Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
¿Cómo era posible? Había puesto en juego toda su confianza en sí misma, había sacado fuerzas de donde no las había…
Y, sin embargo, no bastaba. Necesitaba algo más.
Miró al monstruo. Ya no quedaba en él ni un solo rasgo que recordase la apariencia de su prisionero. Sin embargo, Álex seguía estando allí, atrapado, en alguna parte.
Seguía estando allí. Lo único que tenía que hacer Jana era encontrarlo. Ignorar al monstruo y concentrarse en él. Hacerle comprender que confiaba en él, que nunca había dejado de confiar en él, y que todavía, a pesar de todo, lo quería.
Jana seguía mirando fijamente al Nosferatu, pero, poco a poco, su expresión empezó a dulcificarse. Y en sus ojos apareció una emoción profunda y conmovedora. Una expresión de auténtico amor.
Desconcertado, el monstruo cerró los ojos, como si no pudiese soportar aquella mirada. Y justo entonces, Jana vio surgir una mano casi transparente del pecho del Nosferatu.
La mano se apoyó con delicadeza sobre el corazón palpitante, inclinando la balanza a su favor.
En ese momento, con asombrosa rapidez, un rayo atravesó la oscuridad del templo, disolviendo a su paso el espesor de las sombras. El rayo fue ensanchándose hasta formar una larga franja deslumbrante que cruzaba oblicuamente las bóvedas para estrellarse contra la columna en cuyo capitel descansaba el ibis sagrado.
Al contacto con la luz, el plumaje negro y blanco del ave se disolvió en la nada. Y al mismo tiempo, como por arte de magia, apareció en el fuste de la columna el antiguo jeroglífico egipcio que representaba a ibis. El símbolo del dios de la escritura… El emblema del dios Thot.
Un sonido ronco, como un sollozo, brotó de la garganta del Nosferatu. Jana se volvió a mirarle. A través de su odiosa máscara de piel pintada, Jana creyó vislumbrar por un segundo la sonrisa de Álex, confiada llena de ternura.
Pero la visión duró tan solo unos segundos. Alcanzada por la luz del sol, la piel muerta del Nosferatu comenzó a humear. Un intenso olor a carme quemada invadió la estancia.
La criatura profirió un agudo alarido.
Jana retrocedió, espantada. El sol había disuelto todas las sombras del templo excepto la que proyectaba la columna grabada con el símbolo de ibis. El Nosferatu se abalanzó hacia aquella sombra, tratando de protegerse de la luz. Sin embargo, algo se lo impidió. Una silueta idéntica a la del monstruo, pero tan tenue e inmaterial como un holograma, reverberó un instante sobre el cuerpo horrible de la criatura. Jana comprendió que era el alma de Álex, que luchaba por retener a su carcelero e impedirle que se refugiase en la oscuridad de la columna.
—Destruye esa columna. —La voz de Álex resonó con toda claridad en el pensamiento de Jana—. Allí reside su alimento, destrúyela y lo habrás vencido…
Horrorizada, Jana comprendió el significado oculto de las palabras de Álex. Si el alimento del Nosferatu residía en la columna, eso quería decir que el cuerpo de Álex se encontraba escondido allí.
—Eso es —dijo Álex, como si hubiese podido oír la deducción de Jana—. Dispara a la columna con el arco de Heru y el Nosferatu dejará de existir.
Jana asintió. Sus ojos no se apartaba del Nosferatu, que seguía forcejeando con el espíritu de Álex para escapar hacia la oscuridad.
Álex no podría retenerlo por mucho tiempo…
Con manos temblorosas, Jana se descolgó el arco, sacó una flecha de fuego del carcaj y tensó la cuerda sobre ella. Luego se giró hacia la columna y respiró hondo. Tenía que serenarse si no quería errar el banco.
