Authors: Matthew Stover
Mace miró irritado la columna de humo que ahora se alzaba desde el agujero abierto por la segunda moto en el lejano bloque de edificios.
Sonrisas
captó su mirada y lanzó una carcajada.
—Me encanta ese hongo. Se come sus voladores por cable. Me ha ahorrado un disparo.
—Espero que no hubiera nadie en casa —murmuró Mace.
—Sí, lo habría dejado todo hecho un asco —volvió a obsequiarle con su blanca sonrisa—. Y olvidémonos de identificar los cuerpos, ¿eh? Lo mejor sería limitarse a pasar la manguera.
Mace se le quedó mirando.
—Tengo la sensación —dijo con lentitud—, de que tú y yo no vamos a ser amigos.
—Deja que te diga que eso hace que mi corazón bombee agua de estanque —
Sonrisas
cogió una cuerda y la mostró abiertamente—. Deprisa, Windu. ¿Qué quieres ahora? ¿Una invitación? ¿Flores y una caja de bombones?
La cascada del sable láser de Depa iluminaba sus caras con el color de la luz del sol al filtrarse por la jungla.
—Quiero que me digas qué hacías con este sable —le dijo Mace.
—¿El sable láser? —el azul de sus ojos chispeó con un fuego maniaco—. Es mi credencial —dijo, y desapareció bajo el borde del tejado.
M
ace permaneció en el tejado, contemplando el brillo esmeralda de la hoja de Depa. O bien ella se la había entregado a
Sonrisas
, o él se lo había quitado a su cadáver. Esperaba que fuera lo primero.
Al menos, creía esperar eso.
La Depa que él conoció... ¿Habría prestado su sable láser? ¿Habría entregado una parte de su ser?
Algo le decía que no había sido precisamente un Concierto de Lealtades.
Al cabo de unos segundos soltó la placa activadora. La hoja se encogió y desapareció, dejando en el aire sólo un regusto a iones. Deslizó el mango en el bolsillo interior del chaleco. No entró con facilidad: el mango estaba pegajoso debido a una delgada capa de sustancia viscosa con olor herbáceo.
Algún tipo de resina. Era pegajosa, pero no se le quedaba en la mano.
Negó con la cabeza, mirándose la palma de la mano con el ceño fruncido. Entonces suspiró y se encogió de hombros. Quizá ya era hora de dejar de esperar que las cosas de este planeta tuvieran sentido.
Se inclinó para mirar desde el borde del tejado. En el callejón había cuatro cuerpos, además del piloto que yacía en medio de los restos de su motojet. Estaban todos, contando con el que se había estrellado contra el edificio.
Sonrisas
y los korunnai estaban despojando a los muertos con rapidez y eficiencia.
Mace apretó la mandíbula. Uno de los muertos —puede que el que hablaba— tenia, de oreja a oreja, un profundo corte de ensangrentados labios.
Alguien le había cortado el cuello.
Una sensación enfermiza llenó el pecho de Mace. Al final sí que había algunas cosas con sentido, y el sentido que tenían le revolvía el estómago.
La Fuerza no le transmitió ningún signo de culpabilidad en ellos. Puede que la violencia fuera tan reciente que sus ecos hubieran barrido semejantes sutilezas. O puede que quien fuera que hubiera hecho eso no sintiera culpa alguna.
Y esos asesinos eran su mejor esperanza —quizá la única— de llegar hasta Depa.
Pero eso no podía dejarlo pasar.
A su mente acudió otra lección de Yoda: "
Cuando todas las elecciones parecen equivocadas, elige la contención
."
Mace bajó por la cuerda.
Sonrisas
asintió en su dirección.
—Estás hecho un asco, ¿sabes? Quítate la camisa. —Se agachó para coger un botiquín del cinturón del muerto—. Aquí debe de haber nebulizador de vendas...
Mace agarró a
Sonrisas
del antebrazo.
