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Authors: Wu Ming Luther Blissett

Tags: #Histórico, Aventuras

El aire se ha vuelto más pesado, oídos aguzados y miradas que saltan de una a otra parte. Se ha formado un redondel, un semicírculo perfecto de estudiantes, como si alguien hubiera delimitado con yeso el terreno de lucha. Günther está de pie, callado, valorando de qué parte convendrá alinearse. Amsdorf ha elegido ya la suya: en el medio.

Melanchthon sacude la cabeza y entorna los ojos esbozando una sonrisa magnánima. Muestra en todo momento la actitud de un padre explicándole a un hijo cómo están las cosas. Como si su mente comprendiera la tuya, integrándola en sí, habiendo ya comprendido todo cuanto tú comprenderás de aquí al final de tus días.

Mira complacido al público, frente a él tiene a la Nueva Cristiandad. Mide las palabras, las sopesa, antes de rebatir.

—Debes ahondar más, Karlstadt, no quedarte en la superficie. El sentido de «dad al César» es muy distinto… Es cierto que Cristo distingue entre los dos ámbitos, el de la autoridad civil y el de Dios. Pero lo hace, justamente, para que a cada uno de los dos le sea dado aquel o que le corresponde, ya que las dos formas de autoridad son especulares. Tal es la voluntad del Señor. El propio san Pablo nos explicó esta idea. Dice:

«Pagadles los tributos, que son ministros de Dios ocupados en eso. Pagad a todos lo que debáis; a quien tributo, tributo; a quien aduana, aduana; a quien temor, temor; a quien honor, honor». Además, mi buen amigo, si los fieles se comportan honestamente no tienen nada que temer de las autoridades, es más, recibirán su elogio. En cambio, quien realizare acciones malvadas, debe temer, porque si el soberano lleva la espada hay una razón para ello; está al servicio de Dios para castigar justamente a quien obra mal.

Karlstadt, despaciosamente, irritado, dice:

—Pero ¿quién castigará al soberano que no obre honestamente?

Melanchthon, con seguridad, replica:

—«No os toméis la justicia por vuestra mano, amadísimos, antes dad lugar a la ira de Dios, pues escrito está: “A mí la venganza, yo haré justicia, dice el Señor”». La autoridad injusta es castigada por Dios, Karlstadt. Dios, que la ha instalado en la tierra, puede igualmente abolirla. No nos corresponde a nosotros oponernos a ella. Y por lo demás, qué claras palabras las del apóstol: «Bendecid a quienes os persigan».

Karlstadt:

—Es cierto, Melanchthon, es cierto. No digo que no tengamos que amar también a nuestros enemigos, pero convendrás conmigo en que al menos tenemos que guardarnos de aquellos que, sentados en la cátedra de Moisés, cierran el reino de los cielos ante las mismas narices de los hombres…

Paternal, Melanchthon:

—Los falsos profetas, mi querido Karlstadt, esos son los falsos profetas… Y el mundo está lleno de el os. Hasta aquí, en este lugar de estudio que ha recibido la gracia del señor… Porque es propio de los sabios que anide en su corazón la altivez, la presunción de poner en boca suya las palabras del Señor sin otro objeto que ensalzar su propia persona. Pero Él nos ha dicho: «Destruiré la sabiduría de los sabios y aboliré la inteligencia de los inteligentes». Nosotros servimos a Dios y combatimos por la verdadera fe en contra de la corrupción secular. No hay que olvidarlo, Karlstadt.

Un golpe bajo, desleal. Un velo de debilidad, la sombra del conflicto que lo corroe, se posa sobre la figura del rector. Diríase confuso, poco convencido, pero acusa el alfilerazo.

Melanchthon está de pie, ha suscitado la duda, ya solo queda asestar el golpe de gracia.

En ese momento se alza una voz de entre los espectadores. Una voz firme, clara, que no puede pertenecer a un estudiante.

