Saga Vanir - El libro de Jade (27 page)

Lo ojeó sin ningún tipo de vergüenza. No supo cómo reaccionar. Caleb, vestido tal y como estaba, recordaba más a un modelo de las pasarelas de Milán que a un salvaje depredador. Caleb casi se cae de rodillas cuando ella lo miró a la cara. Sus ojos eran hechizantes, del color de los de su amigo Thor. Violeta claro. Ya no tenía la cara magullada, sino que estaba perfecta. Impresionante. Y esos labios dibujaban una media sonrisa de satisfacción ante lo que veía. Lo veía a él a sus pies. Eileen había hecho una conversión, pero no entendía cómo. Para transformar a un humano, se necesitaban tres días. Tres intercambios de sangre en ayuno y él, muy a su pesar, no lo había hecho.

¿Y si la había convertido un nosferátum? Ellos podían transformar a una persona en vampiro con tan sólo un intercambio de sangre. Mordían y bebían hasta saciarse y luego les daban de su sangre para iniciar la transformación.

Pero Eileen no lucía como un nosferátum. No estaba pálida ni se le veían las venitas a través de la piel. Sus ojos no parecían fríos y no tenía las uñas de las manos negras. Eileen alzó una ceja y le dedicó una mirada llena de ira y rencor.

—¿Qué significa esto? —preguntó Caleb inquieto. Aileen entreabrió los labios y dejó que se le vieran los blancos y afilados colmillos.

A Caleb le dio un vuelco el corazón al ver lo bonita que ella estaba con su nueva dentadura. Eileen era explosiva, una bomba sexual, el sueño de cualquier adolescente salido o el juguete erótico predilecto de cualquier libertino. Eileen ahora era extremadamente irresistible.

Pero no podía ser... Simplemente era imposible.

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—¿Qué te ha pasado? —Caleb dio un paso hacia ella, pero Eileen dio dos hacia Noah, buscando
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cobijo. El berserker la respaldó encantado cogiéndola de la mano. Caleb sintió cómo se violentaba
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su corazón cuando vio que Noah entrelazaba los dedos con ella. —Quítale tus manos de encima,
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chucho —ordenó al berserker con un tono muy frío.

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—Noah, su nombre es Noah —Aileen miró a su amigo de un modo tan sensual que Caleb tuvo
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que reprimir las ganas de abofetearla a ella y matarlo a él. —Por favor, dame el libro —le dijo al
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berserker. El puñal lo tenía en la parte trasera de cinturón del pantalón, metido en una bonita
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funda de piel blanca.

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—¿De qué vas? —le preguntó Caleb olvidándose de todo lo que tenía a su alrededor. —Eileen...

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—No me llamo Eileen —contestó ella mirándole fijamente. No supo de dónde sacó el valor para
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mantenerle la mirada, pero lo hizo.

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—Te he llamado de muchos modos, pero no voy a volver a insultarte, si lo dices por eso... —

Caleb recordó las veces que la había llamado
ramera
. Y se reprendió por todas y cada una de ellas. Aileen sonrió mientras negaba con la cabeza en un gesto de incredulidad. Incredulidad de que Caleb estuviera usando ese tono suave como un susurro con ella. Y sonrió

también porque tenía ganas de ver cómo Caleb se derrumbaba cuando ella le dijera todo lo que iba a decir y viera cómo habían cambiado las cosas.

Noah se colocó detrás de Aileen, le pasó el brazo por encima para darle el libro. Aileen no se apartó, sino que se acercó un poco más a él y le dio las gracias con una sexy sonrisa. Caleb frunció el ceño y tragó saliva. Celos posesivos e irracionales recorrieron todo su interior.

¿Estaba celoso? ¿Él? ¿Cuándo se habían tornado las cosas así? Quería arrancarle esa cara de orgullo y satisfacción al berserker.

—Gracias —le dijo ella a Noah.

Noah la miró con un brillo especial en los ojos y se colocó a un centímetro de ella, por detrás.

—As tiene razón —dijo ella con su nuevo tono de voz altivo, melódico y tan suave que podía dominar a masas. —No hemos venido aquí a...

—As, me la puede chupar si quiere... —espetó acercándose a ella de un modo visceral. —¿Por qué ya no eres humana?

Aileen intentó apartarse de él, pero sintió que alguien la alejaba del meollo. A partir de ahí todo fue muy rápido.

Los berserkers se hicieron enormes. No perdieron su aspecto de hombre, pero a todos les creció el pelo hasta la cintura. Las uñas de los pies y las manos se les alargaron. Los músculos de todo su cuerpo estallaron y doblaron su peso y su masa. Los ojos se les oscurecieron dejando sólo una pupila amarilla que se dilataba cada vez que golpeaban a un vanirio. Y de sus bocas salían cuatro incisivos afilados dispuestos a hincarles el diente a todo aquél que no tuviera pelo. Aileen se escondió detrás del coche, pero caminó lo suficiente para buscar con los ojos a Caleb. Caleb era prácticamente invencible. Berserker que se le tiraba encima, berserker que echaba a volar por los aires. Era cruel y muy violento en la lucha. Golpeaba a diestro y siniestro sin ningún tipo de inhibición. Era un animal y no lo ocultaba.

