Authors: Matthew Stover
Mientras estaba allí, agazapado, mirando boquiabierto a la empalidecida extensión, ésta se apagó, chisporroteó y desapareció.
Y puede que los problemas sean graves
, pensó.
Tenía el sable láser descargado.
—Eso no es posible —ladró—. No es...
El estómago le dio un vuelco, y lo comprendió.
Geptun.
Mace lo había subestimado. Era corrupto y ambicioso, sí. ¿Estúpido? Era evidente que no.
—¡Jedi!
Era una voz de hombre procedente del callejón. Uno de los tiradores.
—Hagamos esto por la vía fácil, ¿vale? Nadie tiene por qué salir herido.
Ojalá eso fuera cierto
, pensó Mace.
—Tenemos todo tipo de material con nosotros, Jedi. No sólo pistolas láser. Tenemos glop. Tenemos nytinita. Tenemos redes aturdidoras.
Pero todavía no habían usado nada de eso. Mercenarios, decidió Mace. Puede que cazadores de recompensas. Milicianos no. Las granadas glop y el gas somnífero eran caros: y una pistola láser no costaba casi nada. Así que se estaban ahorrando unos cuantos créditos.
También le estaban dando tiempo para pensar. E iba a hacer que lo lamentaran.
—¿Quieres saber qué más tenemos? —Mace podía oír su sonrisa—. Mira arriba, Jedi...
La pareja de motojets ascendió oscilante sobre el borde de los tejados. Sus pilotos con visores se recortaban contra el cielo azul. Sus aspas delanteras de control arrojaron espejados destellos del amanecer por el suelo del patio. Sus cañones láser inferiores apuntaron a Mace con bocas chamuscadas por el plasma. Estaba a completa merced de su fuego cruzado, pero seguían sin disparar.
Mace asintió para sus adentros. Lo querían con vida. Un disparo de uno de esos cañones, y tendrían que recoger su cuerpo con palas y una fregona.
Pero eso no significaba que los cañones fueran inútiles. Una descarga de la motojet principal abrió un boquete grande como el pecho de un hombre en la pared de arcilla situada a dos metros encima de él. Cascotes y esquirlas lo golpearon, le cortaron y lo arrojaron al suelo.
El calor resbalaba por su piel, y olió a sangre: tenía un corte. El resto de sus lesiones eran demasiado recientes para saber lo mal que podían estar. Se arrastró ente los escombros y se arrojó tras un cubo de basura. No le sirvió de nada; el piloto del deslizador reventó el otro lado del cubo y éste golpeó a Mace con fuerza suficiente como para dejarle sin aliento.
Disparado. Aturdido. Cortado. Magullado. Sin sable.
Haruun Kal le estaba haciendo pedazos, y no llevaba ni un día en el planeta.
—¡De acuerdo! —se incorporó y extendió los brazos sobre el cubo de basura para que los pilotos de las motos pudieran verlos. Dejó que el sable láser descargado colgara de su dedo por el aro de sujeción al cinto—. De acuerdo, voy a salir. No disparéis.
Mientras salía con las manos en alto desde debajo del cubo, el deslizador principal descendió. El otro deslizador se mantuvo donde estaba, encañonándolo desde las alturas. Mace se encaminó hacia la salida del callejón, respiró hondo y salió del rincón. Los dos tiradores salieron poco a poco de sus refugios: uno de detrás de un cubo de basura, y el otro asomando por el umbral de una puerta. Los dos hombres de refuerzo se quedaron en los rincones de la bocacalle del callejón.
—Sois muy buenos —dijo Mace—. De lo mejor que he visto.
—Oye, gracias —respondió uno. A juzgar por su voz, era el que había hablado antes. El jefe, probablemente.
Su sonrisa era menos amistosa que su tono de voz. Tanto él como su compañero llevaban rifles corrientes apoyados en el hueco del brazo. Los hombres del fondo, al principio del callejón, llevaban rifles láser combinados con algo más grande: lanzaproyectiles o láseres de haz ancho para disturbios.
—Supongo que es un gran halago, viniendo de un Jedi como tú.
—Habéis venido preparados, desde luego.
—Sí. Entréganos ese láser, ¿eh? Despacio y sin gestos bruscos.
Mace se pasó el sable láser a la mano izquierda despacio, muy despacio, acercando la derecha hacia la culata de la Energética 5.
—Me gustaría poder decirte cuántas veces han venido a por mí grupos como el tuyo. Y no sólo en callejones. En la calle. En cuevas. Barrancos. Hangares de cazas. Lavanderías en seco. Donde se te ocurra.
—Y esta vez te han cogido. Deja el láser en el suelo y lánzalo de una patada hacia mi amigo.
—Piratas. Cazadores de recompensas. Nativos. Manadas de aulladores —Mace hizo lo que le pedían mientras hablaba como si comentara sus recuerdos en compañía de viejos amigos—. Armados con todo lo que hay, desde detonadores térmicos a hachas de piedra. Y a veces sólo con garras y dientes.