—«Guardaos de los hombres porque os entregarán a los tribunales y os flagelarán en sus sinagogas y seréis llevados ante sus gobernadores y los reyes por causa mía, para dar testimonio ante ellos y los paganos…» ¿Acaso nuestro maestro Lutero tiene miedo de presentarse al abrigo de la autoridad para ser juzgado por los tribunales? ¿No os basta con su testimonio para comprender? El de Lutero es el grito que se alza de los campos y de las minas, contra quien ha hecho escarnio de la verdadera fe: «Aquel que viene de lo alto está por encima de todos; pero quien viene de la tierra, a la tierra pertenece y a la tierra habla». Lutero nos ha indicado el camino: cuando la autoridad de los hombres se niega a dar testimonio, el verdadero cristiano tiene el deber de enfrentarse a ella.

Miramos al rostro de quien acaba de hablar. La mirada es más dura y decidida aún que sus palabras. No se aparta en ningún momento de Melanchthon.

Melanchthon. Entorna los ojos tragándose su rabia, asombrado. Alguien le ha robado la palabra.

Dos toques. Llaman a la clase de Lutero. Hay que ir.

El silencio y la tensión se disipan en medio de la algarabía de los estudiantes, impresionados por la disputa, y de las frases de circunstancia de Amsdorf.

Todos afluyen hacia el fondo del patio. Melanchthon no se mueve, los ojos clavados en aquel que le ha arrebatado una victoria segura. Se miran cara a cara a distancia, hasta que alguien toma al profesor del brazo para acompañarlo al aula. Antes de ir, su tono de voz es toda una promesa:

—Tendremos ocasión de seguir hablando. Sin duda.

En el atestado pasillo que precede al aula donde nos espera el sumo Lutero, me pongo al lado de mi amigo Martin Borrhaus, al que todos llaman Cillerero, también él excitado por el acontecimiento.

En voz baja dice:

—¿Has visto la cara que ha puesto Melanchthon? Micer Lengua-cortante lo ha impresionado. ¿Sabes quién es?

—Se llama Müntzer. Thomas Müntzer. Y viene de Stolberg.

El ojo de Carafa

(1521)

Carta enviada a Roma desde la ciudad de Worms, sede de la Dieta imperial, dirigida a Gianpietro Carafa, fechada el 14 de mayo de 1521.

Al ilustrísimo y reverendísimo amo y señor, el muy honorable Giovanni Pietro Carafa, en Roma.

Ilustrísimo y reverendísimo amo y señor muy honorable:

Escribo a Vuestra Señoría a propósito de un acontecimiento muy grave y misterioso: Martín Lutero fue raptado hace dos días cuando regresaba a Wittenberg con el salvoconducto imperial.

Cuando V.S. me comisionó para seguir al monje a la Dieta imperial de Worms no me hizo mención de ningún plan de este género; si hay algo que ha escapado a mi atención y que debería saber, espero con ansiedad que Vuestra Señoría tenga a bien poner en conocimiento de ello a su servidor. Si, tal como creo, mi información no era incompleta, puedo entonces afirmar que una oscura y gravísima amenaza se cierne sobre Alemania. Considero por dicha razón esencial comunicar a V.S. cuáles han sido los movimientos de Lutero y de su entorno en los días de la Dieta y cuál fue el comportamiento de su señor, el Príncipe Elector de Sajonia Federico.

