Read Tengo ganas de ti Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Tengo ganas de ti (26 page)

Lo miro mal y después sonrío.

—Vamos, si te hago de mayordomo.

Otro timbrazo.

—¡Soy Pallina!

—Hola, soy yo, ¿qué haces aquí?

—Vengo a ver tu nueva casa y luego te arrastro a un
local-tour
.

—Eso último ya lo veremos. Vale, sube. Quinto piso.

Pulso el botón para que se abra el portal. Paolo me mira y sonríe.

—¿Mujer?

Asiento.

—¿Quieres que os deje la casa? Me encierro en mi habitación y finjo que no estoy…

Mi hermano. ¿Qué puede entender él? ¿Qué sabe realmente de mí?

—Es Pallina, la novia de Pollo.

Se queda en silencio y después parece ponerse triste.

—Perdona.

Se va a su habitación, en silencio. Mi hermano. Qué tipo, el hombre inoportuno. En eso es perfectamente oportuno. Timbre. Voy a abrir la puerta.

—¡Eh!

—Ostras, Step.

Me rodea el cuello con los brazos y me aprieta fuerte.

—Aún no puedo creer que hayas vuelto.

—Si dices eso me vuelvo a marchar, ¿eh?

—Perdona.

Pallina se serena.

—Enséñame la casa.

—Claro, ven.

Cierro la puerta y le hago de guía.

—Éste es el salón, telas claras, cortinas, etcétera, etcétera.

Hablo describiéndoselo todo. La observo moverse detrás de mí, mirar las cosas con atención, de vez en cuando tocar para valorar mejor, para sopesar algún objeto. Pallina, cómo has crecido, cómo has adelgazado, qué distinto es tu corte de pelo. También el maquillaje parece un poco más intenso, ¿o son mis recuerdos los que se han desteñido?

—Y ésta es la cocina… ¿Te apetece tomar algo?

—No, gracias, ahora no.

—Puedes ahorrarte los cumplidos, ¿eh?

Se echa a reír.

—No, en serio.

Su risa no ha cambiado. Parece sana, reposada, tranquila. Si Pollo pudiera verte ahora… Estaría orgulloso de sí mismo. Según él, fue tu primer hombre, Pallina. Y a mí Pollo no me mentía, no tenía necesidad de hacerlo, no tenía que exagerar para quedar bien, para hacerse el chulo conmigo, su amigo, su gran amigo. Pollo modeló ese agujero de cera, él, más que un aliento, un suspiro de amor para esa joven mariposa en su primer vuelo… Aquí está, frente a mí. Camina segura, Pallina… Después, de repente, cambia de expresión.

—¿Y no me dejas ver el dormitorio?

Repentinamente distinta. Sensual y maliciosa. Un vuelco del corazón. ¿Tiene otro novio? ¿Después de él ha habido otros? ¿Qué sucedió después de Pollo? Step, han pasado casi dos años. Sí, pero no quiero escuchar. Step, es una chica, es joven, es atractiva… Sí, lo sé. Pero no me interesa. ¿No la quieres justificar? No, no quiero pensar.

—Mira, éste es uno.

Abro una puerta llamando con suavidad.

—¿Se puede?

Paolo, que se estaba poniendo la camisa, se arregla en seguida y acude hacia la puerta.

—¡Cómo no, hola, Pallina!

—Él es el decorador de todo lo que has visto.

—Hola.

Se dan la mano. Pallina sonríe un poco apurada.

—Felicidades, es una casa muy bonita, excelente gusto. Pensaba que lo había elegido todo una mujer.

Paolo se dispone a contestar, pero no le doy tiempo:

—Bueno, él es muy parecido a una mujer.

Y cierro despacio la puerta dejándolo fuera de nuestro recorrido.

—Oye, yo me refería a tu dormitorio.

Me propina un manotazo en el hombro empujándome hacia adelante.

—No te he entendido. Aquí está.

Abro la puerta de mi habitación.

—Oye, no está mal.

Pallina entra y mira a su alrededor.

—Aunque un poco desnudo, le falta color.

