Saga Vanir - El libro de Jade (58 page)

de contrariedades y sentimientos turbulentos hacia el vanirio, pero lo peor de todo, lo que más
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rabia le daba, era que se daba cuenta de que sentía cosas por él y que eso la ponía en inferioridad
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de condiciones. Caleb tenía el poder de hacerle daño y eso no lo podía consentir. Antes atacaría

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ella.

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As cogió a Noah y a Adam y los cargó como sacos de patatas.

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—¿Qué vas a hacer, cariño? —preguntó As una vez montado a los chicos en el coche.
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Ruth y Gabriel salieron al encuentro de Aileen corriendo.

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—Daanna ha sido raptada por Menw en el subterráneo —murmuró Ruth entre jadeos. —La ha
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cogido en brazos y se la ha llevado. Ha sido espectacular, no sé porque Daanna peleaba con él así.
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—El pobre estaba aterrado por ella —explicó Gabriel. —Nos ha dicho que nos fuéramos contigo y que descansásemos, que Daanna iría a casa de Caleb.

Aileen asintió con la cabeza y miró a As.

—Me voy a mi casa.

—Entonces, te enviaré una patrulla de berserkers para que vigilen la zona. Yo iré con ellos.

—Gracias, abuelo —le explicó ella, —pero no tienes que cuidar tanto de mí. Ya has visto que me sé valer por mí misma.

—Hoy has ganado tú —contestó él con severidad. —Mañana... nunca se sabe. No te moverás de ahí hasta que esto acabe. En tu casa estarás más segura.

—Esta noche voy a ir a The Ivy, abuelo, contéis conmigo o no. Ya puedes encerrarme donde te dé la gana —lo desafió. —Encontraré el modo de escapar.

—No lo harás Aileen.

—Claro que lo haré. No puedes controlarme, llevo demasiado tiempo encarcelada.

—¿No lo entiendes? Nos preocupamos por ti.

—Soy adulta. Soy una mujer, aunque tú y Caleb os empeñéis en contradecirme. No voy a esconderme de nadie ¿me entiendes? Soy dueña de mi vida y única juez de mis decisiones. Eso sí que no lo podía negar. Su nieta era una luchadora real. Una guerrera.

—Aileen —la tomó de los hombros. —Esta noche es muy peligrosa. Estarán Víctor y Mikhail allí.

¿Crees que irán acompañados de simples humanos? No. Seguramente lobeznos y nosferátums les acompañen. Habrá una guerra.

—Ya he estado en una.

—Sí, pero esta vez irán a por ti si te ven. Tú misma has dicho que iban a por Daanna para hacer un cambio. Ella por ti. No se imaginaban que tú pudieras estar aquí con ella y mucho menos que fueras inmune a los rayos del sol.

—Ni tan fuerte —dijo orgullosa.

—Sí, ni tan fuerte —sonrió su abuelo. —Pero tenías a tu favor el factor sorpresa, cariño. Si te presentas en el restaurante, irán a por ti. Esta noche somos nosotros los que necesitamos el factor sorpresa. Vamos a interceptar a los dos peones y a descubrir qué pretenden hacer con toda esta caza y captura hacia nosotros y, si deseas saberlo, necesitamos que te mantengas al margen, porque si interfieres nos descentrarás.

Aileen apretó la mandíbula y apartó la mirada en un claro gesto de frustración.

—Os estorbo —concluyó decepcionada.

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—No nos estorbas —la tomó de la barbilla y le acarició el hoyuelo tan característico de su
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familia. —Simplemente eres algo tan valioso y te has hecho tan importante para nosotros en tan
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poco tiempo que tememos por ti y lo último que deseamos es que te pase algo. No estamos
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dispuestos a poner tu vida en peligro, porque no queremos perderte. Yo te quiero. Yo te quiero —

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confesó con los ojos llenos de cariño y sinceridad. —No quiero que te pase nada ¿entiendes?

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Aileen se emocionó y sintió de nuevo ése ya tan familiar en los últimos días, nudo en la
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garganta.

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—Por favor, no confundas nuestra protección con una cárcel—le suplicó.
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—No lo hago, abuelo —susurró ella con la voz quebrada. —Pero me siento al margen de todo lo
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importante, de todo lo vuestro. Desearía que confiarais en mí, que me dejarais participar. Yo
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necesito vengarme por todo lo que me han hecho... —las lágrimas no le dejaron continuar.
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As hizo un gesto de dolor con la boca.

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—Aileen, déjanos esta noche —le dijo con decisión. —Y después de hoy, hablaré con Caleb para ponerte en las patrullas y para que vengas con nosotros.

Aileen se enfureció al darse cuenta de que incluso su abuelo As había cedido parte de su potestad a Caleb. Como si todos ya admitieran que ella era del vanirio y que nadie más que él decidía sobre ella.

