Una pausa. Se encoge de hombros:
—João Miquez, Juan Micas, Jean Miche, Giovanni Miches, o Zuan, como me llaman aquí. Mi nombre tiene tantas versiones como países he recorrido. Para el emperador Carlos Quinto era Jehan Micas.
La tensión se ha relajado un poco, la expresión abierta del rostro pretende que me fíe.
—¿Habéis sido banquero del Emperador?
Asiente:
—Sí, pero con nosotros no se mostró tan generoso como con los Fugger de Augsburgo. Tuvimos que ganarnos nuestro pequeño espacio arrebatándoselo a la codicia de esos compatriotas vuestros a los que no agrada la competencia. Al cabo de algún tiempo, también el Emperador comenzó a tener en su punto de mira nuestro patrimonio y propuso que mi prima fuera dada en matrimonio a un pariente suyo, un gentil, Francisco de Aragón. Mi tía, que sentía una saludable desconfianza por las estrategias matrimoniales del Emperador, rehusó. Y así el Católico pensó en acusarnos de judaizantes, y fuimos denunciados a la Inquisición como falsos cristianos. Menuda cara dura, ¿no os parece? Primero nos obligan a cambiar de fe y luego nos lo echan en cara. Pero el dinero, dinero es al fin y al cabo, y la Inquisición en los Países Bajos vela sobre todo por los intereses de Carlos y de sus amigos Fugger…
Se detiene, espera que capte lo que, estoy casi seguro, es más que una alusión. No puedo saber con exactitud a quién tengo delante de mí, pero las hipótesis y los presentimientos deben de hacer que se devane los sesos al menos tanto como yo.
Prosigue:
—Sabíamos que Carlos Quinto no nos habría dejado salir de sus territorios fácilmente, por lo que ideamos un plan. Fingí una fuga por razones de amor con mi prima Reyna, nos escapamos hacia Francia. Mi tía, con la excusa de perseguir a su engatusada hija, se vino detrás de nuestros pasos. Yo me detuve en la frontera y, tras poner a salvo a las mujeres, volví a Amberes para evitar el secuestro del patrimonio familiar. No lo conseguí hasta después de dos años de agotadoras negociaciones con el Emperador y comprando a los inquisidores a precio de oro. Y por último aquí me tenéis.
Un sirviente se acerca por su espalda y le susurra algo al oído.
Miquez se pone en pie:
—La comida está servida. ¿Seguís pensando aún en comer con nosotros?
Dudo, mirándolo directamente a los ojos.
—Hoy me habéis salvado la vida. No os encontrabais allí por casualidad, ¿no es cierto?
Sonríe:
—La ventaja de tener una familia tan amplia es que a uno se le multiplican los ojos y los oídos. Pero espero que aprendáis a apreciarnos por todas nuestras demás cualidades.
—¿Cuándo comenzó vuestra fuga?
Una biblioteca lujosa, estrecha y alargada, estantes de madera taraceada, volúmenes antiguos; a sus espaldas, detrás del escritorio, colgada de la pared, una cimitarra morisca.
—Ya os lo he dicho, desde que curas y profetas pretendieron adueñarse de mi vida. Estuve con Müntzer y los campesinos contra los príncipes. Anabaptista en la locura de Münster. Justiciero divino con Jan Batenburg. Compañero de Eloi Pruystinck entre los espíritus libres de Amberes. Un credo distinto en cada ocasión, siempre los mismos enemigos, una única derrota.
—Una derrota que os ha deparado un discreto patrimonio. ¿Cómo lo lograsteis?
—Estafando a los Fugger con sus mismas armas y pagando el precio que no hubiera querido. Eloi me recogió cuando estaba medio muerto y me ofreció una vida, posibilidades, personas a las que amar. Y el viejo instinto de lucha, con objetivos y armas nuevos. La cosa funcionó hasta que la Inquisición cayó sobre nosotros. La ironía del destino es que esperábamos a los esbirros y en cambio se presentaron los curas.
Me interrumpe:
—¿Y eso os extraña? Nuestra historia os habría enseñado algo al respecto. Yo siempre he creído que eso de la estafa a los Fugger era una leyenda, pues circulaban rumores por Amberes, pero no parecía posible. ¿Cuánto sacasteis?
—Trescientos mil florines. Con falsas letras de cambio.
Una expresión de complacencia, musita:
—¿Y de veras pensabais que Anton el Chacal iba a quedarse viéndolas venir? Apostaría a que fue él quien mandó detrás de vosotros a los cuervos del Santo Oficio. En los Países Bajos también la Inquisición es una filial de los Fugger y seguro que a Anton le convino más quitaros de en medio como herejes que denunciar que se la habían jugado. Pienso que es un milagro que estéis vivo.
Me quedo reflexionando, las afirmaciones simples y directas de Miquez dejan poco margen para la duda.
—¿Cuál es la lección? Pues que te joden en cualquier caso. Hay que quedarse parado, no atreverse nunca.
