Tengo ganas de ti (33 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

—No, es decir…

—¿Cómo que no? Si has ido a buscar las copias, eso significa que lo has pensado. Sólo yo podía cogerlas.

Una pausa.

—Bueno, sí, por un momento lo he pensado. Pero me hubiera gustado, es decir, habría sido mejor que tú…

Mi hermano.

—Pa, callado estás más guapo.

—¿Por qué?

Encima me pregunta por qué. Y yo soy un estúpido intentando que lo entienda.

—Nada, Pa, todo en orden.

—Pues eso, Step, yo quería saber… Pero no te ofendas, ¿eh?

—¿Qué? Dime…

—Bueno, como tú, para bien o para mal, conoces a un montón de gente por ahí…, pues eso, que si no te supone mucho problema, si puedes, pregunta si saben quién se lo ha llevado.

—Sí, pero ésos quieren dinero. No pretenderás que me dé de hostias con esa gente por un coche cualquiera.

—Cualquiera… ¡Por un Audi A4!

—Sí, sí, por un Audi A4.

—No, eso no, de ninguna manera… Yo había pensado… Estaría dispuesto a pagar cuatro mil trescientos euros…

—¿Y por qué precisamente esa cifra?

—He pensado que con la garantía y todo lo demás…

Mi hermano, gran asesor financiero, el mejor.

—De acuerdo, Pa, lo intentaré.

—Gracias, Step, sabía que podía contar contigo.

Mi hermano, que puede contar conmigo, esto es lo máximo. Dos curvas más y estoy en su casa. Voy a llamarla por el interfono y mientras estoy a punto de hacerlo me acuerdo de que tiene móvil. Le hago una llamada perdida para avisarla. ¿Lo habrá entendido? Ante la duda, espero un momento. Antes o después, bajará. Antes o después. Las mujeres y sus preparativos. Quizá sea mejor llamarla por el interfono. Espero un minuto. Me concedo otro minuto para esperarla. Enciendo un cigarrillo. Eso, acabaré de fumarme el cigarrillo y después la llamaré. Calle tranquila. Miro a mi alrededor. Algún coche que pasa al fondo. Uno que frena de golpe porque otro se ha hecho el prepotente no dejándolo pasar. Pero después este último vuelve a ponerse en marcha y todo fluye, tranquilo, extraviado en esa gran ciudad. ¡Qué pesadez! Qué reflexiones del carajo. ¿Adónde la llevo esta noche? Qué raro, he pensado en todo menos en esto. ¿Adónde la llevo? Eso era algo en lo que había que pensar. Tengo una idea, pero después me preocupo. Me preocupo por lo que estoy pensando. ¿Yo preocupándome de dónde llevarla a cenar? ¿No me estaré preocupando demasiado? Cuando sales con una chica, si organizas la velada, es ahí donde la cagas.

¡Y la cagas a lo grande, eh! No puede ser. Hace falta desenvoltura, improvisación, que pase lo que tenga que pasar. Después, repentinamente se me ocurre algo. Joder, me gusta la idea. Otra calada y luego la llamo. Pero en ese momento se abre la verja. Un ruido, un ruido de cerraduras. Al fondo, el portón se abre lentamente. La luz se filtra desde el vestíbulo, levemente anaranjada. Ilumina las hojas del jardín, los escalones lejanos, los ciclomotores aparcados. Luego sale una señora mayor. Camina lenta, sonriente, con las piernas ligeramente combadas bajo el peso de los años. Después, justo después, ella. Ella, que la ha dejado pasar, ella, que aún le sostiene la verja, ella, que la ayuda a salir, que le habla sonriendo, que asiente ante alguna pregunta ocasional, ella, amable, ella, guapa, ella, sonriente… Ella. La señora pasa frente a mí y, aunque no la conozco, me suelta un «Buenas noches».

Me sonríe, como si me conociera de siempre.

—Buenas noches. —Y se aleja dejándome solo con Gin.

