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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (52 page)

El cadáver cayó contra él. Su destrozado brazo se liberó de las correas del vibroescudo. Nick se lo quitó de encima, buscando otro objetivo, y el guardia muerto se deslizó pared abajo.

Geptun no estaba a la vista. Estaría muerto o trabajando en el transmisor-receptor. En tambos casos, lo único que le quedaba por hacer, aparte de luchar, era esperar.

Un grupo de soldados clon se mantenía codo con codo, disparando desesperadamente contra un único guardia akk que saltaba, giraba y asesinaba con precisión demoníaca.

No. No era un guardia akk.

Era Kar Vastor.

Nick levantó el arma de Chalk.

—Esto es por ella, montón de escoria —musitó—. Tú tampoco me caes bien.

Pero la pistola le pesaba demasiado como para sujetarla con firmeza. Y la suya también parecía haber ganado una docena de kilos.

—¿Qué puñetas...?

Sus rodillas parecían de trapo.

Miró al cadáver de Iolu. El otro escudo, el que continuaba colgando silencioso de su brazo muerto, tenía manchas de brillante rojo. Que goteaban.

—Oh —dijo Nick.

Bajó la mirada. Una enorme rasgadura diagonal le abría la túnica por el abdomen, y tenia las piernas empapadas en sangre. Volvió a desplomarse contra la pared.

—Oh —volvió a decir—. Oh, rayos.

***

Y al final resultaba que sólo estaba demasiado cansado. Demasiado viejo.

Demasiado herido.

Mace sintió a través de la conexión en la Fuerza que le unía a Nick que el joven korun se desplomaba. Algo se rompió en su cabeza, y todas sus propias heridas se le vinieron encima.

Cada corte y magulladura, cada hueso roto y articulación torcida, la mordedura del hombre y el agujero en las tripas... Todas ellas florecieron en gritos silenciosos.

El sable láser empezó a pesarle, y sus brazos se movieron con más lentitud. Ella le quemó el pecho con un tajo y se tambaleó.

No había acabado con su espíritu de lucha. Ni siquiera lo tenía muy lejos. Podía sentir dónde estaba. Podía llegar hasta él y tocarlo. Le estaba esperando en la oscuridad.

***

Lorz Geptun temblaba de forma incontrolable. Procuraba no escuchar al estruendo de los disparos láser, que iba disminuyendo mientras él estaba agachado en la estrecha cámara ocupada por el transmisor-receptor del tamaño de un frigorífico. Cada pistola que se silenciaba era un hombre menos para proteger su vida.

Las manos le temblaban tanto que apenas podía apretar las teclas del código que sellaba la funda blindada de su datapad. Cuando por fin lo abrió, tuvo que palpar en la oscuridad, negra como la tinta, para encontrar el puerto de enlace del transmisor-receptor. Sus temblorosas manos hicieron que insertar la conexión con el datapad fuera como enhebrar una aguja con los pies, pero lo consiguió.

Tecleó la secuencia de retirada de los cazas droides con un jadeo de triunfo.

No pasó nada.

Un momento después, la pantalla de su datapad anunciaba:

"FALLO CME: NO SE PUEDE EJECUTAR. FALLO CME."

CME: Contra-Medida Electrónica.

La señal interferidora seguía conectada.

***

Mace sintió en la Fuerza la desesperación de Geptun. Como un regalo.

Otro hombre hasta podría haber sonreído.

Echó una última mirada a la oscuridad que lo llamaba...

La oscuridad de su interior reflejaba la del exterior...

Y se apartó de ella.

Dejó que su arma se replegara y dejó caer los brazos a los costados.

Depa se dispuso a matar.

Mace retrocedió.

Ella saltó hacia él, moviendo el sable, y él se echó a un lado. Ella reanudó su ataque y él retrocedió por encima de los cadáveres y por entre los despojos de los bancos de consolas agujereados por disparos, hasta que chocó contra una consola que aún funcionaba. Luces indicadoras lanzaban destellos como ojos de androides en la oscuridad.

La hoja de fuego verde giró, se detuvo en posición y golpeó.

El se derrumbó a propósito.

Cayó al suelo, a los pies de Depa, y ésta, en vez de traspasarle el cráneo con el sable láser, partió en dos la consola que tenía detrás. Los cables escupieron chispas azules en la abertura quemada.

