Punto de ruptura (21 page)

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Authors: Matthew Stover

7
Juegos en la oscuridad

E
sos balawai serian topas de civiles, pero eran tan disciplinados como experimentados. Su brigada de reconocimiento entró en las ruinas del campamento en tres grupos de dos, separados en un arco de 120 grados para tener ángulos de tiro superpuestos. Los seis entraron en completo silencio y sumidos en una profunda oscuridad, mientras las barras luminosas seguían agitándose ladera abajo. Debían de tener algún tipo de equipo de visión nocturna. Mace no se habría percatado de su presencia si la Fuerza no le hubiera hecho sentir la amenaza desnuda de los puntos de mira de sus armas.

Se mantuvo en una sombra impenetrable, mirando entre los retorcidos pedazos de duracero que formaban los restos de la puerta del búnker. Podía sentir una oscuridad más profunda que la noche congregándose en el campamento, como la niebla al alzarse del terreno húmedo. La oscuridad se filtraba por sus poros y le golpeaba dentro de su cabeza como una negra migraña.

No había luz lo bastante luminosa como para despejar una oscuridad semejante. Sólo le quedaba aspirar a convertirse él en una luz lo bastante luminosa como para poder traspasarla.

Yo
soy el arma
, se dijo en silencio.
Tengo que
serlo.
No hay
otra.

—Terrel —dijo en voz queda—. Ya están aquí. Adelante, hijo.

—¿Estás seguro? Yo no puedo ver nada —dijo Terrel a su lado. Se restregó la nariz y cerró los puños como si se agarrara a su valor con ambas manos—. No puedo ver nada de nada.

—Ellos podrán verte a ti —dijo Mace—. Llámalos.

—Vale —dijo. Permaneció entre las sombras y lo repitió, pero esta vez a voz en grito—. ¡Vale!, eh, no disparéis, ¿vale? ¡No disparéis! ¡Soy yo!

La noche se tornó silenciosa. Mace sintió seis armas apuntando a la puerta del búnker.

—Diles quién eres —murmuró.

—Sí, ah, escuchad, soy Terrel, ¿eh? Terrel Nakay. ¿Está mi padre ahí?

Una voz de mujer, aguda por la esperanza, surgió de la oscuridad, a la izquierda de Mace.

—¿Terrel? ¡Oh, Terrel! ¿Está Keela contigo...?

La chica con la herida en la cabeza mantenía a Pell y a los dos niños lejos de la puerta, pero cuando oyó la voz de la mujer se puso torpemente en pie.

—No te muevas de ahí —dijo Mace—. Y sujeta a los niños pequeños. No queremos que disparen a nadie por accidente.

Ella asintió y volvió a dejarse caer de rodillas.

—¡Mamá, estoy aquí! —gritó—. ¡Estoy bien!

—¡Keela! Keela... Keela, ¿está Pell contigo?

—¡Silencio! —gritó un hombre desde el centro.

—¡Son Terrel y Keela, Rankin! ¿Es que no los oyes? Keela, ¿está Pell...?

—¡Mantén tu posición, estúpida nerf! ¡Y cállate! —ladró el hombre. Tenía la voz ronca. Estaba furioso, agotado y desesperado—. ¡No sabemos quién más hay aquí! ¡Este lugar está completamente arrasado!

—Rankin...

—Pueden ser un cebo. Cállate antes de que yo mismo te pegue un tiro. Mace asintió para sus adentros. Él habría sospechado lo mismo.

—¿Terrel? —gritó el hombre en un tono más bajo, de precavida calma—. Terrel, soy Pek Rankin. Sal donde podamos verte.

Terrel miró a Mace.

—¿Lo conoces? —preguntó el Jedi.

El chico asintió.

—Es... un amigo de mi padre. O algo parecido.

—Entonces, ve —dijo Mace en voz baja—. Muévete despacio. Mantén las manos a la vista, lejos del cuerpo.

Terrel lo hizo así. Cruzó la puerta del búnker y bajó a tientas hacia las chozas derribadas.

—¿Puede alguien enfocar una luz? No puedo ver.

