Tarzán y los hombres hormiga (11 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

El cuerpo principal de la caballería salió hacia el oeste, punto por el que sabían que se acercaba el enemigo. La infantería, que no había parado desde que había salido de las cúpulas, marchaba asimismo hacia los cuatro puntos cardinales en sendos cuerpos compactos de los que uno (el mayor con diferencia) avanzaba hacia el oeste. Las tropas de avance a pie ocuparon sus puestos a una breve distancia de la ciudad, mientras que, dentro del área de las cúpulas, las últimas tropas que quedaban por emerger de ellas, caballería e infantería, permanecían como fuerzas de reserva. Adendrohahkis ocupó su lugar en el centro de estas tropas, con el propósito de dirigir mejor la defensa de su ciudad.

El príncipe Komodoflorensal había salido al mando del cuerpo principal de la caballería, que iba a hacer frente al enemigo. Este cuerpo constaba de siete mil quinientos hombres y se hallaba a tres kilómetros de la ciudad, ochocientos kilómetros detrás de una patrulla de caballería formada por quinientos hombres, de las cuales había cuatro, una en cada punto cardinal, que sumaban dos mil hombres. El resto de los diez mil que constituían las tropas avanzadas constaba de quinientos exploradores montados que, a su vez, se hallaban ochocientos kilómetros más adelante de las patrullas piquete, a intervalos de sesenta metros, rodeando por completo la ciudad a una distancia de cinco kilómetros. En la ciudad había una reserva de quince mil hombres montados.

A la creciente luz del amanecer, Tarzán observaba estos metódicos preparativos para la defensa sintiendo una admiración cada vez mayor por los pequeños minunianos. No se oían gritos ni cantos, pero en la cara de cada guerrero que pasaba lo bastante cerca del hombre-mono para verle las facciones había una expresión de exaltado arrebato. No era necesario lanzar gritos de guerra ni cantar himnos de batalla para fomentar el cuestionable valor de los débiles, porque no había ninguno.

El ruido de cascos de la horda de veltopismakusianos que se aproximaba había cesado. Era evidente que sus exploradores habían descubierto el fracaso de la pretendida sorpresa. ¿Estaban alterando el plan o el punto de ataque, o el cuerpo principal se había detenido sólo temporalmente para esperar el resultado de un reconocimiento? Tarzán preguntó a un oficial que tenía cerca si cabía la posibilidad de que el enemigo hubiese abandonado su intención de atacar. El hombre sonrió y meneó la cabeza.

—Los minunianos nunca abandonan un ataque —dijo.

Tarzán recorrió con los ojos las diez cúpulas de la ciudad, iluminadas ahora por los rayos del sol naciente, y vio a un guerrero apostado en cada una de las numerosas troneras dispuestas a intervalos regulares en cada uno de sus treinta extraños pisos. Cada soldado tenía al lado un gran montón de jabalinas cortas y, detrás, un cúmulo de pequeñas piedras redondeadas. El hombre-mono sonrió.

«No pasan por alto ni un detalle —pensó—. Pero ¿y los esclavos de la cantera?, ¿qué pasará con ellos? ¿No se volverán contra sus amos ante la oportunidad de huida que una batalla como la que se avecina les ofrece casi con toda seguridad?». Se volvió de nuevo al oficial y se lo preguntó.

El oficial señaló hacia la cantera más próxima, donde Tarzán vio a centenares de esclavos con túnica blanca apilando rocas en la entrada y a un destacamento de infantería cuyos soldados se apoyaban ociosos en las lanzas mientras sus oficiales dirigían el trabajo de aquéllos.

