Tengo ganas de ti (29 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

—Sí, sí, gracias, lo conozco. Pero aquí los problemas son otros.

—Entonces tenéis que resolverlos fuera del gimnasio.

La miro y sonrío.

—Exacto, es verdad… Buena idea. ¿Sales?

—Debes tener cuidado, no la infravalores. Ginevra es fuerte, ¿sabes?

—Lo sé de sobra. Si hasta es tercer dan.

—Venga… —El entrenador se hace el curioso—. Eso no lo sabía. ¿En serio?

—Sí, extrañamente, está diciendo la verdad.

El entrenador se aleja sacudiendo la cabeza.

—Hay rencor, hay rencor. Así no funciona, así no funciona.

Después vuelve atrás sonriente, como si hubiera encontrado la solución a todos los problemas mundiales. Cuando menos, a los míos y de Gin.

—¿Por qué no hacéis un pequeño combate? Es lo mejor, una sana descarga de tensiones.

Gin levanta la mano con el guante abierto hacia mí, señalándome.

—Pero si éste ni siquiera se habrá traído ropa para cambiarse.

—Y, sin embargo, «éste» la ha traído. —Le sonrío divertido y cojo mi petate de detrás de la columna—. Y ahora, siguiendo los consejos de tu entrenador, voy en seguida a cambiarme. No te preocupes, nos vemos dentro de un instante.

Gin y el entrenador se quedan allí mirándome mientras me alejo.

—Genial. En el fondo ese chico parece simpático, además, así puedes practicar algunos de los golpes que te he enseñado.

—Sí, pero ¿tú sabes quién es ése?

El entrenador me mira perplejo:

—No, ¿quién es?

—Él es Step.

Permanece un instante pensativo con los ojos entornados, buscando en su mente, entre sus recuerdos y lo que ha oído decir de las muchas leyendas urbanas. Nada, no encuentra nada.

—Step, Step, Step… No, nunca he oído ese nombre. —Lo miro preocupada mientras me sonríe complacido—. No, en serio, nunca. ¡Pero estate tranquila, le aventajarás!

Y en ese momento, entiendo dos cosas. Una, que seguramente no es un buen entrenador, y dos, que precisamente por eso tendría que empezar a preocuparme.

Una camiseta fina, pantalones cortos, calcetines y las nuevas Nike compradas en Nike Town de Nueva York.

—Eh, Step, hola. —En el vestuario me encuentro con un chico que conozco pero de quien no recuerdo el nombre—. ¿Te entrenas aquí?

—Sólo por hoy. Quiero hacer una clase de prueba para ver un poco cómo funciona este gimnasio.

—¡Funciona bien, mírame! Además está lleno de tías buenas. ¿Has visto la del saco? Está para comérsela.

—Dentro de poco cruzaré un par de golpes con ella.

—¡Anda ya!

El tipo del cual no recuerdo para nada el nombre me mira sorprendido y después un poco preocupado.

—A lo mejor me he equivocado y no debería haber dicho eso.

—¿El qué?

—Que está para comérsela.

Cierro el armarito con el candado y guardo la llave en el bolsillo.

—¿Y por qué no? ¡Si es verdad!

Le sonrío y salgo.

—Bien, tercer dan, ¿empezamos?

Gin me mira esbozando una falsa sonrisa.

—Eres un poco pesado con eso del tercer dan, ¿no puedes encontrar nada nuevo?

Me río como un loco y estiro los brazos.

—No me lo puedo creer. Estamos a punto de hacer un combate de boxeo, un bonito encuentro de esos rápidos…, y tú ¿qué haces? Das por el culo.

—Muy bonito, dar por el culo, ésa me faltaba.

—¡Tú no lo puedes usar, en este caso tengo yo los derechos!

E inmediatamente después… Pum. Eso no me lo esperaba. Me da en plena cara con un derechazo veloz, precioso, puedo decir que inesperado como justificación. Sea como sea, me ha dado.

—Muy bien, estupendo.

