Punto de ruptura (20 page)

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Authors: Matthew Stover

La tierra del risco tembló, se levantó y se desplomó.

Cientos de toneladas de tierra y roca se derramaron en el río de lava con un rugido subterráneo que ahogó hasta el tronar de la erupción y el clamor del motor del rondador. Los elementos orgánicos estallaban en llamas que la creciente avalancha apagaba instantáneamente, al convertirse en un enorme montículo móvil en forma de cuña que se precipitaba sobre el barranco. A medida que la lava se amontonaba y ascendía lentamente por la ladera de la colina, el risco que había formado continuaba derrumbándose, amontonándose sobre la lava más fría que se endurecía bajo él, y empujando la lava más caliente y líquida en una ola que bañaba el costado del rodador de vapor, y que se acumulaba en la cornisa del precipicio, antes de precipitarse en una lluvia de fuego sobre la negra selva de más abajo.

La avalancha se convirtió en una ola que se derramaba en el barranco a medida que se escurría hacia el rondador de vapor y los niños que gritaban y lloraban. Y en la cresta de esa ola de tierra y rocas, retrocediendo a cortos pasos para no ser tragado por el movimiento de la avalancha, estaba Mace Windu.

Mace cabalgó en esa cresta mientras la ola se hundía, se alisaba y finalmente se detenía al borde del barranco, dejando resbalar sus últimos restos por un risco que unía la posición de Mace con la esquina de la cabina del rondador de vapor. Casi toda su concentración permanecía sumida en la Fuerza, dispersada por la avalancha. Estaba empleando un enfoque amplio para mantener los escombros estables mientras él se dirigía hacia el techo del vehículo.

Allí encontró a dos niños, ambos de unos seis años, y a una niña de quizá ocho años estándar. Se agarraban unos a otros, llorando, con ojos aterrorizados que miraban a través de las lágrimas.

Mace se agachó junto a ellos y tocó a la niña en el brazo.

—Me llamo Mace Windu. Necesito tu ayuda.

La niña sorbió sorprendida.

—Tú... Tú... ¿Mi ayuda?

Mace asintió con gravedad.

—Necesito que me ayudes a poner a salvo a estos niños. ¿Podrás hacerlo? ¿Puedes llevarlos por donde yo he venido? Sube por ese talud hasta la cresta de esa colina. No está muy inclinado.

—N, n, no puedo... Tengo miedo...

Mace se inclinó hacia ella y le habló al oído, sólo un poco más fuerte que el rumor de la lluvia.

—Yo también, pero tienes que actuar como una valiente. Simularlo. Para no asustar a los niños pequeños, ¿vale?

La niña se frotó con el dorso de la mano la nariz que le moqueaba, conteniendo las lágrimas con un parpadeo.

—Yo, yo... ¿Tú también tienes miedo?

—Shh. Es un secreto. Que quede entre nosotros. Venga, sube.

—Vale... —dijo ella dubitativa, pero se secó los ojos y respiró hondo, y cuando se volvió hacia los otros dos niños su voz tenía ese tono mandón que parece arma exclusiva de todas las niñas de ocho años—. ¡Urno, Nykl, vamos! ¡Dejad de llorar como bebés! ¡Voy a salvar a todos!

Mientas la chica empujaba a los dos niños hacia los escombros de la avalancha, Mace se dirigió a la escotilla. Pese a ser una escotilla lateral, el ángulo del rondador de vapor la hacía mirar al cielo. Dentro, el suelo del rondador estaba fuertemente inclinado, y la lluvia que azotaba la escotilla abierta In volvía tan resbaladizo que resultaba imposible escalarlo.

Abajo, en el rincón más inferior de la cabina rectangular, un chico que apenas parecía haber entrado en la adolescencia luchaba para arrastrar por el suelo inclinado y con una sola mano a una niña no mucho más joven que él. Tenía un montón de espuma de nebulizador de vendas manchada de sangre envolviéndole un hombro, e intentaba empujar a la chica inconsciente delante de él, empleando como escalera las patas de duracero de los asientos claveteados del rondador. Pero su brazo herido no aguantaba el peso, y las lágrimas corrían por su rostro mientras suplicaba a la niña que despertase,
¡despierta!
, para que le echara una mano porque, aunque no pensaba dejarla allí, no podía sacarla. Pero si ella despertara...

La cabeza de la niña estaba ladeada. Mace vio que tardaría en despertar. Tenía una herida muy fea sobre la línea del cabello, y el bonito pelo dorado estaba negro y pegajoso por la sangre.

Mace se inclinó por la escotilla y alargó una mano.

—Vamos, hijo. Coge mi mano. En cuanto te saque de aquí, podré...

