Saga Vanir - El libro de Jade (29 page)

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que te has convertido. Eres un ser indeseable que maltrató a su hija y que pretendía dejarla ante
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el clan para que la utilizaran a su antojo —parecía que iba a acabar de darle el sermón, pero volvió

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a inclinarse hacia delante dando un fuerte golpe con el puño en el salpicadero. Estaba hecha una
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furia. —Lee el diario, Caleb... Y si tienes algo de dignidad todavía dentro de ese corazón podrido y enfermo que tienes, a lo mejor mañana te retractarás por todo lo que me has hecho y te alejarás de mí para siempre...

Caleb se puso recto y apartó las manos del capó.

Noah los observaba con detenimiento. Hacían como si él y Adam no estuvieran ahí. As entró en el coche y encendió el motor iluminando el cuerpo y la cara de Caleb. Realmente Aileen era capaz con sus palabras de hacer sentir mal al mismísimo diablo. Ella no pudo evitar sentir unas punzadas dolorosas en el corazón cuando vio el rostro derrotado de Caleb. Puede que los demás no lo notaran, porque él siempre tenía esa cara tallada en hielo, inexpresiva y dura. Pero ella pudo ver que en sus ojos, de un color verde tan claro que parecía amarillo, había remordimiento y algo que se parecía bastante a la pena. Daanna cogió el brazo de Caleb y tiró de él.

—Vamos, Cal —le dijo.

Pero él no se movió. Seguía mirándola con los ojos ensombrecidos y el rictus afligido.

—¿Nos vamos? —preguntó As pidiendo permiso a Aileen. Ella se había convertido por derecho propio en la sustituía de la princesa Jade. Aileen tenía poder y se hacía respetar. Él estaba muy orgulloso de su descubrimiento y, de algún modo, a pesar de parecer una locura, estaba en deuda con Caleb, porque si bien no compartía los mismos gustos en cuanto a métodos disuasorios, hizo recordar Aileen y la guió hasta ellos. As miró a Caleb y le indicó con la cabeza que se apartara. —

Nos vemos mañana, vanir. Ya sabes dónde vivo.

Caleb se apartó ligeramente. Aileen siguió mirándolo cuando el coche arrancó y pasó de largo.
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CAPÍTULO 10

CUANDO TODOS los vanirios se fueron, Caleb se quedó un rato más en aquel descampado. Daanna fue la única que lo acompañó. Leyeron el libro de Jade juntos en medio de la oscuridad, solos y con las luces del coche encendidas.

No daban crédito a lo que el libro revelaba. Thor, su mejor amigo, su hermano del alma, se había enamorado de una berserker. Nada más y nada menos que de Jade, la hija del líder del clan de "Wolverhampton.

¿Por qué no le dijo nada? ¿Realmente él se hubiese puesto en contra de su relación? No sabía qué pensar. Para él la felicidad de Thor era lo primero.

Si bien era cierto que de todas las mujeres que había en el mundo, había descubierto a su cáraid en el clan contrario. Pero... él era su amigo. Tal vez si se lo hubiese contado...

—Deja de pensar eso —dijo Daanna.

—¿Crees que lo habríamos apoyado?

—Creo que no. Y nos habríamos equivocado al no hacerlo. El odio está muy arraigado entre las dos razas y, tanto un clan como el otro, hemos perdido a gente querida por culpa de nuestras diferencias y de los errores de nuestros antepasados, los originarios. Me duele admitirlo, pero creo que le habríamos fallado.

Caleb decidió no opinar al respecto. Él, más que nadie, tenía problemas con los berserkers. No le habría gustado saber que su mejor amigo traicionaba al clan por una mujer del otro bando. Por lo visto, las dos razas eran compatibles para procrear y parecía increíble que con todas sus diferencias tuvieran el don de crear vida. Y crearan cositas tan hermosas como Aileen. Aileen. Luz. Le encantaba la asociación de su nombre con el gaélico. Cuando pensó en cómo se había encarado a él, sonrió. Se había dado cuenta de lo que él provocó en ella, al ver su sangre de cerca, al olería. ¿La volvería loca su olor como el suyo lo volvía loco a él? Sus ojos dilatados, los pequeños y blancos colmillos que se asomaban entre sus labios. La cara del deseo. Lo había deseado y ella no lo podría negar. Sí, sin duda a la pequeña Aileen le enloqueció su sangre y su torso tintado de rojo.

—Aileen es una auténtica belleza —susurró Daanna observando de reojo a su hermano. —

Antes ya era guapa, pero la conversión la ha convertido en una especie de diosa pagana. ¿No crees?

Caleb, nervioso, se movió en el asiento y se aclaró la garganta.

—Esto... Ella te gusta, ¿verdad? —preguntó Daanna levantando una perfecta ceja negra. —Te
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gusta de verdad.

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Caleb la miró y pensó que era inútil ocultarle nada a su hermana. Estaban muy conectados.
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—No importa si me gusta. Ella no quiere saber nada de mí y con razón.
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—El principio de causa y efecto. Toda acción produce una reacción, bráthair. Te dije que no lo
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hicieras.