Era la consola que controlaba el equipo interferidor del espaciopuerto.

Abajo, en la sala del transmisor-receptor, Geptun miró la pantalla de su datapad con asombrada reverencia, consciente de que se le había concedido, de forma inesperada, una gracia inmerecida.

Ponía: "ORDEN EJECUTADA".

En los cielos de Pelek Baw, mientras las cumbres nevadas de Los Hombros del Abuelo se caldeaban con los primeros rayos rojizos del alba, los cazas droides abandonaron la lucha contra las naves pilotadas por clones y volvieron a las profundidades el espacio.

En el búnker de mando, el remolino de poder oscuro ascendió, se detuvo y empezó a remitir.

Mace seguía en el suelo. No creía poder levantarse.

Depa se le quedó mirando con el rostro iluminado de verde jungla por el brillo de su hoja, y un único punto de luz pareció traspasar la oscura locura de sus ojos.

—Oh, Mace...

Su voz era un gemido de asombrado dolor. La hoja de su sable láser se apagó, y sus brazos cayeron flojos e impotentes a los costados.

—Mace. lo siento... Lo siento tanto...

Él consiguió alzar una mano para cogerla.

—Depa...

—Mace, lo siento —repitió ella, y alzó el sable láser para poner el emisor contra su propia sien—. No debimos venir aquí.

—¡Depa, no!

Mace descubrió que tenía fuerzas para levantarse, para mantenerse en pie, y hasta para saltar hacia ella; pero estaba agotado y herido, y se movía con demasiada, demasiada lentitud.

Ella apretó la placa activadora.

Un único chasquido agudo, como una palmada, sonó detrás de él, y una chispa voló del metal del sable láser de Depa, arrancándoselo de la mano.

El arma giró ociosamente en el aire hasta caer entre los restos.

Ella pestañeó aturdida, como si no pudiera comprender por qué seguía con vida, y se derrumbó contra el suelo.

Mace se volvió hacia el origen del sonido.

Nick Rostu sonreía al otro lado del humeante cañón de su pistola, sentado junto al cadáver de un guardia akk, con la espalda apoyada en la pared y la otra mano apretada contra su pecho para mantener cerrada una horrible herida.

—Te lo dije...

—Nick...

—Te dije que sabía disparar... —repuso. Sus dedos se abrieron, y la pistola cayó al suelo. Su mano cayó sobre ella, y los ojos se le cerraron.

—Nick, yo...

El joven korun ya no podía oírle.

—Gracias —dijo Mace en voz queda.

Se removió, y tuvo que apoyar una mano en la destrozada consola de comunicaciones para enderezarse.

El búnker volvía a estar silencioso, oscuro y lleno de muerte.

Silencioso salvo por un gruñido grave.

***

El gruñido procedía de una forma oscura que brotó entre los cuerpos como los hongos en un cadáver.

Bueno, dôshalo. Aquí estamos. Por última vez.

—Es posible.

La forma humeaba poder. Más poder del que Mace había sentido nunca.

Y él estaba tan cansado. Tan herido. La herida de sable láser de su vientre irradiaba dolor y le despojaba de sus fuerzas.

La sombra le hizo señas.

Venga, vamos, con las reglas de la jungla.

—Todo lo contrario —dijo Mace despacio—. Con reglas Jedi.

¿Cuáles son las reglas Jedi?

—No tienes por qué saberlas. No eres un Jedi.

Los vibroescudos gimieron con vida.

Te estoy esperando, Jedi de los Windu.

Mace extendió una mano, y su sable láser la encontró.

Permaneció inmóvil, esperando.

Temes atacarme

—Los Jedi no tememos nada —dijo Mace—. Y no atacamos. Mientras tú te mantengas en paz, también lo estaré yo. Acabas de aprender dos reglas Jedi. Para lo que te van a servir. No has estado prestando mucha atención, Kar. Y ya es demasiado tarde para empezar a prestarla. Esto se ha acabado.

¡No se ha acabado NADA! No mientras sigamos con vida.

—Aquí tienes otra regla Jedi —Mace dio unos pasos hacia un lado, y encontró una parte de suelo en la que no temiera tropezar con un cuerpo—. Cuando se combate a un Jedi, se pierde de antemano.

