no perdía el filo corno hubiera ocurrido con un arma normal y las armas más pesadas del enemigo no lograban desviarla fácilmente. Supuso que el hechizo era obra de Sepiriz. Rackhir había empleado todas sus flechas en un acto de piedad. Se enfrentó entonces al enemigo con la espada y mató a dos, atacando luego al tercero de Moonglum por la espalda; le hundió el acero en el costado y le traspasó el corazón.

A regañadientes, volvieron a entrar en el túnel y vieron que el suelo estaba sembrado de cadáveres. Rackhir le gritó a Elric:

—¡Basta! Elric... deja que nosotros acabemos con éstos. Sus almas no te hacen falta. ¡Podemos matarlos con métodos más naturales!

Pero Elric se echó a reír y continuó con su tarea. Al despachar a otro guerrero y comprobar que no quedaba ninguno más cerca de allí, Rackhir lo aferró por el brazo.

—Elric... —comenzó a decir.

Tormentosa se agitó en la mano de su amo, aullando saciada, para volverse contra Rackhir. Al ver su destino, el Arquero Rojo sollozó e intentó esquivar el golpe. Pero el acero lo alcanzó en el omóplato y le hizo un tajo que le llegó hasta el esternón.

—¡Elric, no! ¡Mi alma no!

Y así murió el héroe Rackhir, el Arquero Rojo, famoso en las Tierras Orientales como Salvador de Tanelorn. Hendido por la espada traicionera de un amigo.

Elric rió hasta que se dio cuenta de lo ocurrido, entonces, retiró su espada, pero ya era demasiado tarde. La energía robada seguía latiendo en él, pero su pena ya no lograba controlarla. Las lágrimas le bañaron el rostro crispado y lanzó un quejido acongojado.

—Ah, Rackhir... ¿es que nunca va a acabar?

Desde ambos lados del campo cubierto de cadáveres, sus otros dos compañeros lo observaban. Dyvim Slorm había terminado de matar, pero sólo porque no quedaban más guerreros. Lanzó una exclamación de asombro cuando miró a su alrededor. Moonglum miraba fijamente a Elric con ojos horrorizados en los que todavía se apreciaba un vestigio de pena por su amigo, porque conocía bien el destino de Elric y sabía que Tormentosa codiciaba la vida de cuanta persona estuviera cerca de Elric.

—No había héroe más gentil que Rackhir —dijo—, ni hombre más deseoso de la paz y el orden que él. — Después se estremeció.

Elric se puso en pie y se volvió a mirar el enorme castillo de granito y malaquita azul que los esperaba envuelto en un silencio enigmático como preparándose para el siguiente avance del albino. En las almenas de la torre más alta distinguió la silueta de algo que sólo podía ser un gigante.

En silencio, condujo a los otros dos por la puerta abierta del castillo de Mordaga y de inmediato se encontraron en un vestí-bulo adornado ricamente pero con un gusto bárbaro.

—¡Mordaga! —gritó—. ¡Hemos venido a cumplir con la profecía!

Esperaron impacientemente hasta que por fin una voluminosa figura asomó por un inmenso arco al final del amplio vestíbulo. Mordaga era alto como dos hombres, pero tenía la espalda encorvada. Tenía el pelo negro largo y ensortijado, y vestía una túnica azul oscura ceñida por un cinturón. Calzaba unas inmensas sandalias de cuero. Sus ojos negros estaban llenos de pena, una pena que Moonglum había visto antes sólo en los ojos de Elric.

En el brazo llevaba un escudo redondo sobre el que aparecían las ocho flechas ambarinas del Caos. Era de color verde plateado, muy hermoso. No llevaba más arma que aquélla.

—Conozco la profecía —dijo con una voz que parecía un viento solitario-. Pero aun así, debo tratar de impedir que se cumpla. ¿Te llevarás el escudo y me dejarás en paz, humano? No quiero morir.

Elric se compadeció del triste Mordaga pues había experimentado en carne propia algo parecido a lo que el dios caído sentía en ese momento.

—La profecía dice que has de morir —le recordó en voz baja.

—Toma el escudo. —Mordaga se lo quitó de su poderoso brazo y se lo tendió a Elric—. Llévatelo y cambia el destino aunque sea por esta vez.

—Lo haré —replicó Elric.

Lanzando un tremendo suspiro, el gigante depositó el Escudo del Caos en el suelo.

—Durante miles de años he vivido a la sombra de esa profecía —dijo enderezando la espalda—. Y ahora, aunque me muera a edad muy avanzada, lo haré en paz, aunque antes no pensaba así, y después de tanto tiempo creo que la muerte será para mí una bendición.