El hombre callado se inclinó para recoger la Energética 5. La boca de su cañón se apartó de él. Mace dio un paso a la izquierda. Ahora, el que hablaba estaba en la línea de tiro de los dos situados detrás de él.
Mace recurrió a la Fuerza, y el callejón se cristalizó a su alrededor. Era una red de facetas, líneas de tensión y vectores de movimiento. Se convirtió en una gema con taras y fracturas que conectaban al que hablaba con su compañero, con los dos tiradores del fondo, con las motojets y sus pilotos, con los edificios de veinte metros de alto a cada lado...
Y con Mace.
No podía ver ningún punto de ruptura que le sacara de esa situación.
Eso no significa que no pueda
, pensó.
Sólo
que no
será fácil
.
Ni seguro
.
Ni siquiera
probable
.
Respiró hondo para recuperarse.
Sólo necesitó una espiración. Si la Fuerza le entregaba a la muerte allí mismo, estaría preparado.
—Ahora el sable láser —dijo el que hablaba.
—Estáis mejor preparados que la mayoría —Mace balanceaba el sable láser en la palma de la mano—. Pero al igual que todos los demás, habéis olvidado la única pieza del equipo que de verdad os serviría de algo.
—¿Sí? ¿Cuál es?
La voz de Mace se tornó gélida, y sus ojos más aún.
—Una ambulancia.
La sonrisa del jefe intentó convertirse en una risa, pero, en vez de eso, se desvaneció. La franca mirada de Mace era zona carente de humor.
El jefe alzó el rifle.
—El sable láser. Ahora.
—Claro —Mace se lo arrojó—. Cógelo.
El sable láser trazó un largo arco. Mace sintió en la Fuerza que todos se relajaban de forma fraccionada, que la presión en los gatillos cedía ligeramente, que la concentración cargada de adrenalina disminuía mínimamente. Se relajaban porque ahora él estaba desarmado.
Porque ninguno de ellos entendía lo que era un sable láser.
Mace había iniciado la construcción de su sable láser cuando todavía era padawan. El día que acarició por primera vez el metal con la mano, ya llevaba tres años soñando con ese sable láser; se lo había imaginado tan completamente que ya existía en su mente, perfecto en cada detalle. Su construcción no fue una creación, sino una actualización. Tomó una realidad mental y la hizo física. El objeto de metal y piedras preciosas, de rayos de partículas y célula energética, era sólo una expresión. Su verdadero sable láser era el que sólo existía en esa parte de la Fuerza que Mace llamaba su mente.
Un sable láser no era un arma. Las armas pueden robarse o destruirse. Las armas son entidades unitarias. Muchas personas hasta les ponen nombre. Mace podía nombrar a su sable láser tanto como a su mano. El no era el niño que, cuarenta y un años antes, había imaginado la forma que tendría el sable láser. Ni el arma era idéntica a aquella primera imagen que surgió en los sueños de un niño de nueve años. Había reconstruido su sable con cada paso que daba en una comprensión más profunda de la Fuerza y el lugar que ocupaba en ella. Rehaciéndolo. Había crecido con él.
Su sable láser reflejaba todo su saber. Todo aquello en lo que creía.
Todo lo que era.
Motivo por el cual no le costaba ningún esfuerzo, ningún pensamiento, cogerlo con la Fuerza mientras giraba en el aire, y lanzarlo como una bala.
El arma silbó por el aire y la culata acertó al que hablaba entre los ojos con un golpe sordo de piedra contra madera. El impacto lo derribó, dejándolo inconsciente o muerto antes de tocar el suelo. Sus manos se cerraron espasmódicamente en el láser, que escupió energía.
Mace empleó la Fuerza para desviar el cañón del láser y barrer al compañero del que hablaba, arrojándolo girando contra el suelo. A continuación guió el cañón hacia arriba, y un martilleo de energía trazó un arco de agujeros en la pared, antes de destrozar las aspas de control de la motojet situada detrás de él, abocándola a un giro descontrolado que mantuvo al piloto demasiado ocupado agarrándose como para pensar en disparar arma alguna.
Las armas de los dos hombres apostados en la bocacalle del callejón empezaron a toser rayos, pero Mace ya estaba en movimiento. Empleó la Fuerza para saltar hasta un punto situado a cinco metros de altura en la pared más alejada de él, tomó allí impulso y saltó hacia la pared contraria otra vez, y otra, subiendo más y más en zigzag, en dirección a los tejados y en medio de una tormenta de disparos.
Las granadas de explosión retardada estallaron abajo, el glop blanco saliva salpicó el callejón. Se desató la nube púrpura giratoria del gas somnífero nytinita, pero Mace ya estaba muy por encima de su zona de alcance. Siguió ascendiendo hasta el borde del tejado de baldosas cocidas, y allí había gente...
El tejado estaba abarrotado con sacos de baldosas, botes de permacita líquida y lonas amontonadas que servirían de protección contra las lluvias invernales, pero que en ese momento servían de camuflaje para al menos dos hombres.
