Rama Revelada (38 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

—Sólo que éramos nuevos en estos dominios y que todavía estaban aprendiendo cuáles eran nuestras aptitudes… Entonces hubo algunos números que deben de haber sido alguna forma de describirnos. No entendí esa parte.

Después que otras dos especies fueron presentadas brevemente, la Optimizadora Principal empezó a resumir los puntos principales de su discurso.

—¡Mami, mami!
—el chillido de terror predominó súbitamente sobre la voz alienígena. De algún modo, mientras los humanos adultos estaban absorbidos por el discurso y el espectáculo que los rodeaba, Nikki había trepado por encima de la barrera más baja que delimitaba su sección e ingresado en el espacio abierto que los separaba de los seres iguana. La octoaraña Hércules, que patrullaba la zona, aparentemente tampoco advirtió lo que hacía la niña, pues no se dio cuenta de que una de las iguanas había metido la cabeza en el hueco que quedaba entre las dos cuerdas de metal que rodeaban su sección, y agarrado el vestido de Nikki con sus afilados dientes.

El terror que había en la voz de la niña paralizó momentáneamente a todos menos a Benjy, que actuó en forma instantánea en ayuda de Nikki, saltó sobre la barrera y asestó un golpe, con todas sus fuerzas, en la cabeza de la iguana. El sorprendido alienígena soltó el vestido de Nikki. Se desató el pandemónium. Nikki corrió de vuelta hacia los brazos de su madre pero, antes de que Hércules y Archie pudieran alcanzar a Benjy, el enfurecido alienígena se deslizó a través del hueco y saltó sobre la espalda de Benjy, que lanzó un alarido por el intenso dolor que le producían los dientes de la iguana en el hombro, y empezó a sacudirse, tratando de desembarazarse de su atacante. Segundos después, la iguana cayó al suelo, completamente inconsciente. Dos puntos verdes se veían con claridad allí donde su cola se unía al resto del cuerpo.

Todo el incidente había ocurrido en menos de un minuto. El discurso no se interrumpió. Con excepción de las secciones adyacentes, nadie advirtió el suceso. Pero Nikki estaba irremediablemente asustada, Benjy gravemente herido y Eponine empezaba a tener una contracción.

Debajo de ellos, las enojadas iguanas trataban de forzar las cuerdas de metal, haciendo caso omiso de las amenazas de las diez octoarañas que se apresuraron a ubicarse en el ámbito entre las dos especies.

Archie le dijo al grupo de humanos que era hora de que se fueran. No hubo discusiones. Archie los escoltó de prisa hacia afuera del estadio, con Ellie llevando a su sollozante hija y Nicole frotando con desesperación en la herida de Benjy un antiséptico que había sacado de su maletín médico.

Richard se alzó sobre los codos, cuando Nicole entró en el dormitorio.

—¿Está bien Benjy? —preguntó.

—Así lo creo —dijo Nicole, lanzando un intenso suspiro—. Todavía me preocupa que en la saliva de ese ser pueda haber sustancias químicas peligrosas… Doctor Azul fue de mucha utilidad, me explicó que las iguanas no tienen ponzoña, pero coincide en que debemos estar alertas ante alguna forma de reacción alérgica en Benjy… Dentro de un día o dos, se sabrá si tenemos un problema o no.

—Y el dolor, ¿ya pasó?

—Benjy se niega a quejarse… Creo que, en realidad, está sumamente orgulloso de sí mismo, y motivos no le faltan para estarlo, y no quiere decir nada que pueda arruinarle su momento como héroe de la familia.

—¿Y Eponine todavía tiene contracciones?

—No, temporalmente se detuvieron, pero, si da a luz dentro del próximo día, más o menos, Marius no habrá sido el primer bebé cuyo nacimiento fue inducido por la adrenalina.

Nicole empezó a desvestirse.

—Ellie es la que lo está tomando peor… dice que es una madre terrible y que nunca se va a perdonar por no haber vigilado más de cerca a Nikki. Hace unos minutos hasta hablaba como Max y Patrick. Se preguntaba en voz alta si, a lo mejor, no deberíamos regresar a Nuevo Edén y correr el riesgo con Nakamura, “por el bien de los chicos”.

Nicole terminó de desvestirse y subió a la cama. Le dio un beso suave a Richard y se puso las manos detrás de la cabeza.

—Richard —manifestó—, nos enfrentamos con un asunto muy grave. ¿Crees que las octoarañas nos
permitirán
regresar siquiera a Nuevo Edén?

—No —contestó él, después de un breve silencio—… No a todos nosotros, al menos.

—Temo que coincido contigo. Pero no se lo quiero decir a los demás… Quizá deba tratar otra vez la cuestión con Archie.

—Tratará de evadirla, como lo hizo la primera vez.

Se acostaron juntos, tomándose de las manos durante varios minutos.

—¿En qué piensas, amor? —preguntó Nicole, cuando advirtió que los ojos de Richard todavía estaban abiertos.