Miquez, serio:
—Exactamente lo contrario: hay que moverse muy rápido. Más rápido que ellos. Confundirse entre la multitud, apuntar a un objetivo, lisonjear a los enemigos, y tener siempre un equipaje ligero. —Abre los brazos con un ademán omniabarcador—: ¿De lo contrario qué estaríamos haciendo aquí? En Venecia, el burdel del mundo.
Le insisto:
—Vayamos al grano, entonces. ¿Qué tenéis en mente?
Vuelve a encender la punta del cigarro y por un instante los rasgos regulares del rostro se pierden en medio de las volutas.
—La imprenta. —Busca las palabras—. La imprenta es el negocio del momento. Y no es únicamente importante por una simple cuestión de negocio: transmite las ideas, fecunda las mentes y, cosa no desdeñable, refuerza las relaciones entre los hombres. Para una familia importante y sin embargo en permanente riesgo como la mía, pero tal vez más en general para todos los judíos, puede resultar decisivo entablar relaciones con hombres de letras, estudiosos, personas reconocidas y dignas de confianza que pueden influir en otras, en sus comunidades de origen. Si lo queréis, es un mecenazgo interesado y es por esto por lo que no solo me atrae la edición judía. Estoy ya en tratos con los mayores editores venecianos: Manucio, Giolito. Con doña Beatrice, mi tía, hemos visto imprentas aquí y en Ferrara. Publicamos el Talmud, pero también a Lando, a Ruscelli, a Reinoso. Nos anima la pasión por las letras. Doña Beatrice podría renunciar a todas las demás actividades excepto a esta. No me cabe la menor duda de que es una de las mujeres más cultas de Europa. —Se inclina ligeramente sobre el escritorio—. No tendréis ninguna dificultad en comprender por qué me interesa favorecer al partido de los tolerantes y de los moderados dentro y fuera de la Iglesia, y obstaculizar la propagación de la intransigencia religiosa y de la guerra espiritual llevada a cabo por el Santo Oficio. Para ello necesito personas capaces de olfatear las nuevas corrientes de pensamiento, las obras destinadas a persuadir los espíritus y a cambiar el curso de los acontecimientos.
Recorro con la mirada los títulos de los libros alineados en los estantes, textos árabes, judíos, cristianos, reconozco la Biblia de Lutero. Luego me vuelvo hacia él:
—No puedo hacer ver que el terreno me es ajeno. Estoy trabajando en una operación de este tipo. ¿Habéis oído hablar de
El beneficio de Cristo
?
Mira hacia arriba, haciendo girar los ojos:
—No. Pero no me atrevería a afirmar que doña Beatrice no sepa algo acerca de él.
—Oficialmente, el autor es un fraile benedictino mantuano, pero detrás hay algunos importantes literatos que simpatizan con Calvino y exponentes del partido moderado romano, que llaman espirituales. Se trata de un libro astuto, destinado a buscarle tres pies al gato, porque su contenido es ambiguo y está expuesto en un lenguaje que todo el mundo puede comprender. Una obra maestra de la simulación, sobre la que ya muchos se devanan los sesos. Fue impreso por vez primera hará tres años, precisamente aquí en Venecia. Desde entonces su aceptación no ha dejado de crecer. Tenemos ya listos mil nuevos ejemplares por repartir, aparte de aquí, entre los territorios al oeste y al sur de la Serenísima. Estimamos que podremos poner en circulación diez mil en tres años.
Un gesto de aprobación con la cabeza, tamborilea con sus finos dedos sobre la mesa:
—Hum. Muy interesante. Una empresa ambiciosa, que requiere de medios adecuados. Habéis hablado de los territorios al oeste y al sur de la República. ¿Y por qué no pensáis también en los del este y el norte? Quince, tal vez veinte mil ejemplares, poniendo a trabajar más imprentas, comprometiendo a otros editores como cobertura. Cuento con buenos contactos en Croacia y en Francia. Luego estaría Inglaterra, lugar de infinitas posibilidades. Tengo las naves, la red de contactos y decenas de mercaderes complacientes dispuestos a hacer circular cualquier cosa. Espero que queráis considerar todo esto. En cualquier caso os agradecería que me proporcionarais un ejemplar del libro para regalárselo a mi tía, que anda siempre a la caza de la última piedra de escándalo.
—Qué duda cabe que sabéis hacer las ofertas. Pero no puedo tomar ninguna decisión sin antes haberlo consultado con mis socios. Meterse en negocios con vos significaría ampliar en mucho las perspectivas de la operación.
Miquez abre los brazos y sonríe generosamente:
—Lo comprendo muy bien. Tomaos el tiempo que necesitéis. Ya sabéis dónde encontrarme.
—También vos, espero que tenga ocasión de corresponder a vuestra hospitalidad. Más de una de nuestras muchachas os han echado el ojo.
Se encoge de hombros y me mira con ironía:
—Ay, las mujeres se sienten a menudo atraídas por lo que no pueden tener. El placer es materia opinable y elige caminos diversos. —Se da cuenta de mi estupor y añade—: Pero no temáis, Duarte y yo no nos privaremos de la buena cocina y de la excelente bodega del Tonel.
