Tengo ganas de ti (24 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

—Romani, te puede parecer absurdo, pero tenemos que coger a una más. Puede no gustarte la elección, pero si lo piensas bien, es genial.

—Bien, ¿quién es?

—La última.

El Gato & el Gato, seguidos del Serpiente, dicen casi a la vez:

—Buuu.

La suya es una indignación general. Romani no dice nada y los tres, al no oírlo, se interrumpen. El Serpiente, por ahora, ya se ha pronunciado demasiado.

—Pero es absurdo. ¿Qué hacemos?, ¿una miss Italia al revés? Enviáis los subtítulos con la explicación a casa…

Decide seguir en sus trece. Mazzocca sacude la cabeza.

—Es una muy buena idea. Ya lo estabas pensando, ¿verdad, Romani?

Romani se queda un momento en silencio. Después, de repente sonríe.

—No, no lo había pensado, pero tengo que reconocer que es buena, muy buena. Está bien, señala también a ésta, Carlo.

El coreógrafo no entiende nada pero pone la última y anhelada crucecita.

—Muy bien, chicas…

El coreógrafo abandona las primeras filas y se dirige hacia el centro del escenario.

—En primer lugar quiero dar las gracias a las que han participado pero no han sido seleccionadas…

Ele se encoge de hombros.

—Gracias.

Gin le da un codazo.

—No seas siempre tan pesimista; sé constructiva, positiva. Eres tú quien atrae la mala suerte.

El coreógrafo empieza a leer:

—Bien: Calendi, Giasmini, Fedri… —Algunas de las chicas repentinamente se sonrojan, sonríen, dan un paso adelante. Otras, cuyo nombre ha sido pasado por alto en la lista, empalidecen viendo de nuevo alejarse su sueño de triunfar en televisión aunque sólo sea por un instante—. Bertarello, Solesi, Biro y Fiori.

Gin y Ele son las últimas en dar un paso adelante. Ele mira a su amiga.

—No me lo puedo creer. Ahora harán como en «A Chorus Line»: las que dan un paso adelante son enviadas a casa y las demás se quedan.

—Las que he mencionado empiezan el próximo lunes. Os lo ruego, al mediodía en las oficinas para firmar el contrato y a las dos aquí, en el teatro, para empezar los ensayos. Los ensayos serán del lunes por la tarde al sábado. El sábado por la noche es la grabación, ¿está todo claro?

Una de las chicas elegidas, una de las más monas, con unos ojos enormes y una expresión un poco boba, levanta la mano.

—¿Qué pasa?

—Realmente no he entendido nada.

—¿Qué?

—De lo que ha dicho…

—Empezamos bien. Tú pégate a la pelirroja que está a tu lado y haz siempre todo lo que ella haga. ¿Esto lo has entendido?

—Más o menos —dice la chica fastidiada, mirando a la pelirroja, que sonríe intentando darle más o menos seguridad. Quizá ella tampoco lo ha entendido demasiado bien.

Ele se lleva la mano a la cabeza.

—¡No me lo puedo creer, me han cogido!

—Pues ya puedes creértelo. Se ha acabado esa historia de la eliminada.

Ginevra y Ele van hacia la salida.

—¡Seré una estrella! ¡Bien! ¡No me lo puedo creer!

—Bueno, yo sería prudente al respecto…

Tony las ve y las saluda divertido.

—¿Cómo ha ido, chicas?

—Estupendamente.

—¿A las dos?

Ele lo mira haciendo una mueca.

—Pues sí, nos han cogido a las dos y por primera vez. —Y salen riéndose divertidas y dándose empujones—. De vez en cuando hay que saber venderse bien, ¿no?

—Mierda…, ¡el coche!

—¿Dónde está?

—Ya no está. —Ginevra mira a su alrededor preocupada—. Lo había aparcado aquí delante.
Mío
… Me lo han robado. ¡Ladrones de mierda!