Cerró un ojo y, con el otro, calculó el punto exacto en el que quería alcanzar la columna. El ibis grabado en la piedra: allí dispararía. Utilizando todo su poder de concentración, logró estabilizar su mano lo suficiente para que dejara de temblar.
Ya lo tenía. Tres, dos, uno…
Lo tenía, pero no disparó. En el último momento, algo le impidió hacerlo. Miró hacia el Nosferatu, que la contemplaba con una horrible expresión de angustia.
Pero enseguida, sus ojos se desviaron hacia la balanza. Una fuerza misteriosa la había equilibrado… Ahora, los dos platillos se encontraban exactamente al mismo nivel.
Las sombras de las otras columnas del tempo se perfilaron sobre el suelo, contrarrestando en parte la luminosa claridad de su interior. Una de aquellas sombras alargadas atravesaba el suelo de piedra justo delante del Nosferatu. Álex no pudo impedir que el monstruo se arrastrase hasta ella, huyendo de la luz.
¿Qué había pasado? ¿Qué era lo que, de repente, había hecho recuperar el poder al zafiro de Saravsti, permitiendo que las sombras recuperasen parte del terreno perdido?
Asustada por aquel nuevo avance de la oscuridad, Jana se apresuró a alzar nuevamente el arco y a apuntar una vez más hacia la columna. Tenía que acabar con el Nosferatu antes de que este recuperase sus fuerzas. Por mucho que le doliera lo que iba a sucederle a Álex, tenía que hacerlo.
Pero le dolía horriblemente. Le dolía muchísimo.
Quizá por eso, justo en ese momento de disparar, giró el torso y apuntó directamente a la balanza.
La flecha salió despedida, dejando en el aire una estela de fuego, y se estrelló directamente contra la Luna de Sarasvati.
El ruido del impacto reverberó un instante en la caverna con una breve música de cristales rotos. El zafiro había quedado hecho pedazos.
Jana había destruido la fuente de sus poderes mágicos. Ahora, el fiel de la balanza apuntaba al platillo que sostenía el corazón.
El Nosferatu tenía los ojos fijos en el platillo vacío. Parecía desconcertado.
De pronto, Jana vio cómo su piel muerta se llenaba de diminutos y frágiles hilillos de luz. Eran grietas, grietas que se iban ensanchando más y más, separando los fragmentos apergaminados que componían la superficie del cadáver y filtrando el intenso resplandor que ardía en su interior.
Jana comprendió entonces que el Nosferatu estaba ardiendo por dentro. La luz del alma de Álex lo consumía. El gesto de Jana le había dado las fuerzas que necesitaba para liberarse.
Jana no podía apartar los ojos de aquellos fragmentos de piel que se rizaban al contacto de la luz como papeles arrojados al fuego. Papeles llenos de extraños e incomprensibles dibujos cuyo significado ya nadie, nunca, lograría desentrañar.
Y con cada retazo de piel muerta que se transformaba en un copo de hollín, una parte del templo desaparecía. Las columnas, las paredes cubiertas de signos, el capitel con forma de loto sobre el cual reposaba la balanza… Todo se fue difuminando hasta disolverse en la nada.
En pocos segundos, el cuerpo del Nosferatu quedó reducido a cenizas.
Luego, también las cenizas desaparecieron. Y con ellas desapareció el último fragmento del templo que aún seguía en pie: la columna marcada con el signo de ibis.
Y allí mismo, en el vació dejado por la columna, Jana vio un cuerpo tendido de bruces sobre el suelo pedregoso de la Caverna.
El cuerpo de Álex.
Transcurrió casi una hora antes de que Álex pudiese ponerse en pie. Su respiración, muy débil al principio, iba ganando estabilidad a cada minuto, pero los latidos de su corazón seguían siendo demasiado rápidos y desordenados. Jana permaneció todo el tiempo a su lado, susurrándole palabras dulces al oído, palabras que ni ella misma se creía capaz de pronunciar. Álex intentaba responder, pero los murmullos que brotaban de sus labios resultaban ininteligibles. Él mismo se daba cuenta de ello, y trataba de suplir la debilidad de su voz con la elocuencia de su mirada. Jana nunca le había visto mirarla así, con aquella mezcla de respeto y ternura. Era… era como si la estuviese viendo por primera vez.