La forma oscura se acercó aún más.

Bonitas palabras de un hombre al que ya he vencido antes.

—Se ha ordenado a los cazas que se retiren. La ciudad seguirá en pie. Se han rendido a la República. No tenemos motivos para luchar.

Los hombres como nosotros somos nuestro propio motivo.

Mace negó con la cabeza.

—Esta no es una pelea para ver quién es el perro más grande. Te haré daño si me obligas. Y mucho.

No puedes venirme con faroles.

—No, pero puedo matarte. Aunque preferiría no hacerlo.

¿Son más reglas Jedi?

Mace se desplomó.

—¿Piensas moverte alguna vez? Estoy demasiado cansado para esto.

Ya dormirás cuando estés muerto
, ladró Vastor, y saltó hacia él.

El ultracromo lanzó un destello. Mace podía haber salido a su encuentro, enfrentar su hoja a los escudos; pero, en vez de eso, se echó a un lado.

No tenía ninguna intención de combatir a ese hombre. No aquí y ahora. Ni en ninguna parte. Nunca.

Vastor era más joven, más fuerte, más rápido e inmensamente más poderoso, y usaba armas contra las cuales la hoja Jedi no servía de nada. Mace no podría ganar una batalla semejante ni en su mejor día, y este día estaba lejos de ser de sus mejores. Estaba agotado, malherido y con el corazón dolorido.

Pero aunque su sable láser no podía mellarlos, esos escudos no eran invulnerables.

Cuando Vastor se disponía a saltar, Mace buscó en la Fuerza. El vibroescudo enterrado en la pared sobre la cabeza de Nick chirrió contra las paredes del búnker al cobrar vida, y fue arrancado y disparado como un misil hacia la espalda de Vastor.

Los increíbles reflejos de Vastor le hicieron girarse, y esos mismos reflejos le permitieron poner sus propios escudos contra el pecho con tiempo suficiente para bloquear el objeto...

Pero no llegaron a bloquear nada...

Los escudos de Vastor emitían ese aullido metálico cada vez que los juntaba por un motivo: siempre los juntaba dorso contra dorso, en vez de filo contra filo.

El borde vibratorio del escudo volante se abrió paso a través de los dos escudos de Vastor, a través de sus muñecas, y se enterró en el hueso del pecho, parándose a menos de un centímetro del corazón.

Vastor, asombrado, pestañeó hacia Mace como si el Maestro Jedi le hubiera traicionado.

—Te lo advertí —dijo Mace.

Vastor negó débilmente con la cabeza, repentinamente espasmódica, y se dejó caer sobre las rodillas.

Me has matado.

Sonaba como si ni él mismo pudiera creérselo.

—No —dijo Mace—. Esa es otra regla Jedi. Matarte no es la respuesta a tus crímenes. Irás a Coruscant. Irás a juicio.

Vastor se tambaleó. Su mirada se tornó vacía y ciega.

—Kar Vastor —dijo Mace Windu—, quedas arrestado.

***

Vastor se desplomó hacia delante. Mace lo cogió y lo puso boca arriba antes de depositarlo inconsciente en el suelo.

Entonces volvió a ponerse en pie, apoyándose en la consola.

La visión se le oscurecía y desenfocaba. Por un momento no estuvo seguro de dónde estaba. Podía estar en el despacho de Palpatine, en la sala de interrogatorios del Ministerio de Justicia, en la estación del Servicio de Inteligencia o en la Sala de la Muerte del paso de Lorshan.

Puede que hasta en el Templo Jedi..., pero el Templo Jedi no olería nunca así.

¿Verdad?

—¿Maestro Windu?

Recordaba esa voz, y eso le devolvió al búnker de mando.

—¿Ha acabado ya? —Geptun llamaba desde la cámara del transmisor-receptor. Sonaba muy viejo, y algo más que un poco perdido—. ¿Puedo salir va?

Mace miró a Kar Vastor y al creciente charco de sangre en el que yacía. Miró los cuerpos dispersos de soldados clon y de técnicos de la milicia. Miró a Nick Rostu, desplomado contra la pared.

