Tormenta de sangre (21 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La niebla llegó al espacio del interior del óvalo metálico y se aplanó como si chocara contra un plano invisible que estuviera suspendido allí. Sobre este plano se extendió sangre en ondas concéntricas, que rielaban de energía sobrenatural, hasta que llegaron al borde del marco y rebotaron para volver hacia el centro. Malus empezó a oír un débil sonido aullante que procedía del rojo espejo; ¿serían las almas de los condenados? «No», comprendió. Era el viento de alta mar, frío y libre.

De repente, el embudo desapareció. El caldero estaba vacío y una película rojo brillante, como una burbuja que se formara en un charco de sangre, destellaba y se estremecía dentro del marco.

—De prisa, ahora —dijo Urial con voz tensa—. ¡Atravesadlo! No durará más que un instante.

Una vez más, Yasmir miró a Malus; se había quitado la máscara, y él vio el miedo que había en lo más profundo de los ojos de la hermana. Le dedicó una sonrisa burlona y avanzó con paso ligero hasta el marco, al mismo tiempo que rechinaba los dientes para reprimir la palpable inquietud que lo invadía. Al estar tan cerca del portal, Malus oyó otros sonidos por encima del viento: crujidos de madera y cuerdas, y el rechinar del casco de un barco que surcaba las olas. Dudó tan sólo durante un momento, y luego, con una profunda inspiración, entró en el remolino de sangre.

12. Los cuervos marinos

Por espacio de un latido de corazón, pareció que Malus flotaba sobre un lugar imposiblemente vasto, poblado por un aullante viento y la presencia de una multitud de fantasmas coléricos que pasaban raudos ante él. Luego, lo bañó una ola gélida, como un torrente de agua helada, y cayó.

No sintió el roce del aire contra el cuerpo, sólo una sensación de vacío en las entrañas mientras se precipitaba a través de la oscuridad. Cuanto más caía, mayor era su velocidad, hasta que le pareció que estaba haciéndose pedazos desde dentro, deshaciéndose como una madeja de músculo, piel y venas que rodara. Malus concentró su terrible voluntad para no gritar. Después, sin previo aviso, uno de sus pies tocó madera sólida y un brusco manotazo de frío aire marino le golpeó la cara mientras daba traspiés por la inclinada cubierta de una nave druchii que surcaba las aguas.

Una oscuridad malsana continuaba adherida a los ojos de Malus, que daba tumbos, a ciegas, por la cubierta. Parpadeaba furiosamente para intentar ver qué había al otro lado de la viscosa negrura. Las imágenes iban y venían por su campo visual; eran curiosas imágenes dobles que mostraban dos, e incluso tres, versiones diferentes de la escena que lo rodeaba.

Vio la oscura cubierta de madera pulimentada del barco brillar a la primera luz de la luna; luego, la imagen se volvió borrosa y vio el palo mayor partido y las tablas manchadas de sangre y sembradas de restos de una batalla a pleno día. Parpadeó y sacudió ferozmente la cabeza, y cuando volvió a abrir los ojos había siluetas con ropones negros que corrían por la cubierta con acero desnudo en las manos. Las siluetas se volvieron borrosas, se tornaron ensangrentadas y desgarradas, y a continuación cobraron de nuevo resolución.

El noble apretó las mandíbulas con el fin de reprimir una sarta de maldiciones y cerró los ojos para concentrarse en lograr el equilibrio del cuerpo sobre el barco que se mecía con violencia. «¿Qué brujería es ésta? —pensó—. ¿Acaso la
hushalta
me ha deformado para siempre el cuerpo y la mente, o se trata de algo por completo diferente?»

—Cualquier cosa que sea —susurró para sí — se acaba aquí y ahora.

Las palabras despertaron al demonio y provocaron en él una risa lenta.

—¿Aquí y ahora? No existe nada parecido, pequeño druchii. Si no puedes entender eso, estás perdido de verdad.

Antes de que Malus pudiera replicar, unos pesados pasos de botas sobre la cubierta de madera le recordaron que había cuestiones más inmediatas. El noble abrió los ojos y vio a una veintena de corsarios druchii armados con espadas, podaderas y hachas, que corrían hacia él. Llevaban la cara cubierta por gruesas bufandas que tenían el borde escarchado, pero la cólera y la alarma de sus oscuros ojos era inconfundible. El noble alzó las manos para presentar las palmas vacías, y entonces, al ver que continuaban corriendo en su dirección, se dio cuenta de que no tenían la más mínima intención de hablar con él.

