Punto de ruptura (47 page)

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Authors: Matthew Stover

—¿No hemos estado haciendo eso?

Sin apartar la mirada o cambiar de expresión, Mace envió una pulsación en la Fuerza a través de la conexión que había forjado con Nick Rostu. Los ojos del joven korun se abrieron mucho, y a continuación se estrecharon. Su rostro empalideció, y él se volvió para hablar en voz baja con un soldado cercano.

—En cierto modo, Maestro Windu. En cierto modo. En fin. ¿Por dónde iba? Ah, sí, mientras tanto, en el paso... tengo a quince mil soldados regulares en la zona. Y si bien su hábil truco para desconcertar a los androides me ha costado casi cincuenta fragatas, todavía me quedan algunas. Muchas, la verdad. Veinte de las cuales se encuentran ya en el paso de Lorshan, exterminando sus lanchas y su perímetro defensivo. Me dicen que los soldados supervivientes siguen defendiendo la boca del túnel, pero no lo harán por mucho tiempo, claro. Supongo que su siguiente paso será volar el túnel y cegarlo, como hizo usted con los otros. Lo cual me vale. Ya tengo zapadores despejando los demás túneles. Entraremos en menos de una hora. Que es el tiempo justo de que dispone para salvar a su gente.

—Una hora.

—Oh, no, me ha entendido mal. Estoy rodeado de subordinados poco fiables; creo que usted me comprende. Mis tropas no son tan disciplinadas como las suyas. Después de todo, son jóvenes y tienen la sangre caliente. Puede que necesiten una hora para entrar. Puede que sólo diez minutos. Me sorprendería que quedase algún korun vivo una vez entrasen en esas cuevas.

—Geptun...

—Coronel Geptun.

—...allí hay más de dos mil civiles. Entre ancianos y niños. ¿Permitirá que sus hombres maten a niños?

—Sólo hay una forma de detenerlos —dijo Geptun con tono pesaroso—. Debo ordenarles que se detengan antes de que entren en esas cuevas.

—Y quiere nuestra rendición a cambio de eso.

—Sí.

—Aquí también hay civiles —dijo Mace despacio.

—Claro que los hay —la sonrisa de Geptun se hizo más amplia—. Civiles a los que usted, Mace Windu, protegerá con su vida. No me puede venir con faroles. Usted no.

Mace bajó la cabeza.

—No se lo tome muy mal, general. Un verdadero maestro de dejarik sabe reconocer cuándo ha perdido una partida —Geptun se aclaró la garganta con delicadeza—. Siento decirle que sólo le queda un movimiento: rendirse.

—Dénos un poco de tiempo —la derrota se adueñó de la voz de Mace—. Tenemos..., tenemos que hablarlo entre nosotros...

—Ah, tiempo. Por supuesto. Tómese todo el tiempo que quiera. La verdad es que eso no depende de mí, ¿verdad? Mis zapadores son muy, digamos, ¿competentes? Podrían entrar en cualquier momento. Sería..., mmm, irónico... que su rendición llegara demasiado tarde para salvar todas esas vidas inocentes...

—Sí —la voz de Mace era apagada—. Volveré a llamar en la misma frecuencia.

—Lo espero impaciente. Ha sido un placer jugar con usted, Maestro Windu. Corto.

La imagen de la enorme holopantalla se desvaneció. El silencio amortajaba la sala.

Depa se tambaleó hasta ponerse en pie.

—Mace... —su voz se apagó hasta ser un gemido de dolor. Bajó la cabeza y apretó la mandíbula, recomponiéndose por pura fuerza de voluntad—. Mace, no podemos dejar que la milicia mate a esa gente. A tu gente...

—Mi gente son los Jedi —dijo Mace Windu.

Irguió la cabeza, y no parecía nada vencido.

—Nick.

Nick Rostu alzó la mirada desde la consola en la que se afanaba con dos soldados, y sus ojos chispearon.