El entrenador salta, divertido.

—Derecha, izquierda, hundes y te cierras.

Me toco la mandíbula y me la muevo a derecha e izquierda, ligeramente dolorida.

—¿Nada roto?

Gin salta sobre sus piernas mirándome y levanta las cejas.

—Si quieres, empezamos de verdad.

Después, brincando, se me acerca aún más.

—Esto era sólo un ensayo, mítico Step. Por cierto, mi entrenador dice que nunca ha oído hablar de ti.

La miro mientras me pongo los guantes.

—Bueno, tampoco ha visto la foto que te saqué con la Polaroid. Claro que si la viera…

—¿Si la viera?

—Bueno, quizá lo pensaría dos veces. ¡En esa foto das tanto miedo que de golpe se le pasarían incluso las ganas de llevarte a la cama!

—Ahora me has hartado de verdad.

Gin me salta encima como una furia y empieza a pegarme. Detengo riendo los puñetazos que vuelan por todas partes, con el guante abierto, después cerrado, ancho, estrecho. Al final, me entra con una patada que me da de lleno.

—Eh…

Tocado y hundido. Bajo vientre. Me da de lleno. Me doblo en doy a causa del dolor. Consigo encontrar un poco de aliento.

—¡Ah! ¡No vale!

—Contigo vale todo.

—Ya ves, Gin, si quisiera demostrarte mi amor, en este momento no estaría a la altura.

—No te preocupes… Me fío de tu palabra.

Me cago en la puta, me ha distraído, me ha hecho reír y después me ha hundido.

Permanezco doblado en dos, intentando recuperarme. Se acerca el entrenador.

—¿Problemas?

Me apoya la mano en el hombro.

—No, no, todo en orden… O casi.

Zapateo, me llevo las manos a la cintura y respiro profundamente mientras me incorporo.

—Ya está, ahora podría acabar contigo; si no me dieras lástima…

—Qué caritativo eres. ¿Subimos al ring?

—Claro.

Gin me sonríe tranquila. Pasa segura frente a mí. El entrenador se dirige al extremo del ring y levanta las cuerdas para que pasemos por debajo.

—Eh, por favor… No quiero ningún golpe prohibido, e id con cuidado, ¿vale? A ver si podemos tener un bonito encuentro, venga.

Gin se reúne conmigo en el centro del ring y nos damos un golpecito con los guantes. Los dos a la vez, como en las películas.

—¿Estás lista?

—Estoy lista para todo. ¡Y no le hagas caso: él no es mi entrenador y tú estás acabado! ¡Te aviso de que se admiten todos los golpes, sobre todo los prohibidos, al menos por mi parte!

—Uy, uy… ¡Qué miedo!

Como respuesta, intenta golpearme en la cara, pero esta vez estoy preparado: paro con la izquierda y le doy una buena patada en el culo, aunque sin hacerle demasiado daño.

—Ja, ja… Ahora yo también existo. ¿Empezamos?

Brincamos arriba y abajo, dando vueltas, estudiándonos mientras Nicola, el entrenador, ha empezado a contar el tiempo en un cronómetro Swatch o algo parecido. Gin empieza a golpearme y sonríe mientras lo hace.

—¿Qué, te diviertes, eh? Haces bien, porque dentro de poco…

Después, un golpe de pleno en la barriga me quita por un instante la respiración. Es rápida, la colega.

—Ahorra el aliento, mítico Step, que vas a necesitarlo. ¿Te había dicho que he hecho también
full contact
?

Sigo brincando mientras me recupero.

—Primera regla: siempre debes atacar después de un golpe fuerte, de lo contrario…

Le doy desde cerca pero no demasiado fuerte, no demasiado rápido. Derecha, derecha otra vez, después driblo con la izquierda y luego golpeo de nuevo con la derecha. Los primeros tres los detiene perfectamente, pero el derecho final entra. Después veo a Gin acusar el golpe, se aparta hacia la izquierda y casi resbala. Le he pegado demasiado fuerte. Intento cogerla antes de que se caiga al suelo.