Solo cuando Álex logró incorporarse, Jana se fijó en el escenario que los rodeaba. La bóveda de la caverna se había derrumbado en parte, dejando entrar la luz del sol a borbotones. Las aguas de la laguna, antes subterráneas, reflejaban ahora todo el esplendor de aquella luz en su superficie, apenas rizada por el viento. Ahora parecía mucho más ancha que antes.
A la orilla de la laguna, unos cincuenta metros corriente abajo, flotaba una góndola; una góndola normal y corriente, amarrada a un sencillo embarcadero de madera.
El joven que la custodiaba se encontraba sentado sobre las tablas del embarcadero con las piernas colgando sobre el agua. Desde su posición, Jana solo podía verlo de perfil, pero reconoció de inmediato las facciones de Yadia.
El muchacho parecía ensimismado contemplando el fondo de la laguna, tanto que en ningún momento se volvió a mirarlos; sin embargo, estaba claro que los esperaba.
Pasándose un brazo de Álex por encima de los hombros, Jana ayudó a su amigo a caminar hacia la embarcación. Al acercarse a ella, se dio cuenta de que el canal por el que había navegado antes, junto a Armand, no terminaba en la laguna. Parecía continuar en la orilla opuesta, fluyendo a través de una estrecha hoz, entre gigantescos relieves de caliza blanca.
Cuando llegaron hasta la barca, Yadia los observó con curiosidad.
—Enhorabuena —dijo—. ¿Habéis conseguido lo que queríais?
Jana frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué haces aquí? —preguntó—. Creía que el Nosferatu era «tu señor»; así fue como lo llamaste… ¿No sabes que él se ha ido para siempre?
Yadia asintió con perfecta indiferencia.
—Cuando dije eso, solo estaba bromeando. Lo que le haya ocurrido al Nosferatu no me importa ni lo más mínimo. Lo que quiero saber es si, por fin, habéis encontrado el libro.
Jana y Álex se miraron. Ninguno de los dos había pensado en el Libro de la Creación después de la destrucción del Nosferatu.
Jana ayudó a Álex a embarcar y, después, saltó tras él. Yadia se situó en la popa de la góndola y hundió su pértiga en el fango de la laguna.
La barca se apartó suavemente de la orilla. Yadia maniobró para girar un poco la proa y dirigirla hacia la garganta de rocas.
—¿No regresamos por donde vinimos? —preguntó Jana, mirando con inquietud la galería subterránea que Yadia había utilizado para guiarla hasta aquel lugar.
Yadia sonrió.
—Esta vez navegaremos a cielo abierto. A todos nos vendrá bien un poco de luz después de la negrura de estas últimas horas. Se me había olvidado lo hermoso que es el sol… Bueno, ¿qué? ¿No vais a contarme lo del libro?
—¿Por qué tendríamos que contártelo? —repuso Jana con desdén—. Nos has mentido un millar de veces; por tu culpa, Álex ha estado a punto de morir…
—¿En serio? —Yadia desplegó una traviesa sonrisa—. Quién iba a decir que la intervención de un humilde mercenario írido iba a resultar tan importante.
—Déjate de burlas —le cortó Jana—. Álex está cansado; necesitamos llegar al palacio de los guardianes cuanto antes.
—No soy un taxista. Ni siquiera un gondolero profesional. Pero, por esta vez y sin que sirva de precedente, haré lo que me has dicho: os llevaré al palacio… Y no os cobraré nada —añadió, guiñando un ojo.
