Punto de ruptura (43 page)

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Authors: Matthew Stover

El parabrisas de transpariacero de un Turbotrueno Sienar es grueso y muy resistente. La mayor parte de la metralla o los fragmentos de una batalla no lo arañarían. Ni siquiera balas de buen calibre podrían mellarlo. Un rayo láser cuádruple puede hacerle un agujero. Uno se lo hizo.

Los siguientes cinco entraron por ese agujero.

La fragata descendió en espiral hacia la jungla, con su carlinga llena de carne desgarrada.

Depa abrió los ojos.

Humeaban con tinieblas.

19
De nave a nave

L
os músculos se amontonaron a lo largo de su mandíbula mientras se obligaba a apartar la mirada y se concentraba en el pilotaje. Una mirada a los sensores de cercanías le mostró fragatas por todas partes: el ordenador contaba cincuenta y tres en la zona del conflicto, y más aproximándose a ellos desde el horizonte. Tecleó para cerrar las compuertas de la bodega y conectó los turbocohetes.

—Nick. Ocúpate de la consola de navegación.

—Claro. Eh... Sí, señor. —Nick miró a los huecos dejados por los asientos eyectados—. Eh..., ¿dónde me siento?

—Delante de los monitores de sensores. En cualquier momento veremos las lanchas del
Halleck
. ¡Kar! ¡Chalk! Las retromochilas de emergencia están junto a las escotillas de las torretas. Tenéis treinta segundos.

Nick enganchó el pie en los huecos dejados por las patas de los asientos y cogió el mando de control de la consola, entrecerrando los ojos ante el viento estremecedor que soplaba hasta el interior por el hueco del parabrisas. El perfil aerodinámico de la fragata hacía que el viento pasara de largo de la cabina en vez de entrar, pero lo poco que se colaba dentro bastaba para hacer que se tambaleara. Sus ojos se iluminaron cuando se hizo cargo del conjunto de monitores, sobre todo por los dos gemelos con retículas de puntería en el centro.

—Oye, ¿qué hace esto? —hizo girar el volante en diferentes direcciones, y la imagen de las pantallas giró velozmente con sus movimientos.

—No lo toques.

Nick apretó los botones superiores de los dos controladores. Cuando los láseres cuádruples rugían, las pantallas se llenaban de estallidos simultáneos de disparos.

—¡Guau! ¿Control de disparos? ¿Para mí? Oh, general, no debía hacerlo.

—Ya me doy cuenta.

—Ni siquiera es mi cumpleaños...

—Nick.

—Sí, ya lo sé. Los sensores.

—¿Y...?

—...cállate, Nick. Sí, lo que quieras —el viento arrancaba nubes de su aliento—. Empieza a hacer frío aquí dentro. O aquí fuera. ¿Estamos dentro o fuera?

—Nos acercamos a los siete mil metros. Mira esos monitores: los rojos son amigos, los azules son hostiles.

—Vaya, mira —dijo Nick—. No sé por qué te preocupas tanto. Ya hay unos cincuenta y tantos amigos, y ciento noventa y dos más en camino. Están por todas partes, y sólo hay trece hostiles, y tienen a todos los amigos encima... ¡Guau! Ahora hay doce... Ah, espera. Ya lo entiendo. Ooops.

—"Ooops" es una forma de decirlo.

—Lo siento. Soy algo lento.

—Sí.

—Esto..., ahora mismo hay una escuadrilla de nuestros amigos intentando subírsenos al culo... ¡Guau!, ¿qué es esto? —una alerta de localización de blanco se encendió. El zumbido de acompañamiento quedó medio enterrado en el ruido del viento—. ¡Nos han echado el ojo! ¡Misiles en camino! ¡Seis, acercándose, directos a la cola!

—Rastrea la localización de blanco que captan tus sensores y dásela a los ordenadores para que contrarresten el fuego.

—¡Una gran idea! ¡Será lo primero que haga en cuanto me gradúe en la escuela de artillería!

—Muy bien —dijo Mace entre dientes—. Dijiste que sabías disparar. Veámoslo.

—¡Guaaaaaau! ¡Así se habla! —las torretas rotaron sobre sus ejes y los láseres cuádruples relampaguearon a la vida. La fragata ascendía en línea recta, chirriando en su búsqueda de espacio, como la nave estelar que fue una vez—. ¡Sí, así se hace! ¡Chúpate ésa! —uno de los misiles se cruzó con un torrente de pulsos láser y detonó en un estallido de humo negro y fuego blanco—. ¿Qué te ha parecido eso?

—No está mal —dijo Mace—. Intenta no volamos la cola.

—Hay gente que nunca está contenta...

—Nick. Los otros cinco.

—Vale, vale. Si te lo vas a tomar de ese modo... —levantó las palancas que armaban los cuatro tubos de misiles—. ¡Unodostrescuatro! —gritó, disparándolos en orden.

La fragata renqueó hacia atrás cuando el abrumador conjunto de los cuatro misiles de impacto cobró vida y se alejó hacia abajo y atrás, tejiendo retorcidas cuerdas blancas de humo mientras iba al encuentro de los cinco misiles que les seguían.

