Read Ritos de Madurez Online

Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Ritos de Madurez (25 page)

—¿Y cómo podría no hacerme daño? —murmuró suavemente Tino—. ¿Y cómo puedes tú no saberlo? Soy un traidor a mi gente; todo lo que hago aquí constituye un acto de traición. Algún día mi gente ya no existirá, y yo habré ayudado a los que la habrán destruido. He traicionado a mis padres…, a todo el mundo. —Prácticamente, su voz se había desvanecido antes de que acabase de hablar. Le dolía el estómago, y estaba empezando a notar dolor de cabeza. A veces tenía unos dolores de cabeza criminales. Y no se lo decía a Nikanj: se iba y los sufría.

Si alguien lo hallaba, lo maldecía. No obstante, no luchaba para evitar que lo ayudasen, si lo intentaban.

Dichaan se acercó a la plataforma en la que estaba sentado. Penetró en la carne de la plataforma, o sea del ser llamado Lo, y le pidió que hiciera venir a Nikanj. Al ser le gustaba hacer este tipo de favores: Nikanj siempre le recompensaba con placer, cuando le pasaba un mensaje.

—Chkah, ¿siente Lilith algo como lo que tú sientes?

—¿Quieres decir que no sabes la respuesta a eso?

—Sé que, al principio, sí que lo sentía. Pero ella sabe que contamos con los genes de los resistentes del mismo modo en que disponemos de cualquier otro gen humano. Sabe que no hay resistentes, vivos o muertos, que no sean ya padres de niños construidos. La diferencia entre los resistentes y ella, bueno, y también tú, es que vosotros habéis decidido actuar como padres.

—¿Realmente cree Lilith eso?

—Sí. ¿Tú no?

Tino miro hacia la lejanía, con la cabeza palpitando.

—Supongo que lo creo, pero no importa. Los resistentes no se han traicionado a sí mismos ni a su Humanidad. No os han ayudado a vosotros en lo que estáis haciendo. Quizá no puedan deteneros, pero al menos no os han ayudado.

—Si todos los humanos fueran como ellos, nuestros niños construidos serían mucho menos humanos, sin importar el aspecto que tuviesen. Sólo sabrían lo que nosotros les pudiésemos enseñar acerca de los humanos. ¿Sería eso mejor?

—Yo no dejo de decirme a mí mismo que no —le contestó Tino—. Y me digo a mí mismo que hay justificación en lo que estoy haciendo. Pero la mayor parte de las veces pienso que me estoy mintiendo a mí mismo. Yo quería niños. Y deseaba…, lo que me hace sentir Nikanj. Y, para conseguir lo que ansiaba, traicioné todo lo que en otro tiempo fui.

Dichaan retiró la comida de Tino de la plataforma y le dijo que se tendiese en ella. Tino se limitó a mirarle. Dichaan, molesto, hizo resonar los tentáculos de su cuerpo.

—Nikanj dice que prefieres soportar el dolor. Dice que necesitas hacerte sufrir, para así poder creer que tu pueblo está siendo vengado, y que tú has pagado la deuda que tienes con ellos.

—¡Y una mierda!

Nikanj llegó del exterior a través de una pared. Los miró a ambos y les lanzó un mal olor.

—Insiste en hacerse daño —le explicó Dichaan—. Me pregunto si no habrá convencido a Akin de que él se lo haga también.

—¡Akin hace lo que más le place! —exclamó Tino—. Comprende lo que yo siento mejor de lo que podáis hacerlo vosotros, pero no es lo que él siente. Él tiene sus propias ideas.

—Tú no eres parte de su cuerpo —le dijo Nikanj, empujándolo hacia atrás para que se recostase. Esta vez sí lo hizo—. Pero eres parte de sus pensamientos. Has hecho más de lo que podría haber hecho Lilith para convencerle de que los resistentes han sido tratados mal y traicionados.

—Los resistentes han sido tratados mal y traicionados —afirmó Tino—. Sin embargo, jamás le dije eso a Akin. No fue necesario, lo vio por sí mismo.