—Lo tenemos. El Ministerio de Justicia. Lo tengo en la mira de sus propios satélites.

Depa parecía aturdida. El rostro de Kar Vastor dio a luz una sonrisa depredadora.

Mace asintió.

—Depa. Es hora de luchar. ¿Estás lo bastante fuerte?

Ella se pasó una mano ante la cara, y su mirada se agudizó por un momento. Pero entonces se desplomó, manteniéndose en pie con una mano mientras se masajeaba las sienes con la otra.

—Cre... creo que sí, Mace..., pero es demasiado, demasiado... Hay tantas...

—De acuerdo. Quédate aquí —el agotamiento roto que percibía en la voz de ella se hundió en su estómago como un cuchillo.

—No... No; puedo luchar...

—Puede que tú sí, pero yo no, sabiendo que estás a punto de desmoronarte. Tú te quedas. Es una orden.

Dio media vuelta.

—Nick, ven conmigo. Busca a Chalk y reuníos conmigo en la fragata. Nick se dirigió a la puerta, pero se detuvo de golpe, giró sobre los talones e hizo un intento creíble de formar un saludo que estropeó con una sonrisa y el encogimiento de un solo hombro.

—Perdón, se me olvidaba.

Mace le devolvió el saludo, y Nick desapareció por la puerta del búnker.

—Mace... —Depa se dirigió hacia él con esfuerzo y alargó la mano como si fuera a coger la de él desde el otro lado de la sala. Kar Vastor iba tras ella, con los brazos extendidos para cogerla si se caía—. No puedes... No tendrás ninguna oportunidad... Te derribarán antes de que dejes el campo de aterrizaje.

—No me van a derribar. No voy a elevarme. Esa fragata se va a convertir en el deslizador más grande de Haruun Kal. Nick conoce las calles. Puede llevamos adonde necesitamos ir.

Ella medio se derrumbó hacia el asiento más cercano. Vastor la cogió y la depositó suavemente en él. Ella le dirigió una reticente mueca de agradecimiento y posó una mano en él antes de volverse hacia Mace.

—¿Vas a por el coronel...?

—A él no lo necesito. Lo que necesito es ese datapad.

—¿Qué vas a hacer...? —su mirada se extravió y sus ojos se cerraron. Tuvo que sacar las palabras a la fuerza. Kar le apretó la mano, y media sonrisa afloró a sus labios antes de vaciarse en la cicatriz de quemadura que tenía en la comisura de los labios—. ¿Qué vas a hacer... con Geptun?

Mace se quedó mirando a Depa Billaba y a Kar Vastor.

Tenía que irse. Tenía que dejarla atrás. Dejar que se quedara. Con él. Igual no volvía a verla.

No podía animarse a decirle adiós.

Al final, lo único que podía hacer era responder a su pregunta.

—El coronel Geptun es un hombre peligroso. Extremadamente peligroso. Probablemente tendré que matarlo —frunció el ceño e inclinó la cabeza en un encogimiento de hombros korun—. O quizás ofrecerle un trabajo.

21
Infierno

E
l crepúsculo.

Las baterías de turboláseres proyectaban sombras del tamaño de edificios sobre la oscurecida llanura de permeocemento. Clones silenciosos se sentaban tras las placas protectoras de los cañones antiaéreos dobles y cuádruples. Sólo se oía el suave zumbido de los servomotores cuando los cañones dirigidos por ordenador seguían el movimiento de los cazas droides, todavía demasiado elevados para ser algo más que motas luminosas a la luz del sol poniente.

Un ruidito, un gemido medio contenido de dolor y frustración, llamó la atención de Mace e interrumpió sus comprobaciones previas al vuelo de la fragata. Chalk forcejeaba con el arnés de seguridad del asiento del navegador. El apretado vendaje de sus heridas no le permitía agacharse lo bastante como para alcanzar al ajuste de los correajes. Su rostro estaba tan pálido que las pecas destacaban en él como manchas de grasa, y un hilo de sangre enrojecía el borde de los vendajes de su pecho.

