Tirano IV. El rey del Bósforo (62 page)

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Authors: Christian Cameron

Tags: #Bélico, Histórico

Apunte histórico

Escribir una novela —varias novelas, espero— sobre las guerras de los diádocos, o sucesores, es un juego difícil para un historiador amateur. Los jugadores son muy numerosos, existen muchos bandos y, francamente, ninguno de ellos representa a los «buenos». Desde el principio tuve que tomar ciertas decisiones, en su mayoría para reducir el elenco de personajes a un tamaño que el lector pudiera asimilar sin insultar a la inteligencia de nadie. Antígono el Tuerto y su primogénito Demetrio merecen novelas propias, y lo mismo cabe decir de Casandro, Eumenes, Tolomeo, Seleuco, Olimpia y los demás. Cada uno de ellos podría representar al «héroe» y el resto a los villanos.

Si considera que necesita una tarjeta de puntuación, sugiero que visite mi website en
www.hippeis.com
, donde por lo menos podrá examinar las biografías de algunos jugadores principales. Wikipedia también ofrece biografías de la mayoría de actores de la época en cuestión.

Desde el punto de vista de la pura historia militar, he tomado algunas decisiones que los lectores entendidos quizás encuentren extrañas. Por ejemplo, he dejado de creer en la existencia del «linotórax» o peto de lino, y lo he suprimido de mis novelas. Como tampoco creo que el sistema de picas macedonio —la falange armada de sarisas— fuera realmente «mejor» que el viejo sistema griego de los hoplitas. De hecho, sospecho que era peor, pues los testimonios del principio de la guerra moderna dan a entender que cuanto más largas son las picas, menos cabe confiar en la tropa. Los jóvenes granjeros macedonios no eran hoplitas; carecían del contexto social y cultural que creaba al hoplita. Fueron decisivos en su época, pero que su sistema fuese «mejor» que el antiguo, bueno, igual que con tantos cambios militares, se trató de un cambio cultural, no realmente tecnológico. O al menos esa es mi opinión.

Los elefantes no eran tanques, como tampoco una herramienta mágica para alcanzar la victoria. Podían ser muy eficaces o todo lo contrario. He intentado ilustrar ambos casos.

Lo mismo cabe decir de la caballería de arqueros. En campo abierto, con un sinfín de caballos de refresco y un suministro inagotable de flechas, un ejército de arqueros montados debió de ser una auténtica pesadilla. Pero unos pocos cientos de arqueros en la vasta extensión de un campo de batalla de los sucesores quizá no supusiese más que una molestia.

En última instancia, no creo en la historia «militar». La guerra tiene que ver con la economía, la religión, el arte, la sociedad… la guerra es inseparable de la cultura. En aquella época no era posible formar a un campesino egipcio para convertirlo en arquero de caballería sin cambiar su modo de vida y su economía, su estatus social, quizá su religión. Las preguntas acerca de la tecnología militar —«¿Por qué Alejandro no creó un ejército de [inserte aquí un prodigio tecnológico]?»— pasan por alto las limitaciones que imponía la realidad de la época; la cultura de Macedonia que, en mi opinión, llevaba en su seno la semilla de su propia destrucción desde el principio.

Y luego tenemos el problema de las fuentes. En la medida en que sabemos algo sobre el mundo de los diádocos, debemos ese conocimiento a unos pocos autores, aunque ninguno fue contemporáneo. Me he servido de Diodoro Sículo durante la escritura de los libros de la serie
Tirano
; en la mayoría de casos lo prefiero a Arriano o a Polibio, y en muchos es la única fuente disponible. También admito haber utilizado (¡con sumo gusto!) material de Plutarco, si bien soy plenamente consciente de su cariz moralizante.

En este libro, por ejemplo, aparece una campaña a la que Diodoro dedica solo unas pocas líneas sin que se la mencione en ninguna otra fuente. El otro día, para mi consternación, leí un artículo que daba a entender que todo era pura invención. Tal vez. Pero la cultura greco-escita del Euxino fue real, y el Reino del Bósforo existió y perduró cientos de años —un lapso de tiempo más que suficiente para dejar una huella duradera en la región. Para el novelista, basta con contar una historia, quizá no la historia, de cómo puedo acontecer.

A quien interese una lección abreviada sobre las dificultades que plantean las fuentes, recomiendo visitar el website
www.livius.org
. Los artículos acerca de las fuentes demostrarán, espero, lo poco que sabemos sobre Alejandro y sus sucesores.

Ante todo soy novelista, no historiador, y, en ocasiones, esas lagunas, o incluso grandes vacíos, son precisamente el lugar en el que actúan mis personajes. A veces, esa falta de conocimientos es lo que aporta atractivo al relato. En cualquier caso, confío en haber creado una versión verosímil del mundo después de la muerte de Alejandro. Espero que disfrute con este libro, así como con los que le seguirán.

Y, como de costumbre, siempre será un placer recibir sus comentarios, e incluso sus críticas, en el Ágora Online de
wwwhippeis.com
. ¡Allí nos vemos, espero!

