Authors: Matthew Stover
Esos dos veteranos difícilmente habrían podido ser más diferentes. La altura de Yoda apenas sobrepasaba las dos terceras panes del metro, tenía la piel verde, como un quelpo-errante chadiano, y grandes ojos saltones que a veces parecían tener vida propia; Mace era alto para ser humano, le faltaba la anchura de la palma de una mano para alcanzar los dos metros, y tenía hombros anchos y fuertes, brazos sólidos, ojos oscuros y un rictus de hosquedad en la boca. Yoda dejaba que los escasos restos de sus cabellos cayeran al azar, pero Mace tenía el cráneo afeitado y del color del lamma pulido.
Pero puede que lo que más diferenciara a los dos Maestros Jedi fuera la sensación que emanaba de ellos. Yoda transmitía una sensación de sabiduría añeja, combinada con un travieso sentido del humor propio de los verdaderos sabios; si bien, a veces, su gran edad y vasta experiencia le hacían parecer distante, hasta indiferente. Tener casi novecientos años de edad le hacía ver las cosas a largo plazo. Mace, en cambio, había sido ascendido a miembro del Consejo Jedi antes de su trigésimo aniversario. Su actitud era justamente la contraria. Eficiente. Motivado. Intenso. Irradiaba intelecto incisivo y voluntad indomable.
Mace llevaba más de veinte años estándar en el Consejo cuando ocurrió la batalla de Geonosis, que dio inicio a las Guerras Con. Hacía diez años que nadie le veía sonreír.
A veces, en privado, se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír.
—Pero lo que sudoroso a este despacho te trae el planeta Harun Kal no es —dijo Yoda con tono ligero y comprensivo, pero mirada penetrante—. Preocupado por Depa estás.
Mace inclinó la cabeza.
—Lo sé. La Fuerza traerá lo que traiga, pero el Servicio de Inteligencia de la República informa que los separatistas se han retirado, que han abandonado su base en las afueras de Pelek Baw...
—Pero ella no ha vuelto.
Mace entrelazó los dedos. Una respiración honda le devolvió su tono habitual de voz, profundo y desapasionado.
—Oficialmente. Haruun Kal sigue siendo un planeta separatista. Y ella es una mujer reclamada. No le resultará fácil abandonar ese mundo. Ni siquiera enviar una señal para que la evacuen de allí. La milicia local emplea todo tipo de interferidores de señal, y triangulan todo lo que no pueden interferir; se han exterminado bandas enteras de partisanos por una transmisión descuidada...
—Tu amiga es —Yoda empleó el bastón para dar un golpecito en el brazo a Mace—. Por ella te preocupas.
Mace rehuyó su mirada. Sus sentimientos por Depa Billaba eran profundos.
Ella llevaba cuatro meses estándar en ese planeta. No podía comunicarse de forma regular; así que Mace seguía sus actividades mediante los informes esporádicos del Servicio de Inteligencia de la República sobre los sabotajes que sufría la base de cazas estelares de los separatistas, y sobre las infructuosas expediciones que organizaba la milicia balawai para exterminar o contener a la guerrilla de Depa. Ya hacía más de un mes que el Servicio de Inteligencia de la República informó de la retirada de los separatistas al cúmulo estelar Gevarno, al no poder seguir manteniendo y defendiendo su base. El éxito de Depa no podía haber sido más brillante.
Pero a él le daba miedo descubrir el precio que había pagado.
—No puede ser porque haya desaparecido o porque... —murmuró. Un rubor oscuro cubrió su cráneo desnudo cuando se dio cuenta de que había expresado sus sentimientos en voz alta. Seguía notando los ojos de Yoda clavados en él, y medio se encogió de hombros, a modo de disculpa—. Sólo pensaba que no sería necesario tanto secretismo si la hubieran capturado, o matado...
Las arrugas del rostro de Yoda se acentuaron alrededor de su boca, y el anciano Maestro chasqueó la lengua de una forma desaprobadora que cualquier Jedi reconocería al instante.
—Frívolo especular es, cuando la paciencia todo revelará.
Mace asintió en silencio. Nadie discute con el Maestro Yoda: era algo que en el Templo Jedi se aprendía en la infancia. Ningún Jedi lo olvidaba.
—Es... enloquecedor, Maestro. Si tan sólo... Quiero decir que hace diez años podríamos habernos limitado a buscar con...
—Aferrarse al pasado un Jedi no puede —le interrumpió Yoda con severidad. Su verde mirada recordó a Mace que no debía hablar de la negrura que ensombrecía la percepción Jedi de la Fuerza. No era algo que se comentase fuera del Templo. Ni siquiera aquí—. Miembro del Consejo Jedi es. Poderosa Jedi. Brillante guerrera...
—Ya puede serlo —repuso Mace, forzando una sonrisa—. La entrené yo.
—Pero mucho te preocupas. Demasiado. No sólo por Depa, sino por todos los Jedi. Desde Geonosis.
La sonrisa no le servía de nada. Dejó de intentarlo.
—No quiero hablar de Geonosis.