—Hay otro destacamento de guerreros encerrado en la cantera —explicó el oficial a Tarzán—. Si el enemigo llega a la ciudad y esta guardia exterior es empujada hacia las cúpulas o resulta muerta o capturada, la guardia interior puede defenderse como un ejército completo y atacar al mismo tiempo como si fuera un único hombre. Nuestros esclavos están a salvo, por lo tanto, a menos de que la ciudad caiga, y esto no ha ocurrido en ninguna ciudad minuniana, que nadie recuerde. Lo mejor que a los veltopismakusianos les cabe esperar ahora es hacer algunos prisioneros, pero sin duda abandonarán a todos los que hayan cogido. Si su ataque sorpresa hubiera tenido éxito, se habrían abierto camino hasta una de las cúpulas y se habrían hecho con muchas mujeres y un gran botín. Sin embargo, ahora, nuestras fuerzas están demasiado bien dispuestas para que cualquier fuerza, a menos que sea muy superior, amenace gravemente a la ciudad. Dudo incluso que tengamos que hacer participar a la infantería.

—¿Cómo está dispuesta la infantería? —preguntó Tarzán.

—Hay quinientos hombres apostados tras las ventanas de las cúpulas —respondió el oficial—, cinco mil más forman la reserva que ves alrededor, de la que han partido destacamentos para proteger las canteras. A un kilómetro y medio de la ciudad hay otros cuatro cuerpos de infantería; los que van al este, al norte y al sur tienen una fuerza de mil hombres cada uno, mientras que el que va al oeste, que se enfrenta al probable punto de ataque, consta de siete mil guerreros.

—Entonces, ¿crees que la lucha no llegará hasta la ciudad? —preguntó Tarzán.

—No. Hoy sólo tendrán suerte los hombres de la caballería avanzada; lucharán todo lo que haya que luchar. Dudo que un hombre de infantería saque una espada o arroje una lanza; pero así suele ocurrir: es la caballería la que lucha.

—Deduzco que te sientes desgraciado porque no estás con una unidad de caballería. ¿No podrían trasladarte?

—¡Oh!, todos tenemos que pasar por todos los cuerpos —explicó el oficial—. Todos somos guerreros de a caballo, salvo para la defensa de la ciudad. Y con este propósito se nos asigna a las tropas de a pie durante cuatro lunas, tras las que pasamos cinco lunas en la caballería —la palabra que utilizó fue
diadetax
—; cinco mil hombres son trasladados de un cuerpo a otro la noche de cada nueva luna.

Tarzán se volvió y recorrió la llanura con la vista hacia el oeste. Vio las tropas más próximas que aguardaban al enemigo con tranquilidad. Incluso pudo ver el cuerpo principal de la caballería, pues, aunque estaba situado a tres kilómetros de distancia, era muy numeroso; pero los piquetes más alejados eran invisibles. Apoyado en su lanza, observaba una escena que ningún otro hombre de su raza había presenciado jamás. Se dio cuenta de la seriedad que demostraban aquellos hombrecillos en la guerra que los enfrentaba, y no pudo por menos de pensar en la gente de su propio mundo que alineaba a sus soldados por motivos a menudo menos trascendentales para ellos que la llamada a las armas que había hecho salir a los duros guerreros de Adendrohahkis de sus pequeñas plataformas para defender el hogar y la ciudad.

Aquí no existían los embustes de la política, ni la ambición velada de algún potencial tirano, ni el descabellado concepto de soñadores fantasiosos impulsados por la avariciosa idea del autoengrandecimiento y riqueza; sólo el patriotismo de la más pura cepa avivado por la fuerte necesidad de la autoconservación. Eran los perfectos luchadores, los perfectos guerreros, los perfectos héroes. No era necesario que sonaran trompetas; no les servían para nada las ayudas artificiales al valor concebidas por capitanes del mundo exterior que envían a hombres poco dispuestos a luchar sin saber por qué, engañados por propaganda falaz, enardecidos por falsas historias sobre la barbaridad de un enemigo que ha avivado de forma similar la ira contra ellos.