Cuando el niño alzó la vista, la llorosa súplica de su rostro se tornó instantáneamente en una ira salvaje, y su súplica en un feroz chillido. Mace no había visto el rifle láser que colgaba de su hombro sano. El primer atisbo que tuvo de su existencia fue una descarga de plasma caliente pasando junto a su rostro. El Jedi se echó hacia atrás, aplanándose contra la pared de la cabina mientas la escotilla vomitaba disparos.

El rondador de vapor se inclinó, y la escotilla quedó todavía más alta. Su repentino movimiento había bastado para alterar el precario equilibrio del vehículo, inclinándolo más hacia el precipicio.

Mace enseñó los dientes a la noche. Asió el rondador con la Fuerza y tiró de él para devolverlo a su sitio, pero un chillido en las alturas llamó su atención. Al centrarse en el rondador había perdido el control en la Fuerza con el que sujetaba los escombros de la avalancha, y el inestable montón de tierra y rocas había empezado a moverse bajo la niña y los dos niños, haciéndolos resbalar hacia la lava.

Mace aplacó su martilleante corazón y extendió una mano. Tuvo que cerrar los ojos por un momento para reafirmar su control de la avalancha y estabilizarla, pero esa alteración la había dejado menos sólida que antes. Podría mantener los escombros como estaban el minuto o dos que necesitarían la chica y los chicos para alcanzar la relativa seguridad de la cresta de esa colina, pero no más. Y ahora sentía que el rondador se escoraba peligrosamente bajo él, inclinándose más y más hacia el punto sin retorno.

Pudo oír dentro de la cabina las aterradas maldiciones del niño, y sus chillidos de "os mataré a todos, malditos
kornos
". Los ojos de Mace se cerraron.

Esta sucia guerra...

Los chicos del rondador de vapor iban a convenirse en bajas de la Guerra del Verano... porque el niño, al alzar la vista, no había podido ver a un Maestro Jedi acudiendo a su rescate.

Sólo podía ver a un korun.

Emplear la Fuerza para desarmar o persuadir al chico podía alterar el control que mantenía sobre la avalancha, lo cual podía costarle la vida a los tres niños que subían por ella. Razonar con el niño parecía imposible, ya que debía de saber demasiado sobre lo que podía esperar un balawai en manos de los korunnai, y, desde luego, eso requeriría más tiempo del que tenían. Abandonarlos no era una opción.

Si conseguía que el chico subiera por la superficie de la avalancha para unirse a los demás, él podía encargarse de sacar a la chica. Pero ¿cómo sacar al chico?

Mace dio vueltas a la situación en su mente. La enfocó como si fuera una pelea por la vida de esos cinco niños. Todos ellos. Un principio fundamental del combate es: "
Usar
lo
que se
tenga
a mano
." La forma de pelear depende de contra quién peleas. Su primer contrincante había sido el propio volcán. Había empleado el poder del arma del volcán —la lava, allí donde había socavado la ladera— para mantener a raya ese poder.

Su actual contrincante no era el chico, sino la experiencia adquirida por el chico en la Guerra del Verano.

"
Usar lo que se tenga a mano
."

—¿Niño? —llamó Mace, endureciendo la voz, haciéndola sonar como el chico esperaría que sonara un korun, y adoptando un fuerte acento de la meseta, como el de Chalk—. Niño, cinco segundos para tirar ese láser por la escotilla y salir tras él, tienes.

—¡Nunca! —gritó el chico desde dentro—. ¡Nunca!

—No salgas, tú, y lo siguiente que verás, lo último que verás, nunca, es una granada al caer. ¿Me oyes, tú?

—¡Adelante! ¡Sé lo que pasará si nos cogéis vivos!

—Niño, ya tengo a los otros, ¿no? A la niña. A Urno y a Nykl. ¿Vas a dejarlos solos, tú? ¿Conmigo?

Hubo una pausa.

—Vale, quédate y muere —dijo Mace al silencio—. Cualquier cobarde puede hacer eso. ¿Agallas para vivir algo más, tienes?

Estaba moderadamente seguro de que un chico de trece años que había cargado con cuatro niños y conducido un rondador de vapor de noche por la Tierras Altas de Korunnal, un chico que prefiere morir antes que dejar atrás a tina niña inconsciente, tenía las agallas necesarias para casi todo.

Un segundo después, el niño le daba la razón.

***

DE LOS DIARIOS PRIVADOS DE MACE WINDU.

Desde este umbral puedo ver un despliegue de brillantes bengalas azules —faros de tres... No, espera, cuatro rondadores de vapor— que ascienden por la cordillera en dirección al camino trazado por las orugas de otros rondadores de vapor.

Se dirigen hacia nosotros.

El alba llegará dentro de una hora. Espero que vivamos hasta entonces.