Lleva el pelo recogido, una chaqueta corta de piel con cremalleras y correas, un divertido cinturón azul 55 DSL, pantalones oscuros con la cintura baja, de cinco bolsillos y costuras marcadas. Un bolso grande de tela Fake London Genius. Tiene estilo. Y para tenerlo no ha gastado nada. Es increíble cómo te fijas en todos los detalles cuando te gusta alguien. Tiene una cara divertida. Pero ¿qué digo? Guapa.

—¿Y la moto? ¿No has venido en moto?

—No.

—Y yo que me he vestido así. —Hace una especie de pirueta—. ¿No me parezco un poco al «Salvaje» Marlon Brando?

Sonrío.

—Más o menos.

—Pero entonces, ¿cómo has venido?

—Con este coche, he pensado que estarías más cómoda.

—¡Un Audi A4! ¿Y a quién se lo has robado?

—Oye, me infravaloras, es mío.

—Sí, y yo soy Julia Roberts.

—Depende de la película. Imagino que
Pretty Woman
.

—Bah…

Gin va hacia la portezuela y me da al vuelo un puñetazo en el hombro.

—Ay.

—Empezamos mal. Esa broma no me ha gustado.

—No,
Pretty Woman
en el sentido de que persigue un sueño.

—¿Y?

—Pues que has encontrado tu sueño…

—¿Un Audi A4?

—No, yo.

Sonrío, entramos en el coche y arranco derrapando.

—Más que un sueño, esto me parece una pesadilla. Vamos, di la verdad, ¿a quién se lo has robado?

—A mi hermano.

—Eso, así me gusta, siempre será una mentira, pero al menos es más creíble.

Acelero ligeramente y nos perdemos en la noche. Y pienso en la copia de las llaves comprada a aquel tipo en el bar de los Sorci Verdi, en corso Francia, el que tiene copias de todas las llaves de todos los coches posibles e imaginables. Pienso en Pollo y en la primera vez que me llevó, pienso en las bromas que hacíamos, pienso en mi hermano preocupado por su coche robado, pienso en la velada, pienso en mi idea y pienso en mi pasado. Un pensamiento cualquiera veloz, más fuerte que los otros. Paso delante de la Assunzione. Quiero distraerme. Me vuelvo hacia Gin. Ha puesto la radio, canturrea una canción y ha encendido un cigarrillo. Después me mira y sonríe.

—Entonces, ¿adónde vamos?

—Es una sorpresa.

—Era lo que esperaba que dijeras.

Me sonríe e inclina hacia un lado la cabeza, se suelta el pelo. Y en ese momento entiendo que la verdadera sorpresa es ella.

Cuarenta y uno

—Bueno. ¿Cuál es la sorpresa? ¿Es una bonita sorpresa?

—Son varias sorpresas.

—Pues dime una.

—No, entonces no sería una sorpresa.

Aparco y bajo del coche. Un marroquí o algo similar me sale al encuentro con la mano abierta. Se la cojo al vuelo y se la estrecho.

—Hola, jefe… —Se ríe divertido y exhibe una especie de dentadura estilo «¡Es que aquí los dentistas son muy caros!».

—Son dos euros.

—Por supuesto. Pero pagaré cuando vuelva. —Le aprieto un poco más fuerte la mano—. Así me aseguro de que encontraré el coche en perfectas condiciones, ¿verdad? Se paga después del servicio. —Me mira preocupado—. O sea, que tenlo vigilado, no quiero arañazos. ¿Está claro?

—Pero yo después de las doce estoy…

—Volveremos antes.

Y me alejo.

—Entonces espero, ¿eh?

No contesto y miro a Gin.

—Tu hermano le tiene mucho cariño a este coche, ¿eh?

—Está obsesionado. En este momento está desesperado porque piensa que se lo han robado.

—¿Y no nos parará la policía y acabaremos en la cárcel?

—Me ha dado una noche para encontrarlo.

—¿Y después?

—Después pone la denuncia. Pero no te preocupes, ya se lo he encontrado, ¿no?