Durante la tregua que siguió a la partida de la última de las tropas de avance, Tarzán se acercó a Adendrohahkis, que estaba sentado a horcajadas sobre su diadet, rodeado por oficiales de alto rango. El rey estaba radiante con su justillo dorado, una prenda de piel sobre la que se habían cosido pequeños discos de oro, que se solapaban uno a otro. En la cintura llevaba un ancho cinturón de grueso cuero, ajustado con tres hebillas de oro, de dimensiones tales que casi parecía un corsé. Este cinturón sostenía su estoque y cuchillo, cuyas vainas estaban decoradas con profusión de incrustaciones de oro y metales inferiores formando complicados y bellos dibujos. Unas corazas de cuero le protegían la parte superior de las piernas por delante, cubriendo los muslos hasta las rodillas, mientras que los antebrazos iban metidos en unos brazales metálicos que le llegaban de las muñecas casi hasta los codos. En los pies llevaba toscas sandalias de tiras, con una placa circular dorada que le protegía el tobillo. Un casco de cuero le ceñía la cabeza.

Cuando Tarzán se detuvo ante él, el rey reconoció al hombre-mono y lo saludó con agrado.

—El capitán de la guardia me ha informado de que a ti te debemos el primer aviso de la llegada de los veltopismakusianos. Una vez más el pueblo de Trohanadalmakus está en deuda contigo. Sin embargo, ¿cómo vamos a pagártela?

Tarzán hizo un gesto desdeñoso.

—No me debes nada, rey de Trohanadalmakus —replicó—. Dame tu amistad y dime que puedo reunirme con tu noble hijo, el príncipe, en la vanguardia; no necesito más agradecimiento.

—Siempre, hasta que los gusanos de la muerte me devoren, seré tu amigo, Tarzán —declaró el rey—. Ve adonde desees, que no dudo que será el lugar donde se va a librar batalla.

Era la primera vez que un minuniano se dirigía a él por su nombre. Siempre le habían llamado Salvador del Príncipe, Invitado del Príncipe, Gigante del Bosque y otros apelativos impersonales similares. Entre los minunianos el nombre se considera una posesión sagrada, cuyo uso sólo se permite a los amigos que uno elige y a los miembros de la familia, y ser nominado por Adendrohahkis implicaba que el rey lo invitaba, o lo conminaba, a mantener la más íntima amistad personal con él.

El hombre-mono agradeció la cortesía con una inclinación de cabeza.

—La amistad de Adendrohahkis es un honor sagrado que ennoblece a los que gozan de ella. La protegeré siempre con mi vida, como mi más apreciada posesión —dijo con voz baja. Ningún tipo de sentimentalismo movía al Señor de la Jungla cuando se dirigió al rey. Ya hacía tiempo que experimentaba una gran admiración por estos hombrecillos, y por el carácter personal de Adendrohahkis sentía el más profundo respeto. Desde que había aprendido su lenguaje no había dejado de hacer preguntas acerca de las actitudes y las costumbres de esta gente, y encontraba la personalidad de Adendrohahkis tan inextricablemente tejida con la vida de sus súbditos que al recibir las respuestas a sus preguntas no dejaba de percibir pruebas incuestionables de las cualidades de su carácter.

Adendrohahkis parecía complacido con sus palabras, que agradeció amablemente, y entonces el hombre-mono se retiró y se encaminó hacia el frente. De camino arrancó una rama hojosa de un árbol que crecía junto al camino, pues se le ocurrió que esta arma podría serle útil contra los minunianos y no sabía qué le reservaba el día.

Acababa de pasar la infantería avanzada cuando se cruzó con él un correo que corría en dirección a la ciudad. Tarzán aguzó la vista mirando al frente, pero no vio señales de batalla, y cuando llegó a la caballería avanzada principal aún no había indicios de un enemigo en todo lo que la vista le abarcaba.

El príncipe Komodoflorensal lo saludó calurosamente y miró con un poco de perplejidad la rama hojosa que llevaba al hombro.