Me doy cuenta de que la Polaroid de Gin está sobre mi mesilla de noche. Sin que se dé cuenta, la tapo.

—Bueno, pero así también tiene su encanto. Además, siempre hay tiempo para darle color.

Me mira con curiosidad buscando una explicación a esa frase, pero precisamente en ese momento suena el teléfono. Pallina se lo saca del bolsillo, lo mira y después se lo lleva a la oreja.

—No es el mío.

Cojo mi móvil, que está sobre la mesa que está allí al lado.

—¡Es verdad, es el mío!

No conozco el número.

—¿Sí?

—Bienvenido.

Me sonrojo. Escucho su voz.

—Imagino que nos veremos ahora que estás otra vez en Roma.

—Sí.

—¿Te gusta tu nueva casa?

—Sí.

—¿Has estado bien fuera?

—Sí.

Asiento, después escucho otras palabras suyas, siempre dulces, corteses, llenas de un amor delicado, preocupado por romper ese fino cristal, nuestro pasado, nuestro secreto. Sigo contestando. Consigo decir incluso algo más, aparte de mis simples síes.

—¿Y tú cómo estás?

Y sigue hablando. Pallina me mira pero no dice nada. Esboza un quién es moviendo la cabeza. Pero no le doy tiempo. Me vuelvo hacia la ventana. Miro hacia la lejanía persiguiendo su voz.

—Sí, prometido, te llamo yo y te voy a ver, sí…

Después, un difícil silencio buscando algo que decir para despedirnos.

—Adiós.

Y cuelgo.

—Oye, ¿quién era? ¿Otra de tus novias?

—Sí y no.

Sonrío falsamente divertido, intentando deshacerme de esa difícil llamada. Pero no le doy tiempo a insistir.

—Era mi madre. ¿Y bien? ¿Vamos a hacer ese
local-tour
?

Veintinueve

El sol está totalmente vestido por la luz de la puesta. Pero no depende de sus rayos esa luz que ahora le ilumina la cara. Babi sale de casa. Se mueve ligera, rápida. Como cuando se va al encuentro de algo que se espera desde hace mucho tiempo, quizá desde siempre. Lleva su traje nuevo, de color azul eléctrico. Se ha recogido el pelo, descubriendo dos mejillas ligeramente sonrosadas. Y no ciertamente por la velocidad con que ha bajado la escalera. No ha cogido el ascensor porque hoy le ha parecido demasiado lento. Las cosas a veces no van al ritmo de nuestra felicidad. Es por eso por lo que ahora está a punto de ir al garaje a coger la Vespa. A esa hora, con el tráfico que hay, sería de locos usar el coche. La Vespa es más rápida o, al menos, va al paso de su corazón. Ya lo decía Cremonini cuando cantaba con los Lunapop: «Y qué fantástico dar vueltas con los pies sobre sus alas, en tu Vespa Special que te quita los problemas…» Pero Babi no tiene problemas. Es más, lo único que necesita y le apetece es correr, no llegar tarde a su cita. Quién sabe cómo irá, si será como se lo espera.

Un extraño murmullo interrumpe sus pensamientos. No parece un gato, ni el viento. Y mucho menos Fiore.

—Hola.

Cuántas veces ha oído esa voz, sólo que hoy parece distinta, más ronca. Es como si llegara de lejos, de un lugar que tal vez ella nunca ha visitado. Donde se llega sólo cuando nos sentimos solos, demasiado solos. Y allí la voz ya no sirve, porque no hay nadie que nos escuche.

—Alfredo…, ¿qué tal? ¿Qué haces detrás del matorral?

—Hola, te esperaba.

—Ah, ¿y te escondes?

—No estaba escondido, sólo estaba ahí detrás; bastaba con mirar y me habrías visto en seguida. ¿Adónde vas? Estás muy guapa.

—Gracias… Tengo una cita. ¿Cómo estás tú?

—¿Por qué no contestaste a mi sms de ayer? Tuve el móvil encendido toda la noche pero no recibí nada.

