Authors: Kathy Lette
Conforme recorría penosamente el camino de vuelta a su
búngalo
bajo la manta de lluvia, y los charcos bailaban al ritmo del viento, Shelly se sintió furiosa consigo misma por haberse permitido llegar a confiar en un hombre. Entregándose a otro sollozo herido, Shelly llegó a la conclusión de que, a la hora de aprender lecciones sobre la vida, ella era una responsable alumna de suspenso. ¿Por qué? ¿Por qué había tenido que perseverar en contra de todos sus instintos? Porque el tipo podía encandilar las bragas de una monja, por eso. Se encontró a sí misma deseando poder besarle una última vez, besarle con todo lo que sentía, y entonces se reprendió por tener ese pensamiento. La lujuria, decidió Shelly, debería clasificarse como adicción de tipo A. Sin embargo, ella estaba ahora en rehabilitación contra el romanticismo.
Cuando el hombre adecuado aparece, la mujer tiene la fuerza de voluntad de decir: «No, gracias… ya estoy casada».
Los hombres, por otra parte, pasan directamente de la pubertad al adulterio.
Coochi Coochi Coup
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Al principio las lágrimas de Shelly ahogaron la lluvia, pero conforme sus sollozos amainaban notó que el repiqueteo constante sobre el techo de su habitación iba claramente en incremento, como si todos los chavales del mundo que tocaban la batería en garajes hubieran convergido para organizar una convención. Los dedos góticos y hechiceros de las ramas de los árboles arañaban los cristales de la ventana. El estruendo de címbalos de la tormenta percutía acompasado con su dolor de cabeza. Shelly estaba a punto de llamar al psiquiátrico local para obtener una lista con todas las labores interesantes y las actividades de ocio disponibles para su llegada inminente… cuando la puerta de su
búngalo
se abrió con un golpe de hombro y su torturador entró con la niña dormida en brazos.
Por un absurdo instante Shelly supuso que había venido para disculparse, pero descartó esta esperanza cuando notó que Matilda no era su único equipaje. Dos mochilas fueron a parar a un rincón, seguidas por una reserva de animales salvajes disecados.
—A ver si adivino. ¿Estás aquí porque el alto mando del planeta Neptuno te ha dicho que es hora de empezar la fase dos?
—Por raro que parezca, no. —Las piernas en pijama rosa de Matilda montaban a horcajadas las caderas de su padre. Se curvaron alrededor de él como paréntesis carnosos.
—Bien, en tal caso, ¿quién te ha dicho que podías entrar en mi habitación? —Shelly se echó el albornoz de felpa del hotel sobre su camisón de algodón.
—Han requisado nuestro
búngalo
para usarlo como hospital para los pobres capullos heridos alcanzados por la bomba.
Shelly se percató de que mientras Matty estaba protegida por la chaqueta vaquera de Kit, su padre estaba chorreando. Ahora estaba lloviendo de manera estridente, cacofónica y findelmundista.
—En Londres, hasta la lluvia es educada —dijo Kit a Matilda, que se estaba despertando con un bostezo. La tumbó—. Suena «lluvia, lluvia, plin-plan». Pero en el tópico suena «¡¡¡Lluviaaaaa!!! ¡¡¡¡¡Lluviiaaa!!!!! —Mientras Matilda reía, él volvió un semblante pesimista hacia Shelly—. Se está poniendo bíblico ahí fuera… como en tiempos de Noé, incluso.
—Papá, ¿sabes lo que no paro de preguntarme?
—¿Qué, cariño? —preguntó Kit con ternura, besando la coronilla de su cabeza dorada.
—¿Por qué Noé no mató a esas dos avispas?
Matilda hizo reír a su padre con placer y sorpresa. Esta vez también rió con los ojos, notó Shelly.
Sin embargo, Shelly permaneció inmune a lo entrañable del momento.
—¡No os podéis quedar aquí!
Shelly estaba agitando los brazos como si quisiera espantar esas avispas que Matilda había mencionado. Si la pequeña niña no hubiera estado presente, Shelly habría podido muy fácilmente dar vía libre a una tormenta emocional para rivalizar con la de la Madre Naturaleza. Sabía que la gente siempre decía que el matrimonio es algo por lo que tienes que «pasar con el tiempo». Pero ella no estaba equipada con el
anorak
emocional adecuado.
Matty se deslizó fuera de los brazos de su madre, y, con las manos en las caderas, caminó hacia Shelly como un gladiador en miniatura.
—No seas mala con mi papá. ¡Mi papá es el mejorcísimo!
Y su papá se lo agradeció con una mirada de adoración incesante.
—Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad —sonrió con suficiencia—. Venga, Shelly. No puedes echamos. No con el ciclón que se avecina.
—¿Ciclón? ¿Has oído eso realmente en un parte meteorológico? ¿Se aproxima un ciclón? —Shelly se lanzó histérica hacia la ventana. Las nubes retaban a1 negro mar. Un rayo partió el cielo en dos—. ¡Oh, qué luna de miel! Coge una bala y atraviésame el cerebro con ella. Acabo de perder las ganas de vivir.