—¿Qué noticias hay? —preguntó Tarzán.

—Acabo de enviar un mensajero al rey —respondió el príncipe— para informar de que nuestros exploradores se han puesto en contacto con los del enemigo, que son, creemos, los veltopismakusianos. Una patrulla del puesto avanzado de nuestro frente ha abierto la línea de exploradores del enemigo y un valeroso guerrero ha conseguido incluso penetrar hasta la cima de la Colina de Gartolas, desde la que ha visto el cuerpo principal completo del enemigo formado para atacar. Dice que hay entre veinte y treinta mil hombres.

Cuando Komodoflorensal dejó de hablar, una ola sonora se acercó rodando hacia ellos desde el oeste.

—¡Ya vienen! —anunció el príncipe.

CAPÍTULO VIII

S
KA, posado en el cuerno del Gorgo muerto, notó de pronto movimiento en un matorral próximo. Volvió la cabeza en la dirección del ruido y vio a Sabor, la leona, surgir de entre el follaje y avanzar lentamente hacia él. Ska, el buitre, no tuvo miedo. Se marcharía, pero lo haría con dignidad. Se agachó para dar un salto y extendió sus grandes alas para emprender vuelo, pero Ska, el buitre, no se levantó. Cuando probó a hacerlo, sin esperarlo, algo se le agarró al cuello y le impidió moverse. Se puso sobre las patas y, esta vez con violencia, hizo un esfuerzo para alejarse volando. De nuevo tiraron de él hacia el suelo. Ahora Ska estaba aterrado. Aquel odioso trasto que llevaba colgado del cuello desde hacía tanto tiempo lo mantenía en tierra; el lazo oscilante de la cadena de oro se había quedado enganchado en el cuerno de Gorgo, el búfalo. Ska estaba atrapado.

Forcejeó, batiendo sus alas. Sabor se detuvo para observar sus extrañas piruetas, cómo aleteaba de la manera más sorprendente. Nunca había visto a Ska comportarse así, y los leones son animales sensibles, temperamentales; así que Sabor no sólo se sorprendió, sino que más bien se asustó. Permaneció quieta un momento, pendiente de las inexplicables piruetas de Ska y luego se dio media vuelta y penetró de nuevo en la maleza, lanzando de vez en cuando un gruñido al buitre, como diciendo: «¡Atrévete a seguirme!». Pero a Ska ni se le ocurrió perseguirla. Nunca más perseguiría nada Ska, el buitre.

—¡Ya vienen! —anunció Komodoflorensal, príncipe de Trohanadalmakus.

Cuando Tarzán miró a lo lejos en la dirección del enemigo vio, desde su mayor altura, el avance de los veltopismakusianos.

—Nuestros exploradores se están replegando —anunció a Komodoflorensal.

—¿Ves al enemigo? —preguntó el príncipe.

—Sí.

—Manténme informado de sus movimientos.

—Avanzan en varias líneas, desplegados en un frente considerable —informó el hombre-mono—. Los exploradores se están replegando sobre el puesto avanzado que parece mantenerse firme para recibirlos. Si la primera línea no lo arrolla, lo harán las siguientes.

Komodoflorensal dio una breve orden. Un millar de hombres montados se pusieron en marcha, azuzando a sus diadets para que avanzaran dando saltos, cada uno de los cuales cubría una longitud de metro y medio, dos metros e incluso más. Corrieron hacia el puesto avanzado que iba delante de ellos, desplegándose a medida que corrían.

Otro millar se dirigió rápidamente hacia la derecha y un tercero hacia la izquierda de la caballería de avance después del anuncio de Tarzán de que el enemigo se había dividido en dos cuerpos justo antes de topar con el puesto avanzado, y uno de ellos se movía como si tuviera la intención de rodear el flanco derecho de la caballería principal de Trohanadalmakus, mientras el otro trazaba un círculo en la dirección del flanco izquierdo.

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