La góndola se internó en el verdoso canal que fluía a través de la hoz de roca caliza. El único sonido que interrumpía el silencio era el chapoteo de la pértiga de Yadia al hundirse en el agua. Álex contemplaba fijamente los reflejos esmeraldas del canal sobre las desgastadas moles de roca blanca. Parecía muy cansado.
—Lo único que quiero a cambio de este pequeño servicio es que me contéis lo que ha pasado con el libro —insistió Yadia—. Tengo derecho a saberlo.
Los ojos de Álex se encontraron de nuevo con los de Jana.
—El libro ha sido destruido —murmuró en tono exhausto—. Ha muerto para siempre, junto con el Nosferatu. ¿No lo has visto tú mismo? El texto estaba escrito sobre las paredes y las columnas del templo. Y el templo desapareció junto con el monstruo.
—Pero los dos estuvisteis dentro mucho rato —objetó Yadia, con un extraño brillo de impaciencia en la mirada—. Da lo mismo que el libro se haya destruido, basta que alguien haya podido leerlo…
—¿Crees que, si hubiésemos leído el libro, dependeríamos de ti para que nos sacases de este lugar? —preguntó Jana con ironía—. Se supone que ahora seríamos todopoderosos… El libro estaba allí, pero renunciamos a leerlo. Lo creas o no, es lo que hicimos.
Una palidez mortal cubrió el rostro del nido.
—Estás mintiendo —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Crees que soy idiota? Nadie habría renunciado a leer el Libro de la Creación, y tú menos que nadie, Jana.
Álex hizo ademán de levantarse para responder a Yadia como se merecía, pero la debilidad de sus piernas se lo impidió.
—Tú no sabes nada sobre Jana —dijo, apretando los dientes—. Ella pudo elegir, y eligió renunciar a su poder.
Yadia se echó a reír, incrédulo.
—¿Cómo podéis pensar que voy a tragarme algo así? Si habéis leído el libro, no podréis ocultarlo. Y algo me dice que lo habéis leído. Si no, ¿cómo lograsteis derrotar al monstruo?
Álex iba a contestar cuando una mirada de Jana lo detuvo.
—Déjalo, Álex —murmuró la muchacha—. No se merece ninguna explicación.
El írido parecía cada vez más irritado.
—No me digáis que no tuvisteis tiempo. Los libros de los kuriles no precisaban tiempo para ser leídos; se abarcaban instantáneamente.
—Este no era un libro kuril, Yadia —replicó Álex con cansancio—. Era mucho más antiguo que los propios medu.
—Muy bien. Volcaré la góndola si es necesario; hundiré tu cabeza en el agua hasta que ella hable. —La voz de Yadia resonaba en las moles de mármol que los rodeaban con una inquietante reverberación—. Estás muy débil, no podrás defenderte…
—Basta, Yadia —dijo Jana, mirándole a los ojos—. Ni siquiera pensé en leer el libro. En ese momento, el libro era lo que menos me preocupaba. Pensaba en la plaga, en cómo encontrar la fuente de oscuridad que se había apoderado de Venecia, y sobre todo pensaba en cómo salvarlo a él. Y encontré la forma, ¿sabes? Destruí la fuente de todos mis poderes.
Yadia abrió la boca, asombrado. Luego, volvió a cerrarla.
—¿El… el zafiro de Sarasvati? —preguntó finalmente.
—Sí —confirmó Jana—. Destruí el zafiro.
La mirada de Yadia fue del rostro de Álex al de Jana, para regresar de nuevo al de Álex.
—Es cierto —murmuró, desconcertado—. Es cierto, lo veo en vuestros ojos… Pero ¿por qué? ¿Por qué, Jana? Si lo hubieras utilizado para leer el libro…
—Al destruirlo, la balanza se inclinó a mi favor —replicó Jana sonriendo—. El Nosferatu había utilizado el poder de la piedra para arrojar un conjuro de oscuridad sobre Venecia. Yo me di cuenta… Y comprendí que, si lograba destruir el zafiro, habría destruido al monstruo.