Punto de ruptura (44 page)

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Authors: Matthew Stover

—No es necesario.

—¿Y eso?

—Ese no es amigo suyo.

Los láseres cuádruples de las torretas de la nave ascendente cobraron vida con un relampagueo. Mace dio un empujón a los repulsores que elevó al Turbotrueno una docena de metros sobre su línea de descenso, de modo que los chorros gemelos de rayos de partículas pasaron inofensivos bajo él y dieron de lleno en la cabina de la fragata perseguidora.

La explosión fue impresionante.

Los dos tercios traseros de la nave dejaron un rastro de humo en su descenso hacia la jungla. El tercio frontal era el humo que arrastraban los dos tercios traseros.

—Eso —dijo Mace Windu— es disparar.

Nick hizo una mueca.

—Ah, claro. Chalk. Te dije que sabía manejar la artillería pesada. Pero deberías verla en una lucha con pistolas. Patética. Completamente patética.

—Saca el código del transpondedor de Depa del escáner de puntería y pásalo a comunicaciones. Hay que coordinar el siguiente movimiento.

—Me alegra saber que tienes previsto un siguiente movimiento.

—¿Cuántos amigos cuentas?

—La cuenta por escáner de los cazas droides es... Oh, ¿seguro que quieres saberlo?

—Nick.

—Doscientos veintiocho.

—Bien.

—¿Bien? ¿BIEN?

—En la parte inferior izquierda del escáner de puntería encontrarás una palanca del tamaño de tu pulgar. Ese es tu control de mareado. Empieza a marcar los cazas droides como objetivos de nuestros misiles. Un misil por caza, y no te saltes ni uno. Y no, repito, no los dispares mientras yo no te dé la orden. Y no marques nada que no sea un caza droide.

—¿Ni siquiera, por ejemplo, alguna de esas sesenta y siete fragatas que tenemos en nuestra zona de combate? —Nick señaló el enjambre de amigos en otra parte de la pantalla—. Porque parecen muy interesadas en nosotros, ya me entiendes. Vienen a por nosotros. Y con mucha prisa.

—¿Sesenta y siete? ¿Cuántas están en nuestra trayectoria de intercepción?

—¿No lo he dicho con claridad? Igual debería decir: Por cierto, ¿te he mencionado que van a reventarnos el culo?

—¿Cuántas?

Nick lanzó una débil risita semihistérica.

—Todas ellas.

—Perfecto —dijo Mace Windu.

***

El comandante del regimiento tenía la designación CRC-09/571. Haruun Kal era su tercera acción en combate, y su primera como comandante de regimiento. Había intervenido en Geonosis como comandante de batallón en la infantería aerotransportada, y su grupo había liderado el ataque frontal contra los globos de combate de la Federación de Comercio. Había vuelto a ser comandante de batallón en la desastrosa escaramuza de Teyr. A medida que los días a la espera de acción a bordo del
Halleck
se convertían en semanas, había obligado a sus tropas a hacer instrucción de forma incesante, agudizando sus ya considerables habilidades hasta el mayor grado de perfección que podía alcanzarse sin derramar la sangre de su regimiento en un combate real.

Y hoy ya se había derramado bastante sangre cuando su pequeña flota fue rodeada por una nube de cazas droides.

Había visto morir a la tercera parte de su regimiento.

Algunas de las lanchas, que estaban inutilizadas pero no destruidas, habían podido eyectar a los supervivientes. Enjambres de soldados con trajes de presión para el espacio abandonaron la órbita como meteoros, con sus retromochilas chispeando mientras reducían y dirigían su caída de minutos a la atmósfera de Haruun Kal. Las lanchas supervivientes no fueron capaces de atraer el fuego de todos los cazas droides, así que quedaron muchos para masacrar también a los hombres.

Cruzaron el espacio, disparando los cañones contra los soldados que caían. Silenciosos haces escarlata que traspasaban el negro vacío con precisión robótica. Cada impacto dejaba un cuerpo roto flotando en medio de un globo en expansión de chispeantes cristales blancos, rosas y azules verdosos; aliento, sangre y fluidos corporales congelados repentinamente en el vacío, resplandecientes y preciosos a la luz de Al'har.

Pero los supervivientes no se asustaron; los soldados que descendían utilizaron las armas que llevaban encima para apuntar a los cazas con engrasada disciplina de disparo y simple valor descarnado, coordinando su fuego con eficaces resultados. Tres repetidores ligeros disparando a un mismo caza pueden destrozarle los escudos, para que un único disparo de rifle láser pueda acabar con su motor. Grupos dispersos de granaderos esparcieron granadas de protones que estallaron ante la proximidad del enemigo, formando improvisados minicampos de minas. Y cuando sus armas se agotaron, los hombres, desesperados, usaron su propio cuerpo como arma, manipulando sus retromochilas para proyectarse al encuentro de los cazas que pasaban a velocidades acrobáticas. Ninguno de los dos podía esperar sobrevivir a semejante colisión.