Christian Cameron

Toronto, 2010

Nota del autor

Soy escritor, no lingüista; novelista, y no del todo historiador. Pese a esta salvedad, mientras trabajo pongo mucho empeño en investigarlo todo, desde la ropa hasta las formaciones de las falanges, y a veces no estoy de acuerdo con la docta opinión tanto del mundo académico como de los generales de sillón que escriben vistosos libros ilustrados de gran formato sobre estos temas.

Y, en última instancia, los errores son culpa mía. Si usted encuentra un error histórico, ¡hágamelo saber, por favor!

Una cosa que he procurado evitar ha sido cambiar la historia tal como la conocemos para adecuarla al tempo de la acción o a la trama. La historia de las Guerras de los Diádocos bastante complicada es de por sí sin que yo la altere… Además, cuanto más escribes sobre una época que amas (y yo me he enamorado perdidamente de esta), más aprendes. Y al aprender más, las palabras pueden cambiar o cambiar de uso. A modo de ejemplo, en
Tirano
utilicé el
Hipárquico
de Jenofonte como guía para casi todo. Jenofonte llama
machaira
al arma ideal. Estudios posteriores han revelado que los griegos eran bastante laxos con la nomenclatura de sus espadas (en realidad, todo el mundo lo es, excepto los entusiastas de las artes marciales), de ahí que la
machaira
de Kineas probablemente fuese llamada
kopis
. Por ende, en el segundo libro, la llamo
kopis
sin ningún rubor. Es posible que otras palabras cambien; desde luego, mi comprensión de la mecánica interna de la falange hoplita ha cambiado. Cuanto más aprendes…

Una nota acerca de la historia. Siempre me hace gracia que un admirador (o un no admirador) me escriba para decirme que me he «equivocado» al describir una campaña o una batalla. Amigos —y espero que lo sigamos siendo después de lo que voy a decir—, sabemos menos sobre las guerras de Alejandro que sobre la superficie de Marte o sobre el personaje histórico de Jesús. Leo griego, contrasto testimonios y luego me pongo a escribir. He visitado casi todos los lugares en los que se desarrolla la acción y sé interpretar un mapa. Si bien disto mucho de ser infalible, también soy bastante buen soldado y estoy preparado para tomar mis propias decisiones a la luz de las pruebas todos los elementos que intervienen en el transcurso de una batalla. Es muy posible que me «equivoque», pero a no ser que alguien invente una máquina del tiempo, no hay manera de demostrarlo. La única fuente de que disponemos acerca de Alejandro vivió quinientos años después… eso sería como decir que fui testigo ocular de la batalla de Agincourt. Recele al leer la historia de una campaña o un libro de la editorial Osprey y no dé por hecho que su prosa confiada signifique que estamos bien informados. No lo estamos. Damos trompicones en la oscuridad y hacemos suposiciones.

Dicho esto, los historiadores militares son, con mucho, los peores historiadores que existen, dado que estudian las reacciones violentas que se dan en distintas culturas sin estudiar dichas culturas. La guerra y las cuestiones militares son parte integrante de la cultura, igual que la religión, la filosofía y la moda, y es imposible intentar sacarlas de contexto. Los hoplitas no usaban el aspis porque fuese la tecnología ideal para la falange. Apuesto a que lo llevaban porque era la tecnología ideal para la cultura, desde la cría de bueyes al modo en que los apilaban en carros, pasando por la hechura de su forma abombada. Los hombres solo combaten unos cuantos días al año, como mucho, pero viven, respiran, corren, buscan, juegan y tienen disentería trescientos sesenta y cinco días al año, y su equipo también tiene que serles útil durante esos días.

Finalmente, es cierto que mato a muchos personajes. La guerra mata. La violencia y las vidas violentas tienen consecuencias, tanto ahora como entonces. Y pese al drama de la guerra, es probable que el número de mujeres que morían de parto en edad de combatir duplicara el número de guerreros que morían en activo; de modo que si vamos al fondo de la cuestión sobre quién es despiadado…

¡Disfrute!

Agradecimientos

Siempre lamento terminar una novela histórica porque escribirlas es el mejor trabajo del mundo y las tareas de investigación son lo más divertido que me cabe imaginar. Abordo cada era histórica con una canasta llena de preguntas: ¿Qué comían? ¿Cómo se vestían? ¿Cómo funciona esa arma? Esta vez mis preguntas me han llevado a iniciar una reconstrucción de la época. Los estudiosos que recrean el mundo clásico han constituido una magnífica fuente para mí al escribir, tanto por los detalles sobre el vestido, el armamento y la comida, como por ser una fuente de inspiración. En ese aspecto quisiera dar las gracias a Craig Sitch y Cheryl Fuhlbohm de Manning Imperial, quienes realizan algunas de las mejores reconstrucciones de la cultura material de la antigüedad clásica (
www.manningimperial.com
), así como a Joe Piela de Lonely Mountain Forge por ayudarme a recrear equipo militar con un calendario muy apretado. También quisiera dar las gracias a Paul McDonnell-Staff, Paul Bardunias y Giannis Kadoglou por su profundo conocimiento y su permanente disposición a contestar preguntas, así como a otras sociedades de todo el mundo, desde España hasta Australia, dedicadas a recrear la antigua Grecia.