La primera reacción instintiva del noble fue intentar desenvainar las espadas, pero sabía que hacerlo sólo confirmaría las peores sospechas de la tripulación. Su mente desorientada intentaba pensar a toda velocidad para hallar una reacción adecuada, pero antes de que pudiera hablar, el aire crepitó de electricidad y un cuerpo cayó sobre la cubierta, detrás de Malus. Los marineros retrocedieron y, al volverse, Malus vio a Hauclir, con una rodilla en tierra, ante una niebla roja de forma ovalada que aumentaba y disminuía en intensidad a unos treinta centímetros por encima de la cubierta. El guardia contemplaba el entorno con los ojos desorbitados y la cara transformada en una máscara de terror puro.

—¿Qué clase de locura es ésta? —dijo uno de los marineros, cuyos ojos desconfiados iban de Malus a Hauclir, y de vuelta.

En el aire volvió a restallar un rayo invisible, y los corsarios retrocedieron otro paso. El marinero miró con rapidez a los hombres que tenía a ambos lados.

—¡Manteneos firmes, pájaros negros! —ordenó con voz áspera, y los corsarios recobraron una parte de la resolución anterior.

Yasmir y la esclava fueron las siguientes en llegar. La noble dio un ligero traspié bajo el peso del hechizo de Urial, pero con una maldición terrible disipó los extraños efectos y se irguió imperiosamente ante los marineros boquiabiertos. La esclava, una humana pálida con cabello rojo brillante y ojos de vivido azul, dio un paso y se desplomó sobre la cubierta, presa de convulsiones incontrolables.

—Soy Yasmir, hija de Lurhan, el vaulkhar de Hag Graef —declaró la mujer druchii con enojo, como si el grupo de corsarios armados que le hacían frente fueran más un insulto que una amenaza mortal—, y deseo ver a mi hermano de inmediato.

El jefe de los corsarios avanzó con la soltura de un marinero veterano por la cubierta en movimiento.

—El capitán no tiene ningún interés en verte —dijo con una áspera carcajada—. Yo estoy de guardia mientras él está bajo cubierta, así que hablarás conmigo, bruja marina, y haré que los muchachos te despidan con besos de acero.

Yasmir se irguió, con la cara iluminada por la cólera, al mismo tiempo que sus manos bajaban hacia las largas dagas que le pendían del cinturón. Malus avanzó un paso y sacó la placa del cinturón.

—¡Yo soy Malus, hijo de Lurhan, el vaulkhar, y soy portador de un poder de hierro que os obliga a servirme en nombre del drachau de Hag Graef! ¡Guardad las armas, o vuestras vidas estarán condenadas!

El marinero de voz ronca se volvió contra Malus.

—Estás a seis semanas de navegación del puerto de Ciar Karond, y la única ley que rige en esta cubierta es la del capitán.

A pesar de la fanfarronería, los ojos del marinero se abrían más a cada momento que pasaba, mientras se esforzaba por entender qué sucedía. Malus sabía que, con toda facilidad, el hombre podría ceder a la creciente inquietud que sentía, y ordenarles a sus hombres que atacaran si no sucedía nada que lo hiciera cambiar de parecer.

Fue entonces cuando el aire se estremeció con un espantoso sonido de desgarro, como si un gigante fuera partido por la mitad, seguido de un restallar de trueno que hizo tambalear a todos los que estaban sobre la cubierta. Se produjo un brillante destello de luz roja en el lugar que había ocupado la rielante niebla encarnada, y aparecieron Urial y seis de sus guardias formados en apretado círculo sobre la cubierta inclinada. Si el antiguo acólito y sus hombres de cara de calavera experimentaban alguna angustia a causa de los efectos del hechizo, no lo demostraron lo más mínimo.

Varios de los marineros cayeron de rodillas, aturdidos por el sonoro estallido. Malus se esforzó por mantener una expresión neutral, aunque su mente era un torbellino. Había seis hombres, todos ellos guerreros mortíferos. ¡Urial le había mentido!

Sin embargo, no era momento para recriminaciones. Malus dominó el enojo y se movió con rapidez para aprovechar la reacción de pasmo de los marineros. Corrió al lado del oficial corsario mientras le hablaba con voz grave e insistente.

—Hemos recorrido una larga distancia en un período de tiempo desagradablemente corto por una importante misión de Estado —dijo—. Si niegas el poder que tiene este documento por encima de la ley del capitán, le corresponde al capitán decidir qué hacer con nosotros, no a ti. —Malus hizo un gesto terminante hacia los aturdidos corsarios—. Envía a estos cuervos marinos de vuelta a sus ramas, y llama a tu capitán. Créeme si te digo que hablará con nosotros de inmediato en cuanto sepa quién ha subido a bordo.

