Rama Revelada (71 page)

Read Rama Revelada Online

Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

—Le expliqué al Consejo que acababas de llegar y que no entendías por completo la importancia del boicot —dijo Nai—. Creo que quedaron satisfechos.

Nai abrió la puerta y Nicole la siguió hasta el sector de lavandería. Sobre la base de las lavadoras y secadoras que habían visto en Nuevo Edén, los alienígenas que equiparon con premura el Grand Hotel construyeron la lavandería automática no muy lejos del refectorio. En la gran sala había dos mujeres más. Adrede, Nai eligió usar las máquinas que estaban en el lado opuesto, de modo de poder mantener una conversación privada con Nicole.

—Te pedí que vinieras conmigo hoy —dijo, mientras empezaba a clasificar la ropa— porque deseaba hablar contigo respecto de Galileo… —Hizo una pausa, luchando consigo misma—. Discúlpame, Nicole, mis sentimientos en este asunto son tan intensos… No estoy segura…

—Está bien, Nai —la tranquilizó Nicole suavemente—. Entiendo… Recuerda que yo también soy madre.

—Estoy desesperada, Nicole —prosiguió Nai—. Necesito tu ayuda… Nada de lo que me haya ocurrido en la vida, ni siquiera el asesinato de Kenji, me afectó como esta situación… Me consume la angustia por mi hijo… Ni siquiera la meditación me brinda paz.

Mientras hablaba, Nai dividió la ropa en tres montones. Los puso en tres máquinas lavadoras y volvió al lado de Nicole.

—Mira —dijo—. Soy la primera en admitir que la conducta de Galileo no fue perfecta… Después del largo sueño, cuando nos mudaron acá, fue muy lento para relacionarse con los demás… No participaba en las clases que Patrick, Ellie, Eponine y yo habíamos organizado para los chicos y, cuando venía, no hacía los deberes… Galileo era hosco, terco y desagradable con todos menos con María.

—Nunca me hablaba sobre lo que sentía… Lo único que parecía disfrutar era ir a la sala de esparcimiento para practicar ejercicios de desarrollo muscular… A propósito, se encuentra muy orgulloso de su fuerza física.

Nai dejó de hablar un momento.

—Galileo no es
mala
persona, Nicole —afirmó, como disculpándose—. Sólo está confuso… Se durmió como niño de seis años y despertó con veintiuno, con el cuerpo y los deseos de un varón joven…

Se detuvo. En los ojos le habían aparecido lágrimas.

—¿Cómo se podía
esperar
que supiera cómo actuar…? —continuó con dificultad. Nicole extendió los brazos hacia ella, pero Nai no aceptó la oferta—. He tratado de ayudarlo, pero no pude —continuó Nai. No sé
qué
hacer… Y temo que ahora sea demasiado tarde.

Nicole recordó sus propias noches de insomnio en Nuevo Edén, cuando lloraba a menudo, frustrada, por Katie.

—Entiendo, Nai —dijo en voz baja—. Créeme que te entiendo.

—Una vez, nada más que una vez —dijo Nai después de una pausa——, llegué a tener un atisbo de lo que hay debajo de ese frío aspecto exterior que Galileo exhibe con tanto orgullo… Fue en medio de la noche posterior al asunto con María, cuando volvió de su sesión con Cubo Grande. Estábamos juntos en el corredor, nada más que nosotros dos, y él estaba gimiendo y golpeando la pared… «¡No iba a lastimarla, mamá; tienes que creerme!», gritaba, «¡Amo a María… Es que no pude contenerme!»

—¿Qué pasó con Galileo y María? —preguntó Nicole cuando Nai volvió a detenerse unos segundos—. No estoy al tanto.