—Venga, déjame —Mace le ajustó la longitud del arnés y el cinturón. Frunció el ceño ante la sangre de sus vendajes—. ¿Cuándo ha pasado esto?

Chalk se encogió de hombros, evitando su mirada.

—En el salto, puede. En el desfiladero.

—Debiste decir algo.

Ella le apartó las manos y se afanó en comprobar el armamento.

—Estoy bien. Una chica fuerte, soy.

—Sé que lo eres, Chalk, pero tus heridas...

—No tengo tiempo para estar herida, yo —asintió en dirección a la abertura ovalada abierta por los sables láser en el parabrisas. Sobre la ciudad, el sol poniente arrancaba chispas en la danza cambiante e imposiblemente compleja de los cazas droides—. Hay en peligro, gente. Gente que quiero. Ya estaré herida luego, yo.

La feroz convicción de su voz hizo meditar a Mace. Un inventario de sus propias heridas pasó por su mente: el aturdimiento que le provocaba el dolor de cabeza, las costillas rotas, el tobillo torcido que le hacía cojear, la quemadura láser infectada del muslo, la mordedura nebulizada con vendaje que le había hecho Vastor, por no mencionar el resto de los cortes y heridas menores que le cubrían todo el cuerpo hasta el punto de que costaba distinguir una de otra.

Y, aun así, había seguido luchando, y seguiría luchando. ¿Heridas? En ese momento apenas podía notarlas.

Porque corría peligro alguien a quien quería.

—Cuando esto haya acabado —dijo, asintiendo con comprensión—, tú y yo iremos a un centro médico. Juntos.

La sonrisa que ella le dedicó mostraba sólo una sombra de dolor.

Nick asomó la cabeza por la puerta de la cabina.

—Parece que nos vamos... Oye, mira eso —dijo, frunciendo de pronto el ceño y mirando a través del parabrisas.

Kar Vastor se acercaba entre las sombras que cortaban el campo de aterrizaje. Sus escudos relucían bajo los cegadores destellos provocados por los paneles que iluminaban las naves, ahora que había anochecido. El lor pelek corrió, agitando una mano y pidiendo a Mace que lo esperase.

—¿Qué pasa? ¿Es que ahora quiere volver a luchar o algo así? —el rostro de Nick se iluminó—. Podríamos pegarle un tiro, ¿sabes? Por accidente. Por una de esas tragedias sin sentido que tiene lugar cuando uno comprueba sus armas...

—Nick.

—Vale, vale.

Mace observó inexpresivo cómo se acercaba Vastor. Hacía sólo un momento, justo antes de dejar el búnker de mando para ir a la fragata, el Maestro Jedi había mantenido una conversación privada con CRC-09/571 en un reservado.

—Sólo recibirá órdenes mías, ¿entendido? —había dicho al comandante clon—. Quiero que lo tenga completamente claro.

El casco de CRC-09/571 se inclinó, desconcertado.

—Pero la Maestra Billaba...

—Ha sido relevada del mando. Igual que Kar Vastor.

—¿Y sus hombres, señor?

—No tienen ni rango ni autoridad militar.

—¿Desea el general que sean desarmados y arrestados?

Mace examinó con hosquedad el abarrotado centro de mando, lleno de soldados y prisioneros. Veía en su mente los veinte cadáveres de la bodega de transporte de la fragata.

—No. No estoy seguro de que pueda hacerlo, pero vigílelos. No son de fiar. Pueden volverse violentos sin previo aviso. Puede que intenten hacer daño a los prisioneros. Y puede que incluso a ustedes.

—Sí, señor.

—Y saque a los prisioneros de aquí. Apártelos de ellos. No todos a la vez. Invente algún pretexto y empiece a sacarlos con la mayor eficiencia posible.