Las erupciones han remitido, y la lluvia se ha reducido a un goteo intermitente. Hemos movido algunas cosas en el búnker. Los tres niños más pequeños están al fondo, arrebujados en mantas rescatadas, dormidos. Besh y Chalk yacen ahora cerca del Trueno, donde yo pueda vigilarlos. No estoy muy seguro de que alguno de los niños no quiera hacerles algún daño. Terrel, un chico de trece años que parece ser su jefe natural, es notablemente agresivo, y sigue sin creerse del todo que yo no planee torturar a los cinco hasta la muerte. Pero los niños son niños hasta en Haruun Kal; cada vez que deja de preocuparse por su muerte por tortura, empieza a incordiarme para que le deje disparar el Trueno.

Me pregunto qué diría Nick de estos civiles. ¿También son un mito? Ahora el trabajo que me llevó limpiar este campamento no parece inútil. Los niños ya han sufrido bastante esta noche sin tener que ver lo que se le hizo a las personas que vivían aquí. Sin tener que ver el tipo de cosas que probablemente habrán hecho a las personas que ellos conocían, en su propio campamento.

Puede que hasta a sus padres.

No puedo pararme ahora a pensar en esas cuestiones. En este momento, lo único que parezco capaz de hacer es mirar más allá de los retorcidos retazos de duracero que una vez fueron la puerta de este búnker, para observar el ascenso de los rondadores de vapor.

No necesito la Fuerza para que eso me provoque un mal presentimiento.

En el dejarik hay una maniobra clásica llamada la bifurcación, donde un jugador mueve un único holomonstruo hasta una posición desde la que puede atacar a dos o más oponentes, de forma que, sea cual sea el monstruo que el contrincante mueva para ponerlo a salvo, el otro acabará siendo devorado. Cuando uno se ve bifurcado, lo único que te queda por decidir es la pieza que perderás. La palabra ha acabado simbolizando esas situaciones donde sólo se puede elegir entre dos desastres.

Estamos de lo más bifurcados.

Sé quienes viajan en esos rondadores: exploradores selváticos del mismo campamento de los niños, que huyen de los mismos guerrilleros del FLM cuyo ataque hizo huir a los niños, probablemente la misma banda que destruyó este otro campamento. Terrel me contó la historia mientras yo atendía su brazo roto y curaba la herida de la cabeza de la chica.

Su campamento era el siguiente del camino, a unos setenta kilómetros al Norte y al Este. Fueron atacados por el FLM al atardecer. El padre de Terrel le había encomendado la tarea de reunir a los demás niños y ponerlos a salvo.

No tenían forma de saber que el FLM ya había pasado por este campamento.

Una bala o un fragmento de granada le había roto el brazo a Terrel. No estaba seguro de cuál de las dos cosas. Me contó orgulloso cómo había manejado con una sola mano los controles dobles del rondador, cómo había atropellado a los herbosos al romper las líneas korun, y cómo estaba bastante seguro de haber conseguido atropellar a "cinco o seis malditos kornos por lo menos".

Dice esas cosas con gesto desafiante, corno retándome a hacerle daño por ello.

Como si yo fuera a hacérselo.

La niña mayor, Keela, es la que está peor. Fue arrancada de su asiento cuando el rondador cayó por el barranco. Tenía una fractura de cráneo y varias contusiones graves. Conseguí salvar un botiquín de sobra del rondador antes de que cayera por el precipicio. Ya no corría un peligro grave, mientras permaneciera en reposo y descansara varios días. El botiquín tenía un estabilizador óseo nuevo, así que el brazo de Terrel se curaría bien. Los niños más pequeños —Urno, Nykl y la valiente niña Pell— apenas tenían unos pocos moratones, y las manos y las rodillas arañadas por trepar avalancha arriba.

Por ahora.

No me he molestado en mantener mi pretensión de pertenecer a los guerrilleros, aunque he evitado explicar quién soy de verdad. Los niños parecen haber decidido que soy un cazarrecompensas, ya que no me "comporto como un korno"; es decir, que no los he torturado y matado, como casi esperaban por las historias que han oído contar a sus padres. Como todavía casi esperan, pese a que ahora están con vida sólo porque yo los he salvado. Basándose en su vasta experiencia en cazarrecompensas —cortesía de incontables holodramas de medio crédito—, han decidido que Besh y Chalk son mis prisioneros, y que quiero llevarlos hasta Pelek Baw para que me den una gran recompensa.

No he desmentido esa historia. Es más fácil de creer que la verdad.

Pero lo que debería haber sido una fantasía infantil se ha vuelto inesperadamente complicada y dolorosa. Hasta la más bondadosa de las ilusiones puede llegar a ser más cortante que cualquier verdad. Uno de los niños más pequeños decidió, bastante arbitrariamente, que yo debía de ser "el cazarrecompensas más grande que existe". Supongo que es la reacción instintiva de un niño de seis años. Pronto se enzarzó en una acalorada discusión con su hermano, que insistía en que "todo el mundo" sabe que Jango Fett es el cazarrecompensas más grande que ha habido nunca. Lo cual hizo que el primer niño me preguntara si yo era Jango Fett.