—Tú y yo tenemos que reestablecer nuestra relación.
—Eh... auch, ¿ah? —
Sonrisas
intentó soltarse, pero sólo consiguió hacerse daño, y descubrió que la fuerza de la mano de Mace no perdía nada si se la comparaba con el gancho de amarre de un carguero—. ¡Oye!
—Hemos empezado con mal pie —dijo Mace—. Vamos a arreglar eso. ¿Crees que podremos hacerlo de forma pacífica?
Los demás korunnai alzaron la vista de su saqueo. Se levantaron con rostros sombríos mientras se volvían hacia Mace y
Sonrisas
, variando su forma de agarrar las armas. Los dedos se deslizaron por el seguro de los gatillos.
—Sería una mala idea —dijo Mace—. Para todos los implicados.
—Oye, suéltame el brazo, ¿vale? Puedo volver a necesitarlo... La mano de Mace apretó con más fuerza.
—Diles lo que estamos haciendo.
—¿Quieres dejar ya el apretón de rompehuesos? —
Sonrisas
hablaba con voz cada vez más aguda. Perlas de sudor asomaron en su labio superior—. ¿Tanto te gusta mi brazo que quieres llevarlo contigo a casa?
—Este no es mi apretón de rompehuesos. Es mi apretón de
no-hagas-estupideces
—Mace apretó lo bastante como para arrancarle un gemido de dolor—. Pasaremos al rompehuesos en unos diez segundos.
—Esto... Si lo planteas de ese modo...
—Diles lo que estamos haciendo.
Sonrisas
retorció el cuello para mirar por encima del hombro a los demás korunnai.
—Calmaos, chicos, ¿vale? —dijo débilmente—. Sólo estamos..., eh, replanteando nuestra relación.
—Pacíficamente.
—Sí, pacíficamente.
Los otros tres korunnai dejaron que sus armas colgaran del hombro por las correas y volvieron a concentrarse en saquear los cadáveres.
Mace lo soltó.
Sonrisas
se masajeó el brazo con aire ofendido.
—¿Qué es exactamente lo que no funciona en ti?
—Tú no me condujiste a una trampa. Me utilizaste para conducirlos a ellos a una trampa.
—Oye, Capitán Evidente, te daré una noticia: esto no era una trampa.
Mace frunció el ceño.
—¿Cómo lo llamarías entones?
—Era una emboscada —repuso
Sonrisas
con una mueca burlona—. ¿Es que no enseñan básico en la escuela Jedi?
—¿Sabes que me desagradaste en el mismo instante en que nos conocimos?
—¿Es una forma Jedi de decir: "¿muchas gracias por salvar mi culo de luchador con sable láser?". Bah —negó con la cabeza, simulando pesar—. ¿Qué pasa? ¿Qué problema tienes?
—Me habría gustado haberlos cogido con vida —le dijo Mace con firmeza.
—¿Para qué?
Mace dedujo que era una pregunta razonable en Pelek Baw. ¿Para entregarlos a las autoridades? ¿Qué autoridades? ¿A Geptun? ¿A los policías que extorsionaban en las duchas probi? Respiró hondo.
—Para interrogarlos.
—¿Necesitas saberlo todo? —dijo la chica grande y pelirroja del Trueno. Alzó la mirada hacia Mace, mientras seguía agachada junto a un cadáver. Sus palabras goteaban acento montañés—. Míralo tú. Seis escoria balawai. Listos y liquidados. Otra casa korun nunca quemarán. Otro rebaño nunca masacrarán, otro niño nunca asesinarán, otra mujer nunca...
No acabó, pero Mace pudo leer la última palabra en la humareda de odio que le nublaba los ojos. Pudo sentirla en la ira y la violación de la Fuerza que brotaban de ella. Pudo hacer algo más que adivinar por lo que había pasado. Pudo percibir en la Fuerza cómo se había sentido ella: enferma de desprecio, tan herida en su corazón que no podía permitirse sentir nada. Su rostro se suavizó por un momento, pero volvió a endurecerse. Supo instintivamente que ella no quería compasión. No era víctima de nadie.