El martes 16 de abril, a la hora de la comida, la guardia de la ciudad emplazada en la torre de la catedral dio a son de clarín la señal acostumbrada para la llegada de un huésped importante. La noticia de la llegada del monje se había difundido ya por la mañana y muchas fueron las personas que salieron a su encuentro. Su modesto carruaje, precedido por el heraldo imperial, iba seguido por un centenar de personas a caballo. Una gran multitud atestaba la calle, hasta el punto de impedir al cortejo que avanzara expeditamente. Antes de entrar en el albergue para viajeros Johanniterhof entre la multitud formando calle, Lutero miró a su alrededor con ojos de endemoniado gritando: «Dios estará conmigo». A escasa distancia, en el albergue del Cisne, había tomado habitación el Príncipe Elector de Sajonia con su séquito. Desde las primeras horas de su estancia, comenzó un ir y venir de miembros de la pequeña nobleza, burgueses y magistrados, pero ninguno de los personajes más importantes de la Dieta dio muestras de tener intención de comprometerse de forma ostensible con el monje. A excepción del jovencísimo landgrave Felipe de Hesse, que sometió a Lutero a sutiles preguntas referentes a las costumbres sexuales en la
La cautividad de Babilonia
, recibiendo de este una severa andanada. El mismo príncipe Federico lo vio únicamente en las sesiones públicas.

Por lo demás, las verdaderas componendas no se desarrollaron tanto en las sesiones públicas del 17 y 18 de abril como en las conversaciones privadas y en algunos sucesos acaecidos durante la estancia de Lutero en Worms. Como Vuestra Señoría sabrá, a pesar de la aversión que el joven emperador Carlos siente por el monje y sus tesis, la Dieta no consiguió hacerle retractarse, ni tomar tampoco las debidas medidas antes de que los acontecimientos se precipitaran. Esto a causa de las maniobras hábilmente orquestadas por algunos misteriosos defensores de Lutero, entre quienes creo poder incluir al Elector de Sajonia, aun cuando no sea posible afirmarlo con absoluta certeza, por razón del carácter solapado y oscuro de tales maniobras.

La mañana del 19 de abril el emperador Carlos V convocó a los electores y a los príncipes al objeto de pedir que tomaran una posición decidida respecto a Lutero, manifestándoles su propio arrepentimiento por no haber procedido enérgicamente contra el monje rebelde desde un primer momento. El Emperador confirmó el salvoconducto imperial de veintiún días a condición de que el fraile no predicara durante el viaje de vuelta a Wittenberg. En la tarde de ese mismo día los príncipes y los electores fueron convocados para deliberar sobre la petición imperial. La condena contra Lutero fue aprobada por cuatro votos de seis. El Elector de Sajonia votó sin duda en contra, y esta fue su primera y única manifestación abierta en favor de Lutero.

La noche del día 20, sin embargo, unos desconocidos fijaron dos manifiestos en Worms: el primero de ellos contenía amenazas contra Lutero; el segundo declaraba que cuatrocientos nobles se habían comprometido bajo juramento a no abandonar al «justo Lutero» y a declarar su enemistad contra los príncipes y los partidarios de Roma y, ante todo, contra el arzobispo de Maguncia.

Este suceso ha arrojado sobre la Dieta la sombra de una guerra de religión y de un partido luterano dispuesto a alzarse en armas. El arzobispo de Maguncia, espantado, pidió y obtuvo del Emperador que fuera examinada de nuevo toda la cuestión, con el fin de no correr el riesgo de dividir en dos a Alemania y prestar su respaldo a una revuelta. Fuera quien fuese el que fijara los referidos manifiestos, ha obtenido como resultado de su acción el que le fuera concedida a la causa una prórroga de algunos días, así como hacer que se extendiera el temor y la circunspección respecto a la eventual condena de Lutero.

Así pues, el 23 y el 24 Lutero fue examinado por una comisión nombrada por el Emperador para la ocasión y, tal como acaso sepa ya V.S., continuó rechazando la propuesta de una retractación. Ello no obstante, su colega de Wittenberg, que lo había acompañado a la Dieta, Amsdorf, hizo correr el rumor de que se estaba cerca de lograr un acuerdo de conciliación entre Lutero, la Santa Sede y el Emperador. ¿Por qué, señor mío ilustrísimo? Yo creo que, a sugerencia también del elector Federico, para ganar un poco más de tiempo.