En ese preciso instante, un disparo de estruendo estremeció la noche. Los ojos de Matilda se agrandaron y ésta soltó un sollozo.
—Oh, los partes meteorológicos —volvió atrás Kit, mimando a su hija una vez más—. De lo único que nos podemos fiar en los partes meteorológicos es de lo poco fiables que son, ¿no es cierto, Shelly? —Le lanzó una mirada suplicante.
—¿Qué? —Bajó la mirada hacia la pequeña llorosa—. Ah, desde luego. Nadie toma en serio a un hombre del tiempo. Ni siquiera otros hombres del tiempo. Por eso se empezaron a denominar a sí mismos «meteorólogos». En un intento desesperado de parecer más científicos.
Kit sonrió con gratitud conforme Matilda dejaba de llorar.
—Básicamente, son hombres que se dedican a mirar por la maldita ventana como medio de vida —le dijo su hija con dulzura, echándola en la cama de Shelly y haciéndole cosquillas hasta que se retorció de placer.
Su hija estalló en una risa ahogada, un estallido de alegría y risa tonta. Se liberó de los dedos de su padre y se convirtió en un remolino de actividad, dando saltos de trampolín, volteretas, haciendo pasos de
Moon walk
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y hablando, hablando sin parar. En cuestión de minutos, daba la sensación de que había dejado un rastro de objetos allá donde había estado, peluches rellenos de bolitas de polietileno,
Barbies
decapitadas, miniaturas de
Harry Potter
,
Polly Pockets
, calcetines, un plátano a medio comer y la parte de abajo empapada de su minúsculo
bikini
. Shelly fue detrás, intentando controlar el caos.
—Hey —Kit cogió a su hija cuando ésta pasaba de rebote por delante de él y la estrechó entre sus brazos—. Más noticias buenas.
Shelly, que acababa de aplastar accidentalmente un plátano en la alfombra, le lanzó una mirada mordaz.
—Si es algo similar a las últimas noticias que nos has dado, llama ahora mismo a los paramédicos, ¿quieres?
—¡Tengo
Maltesers
!
—¡Qué bien! —exclamó Matilda—. Soy cocho-adicta —le dijo a Shelly con gravedad, antes de acomodarse en la cama para darse un festín—. ¿Quién duerme aquí?
Shelly respondió rotundamente:
—Sólo yo.
—Bueno, ¿y qué haces con el otro lado de la cama? —quiso saber la cochoadicta.
—No mucho —fue la respuesta de Shelly, mirando deliberadamente a su marido.
Matilda cogió con un movimiento rápido el mando a distancia… para encontrarse con una ventisca de interferencias y un pitido de alteraciones en cada canal.
—¡No pueden confiscarte la habitación así sin más! Voy a llamar a recepción para solucionarlo —dio Shelly, doña Eficiente—. ¿Cómo se dice en francés «No quiero parecer una bruja sin corazón echando a padre e hija a la jungla, donde los glotones sin duda están devorando a sus crías mientras nosotros hablamos, pero este maníaco que tengo por marido ya me ha tocado las narices bastante»?
—Hum, no sé. Pero de todas formas, no hay personal y la línea está cortada.
Shelly descolgó el auricular. No daba tono. Miró a Kit con el ceño fruncido. Los truenos se volvieron más intensos y frecuentes. Eran casi como un aplauso, de lo asiduamente que se producían. Ahora el granizo que golpeaba el tejado sonó como un centenar de carroceros.
Kit captó la atención de Shelly y levantó una ceja preocupada. También se despojó de su camisa húmeda. La visión de su torso bronceado y tonificado creó una atmósfera cargada de electricidad para rivalizar con la tormenta. Intentó no mirar cómo se reclinaba sobre la cama para trastear con el sintonizador de radio abierto de piernas, porque la pose era de hacer el amor ¿Cómo podía seguir encontrándole atractivo?, se regañó a sí misma, ¿después de todo lo que había hecho? Era obvio que una carrera en astrofísica no estaba hecha para ella.
—El pronóstico dice que el ciclón bordeará la isla —las tranquilizó.
Sin embargo, en la emisora local, una banda militar estaba tocando los grandes éxitos de Frank Sinatra, intercalados con llamamientos apremiantes en francés:
¡Restez calme! ¡Gardez l'ordre!,
con alguna traducción esporádica, una concesión asombrosa hacia los turistas angloparlantes, rogándoles que mantuvieran la calma, que no salieran a la calle, que mantuvieran la confianza en los
gendarmes mobiles.
—¡Les mobiles!
Dios. Lo que suena no es una tormenta —susurró Kit a Shelly intensamente—. ¡Son disparos!
—¿Qué?
—
Émeutes, des blocus, militants
. —Kit repitió las frases de la radio—. Shelly —dijo con ansia reprimida , puede que no hable franchute, pero eso suena a que estamos en mitad de una maldita revolución.
Shelly le miró un segundo antes de taparse las orejas con las manos.
—Lo siento, pero mi cerebro ahora está sobrecargado. Tendrás que disculparme, pero no voy a aceptar esa información. Ni ninguna información sobre nada relacionado con ese tema.
