—Hace mucho del asalto de tu aldea —intervino Vilamarí—. En la larga negociación con Bartomeu, tu protector en Barcelona, llegamos a congeniar, y comprendí que nuestras ideas no estaban tan lejanas. Por otra parte, Innico d’Avalos fue mi amigo por muchos años, tomamos la isla de Ischia juntos, juntos negociamos su entrega a España y en su puerto tuve que refugiarme muchas veces. De tanto conversar llegamos a coincidir.
—Sin embargo, ¡continuasteis pirateando! —exclamó Joan.
—Pirata es el que actúa en beneficio propio —repuso Vilamarí tranquilo, aunque sin rebatir la afirmación—. Yo siempre hice lo que tenía que hacer por el bien de mis hombres y el poder de mis naves. Y, por lo tanto, a favor del rey de España.
—¿Sabía el rey que pirateabais?
—El rey atendía las reclamaciones de los afectados en tiempos de paz, cuando las había, y me amenazaba. En más de una ocasión tuve que devolver una captura —respondió Vilamarí después de sonreír—. Pero enviaba poco dinero para la flota y exigía su parte en nuestros botines. En la paz, si no encontrábamos trabajo de mercenarios, nos moríamos de hambre. Y en la guerra nos quería listos para el combate.
—Hasta para hacer el bien es preciso tener antes poder —intervino Antonello.
—Y ¿aprobáis esos medios para obtenerlo? —inquirió Joan.
—Niccolò dei Machiavelli, vuestro amigo florentino, dice en sus escritos que un buen fin justifica los medios —dijo Vilamarí, y miró a Antonello, que afirmó con la cabeza.
—¡No estoy de acuerdo! —exclamó Joan—. Un buen fin no puede justificar actos criminales.
A su mente acudían las terribles imágenes de aquella mañana que supuso el fin de su paraíso en Llafranc. Oyó de nuevo el arcabuzazo y vio caer a su padre herido de muerte.
—Aún te seduce Platón, ¿verdad? —le preguntó Antonello.
Vilamarí intervino sin darle a Joan tiempo a responder.
—Nuestro amigo Joan Serra de Llafranc mantiene una postura firme sobre el asunto —le dijo a Antonello mientras se arrellanaba en su sillón con una sonrisa que anticipaba el placer de una larga charla—. Creo que debemos debatir ese tema.
FIN
En esta sección, el lector encontrará una relación de los principales personajes históricos que aparecen en
Tiempo de cenizas
y otros datos de interés documental. La información —en especial, la relativa a los personajes más conocidos, sobre quienes se han escrito libros y libros— se limita a lo que concierne a la historia relatada en la novela.
Se recomienda no leer esta sección hasta terminar la novela para evitar anticipar elementos de la intriga.
PERSONAJES HISTÓRICOS
Personajes del clan de los
catalani
Los Borgia
El apellido original de la familia, que conservó en España, era Borja. Su forma italianizada, Borgia, es la que se hizo popular en Italia y la que se ha usado en la novela.
Papa Calixto III
Alfonso de Borja tomó el nombre de Calixto III el ser elegido papa en 1455. Nacido en Valencia, obtuvo su nombramiento en parte por el apoyo del rey Alfonso V de Aragón, que había conquistado Nápoles, y en parte por su edad y estado de salud.
En efecto, a la muerte de su predecesor, Nicolás V, Alfonso de Borja contaba con setenta y cinco años, edad muy avanzada para la época, y parecía muy enfermo. Todos creían que duraría pocos meses y que sería un papa de transición mientras las grandes familias italianas, que monopolizaban el papado, ganaban tiempo y acumulaban fuerzas para imponer a su candidato.
Prueba de ese monopolio es el hecho de que en los quinientos veinte años transcurridos desde la muerte de Calixto III —en 1458— al nombramiento de Juan Pablo II —en 1978—, de cincuenta y cinco papas, solo hubo otros dos no italianos: Adriano VI, tutor del emperador Carlos I y cuyo pontificado duró menos de dos años, y Alejandro VI, el segundo papa Borgia.
Votar a candidatos que se preveía breves cuando no se tenía la suficiente fuerza para imponer a un favorito era una práctica habitual en los cardenales a la hora de elegir un nuevo papa. Un buen número de pontífices sobrevivió a su nombramiento apenas unos días. El récord lo ostenta Urbano VII, que duró doce días.
La posible cercana muerte del Borja parece ser la razón por la que se consintió en la elección de un papa no italiano. Sin embargo, una vez elegido, Calixto III recuperó la salud de forma milagrosa y dedicó todas sus energías y sus tres años de pontificado a la lucha contra los turcos, que amenazaban la cristiandad. En ella obtuvo algún éxito notable, como la victoria cristiana en el sitio de Belgrado, que detuvo el avance musulmán. También procuró encumbrar a su familia para protegerse del mundo de intrigas que era el Vaticano en aquella época. A su amparo crecieron sus sobrinos Pedro Luis Borja y Rodrigo de Borja, futuro papa Alejandro VI.