—¿Por qué tienes que preguntarle nada a él? —gruñó ella secándose las lágrimas de un manotazo...

—Porque es tu pareja —contestó su abuelo cortante. —Y porque estamos poniendo paz entre los clanes después de una guerra que ha durado más de dos mil años. No ayudaría a conseguir esa paz que un berserker y un vanirio se pelearan sobre la custodia de una híbrida.

—Pero yo soy tu nieta... —gritó herida.

—Y también eres su mujer, desde el mismo momento en que te marcó— la tomó de la cara con cariño. —Puede que las cosas sean difíciles entre vosotros ahora. Tú lo rechazaste y él está herido.

—Y luego él me rechazó a mí de un modo cruel. ¿Eso no te lo ha dicho?

—Es una riña de enamorados —sonrió quitándole leña al asunto.

—¿Enamorados? Él no está enamorado de mí... —dijo nerviosa. —Sólo es un dependiente, porque yo soy su menú diario.

—Dudo mucho que una carta de menú ilumine los ojos de un vanirio, especialmente de éste tan taciturno, cómo lo haces tú. Incluso estando peleados Caleb se iluminaba cuando te miraba y se erguía orgulloso en la silla. Dudo mucho que una carta de menú pueda preocupar tanto a un hombre como a Caleb.

Tendrías que haberlo visto en cuanto le di la noticia de que te habían atacado. Se puso pálido y hervía de furia, más de lo que lo hace habitualmente. Antes de que nos diéramos cuenta, ya había cogido el coche para ir a buscarte.

Aileen se imaginó a Caleb actuando de ese modo tan impulsivo por ella.

—Ponte en sus manos —sugirió As. —El cuidará de ti como nadie, estoy seguro. Y vuelve a compartir tu mente con él, Aileen. Él habría venido volando, si le hubieses dicho qué te estaba pasando. Piensa en tu seguridad.

No podía. ¿Ponerse en sus manos? ¿Más aún? No. No si Caleb lo tomaba todo de ella y él no le daba nada.

Asombrada y asustada a la vez por esa revelación, entendió que necesitaba que Caleb también se pusiera en sus manos. Que la quisiera con toda su alma y le entregara su corazón. Necesitaba

que él la amara.

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Se cubrió la cara con las manos y negó con la cabeza, incrédula al darse cuenta de que si ella
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exigía eso de él era porque estaba dispuesta a darle a él lo mismo. Porque estaba enamorada de
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él. No podía ser.

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—Me siento enferma... —dijo ella.

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—¿Te sientes mal? —preguntó As preocupado.

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—Sólo necesito estar en mi casa.

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CAPÍTULO 20

—MENW, DÉJAME en paz —gritó Daanna al vanirio cuando no dejaba que diera un paso sin él detrás de ella.

—No me grites —replicó él con calma. —Después de lo que nos has contado, no dudes ni por un minuto de que puedas librarte de nosotros.

—Caleb, os estáis pasando —Daanna miró a su hermano que estaba impertérrito observando los jardines a través de la ventana de su salón. De ahora en adelante la iban a vigilar muy de cerca, pues sabían que también corría peligro.

—Olvídame, Daanna —dijo su hermano muy tenso apoyándose en el sofá. —Por tu culpa Aileen no habla conmigo. Le has enseñado a protegerse y...

—¿Perdona? —dijo su hermana asombrada cortándolo. —Aileen no te quiere hablar porque eres un bruto, no porque yo le haya enseñado nada, hermanito. Yo también estaría muy mosqueada contigo si mi cáraid fuera un mandón dictatorial como tú que además me oculta cosas y no tiene paciencia conmigo. Caleb no respondió a la pulla.

Ya había atardecido y desde que Caleb había llegado de ver a Aileen no se había movido de la butaca. Llevaba horas oyendo discutir a Daanna y Menw por lo mismo. Menw iba a ser su guardaespaldas particular y Daanna no lo quería tener a menos de dos metros, mientras que Cahal se reía entretenido de verlos enfurecidos el uno con el otro. Caleb, sin embargo, tenía la mente en otro sitio. Pensaba en Aileen. Cuando había llegado con el coche y la había visto en el jardín de la casa de Daanna de pie, bajo la luz del sol, herida y con los ojos llorosos, algo se deshizo en su endurecido corazón. Quería consolarla y cuidar de ella. Aileen había demostrado ser valiente y muy protectora de los suyos, incluyendo a Daanna en ese grupo de personas.