Gracias sobre todo a los miembros de mi propio grupo, Hoplologia and the Taxeis Plataea, por ser los conejillos de indias en la experimentación con un sinfín de artículos de la vida cotidiana y las artes marciales, y a Guy Windsor (que escribió
The Swordsman’s Companion
y que actualmente es un espadachín consumado) por sus consejos sobre artes marciales.

Hablando de quienes recrean el mundo antiguo, mi amigo Steven Sandford dibuja los mapas de este libro, y merece un agradecimiento especial; y mi amiga Rebecca Jordan trabaja incansablemente en el website y en sus diversos derivados online, como el Agora, y merece muchas más alabanzas de las que recibe.

Hablando de amigos, tengo una deuda de gratitud con Christine Szego, por sus críticas diarias y el apoyo de su tienda, Bakka Phoenix, en Toronto. ¡Gracias, Christine!

Kineas y su mundo surgieron de mi deseo de escribir un libro que me permitiera abordar temas tan serios como la guerra y la política que forman parte de nuestra vida en la actualidad. Supuso un regreso a la escuela y un regreso a mi primer amor: la historia clásica. También soy un entusiasta confeso de Patrick O’Brian, y quería escribir una serie que me permitiera explorar en profundidad y con rigor todo ese periodo, con las relaciones que definen a los hombres, y a las mujeres, en la guerra; no solo un fragmento. La combinación de historia clásica, filosofía de la guerra y ética del mundo de la areté, dio lugar al volumen que tiene en las manos.

Por el camino conocí al profesor Wallace y al profesor Young, ambos muy eruditos y vinculados desde años atrás a la Universidad de Toronto. El profesor Wallace contestó a todas las preguntas que le hice, proporcionándome un sinfín de fuentes y presentándome las laberínticas elucubraciones de Diodoro Sículo, y finalmente a T. Cuyler Young. Cuyler tuvo la amabilidad de iniciarme en el estudio del Imperio persa en tiempos de Alejandro y de debatir la posibilidad de que Alejandro no fuera infalible, ni siquiera de lejos. Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a estos dos hombres por su ayuda para recrear el mundo griego del siglo IV a.C., así como la teoría sobre las campañas de Alejandro que sustenta esta serie de novelas. Toda la erudición es suya y cualquier error que haya es, indudablemente, mío. Nunca olvidaré el placer de sentarme en el despacho del profesor Wallace o en la sala de estar de Young, y comer tarta de chocolate mientras debatíamos el mito de invencible que acompaña a Alejandro. Ambos fallecieron poco después de que escribiera este libro, pero ninguno de los libros de Kineas habría sido lo mismo sin ellos. Fueron grandes hombres y grandes académicos, la clase de eruditos que mantienen viva una civilización.

También quisiera dar las gracias al personal del Departamento de Clásicas de la Universidad de Toronto por su constante apoyo, y por reavivar mi adormecido interés por el griego clásico, así como al personal de la Toronto Metro Reference Library por su dedicación y apoyo. ¡Las bibliotecas son importantes!

Quisiera agradecer a mis viejos amigos Matt Heppe y Robert Sulentic su apoyo al leer la novela y comentarla, ayudándome a evitar anacronismos. Ambos poseen conocimientos enciclopédicos sobre la historia militar clásica y helenística, y, una vez más, cualquier error es mío. He añadido a varias nuevas lectoras: Aurora Simmons, Jenny Carrier y Kate Boggs; las tres se dedican a la reconstrucción del mundo antiguo, son muy cultas y capaces de señalarme las cuestiones que no he comprendido bien.

Además, debo ocho años de agradecimientos a Tim Waller, el mejor corrector del mundo. ¡Y unas cuantas cervezas!

No podría haber abordado tantos textos griegos sin contar con Perseus Project. Este recurso online, patrocinado por la Tufts University, proporciona acceso online a casi todos los textos clásicos en griego y en inglés. Sin él aún estaría bregando con el segundo verso de
Medea
, por no mencionar la
Ilíada
o el
Himno a Deméter
.

Tengo una deuda de gratitud con mi excelente editor, Bill Massey, de Orion, por la constante atención prestada a estos libros y sus numerosos y necesarios halagos, por su buen humor ante las sentencias del autor y por su apoyo en todas las etapas. También quisiera dar las gracias a mi agente, Shelley Power, por su indefectible esfuerzo en mi nombre, y por muchas cenas exquisitas, la última de las cuales, celebrada en el único restaurante de cocina griega clásica del mundo, Archeon Gefsis, en Atenas, tuvo como consecuencia la apresurada reescritura de los contenidos culinarios. ¡Gracias, Shelley!

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