—Estás provocándote otra úlcera —le dijo Nikanj.

—¿Y qué?

—Quieres morir. Y, no obstante, quieres vivir. Amas a tus hijos y a tus padres, y ése es un terrible conflicto. Incluso nos amas a nosotros…, pero piensas que no deberías. —Se subió a la plataforma y se recostó junto a Tino. Dichaan tocó la plataforma con los tentáculos de la cabeza, animándola a crecer y a ensancharse para hacerle sitio. No se le necesitaba, pero quería saber de primera mano qué le pasaba a Tino.

—Recuerdo que Akin me habló de un humano que sangró hasta morir por una úlcera —le dijo a Nikanj—. Uno de los que lo secuestraron.

—Sí. Me dio la identidad del hombre y hallé al ooloi que lo había acondicionado y descubierto que tenía úlceras desde su adolescencia. El ooloi trató de retenerlo con él, por su propio bien, pero el hombre no quiso quedarse.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Tino.

—Joseph Tilden. Voy a hacerte dormir, Tino.

—No me importa —murmuró. Al cabo de un rato fue quedándose dormido.

—¿Cómo empezó todo? —le preguntó Nikanj a Dichaan.

—Le pregunté por las desapariciones de Akin.

—¡Ah! Tenías que habérselo preguntado a Lilith.

—Pensé que Tino sabría lo que pasaba.

—Lo sabe, y le preocupa mucho. Piensa que Akin es más leal a la Humanidad que él mismo. Y no comprende por qué Tino está tan obsesionado por los resistentes.

—No me había dado cuenta de que estuviese tan obsesionado —comentó Dichaan—. Debería haberme fijado.

—La gente le privó a Akin de la proximidad con su compañera de camada y, a cambio, le dio una obsesión compensadora. Él lo sabe.

—¿Y qué hará?

—Chkah, también es hijo tuyo…, ¿qué crees tú que hará?

—Tratar de salvarlos…, lo que queda de ellos, de sus muertes vacías e innecesarias. Pero, ¿cómo?

Nikanj no le contestó.

—Es imposible. No puede hacer nada.

—Quizá no, pero el problema lo tendrá ocupado hasta su metamorfosis. Entonces, espero que lo ocupen los otros sexos.

—¡Pero todo no puede limitarse a eso!

Nikanj alisó sus tentáculos corporales, divertido.

—Parece que cualquier cosa que tiene que ver con los humanos lleva en sí contradicciones. —Hizo una pausa—. Examina a Tino. ¡Dentro de él están trabajando tantas cosas juntas para mantenerlo en vida…! Dentro de sus células, las mitocondrias, que antes eran una forma de vida independiente, han hallado un refugio; e intercambian su habilidad de sintetizar las proteínas y metabolizar las grasas por un lugar en el que vivir y reproducirse. También nosotros estamos ahora en sus células, y las células nos han aceptado. Un organismo oankali dentro de cada célula, dividiéndose con cada célula, extendiendo la vida, resistiendo a la enfermedad. Incluso antes de que llegásemos nosotros, ellos tenían bacterias viviendo en sus intestinos y protegiéndolos de otras bacterias que los matarían o harían enfermar. No podrían existir sin relaciones simbióticas con otros seres. Y, a pesar de ello, tales relaciones los aterran.

—Nika… —deliberadamente, Dichaan entrelazó sus tentáculos de la cabeza con los de Nikanj—. No somos como las mitocondrias o las bacterias benéficas, Nikanj, y ellos lo saben.

Silencio.

—No deberíais mentirles. Sería mejor no decirles nada.

—No, no, lo sería. Cuando nos mantenemos callados, ellos suponen que es porque la verdad debe de ser terrible. Pienso que somos tan simbiontes como lo eran originalmente las mitocondrias: los humanos no podrían haber evolucionado hasta lo que son sin las mitocondrias…, quizá su Tierra sólo siguiese estando habitada por bacterias y algas. No sería muy interesante.

