Sueño del Fevre (14 page)

Read Sueño del Fevre Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

—Ese tesoro está maldito, ¿sabe usted? —decía Framm—; o eso, o este diablo de río no quiere entregarlo a nadie.

Marsh sonrió y sirvió el café.

—Joshua —dijo entonces—, esa anécdota es bastante cierta, pero no vaya a creerse todo lo que le cuente. Este hombre es el mentiroso más notable de todo el río.

—¡Vamos, capitán! —replicó Framm con una sonrisa. Luego volvió a concentrarse en el río—. ¿Ve esa cabaña de ahí, con el porche medio derruido? —dijo—. Bien, porque debe usted recordarla... —y volvió a obsequiarle con una retahíla de consejos. Pasaron más de veinte minutos antes de que iniciara la historia del
E. Jenkins
, el vapor que medía más de treinta millas de largo, y que tenía unas bisagras en medio para poder seguir las curvas del río. Esta vez, hasta el propio Joshua York le dedicó a Framm una mirada de incredulidad. Sin embargo, la mirada iba acompañada de una sonrisa.

Marsh se retiró una hora después, cuando hubieron terminado la última de las pastas. Framm resultaba bastante entretenido, pero Marsh prefería tomar las lecciones durante el día, cuando pudiera apreciar bien las malditas marcas de que estaba hablando el piloto.

Al despertar, ya era de día y el
Sueño del Fevre
estaba en Cape Girardeau, cargando suministros. Framm había elegido aquel punto para fondear durante la noche, según se enteró Marsh, debido a una niebla que se cerró sobre ellos. Cape Girardeau era una ciudad colgada de unos riscos, a unas 150 millas de San Luis. Marsh hizo sus cálculos y se sintió complacido con el tiempo efectuado. No era una plusmarca, pero estaba bastante bien.

Al cabo de una hora, el
Sueño del Fevre
volvía a estar en el río, navegando corriente abajo. El sol de julio caía a plomo sobre sus cabezas y el aire era denso, lleno de calor, humedad e insectos. Sin embargo, en la cubierta superior el aire era frío y sereno. Las paradas se hicieron frecuentes. El barco, con dieciocho calderas que mantener calientes, tragaba leña a marchas forzadas; sin embargo, el combustible no fue problema en ningún momento, pues las orillas estaban salpicadas de puntos de leña en ambas orillas. Cuando bajaban las existencias, el primer oficial hacía una señal al piloto y se detenían cerca de alguna cabaña de leñador, rodeada de grandes montones de leña partida de roble o castaño; Marsh y Jonathon Jeffers bajaban entonces a tierra y llegaban a un trato con el leñador. Después, a una señal suya, los estibadores bajaban también a tierra, se acercaban a los montones de leña y, en un abrir y cerrar de ojos apilaban ésta sobre la cubierta principal. Los pasajeros dé camarote contemplaban siempre las operaciones de carga desde las barandillas de la cubierta de calderas. Los pasajeros de cubierta, en cambio, intentaban en todo momento ponerse en medio y estorbar.

Se detuvieron también en poblaciones de todo tipo, provocando un sin fin de revuelos. Pararon en un lugar no marcado para dejar a un pasajero, y también en un embarcadero privado para recoger a otro. Hacia el mediodía, se detuvieron a esperar a una mujer y su hijo que les habían hecho señas desde la orilla, y cerca de las cuatro tuvieron que aminorar la marcha para que tres hombres en una barca de remos pudieran llegar hasta ellos y subir a bordo. Aquel día el
Sueño del Fevre
no recorrió gran distancia, ni avanzó con mucha rapidez. Para cuando el sol se puso, tiñendo las amplias aguas de un rojo profundo, se encontraban ya a la vista de Cairo, donde Dan Albright decidió amarrar para pasar la noche.