Calixto III fue acusado de nepotismo, aunque esa —igual que la de que los eclesiásticos disimularan a sus hijos haciéndolos pasar por sobrinos— era una práctica corriente en la época. Solo como ejemplo: su sucesor, Pío II, era tío de Pío III. El sucesor de aquel, Pablo II, era sobrino del papa Eugenio IV. Y el sucesor de aquel, Sixto IV, era tío de Julio II.
Alejandro VI
Nació el 1 de enero de 1431 en Játiva, Valencia, y estudió en Bolonia. Viajó a Italia junto con su hermano mayor, que tomó responsabilidades políticas y militares bajo el papado de su tío Calixto III, mientras que él, como segundo hijo varón, fue destinado a la Iglesia.
Su tío le nombró cardenal a los veinticinco años, título al que siguieron el de vicecanciller de la Iglesia y el de obispo de Valencia, entre otros. Fue sin duda un hombre de grandes habilidades, pues mantuvo su poder e incluso lo aumentó durante los siguientes cuatro papados, desde el año 1458 hasta 1492. Durante este tiempo acumuló un gran conocimiento de la política vaticana, convirtiéndose en un producto típico de ella.
Acusado, entre otras cosas, de mantener relaciones incestuosas con su hija, de envenenador y de participar en fiestas orgiásticas (aunque los historiadores modernos han descartado todo ello), Alejandro VI ha pasado a la historia como un papa depravado. Sin embargo, si estudiamos a los papas de su siglo y el siguiente, veremos que la gran mayoría seguía las mismas prácticas. El nepotismo era tan común como el engaño; la compra de voluntades con sobornos y promesas de beneficios también, así como el incumplimiento del voto de castidad. La carrera eclesiástica en la época era un oficio que no dependía de la vocación, sino de la ambición y el deseo de poder.
Entonces, si el comportamiento de Alejandro VI fue semejante al de sus contemporáneos, ¿por qué ese ensañamiento con él? ¿Por qué alcanzó semejante fama de depravación?
Uno de los motivos era que, siendo extranjero, copó el máximo poder en Italia. Al contrario que su tío y que Adriano VI, el tercer papa no italiano en quinientos veinte años, Alejandro VI alcanzó la máxima posición de la Iglesia a la relativamente temprana edad de sesenta y un años, con buena salud y larga esperanza de vida. No contaba con el apoyo militar de los reyes de su país, como en siglos anteriores lo tuvieron papas franceses o los italianos con sus familias y aliados. Sin embargo, el nuevo papa tuvo el buen tino de rodearse de familiares y de un amplio ejército de eclesiásticos y militares procedentes no solo de Valencia, sino del resto de la península ibérica y el sur de Italia, a los que los romanos llamaban despectivamente
catalani
. El control militar de Roma y alrededores por sus fieles garantizó su supervivencia frente a las poderosas familias italianas, que deseaban el papado para uno de los suyos. A su poder militar, Alejandro VI sumaba un extraordinario carisma y unas dotes diplomáticas excepcionales, que le permitieron resistir las invasiones francesas, la primera de las cuales estuvo a punto de deponerle. Impotentes, sus enemigos recurrieron a la calumnia como forma de minar el poder de Alejandro VI, organizando una verdadera campaña mediática que fue uno de los orígenes de la leyenda negra española.
Otra razón fue el carácter extraordinariamente tolerante de aquel papa, que no perseguía a quienes proclamaban su perversión real o ficticia. Más bien se reía de ello, y llegó a explicar al embajador de Ferrara que Roma era una ciudad libre y que cada uno podía pensar y escribir lo que se le acomodara; que sabía que de él se decían muchas cosas malas, pero que le traían sin cuidado. Por lo tanto, las calumnias proliferaron cuanto quisieron. Distinta fue la actitud de su hijo César, que hizo ejecutar y mutilar cuando él fue blanco de semejantes ataques.
Y por fin, la razón fundamental fue que le sucedió el cardenal Della Rovere (que tomó el nombre de Julio II), el mayor de sus enemigos. Alejandro VI había vencido a Della Rovere en varios frentes. El primero fue el amoroso, pues Della Rovere había pretendido también a la que fue amante del cardenal Rodrigo de Borgia, Vannozza dei Cattanei. El segundo fue el eclesiástico, ya que ambos compitieron por el papado y ganó el valenciano. Más adelante, Della Rovere instó sin éxito al rey francés a que depusiera a Alejandro VI cuando tomó Roma. A pesar de que Alejandro VI perdonó a su enemigo, este no lo hizo en absoluto, y cuando alcanzó el papado se vengó en César Borgia, al que engañó para que le apoyara en su elección, según se cuenta en la novela. No se contentó con eso, sino que ese papa, apodado
el Terrible
, llevó más allá su venganza, invitando y recompensando a quienes denunciaran y proclamasen los pecados y villanías de su antecesor y su familia. En este menester se destacó John Burchard, el maestro de ceremonias de la curia bajo distintos papas, que para congraciarse con el nuevo papa difundió todo tipo de historias que perjudicaban la memoria del Borgia.