—Perdona, ¿te he hecho daño? —digo sinceramente preocupado—. Es que…

Gin me contesta con un
uppercut
que me roza la barbilla. Me rompe las palabras en la boca; por suerte, sólo éstas.

—No me has hecho nada.

Resopla orgullosa, vuelve veloz la cabeza echándose el pelo hacia atrás y después salta al ataque. Un doble tijeretazo. Derecha, izquierda y otra vez derecha. Izquierda, derecha, gancho; los detengo como puedo, para no golpearla aún, paro sonriendo y, para ser sincero, de vez en cuando también con algunas dificultades. Estamos cada vez más cerca. Me arrincona contra la esquina y ataca de nuevo.

—Eh, demasiado ímpetu.

Me cubro con los guantes y ella sigue pegando; después intenta un golpe de pleno con la derecha y ya está. Estiro la izquierda de prisa, le bloqueo el brazo derecho debajo del mío y lo mantengo bien agarrado.

—¡Prisionera!

Se queda bloqueada así, con la izquierda ligeramente más alejada.

—Llevas demasiado ímpetu, ¿ves qué ocurre? —Gin intenta liberarse de todas las maneras posibles. Se echa hacia atrás, se apoya en las cuerdas, se abalanza contra mí, vuelve a echarse hacia atrás y choca conmigo para soltarse. Le doy un puñetazo suave en la cara con la derecha—. Pum… ¿Ves qué podría hacerte? —Sigo golpeándola—. Pum, pum, pum. Gin
pungiball
… ¡Estás acabada!

Por toda respuesta, como enloquecida, intenta golpearme con la izquierda libre. La detengo con facilidad pero ella no se rinde: pum, pum, pum; se los paro todos, uno tras otro. Gin lo intenta desde abajo y después con un derechazo, un gancho, otra vez desde abajo, sube con un pie a la cuerda y se da impulso para golpearme aún con más fuerza. Nada que hacer, estoy quieto contra la esquina y le tengo la derecha bien agarrada. Gin está fuera de sí.

—¡Ah!

Intenta golpearme con la rodilla, pero levanto al vuelo la mía parándola también. Intenta golpearme otra vez con un gancho izquierdo pero lo hace con menor velocidad, quizá un poco cansada. Ése es el error que estaba esperando. Estiro el brazo derecho y bloqueo también su izquierdo, manteniéndolo bien pegado a mí.

—¿Y ahora? —Se queda mirándome así por un instante, frente a mí, completamente bloqueada—. ¿Qué va a hacer ahora la tigresa Gin? —Intenta liberarse—. Quieta, estate quieta. Tú aquí, entre mis brazos. —Intenta soltarse de nuevo pero no lo consigue. Me acerco y la beso, y parece acceder por un momento. ¡Ah! Me ha mordido. La suelto en seguida liberándole los brazos—. Me cago en la puta. —Me llevo los guantes a la boca para ver si sangro—. Casi me partes el labio… ¿Quieres romperme también otras cosas? Mira que ésas se defienden con uñas y dientes…

—Ya te lo he dicho: no te tengo miedo.

Y para confirmármelo, prueba con un
waikiki
. Gira sobre sí misma para golpearme con una patada, pero yo soy más rápido, resbalo por el suelo y le hago un barrido haciendo que caiga a mi lado.

—Es inútil, Gin, es como cuando Apollo, en
Rocky 4
, dice: «Yo te lo he enseñado casi todo. ¡Tú combates a lo grande, pero yo soy grande!»

Y en un instante estoy encima de ella, le bloqueo el cuerpo con las piernas enroscadas alrededor de la cintura y con la derecha la mantengo pegada al suelo con la cara hacia abajo, precisamente allí, junto a la mía.

—¿Sabes que así estás preciosa? Y el mío es un sentimiento sincero.