Si ella notaba que él la compadecía, le odiaría.
Así que, en vez de eso, bajó la voz, hablando con suavidad y respeto.
—Ya veo. Pero mi pregunta es: ¿cómo estáis seguros de que estos hombres hicieron esas cosas?
—Balawai todos —dijo como si escupiera un trozo de carne podrida. ¿Esta era la gente que Depa había enviado a por él? La sensación enfermiza del pecho adquirió peso.
Se apartó de
Sonrisas
y abrió los dedos en dirección a su sable láser, que yacía al lado del cadáver con el cuello cortado del que hablaba. El mango descargado saltó del suelo a su mano.
—Escuchadme bien. Todos.
La autoridad en su voz atrajo su atención y la mantuvo.
—No mataréis mientras esté en vuestra compañía —dijo—. ¿Entendido? Si lo intentáis, os detendré. Y si fracaso...
Los músculos de su mandíbula se tensaron, y sus nudillos se blanquearon en el mango del sable láser. Una hirviente amenaza consumía la calma de sus ojos oscuros.
—Si fracaso —dijo entre dientes—, vengaré a vuestras víctimas.
Sonrisas
negó con la cabeza.
—Esto, hola, ¿eh? Puede que no lo hayas notado, pero aquí estamos en guerra. ¿Entiendes eso?
Un débil silbido en la distancia creció hasta convertirse en un chillido. Otros silbidos se unieron al primero, aumentando todos en tono y volumen. Sirenas. Unidades de la milicia que se dirigían hacia allí.
Sonrisas
se volvió hacia sus compañeros.
—Ha sonado el timbre, niños. A galope.
Los korunnai se movieron más deprisa, despojando a los cadáveres de botiquines, terrones alimenticios, cartuchos de gas para pistolas. Créditos. Botas.
—Lo llamas guerra —dijo Mace—, pero éstos no eran soldados.
—Puede que no, pero tienen un equipo de lo más majo, ¿no te parece? —
Sonrisas
cogió uno de los lanzaproyectiles y, apreciativo, examinó el cañón—. Muuuuy majo. ¿Cómo, si no, íbamos a conseguir un material como éste? Tampoco es que tu puñetera República nos envíe mucho.
—¿Valía eso sus vidas?
—Vaya. Así que nos ponemos a juzgar, ¿eh? ¿Es que no te hemos sacado las castañas del fuego? No estaría fuera de lugar que dieras las gracias...
—Fuiste tú quien puso mis "castañas" en el fuego —replicó Mace con hosquedad—. Y te tomaste tu tiempo para sacarlas.
Los ojos de
Sonrisas
eran distantes, pese a que su tono de voz permanecía burlón.
—Yo no te conozco, Windu, pero sé quién se supone que eres. Ella habla de ti todo el tiempo. Sé lo que se supone que eres capaz de hacer. Si hubieran podido contigo...
—¿Sí?
Movió la cabeza un centímetro a la derecha. Un encogimiento de hombros korun.
—Les habría dejado. ¿Vienes o no?
***
Pelek Baw pasaba ante las ventanas tintadas del terracoche. El vehículo circulaba sobre grandes globos toroidales fabricados con la resina de un árbol local, y empleaba tablillas curvadas de madera como muelles. El conductor era nativo, un korun de edad mediana con una red de cataratas en un ojo y dientes podridos manchados de rojo por masticar corteza de thyssel. Mace y los korunnai iban sentados tras él, en la cabina de pasajeros.