—En hoy —contestó él—. En todo lo que pasó hoy. Voy a repasar en mi mente cada increíble escena. Ahora que soy viejo y mi memoria no es tan buena como antes, intentaré emplear técnicas para refrescarla…

Nicole rió.

—Eres imposible —dijo—. Pero te amo de todos modos.

5

Max estaba agitado.

—Yo, en lo personal, no quiero permanecer en este sitio ni un minuto más de lo necesario. Ya no confío en ellos… Mira, Richard, sabes perfectamente que tengo razón. ¿Viste con qué rapidez Archie sacó de su bolso esa cosa como un tubo, cuando la iguana alienígena saltó sobre la espalda de Benjy? Y no dudó ni un segundo en usarlo.
Pffft
fue todo lo que oí, y
presto
, esa lagartija quedó, o bien muerta o bien paralizada. Le habría hecho lo mismo a uno de nosotros, si nos hubiéramos portado mal.

—Max, creo que tu reacción es excesiva —dijo Richard.

—¿De veras? ¿Y es otra reacción excesiva el que todo lo ocurrido ayer reforzara en mi mente la noción de lo indefensos que estamos…?

—Max —interrumpió Nicole—, ¿no crees que ésta es una discusión que deberíamos tener en otro momento, cuando no estemos tan emotivos?

—No —replicó Max con énfasis—. No lo creo… Quiero tenerla
ahora
, en la mañana de hoy. Por eso es que le pedí a Nai que les sirva el desayuno a los chicos en su casa.

—Pero seguramente no estarás sugiriendo que partamos ahora mismo, cuando Eponine está por dar a luz de un momento a otro —objetó Nicole.

—Claro que no —replicó Max—, pero creo que debemos levantar el culo y largarnos no bien ella pueda viajar… Por Dios, Nicole, ¿qué clase de vida podemos llevar aquí, de todos modos? Nikki y los mellizos ahora están cagados de miedo. Apuesto a que no van a estar dispuestos a salir otra vez de nuestra zona durante semanas, quizá nunca más… Y eso ni siquiera toma en cuenta la pregunta más importante, ¿por qué las octoarañas nos trajeron acá en primer lugar? ¿Viste ayer a todos esos seres en el estadio? ¿No tuviste la impresión de que
todos
trabajan para las octoarañas, en una forma o en otra? ¿No es factible que, pronto, nosotros también estemos ocupando algún nicho en su ecosistema?

Ellie habló por primera vez desde que se inició la conversación.

—Siempre confié en las octoarañas —declaró—. Todavía lo hago.

No creo que tengan alguna especie de confabulación diabólica para integramos en su esquema general de una manera que sea inaceptable para nosotros… pero sí aprendí algo ayer o, mejor dicho,
volví
a aprender algo. Como madre, es mi responsabilidad brindarle a mi hija un ambiente en el que ella pueda florecer y tener la oportunidad de ser feliz… y ya no creo que eso sea posible aquí, en la Ciudad Esmeralda.

Nicole la miró con sorpresa.

—¿Así que tú también te querrías ir? —preguntó.

—Sí, madre.

Nicole recorrió con la vista el rostro de los presentes. Por la expresión de Eponine y Patrick se pudo dar cuenta de que estaban de acuerdo con Max y Ellie.

—¿Sabe alguien qué opina Nai sobre este asunto? —preguntó.

Patrick se sonrojó levemente cuando Max y Eponine lo miraron, como si esperasen que él diera una respuesta.

—Hablamos al respecto anoche —dijo al fin—. Nai ha estado convencida, desde hace algún tiempo, de que los niños llevan una vida muy restringida aislados aquí, en nuestra propia zona. Pero también está preocupada, en especial después de lo que pasó ayer, por que puedan existir peligros de importancia para los chicos si tratamos de vivir libremente en la sociedad de las octoarañas.

—Supongo que eso resuelve la cuestión —aceptó Nicole, encogiéndose de hombros—. En la primera oportunidad que se me presente, hablaré con Archie respecto de irnos de acá.

Nai era una buena narradora de cuentos. Los niños adoraban los días de clase en los que ella dejaba de lado las actividades planeadas y simplemente les relataba historias. De hecho, les había estado narrando mitos, tanto griegos como chinos, el primer día que Hércules apareció para observarlos. Los chicos le dieron ese nombre a la octoaraña después que ayudó a Nai a mover los muebles en el aula para lograr una disposición diferente.

La mayoría de las historias que Nai contaba tenían un héroe. Dado que hasta Nikki todavía conservaba algún recuerdo de los biots humanos de Nuevo Edén, los niños estaban más interesados en relatos sobre Albert Einstein, Abraham Lincoln y Benita García que en los personajes históricos o míticos con los que no habían tenido relación personal.

En la mañana posterior al Día de la Munificencia, Nai explicó cómo, durante las últimas etapas del Gran Caos, Benita García utilizó su considerable fama para ayudar a los millones de gente pobre de México. Nikki, que había heredado la compasión de su madre y su abuela, se sintió conmovida por el relato de su valeroso desafío a la oligarquía mejicana y a las grandes compañías multinacionales norteamericanas.