—En un momento —replicó la voz de Rankin desde la oscuridad—. Sigue andando hacia aquí, Terrel. Estarás bien. ¿Qué le pasó a vuestro rondador? ¿Por qué no respondéis a las llamadas? ¿Dónde están los otros chicos?

—Tuvimos un accidente, pero estamos bien. Estamos todos bien, ¿vale? —el pie de Terrel chocó con una piedra y se tambaleó—. ¡Ouch! Enfocad esa luz, ¿eh? Ya tengo un brazo roto.

—Tú sigue andando hacia mi voz. ¿Estás solo? ¿Dónde están los demás niños?

—En el búnker. Pero no pueden salir —dijo Terrel—. Y vosotros no podéis entrar.

—¿Y eso por qué?

—Porque yo estoy aquí —dijo Mace.

Mace sintió en la Fuerza cómo repentinamente aumentaba la tensión de todos, como una respiración ahogada.

—¿Y quién eres tú? —dijo un momento después la voz de Rankin desde la oscuridad.

—No necesitas saberlo.

—¿De verdad? ¿Por qué no sales donde podamos verte?

—Porque la tentación de dispararme podría resultar abrumadora —dijo Mace—. Cualquier tiro que fallase rebotaría en el interior de este búnker, en el cual hay cuatro niños inocentes más.

Una nueva voz de hombre resonó a su derecha, ahogada por el miedo y la rabia.

—Dos de esos niños son mis hijos... Como les hagas daño...

—Lo único que he hecho ha sido curarles las heridas y mantenerlos a salvo —dijo Mace—. Lo que les ocurra ahora depende de vosotros.

—¡Está diciendo la verdad! —gritó Terrel—. No nos ha hecho daño... Nos ha salvado. Es de fiar. De verdad. ¡Sólo teme que le disparéis por ser
k
orno
!

A la derecha se oyó un estallido, un insulto medio estrangulado.

—Pero no es un
korno
de verdad —dijo apresuradamente Terrel—. Sólo lo parece. Habla casi como una persona normal... Y es como, como un, como un cazarrecompensas o algo así...

Su voz se difuminó poco a poco, dejando un silencio vacío y ominoso. Mace sintió en la Fuerza corrientes de intención cambiando y alterándose. Los balawai debían de estar consultando en susurros mediante el comunicador.

Por fin, Rankin volvió a gritar:

—Bueno. ¿Qué quieres?

—Quiero que cojáis a estos niños y que os vayáis de aquí.

—¿Ah? ¿Y qué más?

—Eso es todo. Coged a los niños y marchaos.

—Vaya, si que eres generoso —dijo Rankin con sequedad. Con amargura—. Mira, voy a encender una luz. Que nadie se ponga nervioso. No quiero que nadie me vuele en pedazos, ¿vale?

—La luz será bienvenida —dijo Mace.

Un brillo blanco amarillento refulgió tras un trozo de pared derribada, y una barra luminosa giró en el aire y aterrizó no lejos de los pies de Terrel. Rebotó y rodó hasta detenerse. Su medio orbe de luz proyectada hacia arriba estiró las sombras circundantes en dirección al cielo, pintándolas todavía más oscuras.

Terrel se llevó una mano a la barbilla para protegerse los ojos.

—Eh, no me obliguéis a quedarme aquí solo, ¿vale?

—Ven aquí, chico. —Un hombre salió a la vista, entrando despacio en la luz. Sostenía un rifle láser en una mano, con el cañón inclinado y apuntando cuidadosamente al suelo, a su lado. Tenía la otra mano levantada y con la palma hacia delante. Sus ropas estaban chamuscadas y manchadas, y llevaba un lado de la cabeza envuelto en una masa apelotonada de vendaje nebulizado. La espuma le cubría un ojo. A juzgar por su voz, era Rankin—. Ponte a cubierto.

Terrel miró en dirección al búnker.

—Adelante, hijo —repuso Mace.

La voz del hombre que afirmó ser el padre de los niños ladró desde la oscuridad.

—¡No le llames hijo,
korno
! ¡Tú no eres su padre! Tu apestosa especie mató a su padre...