No pude dejar de preguntarme ¿quién habría supuesto este niño que era yo, si les hubiera dicho que era un Jedi?

La desdeñosa declaración de Terrel me salvó de responder.

—No es Jango Fett, estúpido. Jango Fett ha muerto. ¡Todo el mundo lo sabe!

—¡Jango Fett no está muerto! ¡No lo está! —las lágrimas empezaron a amontonarse en los ojos del niño, que recurrió a mí—. Jango Fett no está muerto, ¿verdad? Díselo. Dile que no está muerto.

Al principio, lo único que se me ocurrió decir fue:

—Lo siento —y así era. Lo siento. Pero la verdad es la verdad—. Lo siento, pero sí. Jango Fett está muerto.

—¿Lo ves? —dijo Terrel con el terrible desdén de los trece años—. Claro que está muerto, estúpido. Un apestoso Jedi se le acercó por detrás y le apuñaló por la espalda con uno de esos sables láser.

De algún modo esto hizo todavía más daño.

—No fue así. Fett murió... en combate.

—Y una mierda de colmilludo —declaró Terrel—. ¡Ningún apestoso Jedi habría podido vencer a Jango Fett cara a cara! Era el mejor.

No podía discutir eso, sólo asegurar que a Fett no le habían matado por la espalda.

—¿Y tú qué sabes? ¿Es que estabas allí?

No pude, y sigo sin poder, animarme a contarle de qué modo había estado allí.

Y no puedo describir de forma adecuada la herida que ha abierto en mi interior el tono de Terrel. La forma en que dice "apestoso Jedi" me dice más de lo que quiero saber sobre lo que Depa ha hecho en este planeta en nombre de nuestra Orden. No hace mucho tiempo que todos los niños o niñas aventureros soñaban con ser un Jedi.

Ahora sus héroes son cazarrecompensas.

La hilera de rondadores de vapor se detuvo a medio kilómetro debajo de nosotros, allí donde la riada de lava había desplomado el camino. Eso no les detuvo mucho tiempo. La avalancha del risco, al desplomarse, había formado un puente natural sobre la grieta abierta. Es de suponer que la lava había penetrado hasta las rocas y la tierra, enfriándose lo bastante en las horas transcurridas desde la erupción como para estabilizar el derrumbe. Inteligentemente cautos, estaban comprobando su integridad antes de intentar cruzarlo.

Pero sé que lo conseguirán.

¿Qué haré entonces?

Parece que no me quedan muchas opciones. Rendirse no es una opción. Para salvar a Besh y a Chalk, por no hablar de mí mismo, tendré que tomar como rehenes a los niños.

Incluso yo, un Maestro Jedi, he caído así de bajo. A esto me han conducido unos pocos días en esta guerra, a amenazar la vida de niños a los que salvaría entregando la mía.

¿Y si esos balawai no aceptaban mi farol?

La mejor conclusión que puedo prever es que entonces esos niños tendrán que presenciar cómo sus padres, o los amigos de sus padres, mueren a manos de un Jedi.

"La mejor conclusión". La frase en sí misma resulta una burla. Parece que en Haruun Kal no hay nada semejante.

Bifurcado.

Pero, en el dejarik, uno no suele quedar bifurcado por casualidad. Es consecuencia de un error en el juego. Pero ¿qué error he cometido para verte así?

Barras luminosas. Han bajado de los rondadores de vapor y continúan a pie. Nadie ha llamado a voz en grito. Habrán intentado comunicarse por radio con el campamento, y, al no obtener respuesta, se acercan con precaución. No me sorprendería que esas barras luminosas fueran sujetas a largas varas, para ver si atraen el fuego de los francotiradores.

Son muchos.

Ahora, sumido en la desesperación, sólo puedo hacer lo que siempre hago cuando me enfrento a una situación imposible: recurrir a las enseñanzas de Yoda, buscando consejo e inspiración en ellas. Invocar en mi mente sus sabios ojos verdes e imaginar la inclinación de su arrugada cabeza. Ya oigo su voz:

"Si ningún error has cometido, pero perdiendo estás... diferente juego deberás jugar"

Sí. Un juego diferente. Necesito un juego diferente. Reglas nuevas. Objetivos nuevos. Y los necesito en treinta segundos.

¿Terrel? Ven aquí, Terrel. Todos vosotros. Pell, despierta a los niños. Vamos a jugar a algo.

[La voz de un niño, débilmente]: "¿Qué clase de juego?"

Un nuevo juego. Acabo de inventármelo. Se llama "Hoy no muere nadie más".

[La voz de otro niño, débilmente]: "Estaba dormido. ¿Va a ser un juego divertido?"

Sólo si ganamos.

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