—Eh, no la tomes con los ladrones —le digo asomando a sus espaldas con Marcantonio—. ¿Quién iba a querer agenciarse esa carraca?

—No se te ocurra meterte con mi coche. Tengo que ir a poner la denuncia.

—Pero ¿le has puesto nombre? ¿Te parece normal llamar al coche
Mío
?

—¡Pues es
Mío
!

—Era tuyo y ahora es suyo. O sea, basta con que le cambies el nombre y todo arreglado.

—Yo creo que sólo tendrás que pagar la multa, que se lo ha llevado la policía. Así que si quieres tomarla con alguien, tómala con ellos. Y si quieres ser justa, tómala luego contigo misma.

—¡Oye, estoy cabreadísima y me estás agobiando más aún con ese torrente de palabras! ¿Qué estás diciendo?

—Pues que has aparcado delante de la salida de emergencia del teatro, nada más.

—El señor tiene razón.

Una guardia pasa por nuestro lado. Ha oído nuestra conversación y decide participar divertida.

—Hemos tenido que llevárnoslo.

—Bueno, creo que decir «tenido» es excesivo. Podrían haber esperado dos minutos. Estaba dentro del teatro por trabajo.

La guardia deja de sonreír.

—¿Acaso está cuestionando mi trabajo?

—Sólo le estoy contando cómo son las cosas. —La guardia se aleja sin contestar. Ginevra no pierde la oportunidad, saca la lengua y dice en voz baja—: Poli de mierda. Folla más por la noche, que así por la mañana estarás menos amarga.

Me río levantando un silbido hacia el cielo.

—Vaya… ¡Finalmente una chica que respeta nuestras instituciones! Muy bien, sana y sobre todo respetuosa. Me gustas.

—¡Pues tú a mí, no!

—¿Ése es un consejo que sigues tú también?

—¿Cuál?

—El de follar más para ser menos amarga… Te lo digo porque, si quieres, yo te ayudo, ¿eh?

—Claro, cómo no.

—Mira que lo haría sólo por tu humor.

—Ya estoy a tope, gracias.

Marcantonio decide interrumpir:

—Bueno, ya está bien. Tenemos la tarde libre, y como habéis pasado las dos la selección, podríamos ir a tomar algo y brindar todos juntos, ¿qué os parece? Además… —Marcantonio sonríe a Ele y después sacude la cabeza—, os hemos votado nosotros, ¿no?

—Tienes razón. Pues entonces vayamos a tomar algo.

Miro a Ele y estiro el brazo.

—Si lo dices en ese tono parece que estés diciendo: Me ha tocado.

Gin se para delante de mí con determinación.

—Eh, mítico Step de las narices, no riñas a mi amiga, ¿está claro?

Por un momento, la tomo en serio.

—De acuerdo, entonces veamos cómo respondes tú a nuestra invitación.

—¿Y qué es esto?, ¿otra prueba? ¿También pagáis?

La miro sonriendo:

—Si quieres…

—No me cabe duda de que lo harías. Pero lo siento, ni lo sueñes.

Marcantonio se mete entre nosotros.

—¿Es posible que, hablemos de lo que hablemos, siempre acabéis discutiendo? Sólo he dicho que vayamos a tomar algo. ¡Un poco de entusiasmo, demonios!

Ele grita como una loca.

—¡Bien! ¡Sí, genial! Vayamos a beber, divirtámonos como locos… —Se levanta el pelo hacia arriba y agita los brazos en dirección al cielo; después comienza a bailar y gira sobre sí misma. A continuación se para y me mira—. ¿Así está mejor?

Sonrío.

—Puede servir.

Pero ¿qué podía esperar? Después de todo, son amigas.

Marcantonio sacude la cabeza y luego coge a Ele por un brazo:

—Anda, vamos, o nos darán las tantas…, y hay maneras mejores de disfrutar la noche.