Mace mantuvo la cabeza gacha, simulando concentrarse en montar un adaptador improvisado para recargar su sable con las baterías láser robadas. Eso no requería mucha atención: había diseñado su sable láser para poder recargarlo con facilidad. En caso de emergencia, hasta podía emplear la Fuerza para abrir un cierre oculto en el interior de su carcasa herméticamente sellada, abriendo una compuerta que le permitía sacar manualmente la célula energética. En vez de eso, conectaba laboriosamente cables a las baterías láser y simulaba estudiar sus medidores de carga.
Era, sobre todo, una excusa para mantener la cabeza gacha.
Pese a lo estrecho del compartimento y al viaje lleno de baches, lo primero que hicieron los korunnai nada más subir fue desmontar con rapidez y eficiencia las armas capturadas. Mace supuso que debían de tener mucha práctica. Todas las partes descubiertas fueron frotadas con pedazos de una resina translúcida de color marrón anaranjado que
Sonrisas
llamó ámbar de portaak, un funguicida natural que el FLM empleaba para proteger sus armas. La misma resina que cubría el mango del sable láser de Depa.
Sonrisas
entregó un pedazo a Mace.
—Será mejor que hagas lo mismo con el tuyo. Y deberías pensar en conseguir un cuchillo. Puede que una pistola de cartuchos. Las armas energéticas son poco fiables aquí, hasta con el ámbar.
Dijo a Mace que se quedara el pedazo y se encogió de hombros cuando éste le dio las gracias.
El nombre de
Sonrisas
era Nick Rostu. Se presentó en el terracoche mientras vendaba con el nebulizador los cortes de Mace, y trataba sus magulladuras con un uso liberal del botiquín robado, o requisado. Mace recordó un ghôsh llamado Rostu, lejanamente emparentado con el ghôsh Windu. Que Nick hubiera asumido el apellido Rostu significaba que debía de ser un nidôsh, un niño del clan, un huérfano. Como Mace.
Pero no se parecía a Mace.
A diferencia de sus compañeros. Nick hablaba básico sin acento. Y sabía moverse por la ciudad. Probablemente fuera por eso por lo que parecía estar al mando. Mace dedujo por las conversaciones que Nick había pasado gran parte de su infancia en Pelek Baw. Y. habiendo visto a los niños korun de la ciudad, se negó a imaginar cómo debió de ser la infancia de Nick.
A la chica grande y emocionalmente destrozada la llamaban Chalk. Los otros dos se parecían lo bastante como para ser hermanos. El mayor, cuyos dientes mostraban manchas escarlatas de thyssel, se llamaba Lesh. El más joven, Besh, no hablaba nunca. La protuberancia de una cicatriz unía la comisura de su boca con su oreja derecha, y le faltaban los tres dedos finales de la mano izquierda.
En el terracoche hablaban entre sí en koruun. Mace mantuvo la mirada fija en el mango de su sable láser, sin dar señales de entender la mayor parte de lo que se decía. Su koruun estaba oxidado —lo había aprendido treinta y cinco años estándar antes—, pero bastaba, y la Fuerza le ofrecía comprensión allí donde su memoria podía fallarle. Su conversación era en su mayoría lo que podía esperarse de unos jóvenes tras un tiroteo, una mezcla de: "¿Viste cuando yo...?" y "Jo, de verdad pensé que me iba..." mientras repasaban el inevitable caos de imágenes cargadas de adrenalina recordando el combate.
Chalk miraba de vez en cuando hacia Mace. "¿Qué pasa con el Jedi Caradepiedra?", le preguntaba a los otros. "No me gusta. Pone la misma cara cuando limpia sus armas que cuando las utiliza. Me pone nerviosa."
Nick se encogió de hombros. "¿Te haría más feliz que fuera como Depa? Confórmate con lo que tienes. Y cuidado con lo que dices. Ella dijo que hace unos años éste pasó un tiempo en las montañas. Puede que aún hable algo de koruun."
La única respuesta de Chalk fue una seca mirada de desdén que se retorció en el estómago de Mace como un cuchillo.
Como Depa
...