—¿Y si tiene lugar un enfrentamiento, señor? —el tono seco de CRC-09/571 había bajado de volumen, como si el comandante fuera reticente a considerar siquiera esa posibilidad—. ¿Y si atacan?

—Defiéndase usted, a sus hombres y a los prisioneros —le había dicho Mace—. Emplee la fuerza que sea necesaria.

—¿Fuerza letal, señor?

Mace había contemplado su propio reflejo en el ahumado visor del casco del comandante. Antes de poder contestar tuvo que tragar saliva con esfuerzo.

—Sí —tuvo que apartar la mirada; encontraba su reflejo demasiado oscuro para lo que sabía que tenía que decir—. Está autorizado a emplear fuerza letal.

En el campo de aterrizaje, Vastor no se molestó en dar la vuelta para entrar por las puertas de la bodega. Sin perder el paso, dio un salto justo bajo la cabina que lo elevó hasta el morro del Turbotrueno con un ruido metálico provocado, probablemente, por los vibroescudos desactivados, que le dificultaban agarrarse a la nave y chocaron contra ella. Vastor ascendió hasta ponerse a la vista y se agazapó ante el parabrisas.

Permaneció un momento allí, encogido, dejando que sus antebrazos reposaran en sus rodillas dobladas y mirando con gravedad a Mace a través de la abertura.

Mace Jedi de las Windu
. Hasta su gruñido era reticente. Casi contemplativo.

—Kar.

No hemos sido amigos, tú y yo. Sospecho que si los dos sobrevivimos a este día seguiremos sin serlo.

Mace se limitó a asentir.

Quizá no volvamos a vernos. Quisiera que supieras que me alegro de no haberte matado esa tarde. Nadie más habría podido hacer lo que tú has hecho hoy. Nadie nos habría traído tan lejos.

Eso tampoco requería una respuesta. Mace esperó.

Vastor apretó los labios, como si le causara dolor compartir sus pensamientos, y su gruñido se tomó casi un ronroneo grave en lo más hondo de su garganta.

Quiero que sepas que me enorgullece ser tu dôshalo. Honras a los Windu.

Mace respiró hondo.

—Tú no los honras —dijo despacio, con frialdad deliberada.

Esta vez le tocaba a Vastor mirar en silencio.

—Yo no soy Mace, Jedi de los Windu. Windu es mi nombre, no el de mi ghôsh. Tú y yo no somos dôshallai. Los Windu ya no existen, y tú sólo traes desgracia a su memoria. Mi ghôsh son los Jedi.

Volvió a concentrarse en las comprobaciones previas al vuelo.

—Estaría bien que a mi vuelta te hubieras ido ya —dijo distante.

Mientras Mace hablaba, Vastor volvió su rostro hacia la danza en espiral de los cazas. No pareció oírle. Miraba hacia arriba como si escuchara a las estrellas. Pasó uno o dos segundos sumido en el silencio y la inmovilidad, antes de asentir con gravedad y volver a mirar a Mace.

Hasta que volvamos a vernos, dôshalo.

Giró como un leopardo arborícola sobresaltado y saltó desde el morro del Turbotrueno para alejarse corriendo por el iluminado permeocemento.

Mace conectó las últimas diez palancas de la secuencia de vuelo, y el Turbotrueno se meció lentamente, mientras los repulsores lo elevaban casi un metro del suelo.

—Vamos.

***

Cuando el Turbotrueno rugió a través de las puertas del espaciopuerto y entró en el barrio de almacenes de Pelek Baw, ya circulaba a algo más de doscientos kilómetros por hora. El agujero del parabrisas aullaba como el cuerno desafinado de una banda de
smazzo
. Durante un kilómetro o más, inmensos almacenes ennegrecidos por la noche abarrotaban toda la extensión al norte del espaciopuerto, pero las calles en sí mismas estaban vacías. Mace pretendía aprovechar cualquier ventaja que pudiera encontrar.

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