Y se la lleva, casi arrastrándola. Ginevra se queda allí, mirándola.

—¡Oh, oh! Se han llevado a tu amiguita.

—Es mayor y está vacunada, el problema era si se iba contigo.

—¿Por qué? ¿Te habrías puesto celosa?

—¡Menudo creído! Estaba preocupada por ella… Está bien, ¿dónde tienes la moto?

—¿Por qué?

—Me acompañas a casa, y con las manos quietas; si no, te llevas otro bofetón, como en el restaurante.

—Increíble. O sea, que tengo que acompañarle a casa y encima no puedo ni tocar… Pues vaya, esto sí que es nuevo. ¡De locos!

Veintisiete

Alcanzamos la moto, subo y arranco. Ella hace ademán de subir, pero yo avanzo.

—Nada que hacer: soy un taxista innovador.

—¿Lo que significa…?

—Que se paga antes de la carrera.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Que debes darme un beso.

Me inclino hacia adelante con los labios y los ojos cerrados, aunque en realidad el derecho lo tengo entreabierto. No quisiera que me pegara como de costumbre. Gin se me acerca y me da un lametón tremendo de abajo arriba en los labios, tipo frenada de caída de cucurucho de helado que se derrite.

—Eh, ¿qué pasa?

—¡Yo beso así! También yo soy una chica innovadora. —Y sube detrás en un instante—. Vamos, con lo que he pagado, como mínimo tendrías que llevarme a Ostia.

Me echo a reír y salgo en primera levantando la rueda delantera. Pero Gin es muy rápida. Se agarra con fuerza a mi cintura y apoya la cabeza en mi hombro.

—Vamos, mítico Step, me encanta ir en moto.

No me hago de rogar. Acelero y ella junta las piernas, agarrándome fuerte. En la moto, parecemos un único cuerpo. Derecha, izquierda, inclinaciones suaves y ágiles, dando gas. Giramos delante de Vanni y luego seguimos recto hacia la calle que corre junto al Tíber. Una curva en el fondo, a la derecha. Reduzco por un instante en el semáforo rojo que, como por ensalmo, al verme se pone verde. Adelanto a dos coches parados. Derecha, inclinación, izquierda, inclinación, y ya estamos junto al Tíber y avanzamos veloces, con el viento en la cara. Veo en el retrovisor parte de su cara. Sus ojos entornados, el nacimiento del pelo, el suave contorno de su cara blanca. El pelo largo y oscuro se confunde acariciando el sol que se pone a nuestras espaldas, se tiñe suavemente de rojo, rebelde lucha con el viento, pero cuando acelero, acaba por rendirse y, vencido, se deja llevar por la velocidad. Aún tiene los ojos cerrados.

—Ya estamos, señorita, hemos llegado.

Paro delante de su casa, pongo el caballete y me quedo sentado en la moto.

—Chachi piruli, hemos llegado en un periquete.

La miro divertido:

—¿Chachi piruli? ¿Qué significa eso?

—Es una mezcla entre chachi y piruleta, todo acabado en «i».

No lo había oído nunca.

—Chachi piruli…, lo usaré.

—No puedes. Es mío: tengo los derechos en Italia.

—¿Sí?

—Claro. Bueno, gracias por traerme; te usaré alguna otra vez. Debo decirte que como taxista no estás nada mal.

—Bueno, entonces tendrías que invitarme a subir.

—¿Por qué?

—Así hacemos un bono y te ahorras algo en cada carrera.

—No te preocupes, me gusta pagar.

Esta vez Gin cree que es más rápida que yo y se encierra en seguida en el portal, pensando que va a engañarme.

—¡Eh, no!

Me saco del bolsillo de los vaqueros sus llaves y las balanceo delante de sus ojos.

—Me lo enseñaste tú, ¿no?

—¡De acuerdo, mítico Step, devuélvemelas!

La miro divertido.