Gin se ríe y sacude la cabeza.

—Pobrecito, tu hermano, imagino la clase de cosas que le has hecho pasar.

Realmente él no lo sabe, pero lo he salvado de muchas situaciones.

Por un instante, pienso en mi madre. Me dan ganas de contarle… Pero ésa es nuestra noche, suya y mía. Y basta.

—¿En qué piensas?

—En que tengo hambre… ¡Ven!

Y me la llevo conmigo, cogiéndola de la mano. En Angel's un aperitivo, un Martini helado para los dos, agitado, hielo y limón al estilo James Bond o algo parecido. Con el estómago vacío sienta de maravilla. Gin se ríe y me cuenta cosas. Historias del pasado, de amigas suyas y de Ele, de cómo se conocieron y las discusiones y los celos de la amiga. Yo la cojo de la mano, saludo a un tipo con pendiente que parece conocerme y después la llevo al baño.

—Oye, pero ¿qué pretendes hacer? No me parece el lugar más apropiado, ¿no?

—No, mira…

Le paso veinte céntimos o quizá cincuenta o tal vez un euro, acaso dos, ni siquiera lo miro. Le pongo la moneda en la mano. Pienso en el tipo del aparcamiento. En cuando vuelva y le diga que no tengo más monedas.

—Éste es el pozo de los deseos, ¿ves cuánto dinero hay en el fondo? —Gin mira dentro de una especie de pozo en ese baño lleno de plantas y alfombras de colores, rojo, violeta, naranja y una luz azul y amarilla, paredes blancas y rojizas—. Vamos… ¿Ya lo has pensado?

Ella sonríe, se vuelve y lanza mi moneda con un deseo que acaba en el fondo con la esperanza de que se cumpla. Acto seguido la imito y hago que la mía vuele sobre su hombro. Y vuela que da gusto y desaparece formando ondas en medio del agua con un extraño zigzag para después posarse en el fondo entre otros mil sueños y algún que otro deseo quizá realizado.

Salimos en silencio al tiempo que un tipo entra de prisa y casi choca con nosotros mientras se desabrocha los pantalones, pero después lo piensa bien y se abalanza sobre el lavamanos vomitando. Nos miramos y estallamos en una carcajada, asqueados y estremecidos… Uf… Cerramos la puerta a nuestras espaldas y nos marchamos.

Dejo quince euros encima de la mesa y en un instante estamos fuera. Me encuentro con Angel, que me saluda.

—Hola, Step, cuánto tiempo…

—Sí, sí. Bueno, si acaso luego vuelvo.

En realidad se llama Pier Angelo, aún me acuerdo, y vendía extraños cuadros en la piazza Navona a los extranjeros, telas dudosas por cifras aún más dudosas. Un alemán, un japonés, un americano, y una extraña explicación en un inglés no precisamente perfecto, macarrónico e inventado, y otro fajo para poder comprarse algún día, como luego hizo, su Angel's.

—Entonces, ¿ya está?

—Estate tranquila… Entiendo que no quieres cansarte.

La cojo en un segundo y me la cargo al hombro.

—Pero ¿qué haces?

Se ríe divertida e intenta pegarme, pero lo hace sin maldad.

—Yo te llevo… Basta con que no hagas más preguntas.

—¡Vamos, déjame en el suelo!

Pasamos por delante de un grupito de chicos y chicas que nos miran más o menos divertidos, avergonzados estos primeros, soñadoras estas últimas. Esto es lo que me parece leer en sus expresiones. Y desaparecemos. Cul de Sac.

—Ahora puedes bajar. Aquí, un aperitivo de quesos y vinos.

Gin se baja la chaqueta, que se le había levantado, y también la camiseta, que le ha dejado al descubierto la barriga, blanda pero compacta, sin extraños
piercings
en el ombligo, natural y redonda.

—¿Qué haces, estás mirando? Mi barriguita no es lo más.

Guapa e insegura.