Al sur de Cairo, el Ohio confluía en el Misissippi, y ambos ríos formaban una extraña combinación. Al principio, sus aguas no se mezclaban en absoluto, sino que cada curso seguía por su cuenta: las aguas azul claro del Ohio formaban una cinta brillante por la ribera oriental, mientras que las aguas sucias y enlodadas del Mississippi ocupaban el resto del lecho. En aquel punto era, también, donde la parte baja del río tomaba su carácter peculiar; desde Cairo hasta Nueva Orleans y el Golfo, en un recorrido de más de 1.600 kilómetros el Mississippi se enroscaba en meandros y vueltas como una serpiente, cambiando de curso al menor obstáculo, erosionando el blando lecho de manera imprevista, dejando a veces los muelles a decenas de metros del agua, o engullendo en otras poblaciones enteras. Los pilotos afirmaban que el río nunca era el mismo. El tramo superior del Mississippi, donde Abner Marsh había nacido y había aprendido a navegar, era un lugar completamente distinto, confinado entre altos acantilados y corriendo siempre con parecida fuerza. Marsh se quedó en la cubierta superior durante un largo rato, contemplando el paisaje e intentando notar la diferencia entre ambas partes del río, y lo que tal diferencia significaría en su futuro. Pensó que había cruzado del curso alto al curso bajo, y que con ello había iniciado una nueva página de su vida.

Poco después, Marsh se hallaba en plena conversación con Jeffers en el despacho de éste cuando escuchó tañer la campana por tres veces, señal de que iban a amarrar. Marsh frunció el ceño y observó con atención por la ventana. No se veía nada, salvo las riberas rebosantes de vegetación.

—Me pregunto por qué fondeamos aquí —dijo Marsh—. La próxima parada es Nueva Madrid. Quizás no conozca mucho esta parte del río, pero puedo asegurar que esto no es Nueva Madrid.

—Quizás alguien nos ha hecho señales desde la orilla —contestó Jeffers, encogiéndose de hombros.

Marsh se disculpó y salió a toda prisa hacia la cabina del piloto. Dan Albright estaba al timón.

—¿Nos ha llamado alguien? —preguntó de inmediato Marsh.

—No, señor —fue la respuesta del piloto. Era un tipo lacónico, que apenas respondía a lo que le preguntaban.

—¿Dónde nos detenemos?

—En un puesto de leña, capitán.

Marsh observó que, realmente, había frente a ellos uno de tales puestos en la ribera occidental.

—Señor Albright, pensaba que habíamos cargado leña hace menos de una hora. No podemos haberla agotado ya. ¿Le ha pedido Hairy Mike que se detenga?

El sobrecargo era el encargado de vigilar cuándo necesitaba más leña el barco.

—No, señor. Ha sido orden del capitán York. Me ha llegado la orden de fondear en este puesto precisamente, tanto si necesitábamos leña como si no.

El piloto volvió la vista hacia Marsh. Albright era un tipejo aseado, con un bigotito fino, corbata roja de seda y magníficas botas de cuero.

—¿Me está pidiendo que incumpla la orden?

—No —respondió precipitadamente Abner. Pensó que York debería haberle advertido, pero el pacto que mantenían le daba a Joshua el derecho de impartir las órdenes más excéntricas—. ¿Sabe cuánto tiempo tenemos que permanecer aquí?

—He oído que York tiene asuntos que atender en tierra y, si no se levanta hasta que oscurece, tendremos que quedarnos todo el día.

—Demonios. Nuestro plan de horario... Los pasajeros no pararán de hacernos preguntas molestas —murmuró Marsh frunciendo el ceño—. Bueno, supongo que no hay nada que hacer. Aprovechemos para cargar un poco más de leña, ya que estamos aquí. Me encargaré de ello.

Marsh llegó a un trato con el muchacho que se ocupaba del puesto de leña, un esbelto negro vestido con una delgada camiseta de algodón. El muchacho no tenía idea de regatear; Marsh le sacó madera de haya al precio de otra muy inferior, y además le obligó a añadir algunos troncos de pino. Mientras llegaban los estibadores para transportarla a bordo, Marsh se quedó mirando al negro con el rabillo del ojo, sonrió y le dijo:

—Tú eres nuevo en esto, ¿verdad?