Había una indiferencia entre vanirios y berserkers. Una muy visual. Los berserkers eran animales salvajes, llenos de furia y completamente descontrolados. Los vanirios eran guerreros fríos y metódicos. Elegantes como un felino y letales. No necesitaban despeinarse para asestar una patada voladora.

Los gritos y los aullidos se entremezclaban hasta el punto de no saber de quiénes procedían.
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Su abuelo As y Noah se echaron encima de Caleb y empezaron a golpearlo por todos lados.
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Caleb alzó la pierna desde el suelo y apoyó el pie en el estómago de Noah y lo lanzó hacia atrás. A
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continuación, se apoyó sobre los brazos y las piernas agachándose para esquivar una patada de
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As. Cogió su pie al vuelo y lo hizo rodar por los aires.

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De repente, lanzó un grito de dolor. Uno de los berserkers le había clavado las garras en la

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espalda.

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Aileen sintió una punzada de dolor al verlo. Le habían herido en esa espalda musculosa que ella
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había visto. Después, otro le arañó el pectoral.

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Caleb cayó al suelo de rodillas pero volvió a levantarse enseguida. Era un atleta incansable. Sus
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heridas sangraban y le manchaban su camisa blanca, ahora desgarrada. Eran cortes muy feos y
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profundos, pero él parecía no sentirlo.

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Aileen divisó a Daanna, Menw y Cahal, que eran los únicos que conocía del otro bando. Eran excelentes luchadores. Daanna saltaba de cabeza en cabeza como si fuera una experta samurái. Elegante como un cisne. Veloz como una gacela. Letal como una pitón. Menw la vigilaba con el rabillo del ojo y la protegía para que no la atacaran por la espalda. Cahal, sin embargo, era todo astucia y sutileza. Iba dando golpes específicos, sólo con dos dedos de su mano derecha y todo aquél que tocaba quedaba inmóvil en el suelo. No los mataba, pero podría hacerlo sin problemas. Parecía divertirse mientras luchaba. Aileen corrió entonces a coger el bastón del concilio. Debía detener aquella guerra. Pero entonces, un cuerpo que casi doblaba el suyo se colocó sobre ella para protegerla.

—Eileen, escóndete en el coche —le dijo Caleb cubriéndola con su ancho cuerpo.

—Apártate... —le dio un empujón pero el vanirio no se movió.

—Pueden hacerte daño. Los berserkers ahora mismo no podrían diferenciarte de nosotros. Ve al coche... —le ordenó ignorando los empujones que ella le daba.

¿Se estaba preocupando realmente de ella? Aileen resopló como una yegua y le dio un codazo en la sien. Estaba loco si creía que podía darle órdenes.

Caleb se quedó de rodillas cubriéndose la cara y luego la miró perplejo.

—Te estoy protegiendo... —le recriminó yendo de nuevo a por ella. Aileen volvió a golpearle en el estómago pero esta vez con el bastón del concilio, que en ese momento no era muy conciliador.

Caleb cogió el bastón y lo lanzó al otro lado del descampado.

Aileen sacó el puñal de su cinturón y lo agarró de la empuñadura.

—No te acerques monstruo o te juro que te mato —le ordenó con una promesa llena de amenazas.

Caleb miró el puñal y advirtió la inscripción gaélica que había en la hoja. Ése era el cuchillo de su amigo. ¿Qué hacía Aileen con el puñal personal de Thor?

No se lo pensó dos veces. Apartó el cuchillo de un manotazo y la agarró de la nuca tirándole de los pelos.

—Ahora mismo... ¿Me oyes? Ahora mismo me vas a decir qué hace la hija de Mikhail con el puñal de Thor...

Volvía a pensar que estaba involucrada en lo de Newscientists y eso la enfureció. Intentó

apartarlo con las manos golpeando su pecho, pero Caleb oía llover. Entonces vio las heridas abiertas de su torso e introdujo los dedos como garras en ellas, hurgando entre los cortes y
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clavándole las uñas. La sangre salió a borbotones y Aileen quedó hipnotizada por su color y su
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olor. Se quedó de piedra, tiesa y rígida. Le entraron ganas de acercar su boca y lamerle las heridas.
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Deseaba beber de él. Caleb reprimió un grito de dolor, pero volvió a zarandearla del pelo y Aileen
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dejó de lacerarle el pecho, ajena al dolor de los tirones de Caleb. Ella lo miró con las pupilas
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dilatadas y la boca entreabierta.