El estallido del primer impacto afectó al siguiente misil, y al siguiente, expandiéndose en una inmensa bola de fuego alimentada por los nueve.

—Vaaaaya —bufó Nick, disgustado—. Apenas ha sido divertido.

—Se supone que no ha de ser divertido. Reserva los misiles.

—¿Para qué?

—¡Depa! —gritó Mace por encima del chillido del viento—. ¿Estás preparada?

La joven apareció en la puerta, apoyándose en ella como si la gravedad artificial de la fragata le resultara excesiva.

—Lo bastante preparada —dijo—. Puedo luchar. Siempre puedo luchar. Coge tu sable.

Mace negó con la cabeza.

—Lo necesitarás —dijo, y apagó los motores.

El impulso inicial mantuvo la dirección de ascenso de la fragata, pero pronto empezó a ralentizarse y a caer, girando sobre su eje. Se detuvo un prolongado instante en el vértice de su curva, y las naves perseguidoras pasaron de largo por su lado.

Luego se separaron unas de otras, trazando elipses simultáneas. Dos de ellas se curvaron hacia abajo para volver a atacarlos en su descenso, pero la tercera se mantuvo al margen, como refuerzo.

Mace manipuló los controles con gesto serio y mantuvo el morro de la nave hacia arriba mientras descendía al suelo.

—¿La izquierda o la derecha?

—La izquierda —dijo Depa, y saltó por el hueco del parabrisas hacia arriba, al cielo, encogiéndose para formar una bola y caer a través de la estela de turbulencias provocada por la fragata que descendía.

—¡Caray! —dijo Nick—. ¿Por qué no me avisa nadie de estas cosas?

—Apunta a la nave de la derecha con los cañones láser. Fuego continuado. Nada de misiles.

—Estoy en ello.

La torreta cuádruple de la derecha giró brevemente, expulsando a continuación, y con un rugido, una cadena de energía contra las nubes.

Mace giró el mando de control para inclinar el morro de la fragata a la derecha, de forma que la torreta de estribor pudiera unirse a la diversión. A continuación volvió a encender los repulsores a plena potencia y puso en marcha las toberas de los turbocohetes.

—Agárrate.

—También estoy en ello.

La nave osciló, rechazando las órdenes recibidas, y, bruscamente, la fragata que se dirigía hacia ellos floreció con una llamarada que les golpeó como puños gigantes de rayos de partículas. Mace tuvo un atisbo de Depa enderezando su descenso para convertirlo en una caída en picado, con los pies por delante y ambos sables láser llameando en toda su extensión sobre su cabeza.

Mace giró bruscamente el mando de control a un lado, y la fragata chirrió al ascender formando una espiral que iluminó las luces de emergencia de toda su consola. La maniobra les sacó de la lluvia de disparos, pero sus ordenadores de objetivos no podían procesar las trayectorias en constante cambio, y sus propios disparos resultaron ser igualmente descontrolados. Nick miró a los indicadores con los ojos muy abiertos.

—Oye, ¿este cacharro está diseñado para hacer esto?

—Espero que no —dijo Mace entre dientes, mientras luchaba con los controles—. Vuelve a disparar contra esa nave.

—¿Quién? ¿Yo? ¿El ordenador no es lo bastante rápido...?

—El ordenador no puede emplear la Fuerza.

—Ah, sí. Claro. Vale.

Justo antes de que la fragata de la izquierda les alcanzara, Mace vio cómo se precipitaba hacia abajo con el empuje de sus cohetes invertidos, iniciando una acción evasiva en espiral para no chocar contra Depa.

Y sintió el tirón en la Fuerza que colocó a su antigua padawan directamente en su camino.

Ella hundió los sables hasta el mango justo bajo el parabrisas, y la corriente de aire que se formó en el morro de la fragata la volteó y la empujó sobre la cabina, abriendo un enorme agujero al arrastrar consigo las hojas a través del transpariacero.

—¡Guuuau! —gritó Nick a su lado—. ¡Me encantan esas latas de apertura fácil!

—¡Kar! ¡Chalk! ¡Es hora de irse!

La chica korun trepó hasta la cabina, parándose entre Mace y Nick: parecía pálida y dolorida, pero no había perdido la ferocidad. El lor pelek entró tras ella. Los dos llevaban las retromochilas de emergencia sujetas a la espalda.

—¿Sabéis cómo funcionan?

Chalk respondió asintiendo en silencio; Vastor dio una palmada a la tarjeta gráfica de instrucciones cosida al arnés y ladró:
Sé leer
.

—Bueno, ¿es que nos largamos? —dijo Nick—. Porque, verás, a alguien se le ha olvidado conseguirme uno de esos...

—Nick.

—¿Qué?

—Dispara.

—Vale. Vale. Lo siento. Venga, mira esto —Nick dejó en silencio la torreta de babor, mientras el láser cuádruple de estribor arañaba la nave de la milicia. El castigado vehículo se desplazó a un lado para evadir el daño, poniéndose justo en el camino de una ráfaga de nuevos disparos procedente de la torreta de babor—. ¿Has visto? Eso es disparar...