—¡Oh! —exclamó Nai, sorprendida—, estaba segura de que alguien ya te lo habría contado. —Vaciló unos instantes—. En aquel momento, Max dijo que Galileo había tratado de violar a María y que lo habría conseguido, de no haber vuelto Benjy a la sala y arrancado a Galileo de encima de la muchacha… Después, Max admitió ante mí que pudo haberse excedido al emplear la palabra “violación”, pero que, sin lugar a dudas, Galileo “se había pasado de la raya”…

—Mi hijo me dijo que María lo había incitado, al principio por lo menos, y que cayeron al suelo mientras se besaban… Ella todavía estaba participando con todo entusiasmo, según Galileo, hasta que él empezó a bajarle la bombacha… Ahí fue cuando empezó la lucha…

Nai trató de calmarse.

—El resto de la historia, no importa quién la relate, no es muy agradable. Galileo admite que golpeó a María, y varias veces, después que ella empezó a gritar, y que la retuvo en el suelo y siguió bajándole la bombacha… Él había cerrado la puerta con llave. Benjy la derribó con el hombro y se tiró sobre Galileo con todas sus fuerzas… Debido al ruido y a los daños a la propiedad, Cubo Grande acudió, así como muchos mirones…

Había más lágrimas en los ojos de Nai.

—Debe de haber sido horrible —comentó Nicole.

—Esa noche, mi vida se hizo trizas —dijo Nai—. Todos censuraron a Galileo. Cuando Cubo Grande lo puso en libertad bajo palabra y lo devolvió a la unidad que ocupaba la familia, Max, Patrick, y hasta Kepler, su propio hermano, opinaban que el castigo era demasiado leve. Y si alguna vez insinué que quizá, nada más que quizá, la bella y querida María
pudo
haber sido parcialmente responsable por lo que ocurrió, todos me decían que yo “carecía de imparcialidad” y que estaba “ciega a los hechos”…

—María desempeñó su papel a la perfección —continuó Nai, con indisimulada aspereza en la voz—. Más tarde admitió que voluntariamente había besado a Galileo, ya antes se habían besado dos veces, dijo, pero insistió en que empezó a decir “no”
antes
de que él la hiciera caer al suelo. María lloró durante una hora inmediatamente después del incidente. Apenas si podía hablar. Todos los hombres trataron de reconfortarla, incluso Patrick. Todos estaban convencidos, aun antes de que ella dijera algo siquiera, de que no tenía culpa alguna.

Sonaron campanillas suaves, indicando que el lavado se había completado. Nai se levantó lentamente, fue hasta las máquinas y puso la ropa en dos secadoras.

—Todos estuvimos de acuerdo en que María debía mudarse a la habitación de al lado, con Max, Eponine y Ellie —continuó—. Creí que el tiempo sanaría las heridas. Me equivoqué. Todos, excepto yo, excluyeron a Galileo de la familia. Kepler ni siquiera le hablaba. Patrick era cortés, pero distante… Galileo se refugió aún más en su coraza, dejó de asistir del todo a las clases y pasaba la mayor parte de sus horas de vigilia solo, en el salón de pesas.

—Hace unos cinco meses me acerqué a María y le supliqué que ayudara a Galileo… Fue humillante, Nicole. Ahí estaba yo, una mujer adulta, rogándole a una adolescente que le hiciera un favor… Primero le había preguntado a Patrick, a Eponine y, después, a Ellie, si hablarían con María por mí. Únicamente Ellie hizo un esfuerzo por interceder, y me informó, después de su intento, que la apelación tendría que venir directamente de mí.

—María finalmente aceptó hablar con Galileo, pero únicamente después de forzarme a escuchar una perorata sobre cómo ella todavía se sentía “violada” por el ataque de Galileo. También estipuló que la reunión debía ser precedida por una disculpa sincera y por escrito de Galileo, así como que yo en persona asistiera a la conversación, con el objeto de evitar cualquier situación desagradable.

Nai meneó la cabeza.

—Y ahora te pregunto, Nicole. ¿Cómo es
posible
, por Dios, que una chica de dieciséis años, que ha estado despierta durante nada más que dos en toda su vida, se haya vuelto tan perversa? Alguien, y mi conjetura es que fueron Max y Eponine, estuvo asesorándola acerca de cómo comportarse. María
quería
humillarme y hacer que Galileo sufriera lo más posible… y por cierto que lo consiguió.