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Deseo. Caleb se detuvo para mirarle la boca y esos ojos encendidos por él.
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Sintió lo mismo que ella y, luego, una gran incomodidad en el pantalón.
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Intentando luchar contra aquella sensación de debilidad, Aileen llevó las uñas a la mano que le
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agarraba la cabellera y las clavó en la fuerte y dura muñeca de Caleb. Pero éste no respondía a los
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ataques de ella. Tenía la mirada fija en los ojos de Aileen, concentrado en ella, aislándose de la

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batalla que tenía lugar en su tierra. Volvió a sacudirla.

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—Dímelo...

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—Maldito seas, bruto abusón... —le gritó ella a un solo centímetro de su cara. —Suéltame...
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—Eileen, se me acaba la paciencia... He dicho que me lo cuentes... —le envió un empujón mental. Quería ver, saber, conocer su mente. —Dímelo, Eileen.

—Thor era mi padre —gritó con todas sus fuerzas y con los ojos llenos de lágrimas. —Soy su hija, pedazo de animal...

La batalla campal que estaba teniendo lugar enfrente de ellos se detuvo bruscamente al oír los gritos de Aileen.

Caleb soltó a Aileen como si le quemara y empezó a retroceder. Respiraba como si llevara horas nadando.

—Mientes —dijo él. Pero algo en su interior le decía que ella no se lo había inventado. Algo dentro de él y el hecho de ver de nuevo esos ojos rasgados de color lila tan inusuales entre los vanirios, como los de Thor, su mejor amigo. Los de Eileen, tupidos de largas pestañas rizadas.

—Tú siempre crees que miento —lo empujó con toda la rabia que sentía hacia él. Se secó las lágrimas con el antebrazo, se frotó las muñecas mirando de reojo a Caleb, recogió el puñal de su padre y luego tomó el diario que había quedado abierto sobre el suelo arenoso. Los berserkers y los vanirios hicieron un corro alrededor de los dos. Caleb temblaba de la excitación provocada por aquella noticia.

—¿Qué clase de broma es ésta? —preguntó Cahal limpiándose una herida de la cara que ya empezaba a cicatrizar.

—Sin duda una de muy mal gusto —contestó Menw apartándose el pelo rubio del rostro. —No puede ser verdad.

Caleb, noqueado y con el entrecejo arrugado, no dejaba de mirar a Eileen.

—Es verdad —dijo ella buscando con la mirada a su abuelo, que no tardó en aparecer y en colocarse detrás de ella. —¿Por qué razón tenéis ese bastón ridículo con el pañuelo blanco si luego no le hacéis ningún caso? —le recriminó ella a As.

Transformado como estaba, era más grande y alto que Caleb y eso que el vanirio era enorme. Tenía el pelo negro largo hasta la cintura. Le había crecido mucho. As colocó una inmensa mano peluda sobre el hombro de Aileen y ésta agradeció el gesto. Verlo convertido en berserker era extraño.

Ella tomó el libro de Jade y le quitó el polvo que había impregnado las tapas, con cariño y suavidad. Alzó la barbilla y encaró con decisión a Caleb.

—Éste es el diario de mi madre, Jade. Se lo regalaron hace 26 años, cuando ella tenía 18. Caleb la escuchaba con las piernas ligeramente abiertas y los brazos tensos a cada lado.
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—Era una berserker —explicó observando las reacciones del monstruo desalmado aunque
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pecaminosamente hermoso que tenía enfrente.

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—Tu madre murió cuando naciste tú —respondió Caleb con absoluta seguridad. —Lo leí en tu
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mente, cuando...

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—Es lo que me hizo creer mi pa... Mikhail —corrigió con obstinación. —Mikhail me arrancó de

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los brazos de mis auténticos padres. Thor y Jade.

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Los vanirios se quedaron sorprendidos por las palabras de Aileen y murmuraban con
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incredulidad.

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Caleb apretó los puños y negó con la cabeza.

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—Demuéstralo —la instó Caleb.

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—Hace 23 años, Thor y Jade se conocieron en Wolverhampton, en el West Park. Se
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enamoraron, Caleb —alzó una ceja disfrutando de la cara del vanirio que era todo un poema.
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—Thor no se enamoraría de una perra...

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As dio un paso al frente y lo cogió de su moreno pelo suelto sin darle tiempo para reaccionar.

—Abuelo... No... —Aileen corrió a sujetarlo de los brazos, pero eran tan grandes que sólo pudo apoyar las manos en ellos. —Déjale o no podremos aclarar esto nunca. Es un provocador y un cerdo —despreció a Caleb con la mirada. —No le hagas caso.

El berserker la miró y luego miró a Caleb.

—Jade era mi hija —susurró enseñándole los cuatro incisivos. —No vuelvas a insultarla jamás. Caleb cambió el semblante. Serio y frío como el granito.

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