—Si eso fuera disparar —le dijo Chalk—, ahora no te devolvería el fuego, él.

—Caray. ¿Qué hace falta para que estéis contentos?

Mace hizo una seña con la cabeza a Vastor y a Chalk.

—¿Listos?

Apagó la energía de los turbocohetes sin esperar respuesta, y revirtió el sentido de los repulsores. El castigado metal de las juntas de la fragata chirrió mientras descendía a velocidad de frenado. Mace giró bruscamente el volante y puso la nave bocabajo. Kar Vastor rodeó los hombros de Chalk con un brazo mientras agarraba con el otro el borde vacío del parabrisas. Luego, ambos se subieron al techo con un suave tirón. El lor pelek dio una fuerte patada para dejar atrás la gravedad artificial de la fragata, y Chalk y él cayeron girando hacia la selva situada miles de metros más abajo.

—Mejor pensado —dijo Nick—, creo que no me importa quedarme a bordo de la nave...

Unos martillazos golpearon la nave, haciéndola cabriolear, cuando la fragata de la milicia que se había quedado como refuerzo se unió por fin al duelo aéreo, y la que tenían detrás se elevó bajo ellos. Mace movió salvajemente los controles, haciendo girar la nave y efectuando maniobras evasivas más propias de un caza que de una anticuada nave a reacción. El turbocohete de babor encajó un par de impactos, y el siguiente giro de Mace resultó excesivo para su dañada carcasa, que se soltó con un chirrido de torturado metal. La nave rugió, y cayó sumida en una barrena incontrolable.

—¡Más despacio! —gritó Nick.

—Yo no hago nada despacio —musitó Mace.

—¿Qué?

—¡Que devuelvas el fuego!

—¿Cómo? ¡Si ni siquiera los veo!

—No tienes que verlos —dijo Mace mientras enderezaba la mutilada fragata y la hacía ascender de nuevo en espiral, dejando detrás un rastro de humo y duracero desgarrado—. Olvídate de apuntar. Limítate a decidir.

—¿Decidir qué?

Mace buscó en la Fuerza y envió una oleada de calma a través de su conexión con Nick.

—No apuntes —dijo—. Decide a qué quieres acertar, y dispara cuando sepas que el objetivo está a punto de pasar.

Nick frunció el ceño pensativo. Se apartó deliberadamente de los monitores y miró a Mace a los ojos. Asintió desconcertado, ausente; casualmente, suspiró y disparó los cañones de la nave.

Aún conservaba el mismo ceño pensativo cuando sus disparos destrozaron la torreta de estribor de la fragata que tenían debajo, atravesando la escotilla interior y partiendo la nave en dos.

—Guau —dijo. Su calma se desvaneció con la misma rapidez que había llegado—. Digo ¡guau! ¿Has visto eso?

Mace hizo que la renqueante fragata abandonara su ascensión y se sumiera en una zambullida que la alejara de la última nave. Iban más despacio porque les faltaba un turbocohete, y cuando la otra nave se zambulló tras ellos no tardaron en perder ventaja. Los disparos enemigos acribillaron su timón de cola. Mace manipuló enloquecido los repulsores, haciendo que la nave botara, saltan y se moviera en direcciones aleatorias, como un monolagarto ebrio de thyssel crudo. Los disparos cayeron sobre ellos, pero las impredecibles maniobras de Mace esquivaron los múltiples disparos de precisión necesarios para atravesar el fuerte blindaje del Turbotrueno.

La alerta de localización de blanco chilló, y la voz de Nick casi la iguala.

—¡Misiles!

Mace ni se molestó en mirar.

—Ocúpate de ellos.

La confianza absoluta de su tono calmó al instante a Nick. Su brillante sonrisa relució un momento.

—Discúlpame si lo hago...

Mientras las torretas rotaban para apuntar hacia atrás y cobraban vida con un rugido, Mace examinó la jungla hacia la que se precipitaba su renqueante nave. Era difícil tener una idea clara de su escala. Podía estar a sólo cientos de metros de ella, o a varias docenas de kilómetros. Entonces, el enjambre de motas de metal que era la flota de la milicia al sobrevolar las copas de los árboles le permitió hacerse una idea de la perspectiva.

Allí, mil metros más abajo, puede que más, las luces de alarma de las retromochilas de Kar y Chalk lanzaban fogonazos estroboscópicos. Una única fragata volaba dispuesta a interceptarlos y disminuyendo la velocidad. Deteniéndose, flotando en el aire.

Y las minúsculas figuras de Chalk y Kar aterrizaron suavemente sobre su techo.

Un momento después, la fragata alzaba el morro en un ángulo que la llevaría en línea recta hasta él. Mace asintió para sus adentros y dejó que la Fuerza guiara su propia zambullida hasta un rumbo de intercepción. Comprobó los monitores.

—¿Y los misiles?

—Liquidados —el tono de Nick era tan semejante al del Maestro Jedi que podría haber sido una burla deliberada.

A Mace no le importó.

—No habrá más. No pondré en peligro al amigo que viene recto hacia nosotros.

—Eh, ¿no deberíamos nosotros poner en peligro a ese amigo?

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