Carta enviada a Trento desde la ciudad pontificia de Bolonia, dirigida a Gianpietro Carafa, miembro del Concilio ecuménico, fechada el 27 de julio de 1546.
A mi reverendísimo señor Giovanni Pietro Carafa.
Muy honorable señor mío:
Las noticias llegadas a Bolonia desde Trento en estos meses no pueden sino alegrar a este corazón celoso cumplidor de su deber.
No solo, en efecto, ha visto el Emperador esfumarse sus esperanzas de que los luteranos tomaran parte en el Concilio, sino que ha tenido que asistir también a la definitiva condena de la teología de los protestantes, de la doctrina sobre el pecado original y de la justificación
por la fe
. Al día de hoy los príncipes protestantes de la Liga de Smalkalda, su adversaria, deben ser considerados apóstatas y enemigos de la religión; y de este modo se vuelven inútiles las esperanzas de Carlos de retomar el control de toda Alemania y ganar a los príncipes alemanes para su lucha contra el Turco.Los esfuerzos del cardenal Polo contra los decretos conciliares que sancionan la separación definitiva de los luteranos de la Santa Iglesia Romana han resultado vanos y tal vez sea esta la mayor victoria de Vuestra Señoría y del partido de los guardianes de la ortodoxia.
Le confirmo, en efecto, a Vuestra Señoría que los motivos de salud aducidos por el cardenal inglés para el prematuro abandono de los trabajos conciliares no son sino una mera excusa: su retirada ha estado dictada más por la necesidad de volver a Viterbo para lamerse las heridas que por las fiebres alpinas.
Mas los largos años al servicio de Vuestra Señoría enseñan que no hay que cantar victoria antes de que el enemigo esté totalmente vencido. Reginaldo Polo sigue siendo el preferido del Emperador, el hombre en el que el Habsburgo tiene depositadas las esperanzas de un cambio de rumbo respecto a los protestantes y no cabe duda de que él dirigirá sus intrigas para facilitar la carrera y la fama del inglés.
Por eso la excomunión de
El beneficio de Cristo
por parte de los padres conciliares proporciona a Vuestra Señoría un arma más para minar las solapadas estrategias de los espirituales y de los simpatizantes de Calvino dentro de los territorios papales. La intención que me fuera anunciada por V.S. de poner a trabajar a la Congregación del Santo Oficio en la redacción de un Índice de Libros Prohibidos, se vuelve hoy una necesidad prioritaria. El peligroso librito de Benedetto de Mantua, en efecto, ha continuado circulando y fecundando las mentes predispuestas a la herejía, hasta el punto de que en la actualidad podría bastar con descubrir a quien lo posee para identificar a los simpatizantes de Polo y acusarlos. Yo mismo estaría ya en condiciones de proporcionar a la Inquisición numerosos nombres.Pero da igual. Por el momento tal vez sea suficiente con disfrutar de las victorias inmediatas, y esperar a valorar lo que conviene hacer cuando este entusiasmo se haya aplacado, dando paso a la cordura.
Me encomiendo a la gracia de Vuestra Señoría y, en espera de nuevas directrices, beso sus manos.
De Bolonia, el día 27 de julio de 1546, vuestro fiel observador,
Q.
27 de julio de 1546
Lutero ha muerto.
Reginald Pole se va derrotado de Trento. El Emperador vomita bilis.
El círculo viterbés y todos los criptoluteranos están muertos de miedo.
El beneficio
ha sido condenado.
Vejez, tal vez sea este el único motivo que impulsa a escribir líneas que nunca nadie leerá. Locura.
Anoto nombres y lugares. El cardenal Morone de Módena, Gonzaga de Mantua, Giberti de Verona, Soranzo de Bérgamo, Cortese. Algunas dudas sobre Cervini y sobre Del Monte. Amigos de Pole, pero temerosos estos últimos, cortos de genio.
Su Santidad Paulo III elige a los miembros del Sacro Colegio con la balanza: un guardián de la ortodoxia por un espiritual, un intransigente por un moderado. Esta política de equilibrio es de corta vida, habrá que arreglar cuentas. Paulo III Farnesio es un hombre a la antigua, de tejemanejes, de nepotismo e hijos ilegítimos que hay que colocar en puestos de poder. Último Papa de una era moribunda, apegado a su sitial y a sus ridículas intrigas, desconocedor de que este tiempo ha tocado a su fin, que avanzan nuevos soldados, tanto aquí como en las tierras del norte: los santos predestinados de Calvino, comerciantes consagrados a la causa de la fe reformada y de su Dios terrible; los hombres de la Inquisición, guardianes de la ortodoxia, inexorablemente consagrados a su pequeña y mezquina tarea de policías respetuosos del deber, escrupulosos recogedores de informaciones, rumores, delaciones.
Ignacio de Loyola y su Orden de soldados de Dios, la Compañía de Jesús; Ghislieri y los nuevos dominicos; y detrás de todos ellos Gianpietro Carafa, el hombre del futuro, setentón incorruptible y eficiente señor de la guerra espiritual, de la batalla por el control de los espíritus.