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—Yo no lo sabía... Es como si los dioses hubiesen querido tomarme el pelo... Tú sabes que la
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habría atado a mí después de acostarme con ella. Ese habría sido mi castigo por comportarme así

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con una humana... Pero no. Resultó que todo salió mal después de... ya sabes.
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—¿Después de tirártela? —frunció los labios desaprobando a Caleb. —Te mereces su ira, Cal.

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—Lo sé.

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—¿Pero?

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—Pero gracias a lo que hice, ella ha descubierto la verdad sobre su identidad. Sobre lo que es.
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—Ni se te ocurra decirle eso a ella si no quieres que te arranque la cabeza de cuajo, ¿me oyes?

—le señaló con un dedo amenazador. —¿Pero dónde tenéis los hombres el sentido común? El fin no justifica los medios y menos en este caso. Ninguna mujer querría pasar por lo que ella pasó en su primera vez.

—¿Aunque acabara disfrutando? —alzó las cejas vanagloriándose de ello.

—Caleb, no —lo censuró rotundamente. —No estuvo bien. No lo aprobé desde un principio. Su hermana tenía razón. Caleb dio un fuerte golpe al volante con las dos manos. Lo había jodido bien.

—Tu frustración es por algo más, supongo —dijo desenfadada.

Claro que era por algo más. Su cuerpo había reconocido a Aileen como su pareja antes de que el corazón y la mente pudieran siquiera conectarse.

—No me digas —susurró Daanna asustada por el destino de su hermano. —No, Caleb, por favor...

—Es mi cáraid.

Daanna cerró los ojos y apoyó la cabeza en la cabecera del asiento. Se humedeció los labios y exhaló bruscamente.

—Por los dioses, Cal... —le pasó un brazo por encima y le frotó la espalda para consolarlo.

—No me va a perdonar, Daanna, y ella es mi cáraid... —repitió incrédulo.

—Síntomas —exigió saber su hermana. Si había una posibilidad de que ella no fuera la pareja eterna de Caleb, lo descubriría.

—Huelo su sangre a quilómetros. Tarta de queso con frambuesas.

Daanna se puso la mano en la frente y torció el gesto. El sabor y el olor favorito de Caleb.

—La primera vez que bebí de ella, el hambre eterna que estamos destinados a sufrir los vanirios desapareció. Ahora vuelvo a tener hambre, pero sólo de ella. No me atrae ningún otro cuello. Nadie. Sólo ella. Y tengo hambre porque no me alimenta desde ayer. Las manos me queman cuando estoy cerca de Aileen y sólo se calman si la toco. Hoy ha estado a punto de estallarme el corazón cuando la he visto. Su voz me relaja, me arrulla... y hoy habría matado a los dos berserkers que intentaban llamar su atención. Me he puesto enfermo. Celoso —dijo para sí mismo.

—Sí, no hay duda. Es tu cáraid.

—Ya te lo había dicho.

—La cuestión es, bráthair, ¿ella puede corresponderte? Hoy por hoy sólo quiere verte lejos de ella.

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—Pero me corresponde —gritó él. —No lo puede negar. Desde que nos vimos, la atracción
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saltó a la vista.

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—Atracción, deseo... son cosas distintas del amor, Caleb. Son cualidades que funcionan en la
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cama, pero no para crear un verdadero vínculo fuera de ella. Tu cáraid tiene que sentir amor y
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devoción por ti para poder compartir lo que ella es contigo. Tiene que confiar en ti y ella te tiene

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pavor. La has asustado.

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—Pero no puede luchar contra lo que su cuerpo le pide de mí. Es inevitable, vendrá a mí —dijo
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desesperado.

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—¿Y qué harás? ¿La forzarás, Caleb? No, eso no lo puedes volver a hacer. O le demuestras el
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tipo de persona que hay debajo de todas esas corazas que tienes y le enseñas quiénes son los
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vanirios o ella no vendrá a ti. Y cuando venga, tendrá que ser por propia voluntad. Ahora le das
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miedo, le damos miedo —aclaró— y no es para menos. Pero nosotros somos los protectores de la
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noche, cuidamos a los humanos. Eso no es malo y a ella tiene que quedarle claro que somos los buenos, no los villanos. Inténtalo.

Siguieron leyendo hasta acabar las hojas. Ninguno de los dos quiso decir nada más sobre Aileen.

Pensaron en las palabras de Jade, en lo ciertas y novedosas que eran. Samael lo sabía y no dijo nada ni siquiera cuando debió alertar a los clanes para avisarlos sobre los cazadores y ayudar a Thor, a Jade y a Aileen. Pero ¿qué quería decir eso? ¿Samael era un traidor?

—Samael no es trigo limpio —Daanna lo había sentenciado. —Nunca me ha gustado.

—¿Sigue en la habitación del hambre? —preguntó Caleb mirando por la ventana.