—Sé que parece improbable —Nicole habló por primera vez en vanos minutos—, pero conocí gente con increíbles dones naturales, que saben, de manera intuitiva y a edad muy temprana, cómo habérselas con cualquier posible situación. María puede ser una de ellas.

Nai pasó por alto el comentario.

—El encuentro resultó muy bien. Galileo cooperó y María aceptó la disculpa que él le escribió. Durante las siguientes semanas, ella parecía desvivirse para incorporarlo a lo que fuera que los jóvenes estuvieran haciendo… pero él seguía siendo un extraño en ese grupo, un intruso. Yo me daba cuenta… y sospecho que él también.

—Entonces, un día, en el refectorio, mientras los cinco estaban sentados juntos, el resto de nosotros había comido temprano y ya regresado a nuestras habitaciones, un par de iguanas se sentó al otro extremo de la mesa. Según Kepler, las iguanas eran deliberadamente repulsivas. Hundían la cabeza en sus platos, absorbiendo con ruido esos gusanos serpenteantes que a ellas les encantan y, después, miraron con fijeza a las muchachas, en especial a María, con esos ojuelos amarillos y saltones. Nikki hizo un comentario respecto de que ya no tenía más hambre, y María estuvo de acuerdo con ella.

—En ese momento, Galileo se levantó de su asiento, dio unos pasos hacia las iguanas y dijo «¡Soo, fuera!», o algo por el estilo. Una de las iguanas saltó hacia él. Galileo aferró a la primera iguana por el cuello y la sacudió con ferocidad. El ser murió con el cuello roto. La segunda también atacó, apresando el antebrazo de Galileo con sus poderosos dientes. Antes que los cabezas de cubo llegaran para poner fin a la gresca, Galileo la había golpeado contra la mesa, hasta matarla.

Nai parecía estar sorprendentemente calmada cuando terminó el relato.

—Se llevaron a Galileo. Tres horas después, Cubo Grande vino a nuestras habitaciones y nos informó que quedaría permanentemente detenido en otra parte de la espacionave. Cuando pregunté por qué, el supercabeza de cubo me contestó lo mismo que me dijo cada vez que le hice la pregunta desde ese entonces: «Hemos decidido que la conducta de su hijo no es aceptable».

Otra secuencia de campanilleos cortos anunció que el ciclo de secado estaba completo. Nicole ayudó a Nai a plegar la ropa sobre la mesa larga.

—Se me permite verlo nada más que dos horas por día —continuó Nai—. Aunque Galileo es demasiado orgulloso como para quejarse, puedo darme cuenta de que está sufriendo… El Consejo incluyó a Galileo en la lista como a uno de los cinco seres humanos a los que se mantiene “retenidos” sin adecuada justificación, pero no sé si los cabezas de cubo prestan oídos en serio a las quejas de esos humanos.

Nai dejó de plegar ropa y puso la mano sobre el antebrazo de Nicole.

—Esa es la razón de que te esté pidiendo ayuda —dijo—. En la jerarquía alienígena, El Águila está en una posición aún más elevada que la de Cubo Grande. Es evidente que El Águila presta cuidadosa atención a lo que tú dices… ¿Podrías, te lo suplico, hablar con él sobre Galileo?

—Es lo correcto —le dijo Nicole a Ellie, sacando sus pertenencias del armario—, debí haber estado en la otra habitación desde el principio.

—Hablamos sobre eso antes que llegaras —contestó Ellie—, pero tanto Nai como María dijeron que no había inconveniente en que la chica se mudara a la habitación de al lado, de modo que tú pudieras estar aquí con Nikki y conmigo.