—¿Tino estará bien?

—No, pero yo me ocuparé de él.

—¿No puedes hacer nada para impedirle que se haga daño a sí mismo?

—Podría volver a hacerle olvidar parte de su pasado.

—¡No!

—Sabes que no lo haría. Incluso aunque no hubiera visto al hombre simple, vacío, que era antes de que le volviese la memoria, eso es algo que no haría nunca. No me gusta manejarlos de ese modo, pierden mucho de lo que yo valoro en ellos.

—Entonces, ¿qué es lo que harás? No puedes limitarte a irlo reparando hasta que acabe por dejarnos y, quizá, matarse.

—No nos dejará.

Con ello quería decir que no lo dejaría ir, no podía dejarlo ir. Los ooloi podían comportarse así, cuando hallaban a un humano por el que se sentían fuertemente atraídos. Así, por ejemplo, Nikanj no podía dejar marcharse a Lilith, por mucho que la dejase vagar por ahí.

—Y Akin, ¿estará bien?

—No lo sé.

Dichaan se soltó de Nikanj y se sentó, doblando sus piernas bajo él.

—Voy a apartarlo de los resistentes.

—¿Por qué?

—Más pronto o más tarde, uno de ellos lo matará. Desde que lo secuestraron les hemos confiscado las armas de fuego, pero siempre hacen más, y las nuevas siempre son más efectivas. Mayor alcance, mayor precisión, mayor seguridad para los humanos que las emplean… Los humanos son demasiado peligrosos. Y sólo son una parte de él: que aprenda qué más es.

Nikanj alzó sus tentáculos craneales, sobresaltado, pero no dijo nada. Si tenía algunos favoritos entre los niños, desde luego Akin se contaba entre ellos. No tenía hijos de su mismo sexo, y esto era una auténtica carencia. Akin era único y, cuando estaba en casa, pasaba buena parte de su tiempo con Nikanj. Pero Dichaan seguía siendo su padre del mismo sexo.

—No por mucho tiempo, Chkah —dijo suavemente Dichaan—. No lo mantendré apartado de ti por mucho tiempo. Y te traerá todos los cambios que halle en Chkahichdahk.

—Siempre me trae cosas —susurró Nikanj. Pareció relajarse, aceptando la decisión de Dichaan—. Da todos los rodeos que sean necesarios para hallar cosas nuevas que probar y traerme. ¡Y queda tan poco tiempo, hasta que se metamorfosee y comience a darles sus adquisiciones a sus cónyuges!

—Un año —comentó Dichaan—. Lo traeré de vuelta en sólo un año.

Se tendió de nuevo, para reconfortar a Nikanj, y no le sorprendió comprobar que, realmente, el ooloi necesitaba consuelo. Le había desconcertado el modo en que Tino castigaba su propio cuerpo, constantemente, con sus frustraciones y confusiones. Y ahora aún estaba más desconcertado: iba a perder un año de la niñez de Akin. Aun encontrándose en su propia casa, con su gran familia a su alrededor, se sentía cansado y solo.

Dichaan se unió al sistema nervioso del ooloi. Podía notar cómo su propio y profundo nexo familiar estimulaba el de Nikanj. Esos nexos se expandían y cambiaban a lo largo de los años, pero nunca se debilitaban. Y jamás dejaban de lograr capturar el más grande interés en Nikanj.

Luego, Dichaan le diría a Lo que mandase una señal a la nave, para que ésta enviase un transbordador. Más tarde, le diría a Akin que había llegado la hora de que aprendiese más cosas de la parte oankali de su herencia.

2

A veces, a Akin le parecía que su mundo estaba formado por apretados grupos de gente que lo trataban de modo amable o frío, según les parecía, pero que no podían dejarle entrar en sus filas, por mucho que él lo desease.