Ella sólita, sin ayuda de nadie más, había cuidado de su hermana, peleado como una tigresa y además sangrado por ella. Y él no había hecho nada para prepararla, ni siquiera para explicarle la clase de poderes que poseía. No, no lo había hecho porque no la quería peleando a su lado. No se lo perdonaría nunca si ella resultase herida o muerta en una batalla y él no hubiese podido salvarla. Como pasó con su padre, su madre y con Thor. Pero mira por dónde, había resultado herida igual.

No dejaba de pensar en ella. La admiraba. Admiraba su coraje para luchar por lo que era justo según sus principios y, por lo que ella le había demostrado, tenía unos principios muy valiosos. Para un hombre como Caleb, uno que mandaba sobre los demás, uno que tenía siempre la última
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palabra, que era respetado y querido por su clan, encontrarse con Aileen no sólo era aterrorizante
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sino que además era subyugante. Sólo podía hincarse de rodillas ante ella y ponerse a su entera
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disposición. Ella, con su carácter desafiante, con sus caricias y su aceptación, con sus sermones y
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sus riñas, le estaba devolviendo parte de la humanidad que había ido perdiendo con los siglos. Y sí,
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estaba asustado. Asustado porque todos aquellos a los que había estado ligado y había querido

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por encima de sí mismo habían desaparecido, y él, con toda su fuerza, con todo su poder, no había
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podido hacer nada para evitarlo.

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Si perdía a Aileen, se volvería loco. Ella estaba en su piel, en su sangre, en su corazón. Y lo
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estaba por méritos propios.

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Daanna se había salvado por ella. Y resultaba turbador, darse cuenta de que su pareja, había
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dado la vida por alguien de su familia. Aileen ahora era su familia. Su vida. Su compañera.
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La quería. Quería a Aileen. Era un adicto a ella y no por el sabor de su sangre sino por todo lo que venía en el paquete. Su compasión, su sentido de la justicia, su lealtad, su sentido del humor... su calor.

Se levantó del sofá y se acercó al ventanal. El sol ya se había escondido y sólo quedaban en el cielo los colores eléctricos de un precioso atardecer.

Aileen estaba muy enfadada con él. Y no era para menos. Se comportaba como un egoísta y no estaba siendo comprensivo con ella. Hacía sólo cinco días que se había convertido, era una cachorra, una bebé necesitada de mucho cariño y arropo, y él sólo le exigía cosas, como muy bien le había echado ella en cara.

Esa actitud defensiva y machista se lo provocaba el miedo a perderla. Desde el momento en que la había visto, aun sabiendo que ella era su enemiga —o al menos creyéndolo entonces, —la joven lo había encarado y lo había puesto en su lugar más de una vez y, desde que se cruzaron sus miradas, él la había deseado y reclamado como suya.

Y ahora que había estado en su cabeza, que se conocían más íntimamente, todo le gustaba de ella. Incluso cuando se enfadaba con él y se ponía como una fiera, eso no sólo le gustaba sino que lo ponía erecto como un mástil.

Pero cómo reconocer todas esas cosas, cómo admitirlas. Caleb no se atrevía a ceder el control a nadie y menos a aquella que más poder tendría sobre él, Aileen.

¿Podría confiar en ella como para entregarse por completo? Y lo más importante: ¿Podría ella llegar a amarlo y confiar en él?

Seguro que no, si seguía siendo un hombre manipulador, cruel y posesivo. No le extrañaba nada que ella no quisiera ser parte de él, debía recordarle a Mikhail. Soltó un gruñido de impotencia. Samael seguía sin aparecer. Mikhail seguía vivo y según había contado Daanna Víctor había hablado por teléfono con Aileen. Perseguían a su cáraid, la atacaban y encima sabían dónde vivía su hermana. ¿Y ellos a cambio qué tenían? Nada. Con más rabia de lo que quería admitir, Samael cada vez parecía más sospechoso. Tenía el presentimiento de que esa noche, en dos horas exactamente, todo empezaría a aclararse. Pero

¿qué pintaba Samael en todo eso exactamente?

Se aclararía incluso su relación con Aileen. Sobre todo su relación con esa descarada de ojos lilas que no hacía más que decirle cosas feas y dolorosas, y que lo enfurecía y lo debilitaba por igual en un abrir y cerrar de ojos. Después de lo que habían planeado para The Ivy, iría a ver a Aileen.

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María curaba las heridas de Aileen con mimo y determinación. La joven hacía esfuerzos por no
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quejarse y asustarla, pero cada puntada de la aguja en su hombro era tan lacerante y dolorosa
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como la anterior.

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—Gabriel y Ruth se han quedado dormidos. Les di un té relajante, receta de mi madre, que es

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mano de santo.

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—Gracias, María, por todo —agradeció con sinceridad.

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—No se merecen, niña. Tus amigos te quieren mucho y creo que esta visita a Londres no la van
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