—¡Guárdate esa mierda! —rugió Rankin, pero ya era tarde. El rostro de Terrel se arrugó en trágica incredulidad.

—¿Papá? —dijo, mostrándose aturdido y perdido—. ¿Mi padre?

Si los ojos pudieran disparar láseres, los de Rankin habrían matado a ese hombre.

—Llévatelo de aquí —dijo.

Otro hombre, también herido, entró en la luz lo suficiente como para coger a Terrel en brazos y llevárselo al anillo de oscuridad.

—Mira —dijo Rankin, mirando a la mellada boca negra del búnker—. Supongo que no quieres que les pase nada a los niños. Nosotros tampoco. Pero tenemos un problema grave. Esta noche nos han dado una paliza. Han destruido nuestros hogares. La mitad de las personas que conozco en este planeta han muelo. Llevamos los rondadores de vapor llenos de heridos, y hay un montón de
kornos
pisándonos los talones. No podemos seguir, ¿entiendes? No podemos. Necesitamos un sitio donde hacernos fuertes hasta el alba.

—No podéis quedaros aquí —dijo Mace—. Los guerrilleros del FLM vienen en esta dirección. Mira dónde estáis. Este lugar no pudo resistir su ataque cuando estaba intacto.

—No hace falta. Las fragatas salen al amanecer. Podremos aguantar hasta entonces.

—No lo entiendes...

—Puede que no. ¿Y qué? Tampoco es tu problema.

—Lo he convertido en mi problema —dijo Mace hoscamente—. No tienes ni idea de lo que es este sitio. De en lo que se ha convertido.

—¿Tú sabes lo que ha pasado aquí? —Rankin agitó el rifle hacia las chozas derribadas—. ¿Dónde están todos?

—Muertos. Asesinados por el FLM. Todos ellos.

—No me lo creo. ¿Dónde están los cuerpos? ¿Crees que no he visto nunca un ataque del FLM? Sé lo que hacen a los muertos.

—Olvídate de los cuerpos —Mace intentó quitarse el dolor de las sienes masajeándose con la palma de una mano. ¿Cómo podía volverse contra él un simple acto de decencia como enterrar a los muertos?—. Si seguís aquí cuando lleguen los guerrilleros, también os matarán a vosotros. ¿Te importa la vida de vuestros hijos? Llévatelos de aquí.

—Eh, no ha dicho nosotros —dijo la voz del padre desde la oscuridad—. ¿Te has dado cuenta, Pek? Dijo: "os matarán a vosotros". ¿Te has dado cuenta de eso?

—Cállate. —Rankin ni siquiera miró en dirección al padre—. Entonces, ¿por qué no has enviado ya a los demás niños?

—Porque no sé cuándo llegará el FLM —dijo Mace impaciente—. Este es el único lugar en el que puedo defenderlos. Y si ya os los hubiera enviado, no tendrías motivos para escucharme, ¿verdad? Yo sólo sería un
korno
más. Uno contra el que habrías disparado haciendo que muriera gente. Eso es lo que intento evitar. ¿Es que no lo entiendes? No tenemos tiempo para discutir. Montados en sus herbosos se mueven tan deprisa como los rondadores de vapor. Más deprisa aún. Podrían estar ahora mismo aquí, vigilándoos desde la selva.

Rankin negó con la cabeza.

—Por eso necesitamos ese búnker, ¿entiendes? Tenemos que meter a nuestros heridos donde podamos protegerlos...

—¡No podéis protegerlos! —Los puños de Mace se cerraron hasta que las tubas le arrancaron sangre de la palma de las manos. ¿Por qué no lo entendían? Podía sentir la oscuridad cerrándose sobre ellos como la cuerda de un estrangulador—. Escúchame de una vez. Este búnker no sirvió de nada a los que vivían aquí, y tampoco os servirá a vosotros. Vuestra única esperanza es coger a vuestros hijos y vuestros heridos y huir. Todos vosotros. Huir.

—Pero qué apestoso
korno
más raro —dijo entre las sombras la voz del padre—. ¿Por qué se preocupa tanto por nosotros?