En consecuencia, entre el 23 y el 24 se produjo un continuo sucederse de mediadores por una y otra parte para subsanar la ruptura entre Lutero y la Santa Sede, representada aquí en Worms por el arzobispo de Tréveris.

El 25 tuvo lugar un encuentro privado, sin presencia de testigos, entre Lutero y el arzobispo de Tréveris, que, como era de prever, hizo inútiles todos los esfuerzos de la diplomacia de los dos días precedentes. En privado, Lutero, como ya había manifestado durante las sesiones de la Dieta al amparo del Emperador, se negó «por una cuestión de conciencia» a retractarse de sus tesis. Fue sancionada, por tanto, una ruptura irreversible y definitiva. En aquellas horas por las calles de la ciudad corrían rumores de un inminente arresto de Lutero.

La noche del mismo día fueron vistas dos figuras envueltas en capas que se dirigían a la habitación de Lutero. El hospedero los ha reconocido como Feilitzsch y Thun, los consejeros del príncipe elector Federico. ¿Qué se gestó durante ese encuentro nocturno? Tal vez V.S. encuentre una respuesta a la vista de lo sucedido en los días posteriores.

La mañana del día siguiente, el 26, Lutero abandonó sin hacer ruido la ciudad de Worms, con una reducida escolta de nobles simpatizantes suyos. Al día siguiente estaba en Frankfurt; el 28 en Friedberg. Allí indujo al heraldo imperial a que le dejara proseguir solo. El 3 de mayo Lutero abandonó el camino real y continuó viaje por caminos secundarios, aduciendo como motivación para el cambio de itinerario una visita a sus parientes, en la ciudad de Möhra. Asimismo indujo a sus compañeros de viaje a proseguir directamente en otro carruaje. Afirman los testigos que, al reanudar el viaje desde Möhra, iba en el carruaje solo con Amsdorf y su colega Petzensteiner. Al cabo de unas horas el coche fue detenido por unos hombres a caballo, quienes le preguntaron al conductor quién era Lutero y, tras reconocerlo, lo apresaron por la fuerza y se lo llevaron con ellos espesura adentro.

Convendrá Vuestra Señoría en que es imposible no ver detrás de toda esta maquinación a Federico, el elector de Sajonia. Pero en el caso de que V.S. tenga escrúpulo de sacar una conclusión en exceso precipitada, séame permitido entonces exponer ante los ojos de V.S. algunas cuestiones. ¿Quién tenía interés en retardar la condena de Lutero, manteniendo abierta la diatriba? Y, por consiguiente, ¿quién, a fin de retrasar la sentencia, tenía interés en recelar de la amenaza de un partido de los caballeros dispuesto a defender al monje con la espada contra el Emperador y el Papa? Por último, ¿quién tenía interés en poner a buen resguardo a Lutero provocando un rapto, sin revelarse abiertamente y sin comprometerse a los ojos del mismo Emperador?

Tengo la audacia de creer que también V.S. llegará a la misma conclusión que su servidor. Se respiran aires de batalla, mi señor, y la fama de Lutero crece cada día que pasa. La noticia de su rapto ha desencadenado un pánico y una agitación indecibles. Incluso aquellos que no comparten sus tesis reconocen ya en él una voz autorizada de la reforma de la Iglesia. Una gran guerra religiosa está a punto de desencadenarse. La semilla que Lutero ha esparcido, arrebatado por el ímpetu de su convicción, está a punto de dar su fruto. Discípulos ansiosos de pasar a la acción se preparan para extraer, con intrépida lógica, las consecuencias de sus pensamientos. Si la sinceridad es una virtud, acaso me permita Vuestra Señoría afirmar que los protectores de Lutero han logrado ya su objetivo de transformar al monje en un ariete contra la Santa Sede, organizando en torno a este un amplio séquito de gente del pueblo. Y ahora, no esperan sino el momento más oportuno para dar la batalla en campo abierto.

No se me ocurre decir nada más salvo que beso las manos de V.S., a quien me encomiendo de todo corazón.

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