Podía recordar un tiempo en el que fundirse en otros le había parecido no sólo posible, sino inevitable…, cuando Tiikuchahk aún no había nacido, y él podía probarla y conocerla como su más próxima compañera de camada. Ahora, sin embargo, quizá porque no había podido conexionarse con ella, Tiikuchahk le resultaba uno de sus compañeros de camada menos interesantes. Y había pasado con ella tan poco tiempo como le había resultado posible.

Ahora, ella quería ir a Chkahichdahk con él.

—Que vaya ella, y déjame a mí aquí tranquilo —le había dicho a Dichaan.

—Ella también está sola —le había contestado Dichaan—. Ambos debéis aprender más acerca de lo que sois.

—Yo ya sé lo que soy.

—Sí. Tú eres mi hijo del mismo sexo, cercano ya a su metamorfosis.

Akin no había tenido respuesta para esto. Era hora para él de escuchar a Dichaan, de aprender de él, de prepararse para ser un macho maduro. Se sentía fuertemente inclinado a obedecerle.

Y, sin embargo, se perdió durante días por la selva, resistiéndose a esa inclinación y resintiéndola intensamente, cada vez que volvía a carcomerle.

Nadie fue tras él. Y nadie pareció sorprendido, cuando volvió a casa. El transbordador espacial había abierto, devorándolo, un nuevo claro en la selva, mientras le esperaba.

Se lo quedó mirando: era un gran objeto de cascarón verde…, él también era un macho, hasta el punto en que esos seres-nave podían ser de uno u otro sexo. Cada uno de ellos tenía la capacidad de convertirse en hembra. Pero, en tanto que recibiese del cuerpo de Chkahichdahk una sustancia de control, seguiría siendo pequeño y macho. Extendería el alcance de Chkahichdahk, investigando los planetas y satélites de los sistemas solares, trayendo de regreso información, suministros de minerales, vida. Llevaría pasajeros y trabajaría con ellos en las tareas de exploración. Y transbordaría a la gente, de ida y vuelta a la nave.

Akin nunca había estado dentro de un transbordador. No le sería permitido unirse al sistema nervioso de uno, hasta que fuese adulto.

También, cuando fuese un adulto, podría hablar por los resistentes. Ahora, su voz sería ignorada, no sería siquiera oída sin la amplificación que le pudiera facilitar uno de los adultos de su familia. Recordaba las historias que le contaba Nikanj sobre su propia juventud…, de tener razón, de saber que tenía la razón, y, sin embargo, ser ignorado por no ser un adulto. Durante esos años, Lilith se había sentido ocasionalmente dolida, porque la gente no escuchaba a Nikanj, a pesar de que éste sabía mejor que nadie lo que había que hacer.

Akin no cometería el error de Nikanj, eso era algo que hacía mucho que había decidido. Pero, ahora…, ¿por qué habría pensado Dichaan en mandarlo a Chkahichdahk? ¿Era sólo para mantenerlo apartado de los peligros, o había alguna otra razón?

Se acercó más al transbordador, esperando entrar en él, pero deseando primero dar una vuelta a su alrededor, contemplarlo con los sentidos que compartía con los humanos.

Desde todos los ángulos parecía una alta colina, perfectamente simétrica. Una vez estuviese en el aire, se transformaría en una esfera.

Las placas de su cascarón, había tres capas de las mismas, se deslizarían y fijarían en nuevas posiciones, y ya nada podría entrar ni salir de él.

—Akin.

Miró a su alrededor, sin mover su cuerpo, y vio a Ahajas, que llegaba desde Lo. Todo el mundo hacía algún sonido cuando caminaba, pero Ahajas, más robusta y más alta que casi todos los demás, parecía flotar, con sus pies de dieciséis dedos pareciendo apenas tocar el suelo. Si no quería que la oyesen, nadie podía oírla. Las hembras debían de ser capaces de esconderse, si eso resultaba posible; o de luchar, si el ocultarse era imposible o no servía para nada. Nikanj le había explicado eso.

Other books

Dare You To by Katie McGarry
Anonymous Rex by Eric Garcia
Beale Street Blues by Angela Kay Austin
Beauty in His Bed by L. K. Below