—¿Maestro Windu? —Geptun asomó la cabeza despacio por el borde del agujero del suelo—. ¿Hemos ganado?

Mace miró a la triste y encogida forma de Depa Billaba y pensó en sus condiciones para la victoria.

—Parece que soy el único que sigue en pie —dijo despacio Mace Windu.

Era la única respuesta que tenía.

Epílogo
La guerra de los Jedi

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Sigo soñando con Geonosis.

Pero ahora mis sueños son diferentes.

Menos de cuarenta y ocho horas estándar después de arrestar a Kar Vastor llegó un destacamento de la República para tomar posesión de Haruun Kal y del sistema Al'har. Al parecer, los habían enviado con anterioridad, en respuesta a una llamada de auxilio del comandante en funciones del
Halleck
.

Aterrizaron sin encontrar oposición alguna.

La República no ocupará Haruun Kal. Empleando mi autoridad como general del Gran Ejército de la República, recalifiqué la Tierras Altas de Korunnal. Ya no es territorio enemigo, y Haruun Kal ha dejado de ser zona de guerra. El Senado ha seguido mis recomendaciones y ha declarado que las operaciones de combate en Haruun Kal son acciones policiales.

Porque he decidido tratar la Guerra del Verano como si fuera un problema de mantenimiento de la ley.

Es lo que debería haber sido desde el principio, si los intereses financieros que hay tras el comercio de corteza de thyssel no hubieran comprado a algunos senadores y coordinadores judiciales del sector.

Estamos desarmando a los exploradores selváticos y a las bandas de guerrilleros korunnai que quedan. La cosa marcha sorprendentemente bien. Los
jups
tienen un miedo atroz a los soldados de la República, y las bandas de korunnai están demasiado agotadas y enfermas. En cuanto comprenden que no se les tratará mal, la mayoría se limitan a rendirse. Se están investigando todas las acusaciones de atrocidades. Los responsables a los que se pueda identificar serán juzgados y castigados.

La milicia planetaria sigue existiendo, pero de una forma muy reducida. Los regulares de la milicia se convertirán ahora en lo que siempre debieron ser.

Guardianes de la paz. No soldados.

Muchos de ellos se han presentado voluntarios al Ejército de la República.

Incluyendo, de forma inesperada, el coronel Geptun.

No se le ha acusado de ningún crimen. La gran mayoría de las atrocidades cometidas contra los korunnai fueron obra de exploradores selváticos, no de milicianos. Hasta su amenaza de una masacre en el paso de Lorshan resultó ser un farol. No había ordenado nada semejante. De hecho, las reglas de reclutamiento de la milicia prohíben expresamente el ataque contra civiles.

No sólo le he recomendado para que sea aceptado en el Gran Ejército de la República, sino que ya he redactado su traspaso a las oficinas del Servicio de Inteligencia.

Vamos a necesitarlo.

Nick —o debería decir el mayor Rostu— continúa convaleciente aquí, en un centro médico de Coruscant. No sé si podré mantener mi promesa de ofrecerle un trabajo en el cual pueda enseñar tácticas de guerra no convencionales, pero no tengo ninguna duda de que podremos encontrarte algo. Ya he enviado una recomendación al Senado para que le confirmen el rango.

Y para que se le conceda la medalla al valor por notable valentía en combate y por actos más allá del simple cumplimiento del deber.

También he realizado una petición póstuma para Chalk. Su verdadero nombre, que he descubierto hace poco, era Liane Trewal, y ese nombre aparecerá en los registros del Senado. También he solicitado que se la considere candidata a recibir la misma medalla.

No tengo otra forma de expresar mi respeto por la persona que era.

Su gran akk, Galthra, ha desaparecido. Cuando muere el compañero en la Fuerza de un akk es costumbre sacrificar al animal, pues no es raro que los akk que han perdido a su compañero se vuelvan locos y salvajes.

Galthra se perdió en la jungla. Espero que no salga de ella.

Vamos a reconstruir Pelek Baw. El comercio de thyssel da demasiado dinero como para permitir que su epicentro permanezca mucho tiempo en ruinas. Las bajas...

Constan en otro lugar. Es una cantidad abrumadora.

Nadie en Haruun Kal olvidará nunca esa noche.