—Sí, capitán —asintió el muchacho. Marsh asintió a su vez, e iniciaba ya el regreso al vapor cuando el muchacho añadió—: Sólo llevo una semana aquí, capitán. El anciano blanco que estaba al cuidado de esto murió devorado por los lobos.

Marsh miró de frente al muchacho.

—Estamos sólo a unos tres kilómetros al norte de Nueva Madrid, ¿no es eso, muchacho?

—Sí, capitán.

De vuelta en el
Sueño del Fevre
, Abner Marsh se sintió muy agitado. Aquel maldito Joshua York, se dijo. ¿Qué se proponía y por qué tenían que perder toda una jornada en aquel estúpido puesto de leña? Marsh tenía la suficiente memoria como para no volver a irrumpir en el camarote de York y empezar a discutir con él. Le pasó la idea por la cabeza un instante y luego la desechó. No era asunto suyo, se obligó a aceptar Marsh. Se dispuso, pues, a continuar esperando.

Las horas transcurrieron con lentitud mientras el
Sueño del Fevre
se mecía suavemente en las aguas, frente al pequeño embarcadero. Una docena de vapores pasó sin esfuerzo río abajo, para desesperación de Abner Marsh. Otra cantidad semejante pasó con esfuerzo río arriba. Una breve pelea a navajazos entre dos pasajeros de cubierta, en la que nadie resultó herido, proporcionó los momentos de máximo entretenimiento de la jornada. La mayor parte del pasaje y la tripulación del barco holgazaneaba en las cubiertas, con las sillas colocadas hacia el sol, fumando y mascando o discutiendo de política. Jeffers y Albright jugaron una partida de ajedrez en la cabina del piloto, Framm relató sus historias en el gran salón. Algunas mujeres empezaron a hablar de organizar un baile. Y Abner Marsh se fue impacientando cada vez más.

Al anochecer. Marsh estaba sentado en el porche de la cubierta superior, bebiendo café y ahuyentando mosquitos, cuando se le ocurrió mirar hacia la orilla a tiempo de ver a Joshua York abandonando el barco. Con él iba Simon. Ambos se detuvieron en la cabaña y cambiaron cuatro palabras con el muchacho encargado de la leña, esfumándose luego por un camino enfangado y lleno de raíces que se internaba en el bosque.

—¡Pero bueno! —exclamó Marsh, levantándose—. Se van sin decir adiós, ni cuándo volverán —frunció el ceño—. Así que tampoco cenaremos...

Sin embargo, estas palabras le recordaron que estaba hambriento y se encaminó a la cabina principal para comer algo.

Llegó la noche y el pasaje y la tripulación se pusieron aún más nerviosos. En el bar se bebía mucho. Un plantador empezó a organizar un juego de naipes, y otros empezaron a cantar. Un joven muy estirado recibió un golpe por haberse mostrado a favor de la abolición de la esclavitud.

Cerca de medianoche, Simon regresó solo. Abner Marsh estaba en el salón cuando Hairy Mike le dio unos golpecitos en el hombro; Marsh había dado orden de que le avisaran en cuanto regresara York.

—Haga que suban los marineros y dígale a Whitey que prepare el vapor —le dijo al sobrecargo—. Tenemos que recuperar muchas horas.

Tras esto, se encaminó a ver a York. Sin embargo, York no había regresado.

—Joshua desea que siga usted adelante —le informó Simon—. El viajará por tierra y se reunirá con usted en Nueva Madrid. Aguárdele allí.

Las irritadas preguntas de Abner no consiguieron sacarle nada más; Simón se limitó a fijar en Marsh sus ojos pequeños y fríos y repitió el mensaje de que el
Sueño del Fevre
esperara a York en Nueva Madrid.