—Épico… Pues no sé. Me parece que iré a dar una vuelta y volveré más tarde, quizá para una carrera nocturna.

—No te esfuerces. En media hora habré cambiado todas la cerraduras.

—Gastarás más dinero que con diez carreras de las de verdad…

—Está bien, ¿quieres negociar?

—Cómo no.

—Entonces, ¿qué quieres a cambio de mis llaves? —Levanto la cabeza y le lanzo una mirada divertida—. No me lo digas, venga, subamos. Es mejor acabar con un «te invito a tomar algo», como en las películas. Pero antes devuélveme las llaves.

Abro el portal y las mantengo apretadas en la mano derecha.

—Te las devuelvo arriba; déjame hacer de
chaperon
.

Gin sonríe divertida.

—Caray, nunca dejarás de asombrarme.

—¿Por mi francés?

—No, has dejado la moto sin candado.

Y entra andando altiva. Pongo el candado en un momento y al cabo de un segundo estoy con ella. La adelanto y entro en el ascensor.

—¿La señorita quiere subir en el ascensor o tiene miedo y prefiere ir a pie?

Entra segura y se pone delante de mí. Cerca, muy cerca. Demasiado cerca. Qué tía. Después se aleja.

—Bien, veo que se fía de su
chaperon
. ¿Qué piso, señorita?

Ahora está apoyada en la pared y me mira. Tiene unos ojos grandes, tremendamente inocentes.

—Cuarto, gracias.

Sonríe divertida por ese juego. Me inclino hacia ella fingiendo que no encuentro el pulsador.

—Oh, al fin. Cuarto, ya está.

Pero se queda así, aplastada contra la pared de madera antigua, gastada por el continuo arriba y abajo en el corazón de ese hueco de la escalera. Subimos en silencio. Estoy allí, apoyado contra ella, sin empujar demasiado y respirando su perfume. Después me aparto y nos miramos. Nuestros rostros están muy cerca, ella levanta los ojos por un instante y después sigue con la mirada fija en mí. Segura, descarada, para nada atemorizada. Sonrío, me mira y mueve las mejillas; hace un amago de sonrisa. Después se acerca y me susurra al oído, cálida, sensual.

—Eh,
chaperon

Un escalofrío.

—¿Sí?

La miro a los ojos y ella levanta las cejas.

—Ya hemos llegado. —Se escurre de entre mis brazos ágil y veloz. En un instante, está fuera del ascensor. Se para delante de la puerta. La alcanzo y saco las llaves.

—Oye, son peores que las de san Pedro.

—Dame.

Menuda frase tan sobada, la de las llaves de san Pedro. Me siento como un idiota por haberlo dicho allí, en ese momento. Bah…, no importa. Quién sabe por qué decimos eso. San Pedro debe de tener una sola llave y quizá no necesita ni siquiera ésa. ¿O acaso lo van a dejar fuera? Gin da una última vuelta. Yo estoy listo para meter el pie y bloquear la puerta con el pie cuando intente que me quede fuera. En cambio, ella se me adelanta; sonríe alegre y abre amablemente la puerta.

—Vamos, entra, y no armes jaleo. —Me deja pasar y cierra detrás de mí; después me adelanta y empieza a llamar—: ¡Hola, estoy aquí! ¿Hay alguien?

La casa es bonita, modesta, no demasiado recargada, tranquila. Hay algunas fotos de parientes encima de un baúl, otras sobre un pequeño mueble medio redondo apoyado contra una pared. Una casa serena, sin excesos, sin cuadros raros, sin demasiados tapetitos. Pero sobre todo ahora, a las siete de la tarde, a media puesta de sol, sin nadie allí.

—Tienes mucha suerte, mítico Step.

—¿Quieres dejar ya esa historia del mítico? Además, ¿por qué tengo suerte? Si hay alguien que tiene suerte aquí, ésa eres tú. Porque, ¿quién si no tiene un culo tan respingón, lozano y perfecto?

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