Kar Vastor se está recuperando de sus heridas. Le salvaron las manos y está aquí, detenido, en el Templo Jedi, donde su poder no puede afectar a sus carceleros.

No se le juzgará de inmediato por el asesinato de Terrel Nakay, sólo se le acusará de ello en el supuesto que se libre del cargo principal. Para juzgarlo, hemos revivido una categoría de crimen por el que no se juzga a nadie desde hace cuatro mil años, desde los tiempos de las Guerras Sith.

A Kar Vastor se le acusa de crímenes contra la civilización.

Y Depa...

Depa afrontará los mismos cargos.

Algún día.

Si alguna vez se la declara competente para presentarse a juicio.

Tras leer mi informe sobre Haruun Kal, el Canciller Supremo Palpatine, con un gesto típicamente cálido y compasivo en él, buscó tiempo entre sus deberes más acuciantes para venir al Templo y ver personalmente a Depa.

Lo hizo acompañado por Yoda y por mí. Los tres permanecimos a solas en una oscurecida sala de observación, contemplando en la holopantalla cómo tres curanderos Jedi atendían a la pobre Depa. Estaba suspendida en un tanque de bacta. Tenía los ojos abiertos, ya que al estar sumergida en bacta no necesitaba pestañear, y miraba fijamente a través del transpariacero hacia algo que sólo podía ver ella.

Depa no ha dicho nada, ni se ha movido, desde que se derrumbó. Los mejores curanderos Jedi del Templo no consiguen encontrar ningún defecto orgánico en ella. El bacta le ha curado las heridas físicas, pero no puede tocar el resto.

Cuando los curanderos la tocan a través de la Fuerza, lo único que encuentran es oscuridad. Vasta y sin rasgos.

Depa está perdida en una noche infinita.

El Canciller Supremo la observó sólo uno o dos momentos, antes de suspirar y menear la cabeza con tristeza.

—¿Debo asumir que no hay progresos?

Yoda me miró con gravedad mientras yo forcejeaba para encontrar palabras con las que responder. Por fin, él suspiró y se apiadó de mí.

—Acabar con su vida intentó ella. Hundirse tanto en la desesperación como para no ver la luz muy trágico es. Pero allí seguirla no debemos. Aferrarnos a la esperanza debemos. Recobrarse quizá pueda. Algún día.

La verdad se abrió paso en mí, aunque quizá no debería haberlo admitido.

—Casi habría preferido perder el planeta, si así hubiera podido salvarla.

—¿Y sabe qué la hizo desmoronarse así? —Palpatine presionó la mano contra la holopantalla, corno si pudiera llegar hasta ella y acariciarle el pelo—. Creo recordar que uno de los objetivos de su misión en Haruun Kal era descubrir precisamente eso, pero su informe no ofrece ninguna conclusión definida.

Lo admití con lentitud.

—Sí. Lo sé.

—¿Y?

—Resulta difícil de explicar. Sobre todo a alguien que no es Jedi.

—¿Tiene algo que ver con la cicatriz de su frente? Donde estaba su... ¿cómo la llamó?

—La Marca Mayor de la Iluminación.

—Sí. ¿Donde estaba su Marca de la Iluminación? Me doy cuenta de lo doloroso que debe de resultarle esto, Maestro Windu, pero hágame el favor. Los Jedi son vitales para la supervivencia de la República, y la Maestra Billaba no es el único Jedi que hemos perdido en la oscuridad. Todo lo que podamos saber sobre lo que hace que uno caiga en la oscuridad es de incuestionable importancia.

Yo asentí.

—Pero no puedo ofrecerle una respuesta concreta.

—Pues, explíqueme entonces lo de la cicatriz. ¿Acaso la torturaron?

—No lo sé. Es posible. Pero también es posible que la herida fuera autoinfligida. Quizá no lo sepamos nunca.

—Es una pena que no podamos preguntárselo —murmuró Palpatine.

Pasaron varios segundos antes de que yo pudiera responder.

—Yo sólo puedo especular en términos generales, en función de lo que ella me contó y de mis propias experiencias.

Las cejas de Palpatine se arquearon.

—¿Las suyas?

No pude enfrentar su mirada. Cuando agaché la cabeza me encontré con la mirada de Yoda. Su sabio rostro arrugado estaba lleno de venerable compasión.