—Ya, perdona, pero es que se me acabó el saldo; ahora que me lo recuerdas, tendría que cargarlo luego… Sí, vi el mensaje ayer. Oye, ahora no tengo mucho tiempo para hablar, ¿podemos dejarlo para otro momento? Quizá un día de éstos podríamos subir y hablamos con calma…

—Un carajo con calma.

—Alfredo, ¿qué te pasa? ¿Qué es ese tono?

—«Alfredo, ¿qué te pasa? ¿Qué es ese tono?»… Mírala. ¿Se puede saber adónde vas? ¿Has quedado con algún tío en Vigna Stelluti? ¿O en corso Francia? ¿O mejor delante de la Falconieri para recordar viejos tiempos?

—Alfredo, no te entiendo… y, de todos modos, no me gusta el tono que usas. ¿Me puedes decir qué te ha pasado? ¿Qué ocurre? Estás raro.

—Realmente, qué ha pasado me lo tendrías que decir tú, ¿no te parece?

—Mira, no es cuestión de convertirlo en una tragedia…

—¡Ah, no importa! Al fin y al cabo, a ti qué más te da, ¿eh? Ella está contenta, ella está bien. Ella sale de casa bien guapa, con prisas, y se va a ver a quién sabe quién. ¿O quizá yo sé quién es ese quién?

—¿Se puede saber qué quieres? ¿Qué son todas estas preguntas?

—¿Qué pasa?, ¿acaso no puedo preguntarte nada? ¿Está prohibido? Te acuerdas de quién soy, ¿verdad? Soy Alfredo, el que…

—¿El que qué? ¿El que se esconde detrás de los matorrales y hace un tercer grado? ¿El que está intentando hacerme sentir culpable y no sé por qué? ¿Ese Alfredo?

La ráfaga de preguntas termina casi en un grito. Las mejillas de Babi, ahora, están rojas de verdad. Y no de entusiasmo.

—Si, precisamente ese Alfredo. Al que le has dado por el culo a placer. ¡Estupendo, Babi!

—Si sigues así será peor, ¿entiendes? Será peor también para ti. A veces, simplemente las cosas no salen como querríamos, eso es todo, no es culpa de nadie, no debes ponerte así… No lo estropees más.

Cuando las palabras no bastan. Porque dentro quema algo que no se puede decir. Que no se consigue decir. Cuando quien tienes delante, en lugar de darte la respuesta que querrías, dice otra cosa. Dice más, dice demasiado. Ese demasiado que es nada, que no sirve para nada. Y que hace el doble de daño. Y el único deseo es devolver ese dolor. Hacer daño. Esperando así sentirse un poco mejor. Alfredo le da una bofetada en plena cara, fuerte, rotunda, precisa, rabiosa, maleducada.

—Alfredo, ¿estás loco?

No lo está. Está allí mirándose la mano como si no fuera suya, pero si lo es. Y ha acabado en el sitio equivocado. Y ahora no está seguro de estar mejor. Babi está alterada. Tiene los ojos llenos de lágrimas y una de sus mejillas está más roja que antes. Y no por culpa de la rabia.

—Tú estás loco, eres un tipo violento. Tú sí que lo eres. ¡Step nunca se hubiera atrevido, él nunca hubiera ni siquiera pensado en hacerme una cosa parecida! Eres un imbécil, lo contrario a un buen chico, eres un animal. ¡Una bestia! Me marcho, es lo único que te digo. Y sí, si lo quieres saber, voy a hacer algo importante, muy importante. Que tiene que ver con mi vida futura. Y con el amor. Y no te perdonaré nunca haberme hecho llegar tarde.

Se marcha con la mano en la mejilla, veloz pero menos ligera que cuando salió de su casa. Intenta tranquilizarse, calmarse. Levanta la persiana del garaje y se mira en el retrovisor de la Vespa. Quién sabe —piensa—, tal vez el viento consiga refrescarme la mejilla. Quizá la rojez se marchará. De lo contrario, ¿qué pinta tendré cuando llegue? Lo siento por él, pero está loco de verdad. He tardado siglos en arreglarme y, mírame ahora, tengo la cara desfigurada y los ojos brillantes.