—El Consejo lo castigó a permanecer allí una semana.

—Le haremos una visita. Esto tiene que aclararse.

—¿Qué opinas? Samael es el tío de Aileen. ¿Crees que la había reconocido? Debería haberla reconocido, ¿no?

Caleb recordó cómo la había golpeado en su casa y la había amenazado sexualmente. Desechó

esa opción.

—Creo que hasta que no hable con él no podré opinar. Es muy fuerte pensar que Samael no ayudó a socorrer a Thor o que sabía quién era Aileen y no dijo nada. Démosle, de momento, el beneficio de la duda.

—Hay que informar a los miembros del Consejo de esto. No huele bien.

—Sí, ya está solucionado. Menw y Cahal les han pedido una audiencia. Cuando llegaron a la casa, Daanna deseó buenas noches a su hermano y desapareció por el túnel subterráneo que comunicaba con las casas.

Había amanecido y tenía que dormir un poco. Si conseguía que Aileen saliera de su cabeza y le dejara conciliar el sueño.

Pero no. En su habitación, con las ventanas tintadas y las persianas bajadas no dejaba de dar vueltas sobre el colchón.

Cruzó las manos por detrás de su cabeza y se quedó en plena oscuridad con los ojos abiertos mirando al techo.

Aileen era la hija de su mejor amigo. Thor le había hablado de él cuando ella sólo era una niña y le había dicho que era bueno y encomiable, como si fuera un hombre de fiar, leal y justo. Pero, debido a un error, él le había demostrado que no era nada de eso. Él, con su crudeza y su rabia, se
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había mostrado como alguien horrible y lleno de maldad.

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Tenía hambre y empezaban a dolerle las articulaciones. Su cáraid lo estaba rechazando, le
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estaba privando de su cuerpo y de sus cuidados. Y se estaba privando de los cuidados de él. Aileen
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no quería saber nada de él y él la iba a necesitar más que a nada en el mundo. Le iba a hacer falta
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para seguir viviendo con sus poderes, para seguir siendo fuerte e inmortal. Pero la mujer a quién

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él había humillado, su cáraid eterna, paradójicamente, se iba a convertir en su propia tumba. Bien
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pensado, el castigo iba a ser justo. Y él lo iba a aguantar hasta donde le llegasen las fuerzas y si en
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ese tiempo Aileen seguía negándose a él, se entregaría al día, a la luz, a su muerte. A Aileen.
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Y una mierda... Él era Caleb McKenna... No iba a tirar la toalla, no iba a dejarla que lo matara de
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hambre y de deseo. No.

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Aileen iba a aprender a desearlo tanto como él la deseaba a ella, porque si la atracción mutua
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era lo único que podía vincularlos, lo utilizaría contra ella para hacerla entrar en razón. La
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saquearía como el bárbaro que era en realidad.

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Thor le habría confiado la vida de su hija si las cosas hubiesen ido de otro modo. Él había traicionado su confianza, pero lucharía por enmendar la situación. Si Thor le hubiese presentado a Aileen en otras circunstancias, Caleb se habría arrodillado ante ella y habría suplicado una oportunidad. Pero los sucesos se habían precipitado uno detrás de otro, habían escapado de su control para pasar al control de todo el mundo. Había estallado una contienda de intenciones, una guerra de poderes entre el uno y el otro, estimulados por el odio, el rencor y los deseos de venganza. Aileen estaba dolida y quería hacérselo pagar. Y si eso era una guerra, él no tenía escrúpulos e iba a luchar con todas las armas disponibles. Iba a luchar por ella. La seduciría como no había hecho antes.

Aileen estaba apoyada de espaldas en el tótem del bosque de su abuelo. Había encontrado en ese lugar un centro de meditación y de calma. Pasaban demasiadas cosas a su alrededor y, aunque lo asimilaba todo con naturalidad, como si realmente lo llevara en los genes, necesitaba pensar y entender los sucesos acaecidos.

Jugueteaba con una piedra entre sus dedos. La hacía rodar sobre ellos de un extremo a otro. Recordaba la conversación que esa misma mañana había tenido lugar en el salón de As, mientras desayunaban.

—¿Qué tengo de berserker, abuelo As? —había preguntado mientras mordía un panecillo untado con mantequilla y mermelada. —No puedo transformarme como tú.

—Las mujeres berserkers tienen otro tipo de dones que nada tienen que ver con la transformación guerrera —le había explicado As. —No os podéis transformar como nosotros por consecuencia de la hibridación con los humanos. Odín no creó mujeres berserkers. Así que todas las hembras que hay son producto de la hibridación con los humanos. Nosotros nos convertimos en monstruos depredadores, sólo los hombres de nuestra especie. Vosotras no. Y aunque la habilidad para la guerra no está en vuestra naturaleza, sois resistentes, veloces, ágiles y fuertes y, además, tenéis otros fantásticos dones. La mujer obtiene la capacidad de atraer y dominar a los machos.

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