Los soldados no luchaban para defenderse; sabían que sus vidas estaban acabadas. Pero no cejaron en su esfuerzo.

Luchaban por el regimiento.

Cada caza que derribaban era uno menos para atacar a sus hermanos. CRC-09/571 no era especialmente emotivo, ni siquiera para ser un clon, pero contempló ese sacrificio con una cálida sensación en el pecho. Hombres como ésos hacían que uno se enorgulleciera de ser uno de ellos. El único deseo del comandante clon era cumplir con su deber, pero también albergaba un secreto deseo de hacer algo, de conseguir algo que fuese digno del asombroso heroísmo de sus hombres.

Contraatacar.

Por eso sintió un aguijonazo en las tripas —aquello que un hombre corriente calificaría de ira y frustración, pero que CRC-09/571 apenas sentía, desechándolo de inmediato— cuando se iluminó su comunicador con las órdenes del general Windu.

Le ordenaba que sus naves interrumpieran el fuego de inmediato.

Interrumpir el fuego, pese a estar perseguidos de cerca por cazas droides.

Pese a que tres escuadrillas —192 unidades— adicionales de cazas droides se dirigían en ese momento hacia ellos desde más allá del horizonte planetario.

Pese a las sesenta y nueve fragatas Turbotrueno Sienar que se disponían a interceptarlos desde la superficie.

Su ira y su frustración sólo se manifestaron en cierto tono esperanzado cuando solicitó el código de verificación al general Windu —puede que fuera un enemigo, suplantando al general—, y en la ligera reticencia a confirmarlo cuando el código del general llegó sin errores.

Por lo que podía determinar CRC-09/571, el general Windu estaba ordenando a los clones que murieran. Pero CRC-09/571 estaba capacitado para desobedecer una orden tanto como para caminar a través de una plancha de blindaje.

Los cañones de todas las naves de la República enmudecieron mientras descendían sobre la Meseta Korunnal desde la estratosfera.

Los cazas droides los envolvieron como un enjambre, disparando sus armas.

Mientras su lancha era castigada desde todas partes por múltiples impactos, CRC-09/571 notó algo extraño en su monitor de control: algunas de las fragatas parecían disparar contra las dos que iban delante.

Esas dos no devolvían el fuego. Volaban y ascendían a gran velocidad, desplazándose a un lado y a otro, directas al centro de la batalla aérea, de forma que los cañonazos que les fallaban, que eran casi todos, ascendían y se internaban en la nube de cazas droides. La mayoría de ellos pasaban inofensivamente de largo, ya que no apuntaban a las pequeñas y ágiles naves, pero varias recibieron impactos de lleno y explotaron.

CRC-09/571 frunció el ceño. Todo eso le daba buena espina.

No muy abajo, en la cabina abierta de una de las dos fragatas objetivo de las que les seguían. Mace Windu dijo:

—De acuerdo, Nick. Dispáralos.

—¡Sí, señor!

Nick Rostu pulsó un solo botón, y los cerebros droides de veintiséis cazas droides diferentes —uno por cada uno de los misiles remanentes en los lanzadores del Turbotrueno— sintieron el repentino zumbido interno de alarma de los sensores al detectar el localizador de blanco de un lanzamisiles.

Procedente de una nave amiga.

Los cerebros droides encontraron eso desconcertante, pero no especialmente preocupante; seguían concentrados en su misión primaria: destruir a cualquier nave de la República que intentase orbitar o aterrizar en Haruun Kal. Pero también estaban programados para monitorizar posibles riesgos, y todos ellos dedicaron una parte de sus recursos a buscar en los bancos de memoria algún programa de reacción que pudiera resultar adecuado cuando se es blanco de naves amigas.

No lo había.

Eso sí que lo encontraron preocupante los cerebros droides. Y estaba la cuestión de esas descargas láser...

Tan sólo un segundo después, otros treinta y dos cerebros droides del enjambre de cazas tuvieron exactamente la misma experiencia.

Porque también se habían cargado los cuatro lanzadores Krupx MG3 de minimisiles de la nave de Depa.

—Fuego —dijo Mace cuando las dos fragatas entraron en el perímetro de la creciente batalla aérea.

Un tubo Krupx MG3 puede disparar un misil cada segundo estándar. Cada MG3 tiene dos tubos con cargadores de cuatro minimisiles cada uno. La fragata de asalto Turbotrueno Sienar tiene cuatro Krupx MG3: dos delanteros y dos a popa. Las dos naves vaciaron sus cargadores a la orden de Mace. Las fragatas florecieron con fuego y toberas de cohetes.

Dieciséis misiles por segundo rugieron, serpenteando por el cielo.

La batalla aérea se convirtió en una enmarañada red de estelas de vapor.

En la cabina abierta de la fragata, Nick observó su pantalla y lanzó un silbido.