Shelly se tumbó en la cama junto a Matilda que ahora estaba acurrucada bajo el edredón con estampado de hibiscos, peleando en sueños. Cogió rápidamente su guía del
Lonely Planet
y la hojeó con frenesí. Estaba bastante segura de que no se había mencionado nada sobre «ciclones» y «golpes de Estado». Pero entonces le echó un vistazo a la foto del autor, que revelaba a un pálido neoerista. «Cuando no está en la carretera —rezaba la biografía del escriba—, podrán encontrar a Olaf atendiendo a vegetarianos y observando
walabís
en la
yurta
que comparte con su compañero Gert.» ¿A quién se le ocurriría ir de vacaciones con esta gente? Normal que estuviera metida en semejante lío. Desalentada, Shelly se puso la almohada sobre la cabeza, con lo cual no oyó abrirse la puerta hasta que Coco estuvo en la habitación. El pelo de Coco, empapado por la lluvia, ahora parecía un nido de gusanos letárgicos. Su pareo de abalorios «salgo para tonificar mi aura» y su collar de cuentas habían desaparecido. En su lugar llevaba unos pantalones de camuflaje, botas de combate y chaleco antibalas.
Shelly la saludó con todo el entusiasmo con que acogería una infección vaginal por hongos.
—¿Qué pasa? —preguntó Kit—. Disparos. Explosión de barcos. Submarinos secuestrados…
coup d'état
. ¿Tengo razón?
—El ayuntamiento, lo han asaltado. —Estaba sin respiración, encorvada—. Algunos oficiales están heguidos. La policía, están diciendo que se ha infgrinh'ido la ley y el ogden y hay violencia calleh'ega. ¡Es una miegda! Sólo quieguen declagag el Estado de emerh'encia paga que los polis puedan deteneg sin pruebas. El levantamiento, lo están aniquilando.
Kit parecía alarmado. Pero Shelly estaba más sorprendida por el hecho de que Coco acabara de usar varias palabras formadas por más de dos sílabas y más o menos en el orden correcto.
—Y pogueso tenéis que escondegme, pog favog.
—¡No tenemos que hacer nada! —protestó Shelly, poniéndose de pie de un salto—. ¡Salvo quizá llevar a cabo un arresto ciudadano!
—Sí, sobre todo después de que hayas intentado robarme, Coco —añadió Kit con amargura.
Coco se encogió de hombros.
—La gguevolución es más impogtante que tú. Necesitábamos el dinego… los billetes los habguía cambiado pog dinego y compgado vendas y balas. A mis compañegos los han agguestado. Así que ahoga tenéis que escondegme. Pogque vosotgos también tenéis algo que escondeg, ¿no? Y ahí está. —Coco señaló con su garra pintada a Matilda, encogida en posición fetal bajo las sábanas—. No delatagué a
l'enfant
si vosotgos no me delatáis a mí.
—Vale. Te esconderemos —dijo Kit sin dudarlo.
—No lo haremos.
—Shelly, no tenemos elección.
—Puede que tú no la tengas, pero yo sí. —Shelly sospechó que necesitaría un par de botellas de whisky, antes de llegar a pensar que cometer una falta contra
Super Flic
y huir pudiera ser una buena idea.
La tormenta se intensificó. Ahora el granizo arremetía contra las ventanas como si de puños se tratara.
—Gaspard va de puegta en puegta. Decís que no me habéis visto. Ahoga quitaos la ggopa y haceg de matguimonio feliz. Y entonces os enfadáis mucho cuando alguien entga y os integgumpe el sexo en vuestga luna de miel.
—¿Sexo? —Shelly se recogió más en su albornoz de felpa—. Antes reutilizo el hilo dental de Towtruck.
—No hagas que comparezca ante el tribunal, Shelly. Sólo abrázame —dijo Kit en tono zalamero, abriendo los brazos hacia ella. Por un segundo Shelly se tambaleó como un equilibrista. Pero entonces determinó que esta vez no iba a perder el equilibrio.
—Haré que comparezcas ante el juzgado de familia, más bien. Para pedir el divorcio.
—¿Te vas a divogciag de él? —preguntó Coco.
—Sí. ¡Quiero a alguien con menos experiencia!
—Vamos, cielo. —Kit intentó apartarle la bata de los hombros—. Tenemos que seguir casados. Quiero decir, ¡fíjate lo bien que discutimos! Pero no delante de los niños, ¿vale? —susurró, señalando a su hija dormida.
Shelly se quitó su brazo de encima como si fuera una víbora.
—Escucha, tío. Puede que estés huyendo de la policía pero para mí eres el protagonista de un programa llamado
El hombre menos buscado de América
. No me voy a meter en esa cama contigo.
—¡Pagad ya esta locuga! —escupió Coco furiosa—. Ya mismo os metéis en la cama y os amáis. Yo me escondo en la
salle de bain
. —Coco retrocedió hacia el cuarto de baño, limpiando sus huellas húmedas de las baldosas del suelo conforme iba avanzando.