—¿Quieres decir que hay algo más? —Gin resopla—. Estoy imantado, atraído, inevitablemente absorbido y…

—Sí, sí, de acuerdo. He entendido el concepto.

Nos sentamos a la primera mesa y le pido a un tipo de color, vagamente francés, con un delantal blanco:

—Un queso de cabra fuerte y seco y dos copas de Traminer.

El tipo asiente y yo, en su incertidumbre, espero que lo haya entendido de verdad.

—¿Dónde has leído eso del Traminer y el queso de cabra? ¿Te lo ha sugerido tu hermano?

—Pérfida…

La señalo con los dedos índice y corazón.

—Viborilla… Hice un curso con un sommelier francés. Una sommelier, para ser exactos. En Epernay, en la Champaña. Medias grises transparentes, finísimas, y siempre rigurosamente con ligas. ¿Quieres más detalles?

Resopla molesta.

—No, gracias, o volverás a empezar diciendo que te sientes naturalmente atraído y otras tonterías por el estilo…

El tipo vagamente francés deja una tabla de madera sobre la mesita y,
voilà
, ha acertado: queso de cabra y Traminer frío. Increíble, y la cosa no acaba ahí.

—Os he traído también miel natural…

—Gracias.

Es fantástico cuando a uno le gusta su trabajo. Pero no hay nada más bonito que una chica que come con gusto. Como ella. Sonríe y unta la miel sobre el pan aún caliente, recién tostado, perfectamente dorado, no quemado. Pone encima un trozo de queso y da un gran mordisco, decidido pero lento, mientras con la otra mano se protege de la caída libre de migas enloquecidas. Después se toca con la punta de los dedos la palma y, como interpretando un extraño tema musical, las deja caer en el pequeño plato, cerca del pan que ha quedado, mientras con la otra mano coge el Traminer y lo acompaña todo con un pequeño sorbo.

Es perfecta, coño, es perfecta, lo sé. Pequeños cosquilleos… No sé qué sentido tienen…, pero en realidad… Si lo sé. El Traminer baja de prisa, frío con su regusto. Helado. Una copa tras otra. Sí, lo sé, es perfecta. Y por lo que pienso, por cómo me pierdo en el equilibrio, por ese «lo sé, no lo sé», entiendo que ya estoy medio borracho. Espero que se acabe el último bocado, dejo el dinero sobre la mesa y la rapto.

—Anda, vamos.

—Pero ¿adónde?

—Un sitio por cada especialidad.

Y nos marchamos de prisa, así, un poco de vino, algunas risas. Entre miradas indiscretas, personas en las otras mesas, cabezas que asoman para mirar, espiar, observar a esos dos desconocidos… Nosotros dos, meteoros de una noche cualquiera, en un lugar cualquiera, en un momento más que cualquiera, pero solamente nuestro. Como este
comida-tour
.

—Oye, Step…

—¿Sí?

—¿A cuántos puntos base acudiremos?

—¿Qué quieres decir?

—Como vamos a comer una cosa en cada sitio, para saber cuántos serán, es que tengo miedo de explotar. ¿En cuántos sitios pararemos?

—¡En veintiuno!

Contesto decidido, levemente molesto, joder. Ni siquiera un comentario amable, que sé yo: bonita la idea, original, divertida. Repentinamente, Gin se para. Se detiene en medio de la calle y clava los pies en el suelo.

—¿Qué pasa?

Me coge por la chaqueta y me atrae hacia sí con las dos manos, cogiéndome de las solapas.

—Dime a quién se lo has robado.

—¿El Audi A4? Ya te lo he dicho: a mi hermano…

—No, este periplo, comer una cosa distinta en cada sitio, ¿de quién has cogido la idea?

Me río sacudiendo la cabeza, más borracho que nunca, aunque de diversión etílica.

—Se me ha ocurrido a mí.

—¿Quieres decir que es una idea totalmente tuya, que no la has robado de ningún sitio? ¿De algún libro estúpido, de alguna película romántica, de alguna leyenda urbana?

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