—Eso no es asunto vuestro —dijo Mace—. Pero sí lo es que todos, con vuestra gente y con esos cinco niños, os vayáis fuera de este sitio sin que muera nadie.

—Igual sólo intenta mantenernos aquí, donde puedan cogernos los apestosos
kornos
...

—¿No te he dicho que te calles? —Rankin alzó el ojo bueno en dirección al búnker—. Nos estás pidiendo que creamos en un tipo al que ni siquiera podemos ver.

—No necesitáis verme. Sólo necesitáis ver esto. —Mace apretó el gatillo del 'Trueno empleando la Fuerza. Una única descarga de energía chilló en el cielo y estalló en un esférico fogonazo escarlata al entrar en una nube baja—. Eso podría haber sido tu cabeza. Sé muy bien dónde estáis. Los seis.

Hizo una pausa de un segundo para dejar que sus palabras calaran.

—Si quisiera haceros daño, ahora mismo no estaríamos hablando. Ya estaríais muertos.

La verdad de esa declaración dejó el rostro de Rankin sin expresión. Macee notó que él se daba cuenta, y tuvo el tiempo justo para pensar que igual podía funcionar...

Y entonces, descargas láser iluminaron más abajo la ladera.

La jungla retumbó con explosiones escarlatas, con múltiples descargas que brotaban a fogonazos desde detrás de los rondadores, rompiendo ramas y desmenuzando rocas. Los estallidos tuvieron instantánea respuesta en unos fogonazos más pequeños y blancos bajo los árboles, que chisporroteaban como una hoguera de leña verde. Fogonazos amortiguados.

Lanzacartuchos.

Los gritos y aullidos de las gargantas humanas subrayaron el zumbido de los láseres y el chillido de los cartuchos al rebotar en el blindaje de los rondadores.

—¿Qué te dije? —gritó el padre desde la oscuridad—. ¿Qué te dije? Nos ha entretenido hablando y ahora nos están matando ahí abajo...

—¡No hagas ninguna estupidez! —gritó Rankin. Se encorvó en la luz que derramaba la barra luminosa. Su expresión era desesperada y asustada—. Mira, que nadie haga nada...

—¡Rankin! —la Fuerza proporcionó a la voz de Mace el tronar de un cañón de señales—. Haz que tu gente retroceda. Una retirada en combate. Que retrocedan hasta el campamento.

Abajo, la torreta de un rondador de vapor escupió un chorro de fuego que trazó un arco hasta la jungla. Luz del color de la sangre lamió el techo del búnker.

—Dijiste que subir hasta aquí no nos ayudaría...

—Y no os ayudará. Pero yo sí puedo ayudaros. Hacedlo. Es vuestra única oportunidad.

Uno de los niños había empezado a llorar detrás de Mace, y ahora, el otro se unía a él.

—¿Señor? —dijo Pell—. Ésa de fuera es mi mamá. —El labio inferior le tembló, y las lágrimas asomaron—. No deje que le hagan daño, ¿vale? No deje que nadie le haga daño.

Keela cogió a Pell en brazos.

—Estará bien. No te preocupes. Estará bien.

Sus ojos suplicaban a Mace que hiciera eso realidad.

Mace se les quedó mirando, pensando que, si fuera por él, nadie haría daño a nadie. En ninguna parte. Nunca.

—Aguantad. Sed valientes —se limitó a decir.

Pell sorbió y asintió solemne.

Fuera, Rankin gritaba a su comunicador.

—¡...No, maldición! Subid aquí. Bengalas y lanzallamas. Iluminadlos y mantenedlos a raya... ¡Y poned los rondadores en marcha!

—¡Rankin, no! —gritó el padre—. ¿No te das cuenta? ¡En cuanto estemos arriba podrá dispararnos en fuego cruzado desde el búnker!

—No seas estúpido...

—¡Deja de llamarme estúpido! ¿Sabes lo que es una estupidez? ¡Hablar con ese
korno
como si fuera un ser humano! ¡Una estupidez es creer una puñetera palabra de lo que dice! ¿Quieres hablar con los
k
ornos
? Hazlo con un arma.

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