—Tú no caíste —dijo en voz baja—. De esto fuerzas sacarás.

Yo asentí y me descubrí nuevamente capaz de mirar al Canciller Supremo.

—Es la guerra —dije—. No sólo esa guerra, sino la guerra en sí; cuando cualquier decisión que se toma implica la muerte, cuando salvar inocentes significa que otros inocentes deben morir. No sé si algún Jedi podría sobrevivir mucho tiempo a ese tipo de decisiones.

Palpatine paseó la mirada de Yoda hasta mí. Su rostro era una máscara de compasiva preocupación.

—¿Quién habría supuesto que librar una guerra podría tener un efecto tan terrible en un Jedi? Incluso ganando —musitó—. ¿Quién habría podido imaginar algo así?

—Si —no podía dejar de estar de acuerdo—. ¿Quién habría podido imaginarlo?

—Preguntarnos debemos —dijo Yoda despacio—, si ésa la pregunta más importante de todas es...

A eso le siguió un silencio largo e incómodo que acabó rompiendo Palpatine.

—Ah, es una pena que las cuestiones filosóficas deban quedar para los tiempos de paz. Ahora debemos concentrarnos en ganar esta guerra.

—Es lo que hizo Depa —dije yo—. Y mire lo que le hizo.

—Ah, pero algo así nunca podría ocurrirle a, por ejemplo, usted —dijo Palpatine con calidez. Sus labios dibujaron una enigmática sonrisa—. ¿Verdad que no?

No le dije que si podía haberme ocurrido. Que casi me ocurre.

Estos días pienso mucho en eso. Pienso en Depa. En todo lo que ella me dijo.

Y lo que me hizo.

Pienso en la jungla.

Ella tenía razón en muchas cosas.

Tenía razón en lo del Jedi del futuro. Para ganar esta guerra contra los separatistas debemos renunciar a lo que nos hace Jedi. Si, pudimos ganar en Haruun Kal porque nuestro enemigo cedió ante el ímpetu de la monstruosa crueldad de Kar Vastor.

Los Jedi somos guardianes de la paz. No somos soldados.

Si nos convertimos en soldados, dejaremos de ser Jedi.

Pero, aun así, no desespero.

Ella también se equivocó en algunas cosas.

Porque ella se perdió al luchar en una guerra ajena. Estaba combatiendo al enemigo equivocado.

Los separatistas no son los verdaderos enemigos de los Jedi. Son enemigos de la República. Y será la República la que gane o pierda las batallas de la Guerra Clon.

Ni siquiera los Sith renacidos son nuestros enemigos. La verdad es que no.

Nuestro enemigo es el poder que se confunde con la justicia.

Nuestro enemigo es la desesperación que justifica la atrocidad.

El verdadero enemigo del Jedi es la jungla.

Nuestro enemigo es la misma oscuridad, la agobiante nube de miedo, desesperación y angustia que conlleva esta guerra. Que envenena nuestra galaxia. Por eso mis sueños de Geonosis son ahora diferentes.

En mis sueños, sigo haciendo las cosas como es debido.

Pero lo que hago en sueños es justo lo que hice en el circo.

Si las profecías son ciertas, si Anakin Skywalker es de verdad el Elegido, el que traerá el equilibrio a la Fuerza, entonces es el ser más importante que vive hoy en día. Y si él vive hoy es debido a que mis instintos Jedi funcionaron a la perfección.

Porque, entonces, el error que creí cometer en Geonosis no fue en absoluto un error.

Si hubiera hecho lo que Depa dijo que debí hacer, si hubiera ganado la Guerra Clon soltando una bomba de baradium en Geonosis, yo habría perdido la verdadera guerra. La guerra de los Jedi.

Anakin Skywalker puede ser el punto de ruptura de nuestra guerra contra la jungla.

Si lo es. Si Anakin es el ser que ha nacido para ganar esa guerra, dará igual si mueren todos los demás Jedi de la galaxia.

Mientras Anakin viva habrá esperanza. Por muy oscura que se ponga la situación, por muy perdida que pueda parecer nuestra causa.

Él es nuestra nueva esperanza de un futuro Jedi.

Que la Fuerza nos acompañe a todos.

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