—Meses hace que esto sé. —Yoda volvió a pincharle con el bastón, y Mace alzó la mirada. El anciano Maestro se inclinó hacia él con las orejas curvadas hacia delante y sus enormes ojos verdes destellando con suavidad—. Pero cuando por fin hablar quieras... yo escucharé.
Mace aceptó, inclinando la cabeza en silencio. Nunca lo había dudado. Pero, aun así, prefería hablar de otra cosa.
De cualquier otra cosa.
—Mira este lugar —murmuró, meneando la cabeza ante el tamaño del despacho del Canciller Supremo—. Incluso después de diez años, la diferencia que hay entre Palpatine y Valorum... De cómo era entonces este despacho...
Yoda alzó la cabeza en esa negación inversa suya.
—A Finis Valorum bien recuerdo. El último de un gran linaje era. Su mirada pareció perderse por una vasta distancia, y bien podía estar meditando sobre sus novecientos años como Jedi.
Resultaba inquietante darse cuenta de que la República, aparentemente eterna en su milenio de larga permanencia, no era mucho más vieja que el propio Yoda. A veces, cuando contaba historias sobre su juventud, largo tiempo desaparecida, parecía hablar de la propia República: atrevida, confiada, rebosante de vitalidad al expandirse por la galaxia, llevando paz y justicia de un cúmulo estelar a otro, de un sistema a otro, de un mundo a otro.
A Mace le resultaba más inquietante aún pensar en el contraste de lo que veía Yoda.
—Conectado con el pasado Valorum estaba. Y en la tradición profundamente enraizado —hizo un gesto de la mano con el que parecía invocar el deslumbrante despacho de Finis Valorum, con su despliegue de muebles antiguos, rebosantes de exóticos aceites, obras de arte, esculturas y tesoros originarios de un millar de mundos. Ese despacho estuvo una vez lleno del legado de treinta generaciones de la Casa Valorum—. Demasiado profundamente quizás. Hombre de historia Valorum era. Palpatine... —Yoda cerró los ojos en su vagar—. Hombre de hoy Palpatine es.
—Lo dices como si te doliera.
—Quizá me duela. O quizá sólo de este día mi dolor sea, no de su protagonista.
—Yo prefiero el despacho así. —Mace medio asintió, recorriendo el espacio abierto con la mirada. Austero. Sin pretensiones ni compromisos. Para Mace, era una ventana al carácter de Palpatine. El Canciller Supremo sólo vivía para la República. Vestía de forma sencilla y era de diálogo directo. No le preocupaban los adornos o la comodidad física—. Es una pena que no pueda tocar la Fuerza. Podría haber sido un buen Jedi.
—Pero entonces otro Canciller Supremo se necesitaría —repuso Yoda con una suave sonrisa—. Mejor de este modo quizá sea.
Mace admitió el argumento con una ligera inclinación de cabeza.
—A él admiras.
Mace frunció el ceño. Nunca lo había visto así. Había pasado toda su vida adulta a las órdenes del Canciller Supremo..., pero sirviendo al cargo, no al hombre. ¿Qué pensaba de él como persona? ¿Qué diferencia podía marcar eso?
—Supongo que sí. —Mace recordaba claramente lo que le había mostrado la Fuerza diez años antes, cuando Palpatine fue elegido para el cargo. Palpatine era, a su vez, un punto de ruptura del que dependía el futuro de la República, quizá de toda la galaxia—. A la única otra persona que puedo imaginar guiando a la República en esta hora oscura es..., bueno... —abrió una mano— ...a ti. Maestro Yoda.
Yoda se recostó en su silla flotante y emitió ese resoplido ronco suyo que hacía las veces de risa.
—Político no soy, atontado.
A veces se dirigía a Mace como si sólo fuera un estudiante, y a él no le importaba, le hacía sentirse joven. En estos tiempos todo lo demás le hacía sentirse viejo.
La risa de Yoda se desvaneció.
—Y un líder adecuado para la República yo no sería —bajó aún más la voz, hasta que apenas fue un susurro—. Por la oscuridad mis ojos nublados están, la Fuerza sólo sufrimiento, destrucción y la llegada de una larga, larga noche me muestra. Quizá sin la Fuerza los líderes mejor estén. El joven Palpatine de ver bastante bien parece capaz.
El joven Palpatine —que tenía al menos diez años más que Mace, pero que parecía tener el doble— eligió ese momento para entrar en la habitación, acompañado de otro hombre. Yoda se bajó de la silla flotante. Mace se levantó, en señal de respeto. Los Maestros Jedi realizaron una inclinación. saludando al Canciller Supremo con su acostumbrada formalidad. Este desechó las formalidades. Parecía cansado. La carne parecía disolverse bajo la abolsada piel, ahondando sus ya marcadas mejillas.
El hombre que le acompañaba era poco más alto que un muchacho, aunque evidenciaba tener más de cuarenta años cumplidos. Era larguirucho, y su pelo castaño raleaba sobre una cara tan completamente anónima que Mace podría olvidarla en cuanto apartara la mirada de ella. Tenía los ojos ribeteados de rojo, mantenía un pañuelo de tela pegado a la nariz y se asemejaba tanto a un funcionario burocrático menor, a un empleado gubernamental destacado en un inundo perdido, con seguridad laboral y nada más, que Mace supuso automáticamente que era un espía.