No le ha contestado. No se la ha devuelto. La mano le tiembla aún, pero ni punto de comparación con el terremoto que la sacude por dentro. No sabe qué decir. Y no dirá nada. Ese silencio en el que vive desde hace días la está abrazando otra vez, le está robando esa última gota de esperanza que lo había llevado otra vez allí, a esconderse detrás de un matorral para esperarla. Para saber una verdad que ya tendría que conocer. Porque los hechos hablan más claramente que las personas. Pero él no los ha escuchado. Ni antes ni ahora. Y mientras sube la escalera, siente a sus espaldas el ruido de la Vespa que se marcha a toda velocidad, tan nerviosa como su conductora.

Perdona, Babi, no quería hacerlo. De verdad, no quería. La próxima vez saldrá mejor. La próxima vez hablaremos con calma, quizá iré a tu casa y tomaremos un té. Y me contarás adónde has ido hoy.

Treinta

Vamos en moto, de noche, Pallina y yo. Dejo que la 750 vaya sola. Una velocidad tranquila, pensamientos al viento. Ella se abraza a mí, pero sin exagerar. Dos equívocos humanos, conjunciones astrales de un extraño destino. Yo, el mejor amigo de su novio; ella, la mejor amiga de mi novia. Pero todo eso pertenece al pasado. Cambio de marcha y corro veloz, el viento refresca. Se lleva mis pensamientos. Ay, suspiro. Qué bonito es a veces no pensar. No pensar. No pensar… Viento, velocidad y ruidos lejanos. No pensar. Una serie de locales. Akab como primera etapa.

—Vamos, que aquí conozco a todo el mundo. Se alegrarán de verte.

Me dejo guiar. Entramos, saludo. Reconozco a alguno que otro.

—Un ron, gracias.

—¿Blanco o negro?

—Negro.

Otro local. Café Charro. Me dejo llevar.

—Otro ron, con hielo y limón.

Después, a Alpheus. Y otro ron. Hielo y limón. Aquí ponen de todo: música de los años setenta y ochenta, hip-hop, rock, dance… Después al bar Ketum. Me olvido de dónde he aparcado la moto. Qué importa.

—Otro ron. Hielo y limón.

Nos reímos. Saludo a alguien. Uno me salta encima.

—¡Joder, Step, has regresado! Vuelven a empezar los líos, ¿eh?

Sí, vuelven a empezar. Pero ¿quién coño era ése? Otro local y otro ron y después otro y aún otro. Y otros dos rones más. Pero ¿quién era el que me ha saltado encima? Ah, sí, Manetta. Se durmió una vez en la montaña. Sí, estábamos en Pescasseroli, debajo del plumón, con los pies fuera. Le pusimos cerillas entre los dedos de los pies con la cabeza hacia afuera y las encendimos. Joder, qué salto dio cuando se despertó notando que se quemaba. Y nosotros por el suelo riéndonos como locos. Pollo y yo. Y él saltando por la habitación con los pies chamuscados, gritando: «¡Joder, qué pesadilla! ¡Qué pesadilla!» Y nosotros venga a reír, hasta que nos dolía. Pollo y yo. Qué carcajadas. Una locura. Pollo y yo. Pero Pollo ahora ya no está. Me sobreviene la tristeza. Otro ron, de un sorbo, adentro. Mientras bailo con Pallina, su dama, la novia de mi amigo, el amigo que ya no está. Pero bailo, tan sólo bailo y me río, me río con ella. Yo me río y pienso en ti. Otro ron y no sé cómo, estoy debajo de casa.

—Eh, ya hemos llegado.

Bajo de la moto algo tambaleante. Ese último ron de más.

—¿Dónde has metido la SH?

—He venido en coche, ahora tengo un Cinquecento modelo nuevo.

—Ah, bonito.

En realidad, es uno de los coches que menos me gusta. Pero ¿decirlo sirve para algo? No, o sea que me quedo callado, es más, aumento la dosis:

—Van muy bien, no gastan nada y las piezas de recambio no son caras.

—Sí, efectivamente.

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