—Vaya. Sí que son rápidos esos cazas.

—Sí.

—Las dos terceras partes de nuestros misiles no darán en el blanco. No, las tres cuartas partes. Más. ¡Maldición, sí que son rápidos!

—Eso no importa.

—¿Qué quieres decir con que no importa? ¡Sólo nos jugamos el trasero! Por no mencionar el de esos pobres ruskakk de las lanchas.

—Tú mira.

El cálculo de Nick resultó ser en exceso optimista; sólo seis de los cincuenta y nueve misiles encontraron su blanco. Tres fueron interceptados accidentalmente por cazas droides a los que no apuntaban. Los demás fueron destruidos por el contrafuego inhumanamente preciso de los droides, cuando no fueron sencillamente esquivados por las ágiles naves. Los misiles se perdieron en el cielo hasta quedarse sin combustible e iniciar el largo y lento descenso hacia la superficie.

Pero, como Mace había dicho, en la castigada base de las cavernas, los droides son estúpidos.

Eso no quiere decir que no puedan adaptarse a circunstancias cambiantes. Podían hacerlo, y a menudo lo hacían con una celeridad y capacidad de decisión que ningún cerebro orgánico podría igualar. Los droides habían comprendido que estaban siendo atacados por naves "enemigas" antes incluso de que la primera descarga de dieciséis misiles encendiera por completo sus motores. El ataque de una única nave amiga podía considerarse un error, un accidente y nada más; pero eran dos naves, ambas con un código transpondedor que las identificaba como amigas, las que habían abierto fuego contra ellos en un ataque coordinado.

Sin previo aviso.

Los droides no esperaron nuevos ataques. Se adaptaron con relampagueante velocidad e implacable lógica droide.

Y Nick Rostu, que seguía mirando la pantalla de su escáner, ni siquiera notó que la mandíbula se le caía más y más a medida que, primero tino, después una docena y luego un centenar y más de los puntos rojos de la pantalla se ponían azules.

—Se han convertido en hostiles —murmuró sobrecogido.

—Sí.

—Todos ellos.

—Sí.

Doscientos veintisiete cazas droides se apartaron de las lanchas, cuyas armas silenciadas habían hecho descender su valoración de peligro en el cerebro de los droides, y cayeron sobre los sesenta y nueve Turbotruenos en un tornado de destrucción.

Las fragatas empezaron a arder, y a caer.

—¿Tú planeaste esto?

—Aún hay más.

—¿Sí? ¿Qué hacemos ahora?

Una docena de cazas se dirigía hacia ellos.

—Ahora nos largamos —dijo Mace Windu.

Cogió a Nick por el cinturón, y éste le miró con franco horror.

—No me lo digas.

—De acuerdo.

Un salto con la Fuerza arrancó a los dos de la cabina un segundo antes de que la fragata empezara a amigarse bajo centenares de impactos: dos segundos después, explotaba, pero para entonces Mace y Nick ya se encontraban cincuenta y ocho metros más abajo y ganando velocidad, cayendo sin la ayuda de las retromochilas a través del fuego, el humo y las explosiones de la batalla aérea.

El chillido de Nick resultó inaudible entre las explosiones y la fricción del viento.

Dijiste que no te lo dijera
, repuso Mace moviendo los labios.

Nick pasó gran parte de la subsiguiente caída quejándose en voz alta, pero inaudible, por tener que acabar su joven vida como "pareja cómica de un puñetero Maestro Jedi con los sesos como una nuez nikkle".

***

Durante la caída libre, agarrando con fuerza a Nick por el cinturón. Mace recurrió a la Fuerza para buscar su sable láser.

Encontró su resonancia familiar muy abajo. Nick permanecía encogido en una bola fetal, apretando los muslos contra el pecho en un mortal abrazo de nudillos blancos, y gritando obscenidades entre sus propias rodillas. Su apretado aspecto de "bola de cañón" le convertía, por mucho que tuviera tendencia a caer en picado, en algo muy semejante a un objeto aerodinámicamente neutro, por lo que Mace podía dirigir su curso con sólo inclinar su propio cuerpo.

Descendieron hacia un objetivo que apenas podía ver: una fragata que caía, dos kilómetros más abajo y un cuarto al oeste, girando hacia la jungla y escupiendo espeso humo negro. Los cazas droides la ignoraban, concentrados en las fragatas que todavía disparaban, maniobraban y los esquivaban en frenéticos intentos de evasión.

Depa estaba haciendo un gran trabajo, aparentando estar averiada e indefensa.

Pedazos de humeante duracero o un trozo de repulsor adelantaban de vez en cuando a Mace y a Nick en su larga, larga caída. Pasaban por su lado a diferentes velocidades, en función de sus respectivos cocientes de resistencia al viento, pero ningún cuerpo humano pasó junto a ellos. Mace y Nick ya estaban muy cerca del límite de velocidad que podía soportar un ser humano.

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