—Tenemos noticias de Depa Billaba.
Pese a su razonamiento anterior, y ante la directa tristeza de la voz del Canciller, el estómago le dio un vuelco a Mace.
—Este hombre acaba de llegar de Haruun Kal. Me terno que..., bueno, quizá sea mejor que ustedes mismos examinen la evidencia.
—¿Qué sucede? —Mace sentía la boca seca como la ceniza—. ¿La han capturado? —El trato que podía esperar un Jedi de los separatistas de Dooku había quedado claro en Geonosis.
—No, Maestro Windu —dijo Palpatine—. Me temo... Me temo que es algo bastante peor.
El agente abrió una gran bolsa de viaje y sacó de ella un desfasado holoproyector. Tras un momento manoseando las controles, una imagen flotó sobre la ebonita pulida hasta convertirse en un espejo de la mesa de Palpatine.
A Yoda se le aplanaron las orejas. Sus ojos se estrecharon hasta formar rendijas.
Palpatine apartó la mirada.
—Ya la he visto demasiadas veces —dijo.
Las manos de Mace se tornaron puños. No conseguía encontrar aire.
Cada uno de los titilantes cadáveres tenía el tamaño de un dedo. Contó diecinueve. Parecían humanos, o algo muy parecido. Había varias chozas prefabricadas dispersas, reventadas, quemadas y derribadas. La escena estaba rodeada por las ruinas de lo que una vez debió de ser una empalizada. La jungla que lo rodeaba todo tenía cuarenta centímetros de alto, y cubría metro y medio de mesa.
Un momento después, el agente suspiraba a modo de disculpa.
—Esto es..., bueno, parece ser, obra de los partisanos leales que dirige la Maestra Billaba.
Yoda miraba fijamente.
Mace miraba fijamente.
Allí... Esas heridas... Mace necesitaba una visión mejor. Alargó la mano hacia la jungla, y la matriz láser del holoproyector formó ondas luminosas alrededor de sus dedos.
—Eso.
Pasó la mano por un grupo de tres cadáveres que yacían boca arriba, con heridas abiertas.
—Aumente eso.
El agente del Servicio de Inteligencia de la República respondió sin apartar el pañuelo de los enrojecidos ojos.
—Ah, esto, sí... Maestro Windu, esta grabadora es, bueno, es muy poco sofisticada, casi, eh, primitiva... —Su voz desapareció en un estornudo que le hizo lanzarse hacia delante como si alguien le hubiera golpeado en la nuca—. Perdonen..., perdonen. No puedo, mi sistema no tolera los supresores estamínicos. Cada vez que vengo a Coruscant...
Mace no movió la mano. No alzó la mirada. Esperó a que las quejas del agente se desvanecieran en el silencio. Diecinueve cadáveres. Y este hombre se quejaba de sus alergias.
—Aumente eso —repitió Mace.
—Yo, eh... Sí, señor.
El agente manipuló los controles del holoproyector con manos que no temblaban mucho. No mucho. La selva desapareció con un chasquido. Reapareció un instante después, ocupando diez metros del suelo del despacho. El entramado de las ramas superiores de los árboles holográficos sólo era pautas luminosas que sobresalían del techo. Los cadáveres tenían ahora casi la mitad de su tamaño real.
El agente encogió la cabeza, frotándose furiosamente la nariz con el pañuelo.
—Lo siento, Maestro Windu. Lo siento. Pero el sistema es...
—Primitivo, sí.
Mace vadeó entre las imágenes luminosas hasta agacharse junto a los cuerpos. Apoyó los codos en las rodillas, doblando las manos ante su rostro.
Yoda se acercó más aún, agachándose al inclinarse para ver mejor. Un instante después, Mace clavó una mirada en sus tristes ojos verdes.
—¿Lo ves?
—Sí... Sí —repuso Yoda con voz ronca—. Pero conclusiones de esto sacar no podemos.
—Eso mismo pienso yo.
—Para los que no somos Jedi... —la voz del Canciller Supremo Palpatine tenía la calidez, y serenidad de un político de carrera. Rodeó su escritorio con la ligera sonrisa de desconcierto que pone un buen hombre que se enfrenta a una fea situación y espera que al final todo salga bien—. ¿Quizá puedan explicarnos?
—Sí, señor. Los demás cuerpos no revelan gran cosa, entre la descomposición y los carroñeros. Pero la mutilación del tejido blando de aquí... —la mano de Mace trazó unos movimientos curvos sobre los cortes que presentaba el torso holográfico de una mujer— ...no es producto de colmillos o garras. Y no es obra de un arma energética. ¿Ve la marca de las costillas? Un sable láser, incluso una vibrocuchilla, habrían atravesado el hueso. Esto se hizo con una hoja inerte, señor.
El asco tensó el rostro del Canciller Supremo.
—¿Una... hoja inerte? ¿Quiere decir algo como..., como un trozo de metal? ¿Un pedazo de metal afilado?