—De todos modos… —insistió Nicole. Puso su ropa sobre la mesa y miró a su hija—. Sabes, Ellie, estuve aquí desde hace nada más que unos días, pero me llama terriblemente la atención lo absorbidos que todos están en las trivialidades cotidianas de la vida… y no me estoy refiriendo sólo a Nai y sus preocupaciones. La gente con la que conversé en el refectorio, o en las otras salas de uso en común, pasa un sorprendentemente escaso porcentaje de su tiempo discurriendo sobre lo que
realmente
pasa aquí. Nada más que dos personas me hicieron preguntas sobre El Águila. Y allá arriba, anoche, en la cubierta de observación, mientras una docena de nosotros contemplaba ese asombroso tetraedro, nadie quiso conversar sobre
quién
pudo haberlo construido y con qué propósito.

Ellie rió.

—Todos los demás han estado aquí desde hace un año ya, mamá. Hicieron todas esas preguntas hace mucho, y durante muchas semanas, pero no recibieron respuestas satisfactorias. Está en la naturaleza humana que, cuando no podemos responder a una pregunta infinita, la descartemos hasta obtener nueva información.

Levantó todas las cosas de su madre.

—Ahora bien, les dijimos a todos que te dejen a solas y hoy te permitan hacer una siesta. Nadie deberá entrar en la habitación durante las dos horas siguientes.
Por favor
, mamá, utiliza esta oportunidad para descansar… Cuando Doctora Azul se fue anoche, me dijo que tu corazón estaba mostrando señales de fatiga a pesar de todas las sondas complementarias.

—El señor Kowalski indudablemente no se sentía feliz por tener una octoaraña en nuestro rayo —comentó Nicole.

—Se lo expliqué. Lo mismo hizo Cubo Grande. No te preocupes por eso.

—Gracias, Ellie —dijo Nicole, y besó a su hija en la mejilla.

4

—¿Estás lista, mamá? —preguntó Ellie mientras entraba.

—Así lo creo —respondió Nicole—, aunque no hay duda de que me siento ridícula. Excepto la partida de ayer contigo, Max y Eponine, no he jugado al bridge desde hace años.

Ellie sonrió.

—No importa cómo juegues, mamá. Hablamos sobre eso anoche.

Max y Eponine estaban aguardando en el vestíbulo, junto a la parada del tren.

—Hoy va a ser muy interesante —dijo Max, después de saludarla a Nicole—. Me pregunto cuántos más van a aparecer.

La noche anterior, el Consejo había votado a favor de extender otra vez el boicot durante tres días más. Aunque Cubo Grande había respondido a la lista de agravios, y hasta persuadido a las octoarañas, que superaban a los humanos en número, a razón de ocho a uno, de que concedieran más tiempo, en los sectores de uso común, para uso exclusivo de los humanos, el Consejo consideraba que muchas de las respuestas todavía no eran adecuadas.

Durante la reunión del Consejo también tuvo lugar un debate respecto de cómo aplicar el boicot. Algunos de los participantes más vocingleros habían querido imponer castigos para quienes desoyeran la resolución sobre el boicot. La reunión terminó con el acuerdo de que funcionarios del Consejo “exigirían activamente”, a aquellos seres humanos que siguieran haciendo caso omiso a sus recomendaciones, que evitaran las interacciones con todas las demás especies.

El tren del primer corredor estaba casi vacío, Una media docena de octoarañas estaba en el primer coche y tres o cuatro más, así como dos iguanas, estaban sentadas en el segundo. Nicole y sus amigos eran los únicos seres humanos a bordo.

—Tres semanas atrás, antes de que empezara este último ciclo de tensiones —dijo Ellie—, teníamos veintitrés mesas para nuestro certamen semanal de bridge. Creí que estábamos progresando un poco. Estábamos teniendo un promedio de cinco o seis nuevos seres humanos inscriptos cada semana.

Other books

His Tempest by Candice Poarch
Don't Cry for Me by Sharon Sala
Bound by Darkness by Alexis Morgan
Love Is Louder by Antoinette Candela, Paige Maroney
Cates, Kimberly by Briar Rose
The Day of the Donald by Andrew Shaffer
The Victorian Internet by Tom Standage
Second Watch by JA Jance
Alicia ANOTADA by Lewis Carroll & Martin Gardner