En cuanto hubo suficiente vapor, el viaje se reanudó con tranquilidad durante el breve trayecto. Nueva Madrid estaba a escasa distancia río abajo de donde habían permanecido fondeados el día entero. Marsh se despidió contento del desolado lugar mientras avanzaban en la oscuridad de la noche.

—Maldito Joshua... —murmuró.

En Nueva Madrid, perdieron casi dos días enteros.

—Está muerto —fue la opinión de Jonathon Jeffers cuando ya llevaban día y medio fondeados. Nueva Madrid tenía hoteles, salones de billar, iglesias y lugares de recreo, inexistentes en los puestos de leña, por lo que el tiempo que pasaron allí no resultó tan aburrido. Sin embargo, todo el mundo estaba ansioso por reanudar la marcha. Media docena de pasajeros, impacientes con el retraso ante el magnífico tiempo que hacía, lo bien que parecía funcionar el barco y el elevado precio que habían tenido que pagar, acudieron a Marsh y le exigieron que les devolvieran el importe del pasaje. Marsh se negó, indignado, pero aun así estaba furioso y no cesaba de preguntarse en voz alta dónde diablos se habría metido aquel Joshua York.

—No está muerto —repetía—. Y con eso no quiero decir que no vaya a desear estarlo cuando lo tenga en mis manos; pero de momento no está muerto.

Detrás de sus gafas de montura de oro, Jeffers enarcó las cejas.

—¿No? ¿Cómo puede estar seguro, capitán? Estaba solo y atravesaba a pie y de noche esos bosques. Por ahí merodean muchos canallas, y también muchos animales. Me parece haber oído que durante los últimos años se han producido varias muertes en los alrededores de Nueva Madrid.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó Marsh, encarándose con él—. ¿Qué sabe usted de eso?

—Bueno, leo los periódicos... —contestó Jeffers. Marsh se quedó pensativo.

—Eso no quiere decir nada. York no está muerto, lo sé. Podría jurarlo.

—¿Se ha perdido, entonces? —apuntó Jeffers con una fría sonrisa—. ¿Quiere que organicemos una partida y salgamos en su busca, capitán?

—Lo pensaré —contestó Marsh.

Sin embargo, no fue necesario. Aquella noche, una hora después de ponerse el sol, Joshua York apareció caminando por el embarcadero. No tenía el aspecto de un hombre que hubiera pasado dos días fuera, perdido en los bosques. Llevaba las botas y las perneras de los pantalones llenas de polvo pero el resto de sus ropas parecían tan elegantes y limpias como la noche en que había desaparecido. Su paso era apresurado, pero elegante. Subió al barco y sonrió al ver a Jack Ely, el segundo maquinista.

—Busque a Whitey y dígale que prepare el vapor —le dijo—. Nos vamos.

Después, antes de que nadie pudiera preguntarle nada, se encaminó a toda prisa a la escalinata principal.

Marsh, pese a su furia e inquietud, se sintió notablemente aliviado ante el regreso de Joshua.

—Vamos, haga sonar esa maldita campana para que todos los que han bajado a tierra sepan que vamos a zarpar —le dijo a Hairy Mike—. Quiero que estemos en el río lo antes posible.

York estaba ya en su camarote, lavándose las manos en la jofaina de agua situada sobre la cómoda.

—Abner —dijo en tono educado cuando Marsh irrumpió tras unos breves y furiosos golpes en la puerta—. ¿Cree que causaré muchas molestias a Toby si le pido que me prepare algo de cenar a estas horas?

—Antes, le molestaré yo a usted preguntándole a qué se ha debido esta pérdida de tiempo —rugió Marsh—. Maldita sea, Joshua, ya sé que dijo que haría cosas extrañas, pero dos días sin aparecer es demasiado. Así no hay manera de llevar bien un vapor de línea, ¿comprende?

Other books

Fonduing Fathers by Julie Hyzy
The Heir Apparent by Lauren Destefano
Her Werewolf Hero by Michele Hauf
An Independent Miss by Becca St. John
Clint by Stark, Alexia