Alejandro VI tuvo tres hijos antes de conocer a Vannozza dei Cattanei, cuatro más con ella —los más famosos: César, Juan, Lucrecia y Jofré— y una hija con Julia Farnesio,
Giulia la Bella
, cuando ya era papa. Demostró ser un excelente padre de familia, pues en lugar de abandonarlos, ignorarlos, o considerarlos sobrinos, como hicieron otros papas con sus hijos e hijas, él los reconoció, se preocupó de su educación y de que tuvieran títulos y buenos casamientos.
Fue también un hombre visceral y de grandes arrepentimientos, como el que se relata en la novela a raíz de la muerte de su hijo Juan. Todo hace pensar que era profundamente creyente y religioso a pesar de no observar la castidad y de gozar del poder, como tantos eclesiásticos en su tiempo.
Gustaba de la pompa, el boato, el lujo y las comidas fastuosas cuando se trataba de impresionar a embajadores y altos nobles. Sin embargo, cuando comía en privado tomaba un único plato sencillo, aunque abundante. Se dice que sus cardenales temían que los invitara a comer.
Por otra parte, fue un hombre muy tolerante para la época no solo consigo mismo, sino también con los demás. Protegió a los conversos y judíos perseguidos en España y Portugal, lo que desagradó profundamente a los Reyes Católicos, que se vieron desautorizados. Permitió que Copérnico enseñara en la Universidad de la Sapienza que la Tierra gira alrededor del Sol, contradiciendo la Biblia (años después, la Iglesia persiguió con saña a quienes sostenían esa teoría). Perdonó a filósofos y teólogos, como Pico della Mirandola, que habían sido declarados herejes y perseguidos por papas anteriores por proclamar el derecho a la discrepancia y el respeto a otras religiones y culturas.
En la novela se relatan, con la mayor fidelidad posible, muchos de los hechos del final de su vida. Su muerte, posiblemente por envenenamiento, ocurrió tal como en ella se describe.
Maquiavelo, que tanto elogió a César Borgia, se muestra en
El príncipe
duro con Alejandro VI. Dice: «Alejandro VI nunca pensó en otra cosa que no fuera engañar a los hombres y siempre encontró material para poder hacerlo. No ha habido otro hombre que prometiera con más eficacia y emplease mayores juramentos para prometer una cosa y luego la observara menos». Napoleón objetó a ese comentario: «Si no honró la tiara, al menos extendió sus estados. La Santa Sede le debe sumos favores».
César Borgia
Nacido el 13 de septiembre de 1475, César fue el primero de los hijos que Vannozza dei Cattanei tuvo con el entonces cardenal Rodrigo de Borgia. Algunos autores consideran mayor a su hermano Juan por las fechas de unas bulas en las que el cardenal reconocía su paternidad y porque César fue destinado a la carrera religiosa como segundón entre los hijos varones. Sin embargo, el primogénito era Pedro Luis Borja, nacido de una mujer cuya identidad se desconoce que quizá fuera también madre de otras dos hijas de Rodrigo de Borgia.
El futuro Alejandro VI actuó solícito adquiriendo tierras y títulos para su primogénito. Así, compró el ducado de Gandía, extensas tierras con plantaciones de caña de azúcar en la zona, y comprometió a Pedro Luis con María Enríquez, prima del rey Fernando de Aragón, con lo que convirtió a su hijo mayor en uno de los más altos nobles de España. Los Reyes Católicos aceptaron complacidos al nuevo duque, pues se había distinguido por su valor en las guerras de Granada. Cuando Pedro Luis murió antes de tener descendencia, el papa decidió que Juan heredara sus títulos, sus bienes y se casase con la prima del rey.
César no tenía vocación religiosa, destacaba en el manejo de las armas y se apasionaba con los caballos y la estrategia militar. Sin embargo, estudió teología y leyes y su padre le fue concediendo títulos eclesiásticos, tales como protonotario del Vaticano, obispo de Pamplona y arzobispo de Valencia entre otros. Parecía que César se resignaba a su destino, pero a raíz de la muerte de su hermano Juan, exigió a su padre que le liberara de sus compromisos y títulos eclesiásticos y que le concediese el cargo de portaestandarte papal, que ostentaba el mando de los ejércitos vaticanos.
El papa Alejandro cedió y ocurrió tal como se cuenta en la novela. Las corridas de toros, con la sorprendente decapitación de uno de ellos de un solo tajo, los hechos de Senigallia, la enfermedad de César al tiempo que la de su padre, la cura del toro y los engaños urdidos por parte del nuevo papa y del Gran Capitán se relatan tal como los describen las crónicas de su tiempo.
En cuanto a la muerte de su hermano Juan, muchos culparon a César. No pudo asesinarle personalmente, pues se recogió en el Vaticano mientras Juan se dirigía junto al enmascarado a la plaza Judaica, pero si fue el instigador, sin duda el ejecutor habría sido su fiel Miquel Corella, tal como se cuenta en la novela.