No sé por qué, pero me recuerda mucho a
Arma letal
, cuando Mel Gibson y René Russo comparan sus cicatrices y luego caen al suelo. Pero nosotros somos más guapos, somos reales.

—¿Te apetece hacer el amor conmigo, Gin?

Ella sonríe y sacude la cabeza.

—¿Aquí? ¿Ahora, sobre la tarima del gimnasio, delante de Nicola y de los demás, que nos están mirando?

—El truco es no pensar en ello.

—Pero ¿qué dices, Step?, ¿estás loco? Seguro que incluso nos jalearían dándonos el tiempo.

—Bien, como quieras, pues volvamos al combate. Te he dado una oportunidad, que conste.

Nos levantamos juntos. Pero esta vez, divertido, ataco yo. La acorralo contra la esquina y empiezo a golpearla, pero sin cargar demasiado. Gin es rápida e intenta salir. Con un empujón la vuelvo a meter en la esquina. Ella se agacha, esquiva e intenta escapar, pero yo vuelvo a bloquearla y la meto de nuevo allí. Ella, muy rápida, cierra el brazo bloqueándome el derecho. Inmediatamente después, casi en un segundo, hace lo mismo con el izquierdo.

—¡Ajá! Te he bloqueado yo. ¿Y ahora, qué?

En realidad con un cabezazo me liberaría en seguida, pero mejor no. Gin suspira.

—Como siempre… eres mi prisionero, pero ni se te ocurra morder. Juro que si lo haces te tumbo.

Y entonces me besa. La dejo hacer, divertido, saliva y sudor, besos amables y suaves, ansiosos y huidizos. La dejo hacer, sí. Juguetea con mis labios, la abrazo con los guantes y ella se frota contra mí, pantalones cortos y camiseta, sudada en el punto justo. Su pelo se me pega a la cara protegiéndome de miradas indiscretas.

Pero Nicola, que seguía controlando el tiempo, no puede perderse ese extraño encuentro.

—Antes se querían matar y ahora se dan el lote. Qué juventud tan absurda.

Y se aleja meneando la cabeza. ¿Es el lote lo que nos estamos dando? Esto es arte, hombre. Arte fantástico, súper sutil, místico, salvaje, elegante y primordial. Seguimos besándonos en la esquina del ring, frotándonos, ahora más libres en el abrazo y excitados, al menos yo. Fuera del tiempo… en la gloria. Dejo resbalar el guante, que acaba por casualidad entre sus piernas, pero Gin se aparta. Después, por si no bastara, suben al ring dos tipos de unos cuarenta años con un par de cadenas al cuello, el pelo gris y aspecto cansado.

—Perdonad, chicos, no quisiéramos interrumpir este
match
, pero a nosotros nos gustaría boxear de verdad, o sea, que si no os importa…

—Sí, id con el idilio a otra parte, vamos.

Se ríen. Cojo a Gin por un brazo agarrándola con el pulgar del guante y la ayudo a bajar del ring. El más gordo, que aún huele a tabaco, no pierde la oportunidad:

—Ah, ¿qué gracia le ves a pelear contra una mujer, chico?

Gin se me escapa de las manos y se mete veloz por debajo de la cuerda volviendo a entrar en el ring.

—Pues se la ve, se la ve…, ¿quieres probarlo?

Y se pone en posición, pero yo me meto en medio antes de que todo se vaya al garete.

—De acuerdo, de acuerdo. Os dejamos pelear. Perdonadnos: la chica está nerviosa.

—Yo no estoy nerviosa.

—Vale, pero es mejor que vayamos a tomar un helado.

Entonces le digo en voz baja a Gin, susurrándole al oído:

—Invito yo, pero, por favor, déjalo.

Ella estira el brazo.

—Vale, vale.

—Eso, sed buenos e id a tomar un helado, venga.

—Sí, un helado al beso.

Se ríen los dos, uno de ellos con una tos catarrosa. Sólo nos faltaba la broma. Gin intenta volverse de nuevo pero la empujo fuera con fuerza.

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