—Todo el mundo parece suspirar por la muerte —repuso Elric—, pero tú no podrás morir de forma natural, porque el Caos avanza y te tragará como se lo tragará todo a menos que yo lo detenga. Pero al menos tú sabrás recibirlo con más filosofía.

—Adiós y gracias —dijo el gigante dándose la vuelta, y a grandes zancadas regresó a la entrada por la que había llegado.

Cuando Mordaga desapareció, Moonglum fue tras él con toda rapidez y traspuso la entrada antes de que Elric y Dyvim Slorm pudieran gritarle que no lo hiciera.

Oyeron luego un solo quejido cuyo eco pareció perderse en la eternidad, un estrépito que sacudió el vestíbulo y después el ruido de pasos que regresaban.

Moonglum volvió a aparecer por la entrada con la espada ensangrentada en la mano.

—Fue un asesinato —dijo simplemente—. Lo reconozco. Lo ataqué por la espalda antes de que pudiera darse cuenta de nada. Fue una muerte rápida y murió mientras era aún feliz. Es más, fue una muerte mucho mejor que cualquiera de las que sus esbirros nos hubieran deparado. Fue un asesinato, pero a mi juicio, era necesario.

—¿Por qué? —le preguntó Elric, desconcertado. Con ánimo sombrío, Moonglum le contestó:

—Debía perecer tal como había sentenciado el Destino. Ahora somos siervos del Destino, Elric, y torcerlo, aunque sea en mínima forma, es entorpecer sus designios. Pero además de eso, fue el inicio de mi propia venganza. Si Mordaga no se hubiera rodeado de semejante multitud, Rackhir no habría muerto.

Elric sacudió la cabeza y repuso:

— Cúlpame a mí por eso, Moonglum. El gigante no debería haber muerto por el crimen que cometió mi espada.

—Alguien debía morir —lo interrumpió Moonglum, resuelto—, y dado que la profecía decía que Mordaga debía morir, le tocó a él en suerte. ¿A quién más podía haber matado de los que están aquí, Elric?

—Ojalá hubiera sido a mí —replicó el albino con un suspiro.

Se alejó de sus amigos y contempló el enorme escudo redondo con sus flechas ambarinas y su misterioso color verde plateado. Lo levantó casi sin esfuerzo y se lo colocó en el brazo. Prácticamente le cubría todo el cuerpo desde la barbilla hasta los tobillos.

—Démonos prisa, salgamos de este lugar de tristeza y muerte. Las tierras de Ilmiora y Vilmir esperan nuestra ayuda... si es que no han sucumbido ya al Caos. 

4

En las montañas que separaban el Desierto de los Suspiros del Erial de los Sollozos se enteraron del destino de los últimos Reinos Jóvenes. Se cruzaron con un grupo de seis cansados guerreros conducidos por lord Voashoon, padre de Zarozinia.

— ¿Qué ha ocurrido? —inquirió Elric ansiosamente — . ¿Dónde está Zarozinia?

—No sé si ha desaparecido, si ha muerto o la han capturado, Elric. Nuestro continente ha sucumbido al Caos.

— ¿La has buscado? —preguntó Elric, acusador.

—Hijo mío —dijo el anciano encogiéndose de hombros—, estos últimos días he presenciado tantos horrores que en mí ya no cabe emoción alguna. No deseo otra cosa que este martirio acabe pronto. Los días de la humanidad sobre la tierra están a punto de terminar. No avances más, porque incluso el Erial de los Sollozos comienza a cambiar ante el avance del Caos. Estamos perdidos.

— ¿Perdidos? ¡No! Seguimos vivos, puede que Zarozinia también esté viva. ¿No has tenido ninguna noticia acerca de cuál ha sido su destino?

—Sólo rumores de que Jagreen Lern la llevaba a bordo de la nave insignia del Caos.

— ¿Está en el mar?

—No... esas malditas embarcaciones pueden navegar tanto por tierra como por mar, si es que existe ahora alguna diferencia entre ambos. Fueron ellos quienes atacaron Karlaak, con una nutrida caballería seguida de la infantería. La confusión reina por todas partes... si sigues adelante, hijo mío, no encontrarás más que tu propia muerte.

—Ya lo veremos. Por fin dispongo de cierta protección contra el Caos, además tengo mi espada y mi corcel nihrainiano. — Se volvió en la silla y dirigiéndose a sus amigos, les dijo—: ¿Y bien? ¿Os quedaréis aquí con lord Voashoon o vais a acompañarme al corazón del Caos?

—Iremos contigo —repuso Moonglum en voz baja, contestando por ambos — . Te hemos seguido hasta ahora, de todos modos, nuestros destinos están ligados al tuyo. Nada más podemos hacer.

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