Los hombres, ocultos bajo las lonas, eran invisibles a simple vista, pero Mace los sintió en la Fuerza. Notaba el temblor de la adrenalina y el desesperado autocontrol necesario para mantenerse inmóvil. ¿Viandantes? ¿Obreros trabajando en el tejado que, sorprendidos en un tiroteo repentino, se escondían para salvar la vida? ¿Refuerzos para el grupo de asalto?
Mace no estaba seguro de vivir para descubrirlo.
Antes de que pudiera agacharse, el piloto de la otra moto le cortó el paso con un manantial de disparos dirigidos a interceptarlo. Un empujón con la Fuerza le depositó finalmente en el tejado, pero por poco tiempo, ya que el piloto disparó una granada de impacto contra los pies de Mace. El Jedi recurrió a la Fuerza para alejar la granada de él y de los hombres escondidos, pero el chorro de vapor del cañón trazó en el tejado yen dirección a ellos una línea de baldosas rotas y agujeros humeantes.
Así que saltó hacia ella.
Utilizó la Fuerza para empujarse hacia arriba, se elevó sobre la descarga de vapor y convirtió su salto en un rodar lateral que le permitió ponerse en pie, con la espalda apoyada contra la enorme chimenea comunitaria que se alzaba en el centro del tejado. La chimenea se estremeció por el impacto de los disparos que encajaba la otra cara. Sintió mediante la Fuerza que la otra motojet volaba en círculos hacia él.
Los agujeros que han hecho los cañonazos en el techo
, pensó. Eran lo bastante grandes como para poder zambullirse dentro. Si pudiera entrar por ellos en el edificio...
La chimenea sólo era un metro más alta que Mace. El Jedi saltó hacia arriba. El fuego de los cañones se ensañó en su pared de arcilla horneada, buscando sus piernas. Antes de que pudiera ver un agujero lo bastante grande como para zambullirse por él, la chimenea cedió y empezó a derrumbarse.
Mace intentó mantener el equilibrio. Un hombre gritó:
—¡Eh, Windu! ¡Feliz día, hoy vuelves a nacer!
Y Mace tuvo un atisbo de lonas apartándose, de ojos azules y dientes blancos, y algo giró en el aire hacia él...
Su forma recordaba vagamente una granada de crioban, pero cuando Mace recurrió a la Fuerza para apartarla, la reconoció. La sintió tan familiar como el sonido de la voz de Yoda.
Era un sable láser.
El sable láser de Depa.
En vez de apartarlo, Mace lo dirigió hacia él. Y la sintió mediante la Fuerza, sintió a Depa como si estuviera a su lado y le hubiera cogido de la mano. El mango tocó la palma de su mano.
La situación parecía diferente bajo el fogonazo verde de la hoja de Depa.
El resto de la pelea duró menos de cinco segundos.
La motojet volvió a abrir fuego, y Mace se echó a un lado, dejando que la Fuerza moviera la hoja. Los disparos láser rebotaron en la fuente de energía y destrozaron la célula energética del vehículo, enviándolo dando vueltas hacia el suelo del callejón sin salida. El korun de ojos azules —
Sonrisas
, el que le había conducido hasta allí— y el otro hombre que estaba oculto bajo la lona llevaban lanzacartuchos de fuego rápido que apoyaron en el borde del tejado para llenar el callejón de abajo con un enjambre letal de proyectiles.
Dos korunnai más salieron de su escondite en el tejado contrario. Uno de ellos tenía un lanzacartuchos. Las llamas brotaban de su cañón. El otro —una corpulenta chica korun de piel clara y pelo rojizo— se puso en pie con las piernas abiertas y, apoyando en la axila un enorme Trueno Mer-Sonn, barrió el callejón con aullantes descargas de anchos rayos de partículas.
Al otro piloto no le gustó cómo se ponían las cosas, así que bajó la potencia de su moto y se alejó por encima de los tejados con un chirrido.
Sonrisas
giró el cañón y apuntó a la espalda del piloto, pero la moto cabrioleó en el aire y, antes de que pudiera disparar, se descontroló y se estrelló a casi doscientos kilómetros por hora contra la pared de un edificio lejano.
Sonrisas
agitó una mano en lo alto, y los korunnai dejaron de disparar.
El repentino silencio resonó en los oídos de Mace.
—¿A que ha sido divertido? —repuso
Sonrisas
, sonriendo a Mace y guiñándole un ojo—. Vamos, Windu, no me digas que esto no te ha calentado un poco los pantalones.
Mace se dejó caer al tejado y puso la hoja de Depa en posición neutral.
—¿Quién eres?
—Soy el tipo que acaba de sacarte las castañas del fuego. Vámonos ya, tío. La milicia llegará en cualquier momento.
Los dos korunnai del otro lado del callejón ya se deslizaban hasta el suelo utilizando delgadas cuerdas.
Sonrisas
y su amigo engancharon al borde del tejado garfios que parecían hechos de latonbejuco pulido y soltaron una cuerda. Su amigo se echó al hombro el rifle de cartuchos y se deslizó sobre el borde.