La niñita proclamaba que Benita García era su
héroe
.

—Heroína —corregía el siempre preciso Kepler—. ¿Y qué hay respecto de ti, madre? —preguntó unos segundos después—, ¿tenías un héroe, o una heroína, cuando eras una niña pequeña?

A pesar del hecho de que estaba en una ciudad alienígena a bordo de una espacionave extraterrestre, a una distancia increíble de su ciudad natal de Lamfun, en Tailandia, durante unos extraordinarios quince o veinte segundos la memoria de Nai la transportó de regreso a su niñez, y se vio con claridad con un sencillo vestido de algodón, entrando descalza en el templo budista, para rendir homenaje a la reina Chamatevi. También pudo ver a los monjes con sus vestiduras color azafrán y, por un instante, hasta le pareció oler el incienso del pebetero en el oratorio ubicado frente al Buda principal del templo.

—Sí —dijo, sumamente conmovida por la fuerza de la imagen retrospectiva—. Sí, tuve una heroína… la reina Chamatevi, de los jaripunchai.

—¿Quién era, señora Watanabe? —preguntó Nikki—. ¿Era como Benita García?

—No exactamente —empezó Nai—. Chamatevi era una hermosa joven que vivió en el reino de los mons, en el sur de Indochina, hace más de mil años. Su familia era rica y estaba íntimamente conectada con el Rey de los mons. Pero Chamatevi, que tenía una educación extraordinariamente buena para una mujer de su época, anhelaba hacer algo diferente y fuera de lo común. Una vez, cuando Chamatevi tenía diecinueve o veinte años, un augur visitó…

—¿Qué es un augur, mamá? —preguntó Kepler.

Nai sonrió.

—Alguien que predice lo futuro o que, por lo menos, intenta hacerlo —respondió.

—El hecho es que este augur le informó al Rey que una antigua leyenda decía que una bella joven de los mons, de noble cuna, iría hacia el norte a través de todas las selvas, hasta el valle de los jaripunchai, y uniría a todas las tribus de la región que estaban en guerra. Esa joven, prosiguió el augur, crearía, un reino cuyo esplendor igualaría al de los mons, y se la conocería en muchas tierras por su descollante capacidad de mando. El augur narró esa historia durante un banquete que se hacía en la corte, y Chamatevi lo escuchó con atención. Cuando el relato terminó, la joven se presentó ante el Rey de los mons y le dijo que
ella
debía de ser la mujer de la leyenda.

—A pesar de la oposición de su padre, Chamatevi aceptó la oferta del Rey, de dinero, provisiones y elefantes, aun cuando sólo había la cantidad de alimentos suficiente como para durar los cinco meses de travesía por la jungla hasta la tierra de los jaripunchai. Si la leyenda no fuera cierta, y las muchas tribus del valle no aceptaran a Chamatevi como su reina, entonces ella no podría regresar a los mons y se vería forzada a venderse como esclava. Pero ni por un instante tuvo miedo.

—Por supuesto, la leyenda se cumplió, las tribus del valle aceptaron a Chamatevi como reina y ella gobernó durante muchos años, en lo que se conoce, en la historia tailandesa, como la Edad de Oro de los Jaripunchai… Cuando Chamatevi ya era muy anciana, dividió cuidadosamente el reino en dos partes iguales, que entregó a sus dos mellizos. Después se retiró a un monasterio budista para agradecer a Dios por Su amor y protección. Chamatevi se mantuvo alerta y sana hasta su muerte, ocurrida a la edad de noventa años.

Por motivos que no entendía del todo, Nai sentía que se emocionaba mucho mientras narraba la historia. Cuando terminó todavía podía ver, con los ojos de la mente, las pinturas murales del templo de Lamfun que ilustraban la historia de Chamatevi. Nai estaba tan absorbida por el relato, que ni siquiera se dio cuenta de que Patrick, Nicole y Archie habían entrado en el aula y estaban sentados en el piso, detrás de los niños.

—Tenemos muchos relatos similares —informó Archie unos minutos después, y Nicole tradujo— que también les contamos a nuestras crías. La mayoría son muy, muy antiguos. ¿Son ciertos? Realmente eso no le importa a una octoaraña. Los relatos entretienen, instruyen e inspiran.

—Estoy segura de que a los chicos les encantaría oír uno de tus relatos —le dijo Nai—. A decir verdad, a todos nos encantaría.

Archie no dijo nada durante casi un nillet. El fluido de su lente estaba muy activo, desplazándose de un lado para otro, como si estuviera estudiando con cuidado a los seres humanos que lo contemplaban. Al fin, las bandas de color empezaron a emanar de su ranura y a circunnavegarle la cabeza.

—Hace mucho, pero mucho tiempo —empezó—, en un mundo muy distante bendecido con abundancia de recursos y belleza que trascendía cualquier descripción, todas las octoarañas moraban en un vasto océano. En la tierra había muchos seres, uno de los cuales, el…

—Lo siento —interrumpió Nicole—, no sé cómo traducir el patrón cromático siguiente.

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