Durante un momento, nadie dijo nada mientras los marineros se levantaban de la cubierta y el oficial luchaba con la decisión que habían puesto ante él. Lo único que se oía era el viento frío que silbaba entre los aparejos, y el crujido de los mástiles de los que pendía un mínimo velamen debido a la violenta tempestad. Las dos lunas hendían como ballenas las nubes plateadas que corrían en lo alto, y pintaban el barco con luz de plata.

El corsario logró salir de la espantosa ensoñación y les hizo un gesto seco a sus hombres para que retrocedieran. Se volvió a mirar a Malus.

—No puede molestarse al capitán —dijo con voz algo temblorosa—. Está bajo cubierta con su amante del mar.

La esclava de Yasmir lanzó un trágico grito, y luego guardó silencio. Malus se volvió hacia su hermana, que se hallaba de pie junto a la humana con una bota apoyada de través sobre la garganta de la esclava. La mujer manoteaba débilmente la pierna de su ama, mientras se debatía para intentar respirar. La expresión de Yasmir era algo hermoso y terrible de contemplar.

—¿Qué has dicho, pájaro marino? —preguntó Yasmir con voz fría y acerada.

Los ojos del oficial se abrieron aún más y dejó caer los hombros como si por primera vez se diera cuenta de con quién estaba hablando.

—¡Que me lleven los Dragones de las Profundidades! —maldijo en voz baja para sí mismo..., o habida cuenta de a quién tenía delante, fue más bien una plegaria—. Yo... quería decir que está abajo con el primer oficial, temida señora —le dijo a Yasmir—. Concentrados en sus planes, probablemente; cartografiando el rumbo de la próxima semana.

—¿Dónde? —exigió saber Yasmir.

Los pequeños puños blancos le golpeaban desesperadamente la parte inferior de la pierna. La esclava tenía la cara púrpura brillante y los ojos salidos de las órbitas.

—En..., en el camarote del capitán, temida señora —replicó el oficial con voz átona—. Pero cuando está en su camarote, la tripulación no debe molestarlo...

—Salvo su primer oficial, evidentemente —lo interrumpid Yasmir con tono venenoso—. Por fortuna, no formamos parte de la tripulación de Bruglir, sino que somos sus amados parientes.

La noble retiró con brusquedad el pie de la garganta de la esclava. La humana rodó de lado, entre arcadas y jadeos. Rápida como una víbora, Yasmir sacó una de las largas dagas de la vaina y cogió a la esclava por el pelo. Tras un solo gesto grácil y el sonido de una navaja cuando corta carne, la frente de la esclava se estrelló contra la cubierta. La sangre manó de la garganta rebanada de la humana y formó un charco que se expandió con rapidez.

Yasmir se irguió, mientras el ensangrentado cuchillo le manchaba la mitad inferior de los ropones con gotas rojas.

—Llévame ante mi amado hermano —dijo con una sonrisa terrible—. Cualesquiera que sean los planes del capitán, os aseguro que están a punto de cambiar.

En tanto la procesión recorría con rapidez el pasillo central del barco de Bruglir, Malus dispuso de un momento para reflexionar acerca de que ésa era la segunda vez, en menos de un día, que irrumpía en la alcoba de un poderoso y mortífero noble druchii. Parecía una manera extraña de conducir asuntos de Estado, pero tenía que admitir que era algo que abría interesantes posibilidades para su propio futuro.

Aunque las mujeres marchaban a la guerra junto con los hombres, de ellas se esperaba que abandonaran las armas en tiempos de paz y se dedicaran a otros intereses más apropiados para su sexo, como dirigir la casa o hallar formas de asesinar a los enemigos de su marido. Las notables excepciones a esta regla eran las sacerdotisas del templo y las corsarias de los barcos druchii de negro casco. La llamada del mar era algo sagrado para la mayoría de los druchii. Consideraban las negras aguas con reverencia y miedo a partes iguales, porque había sido el mar embravecido el que había ahogado su ancestral hogar de Nagarythe, en tiempos remotos, y por tanto, era el único nexo que los unía con las glorias del pasado. Dado que el océano se había apropiado de la legítima heredad de los druchii, éstos se apoderaban del mar y surcaban las olas para recoger los botines y la gloria que mantenían con vida a su pueblo. Aunque los druchii les exigían a sus mujeres que abandonaran las armas en los tiempos de odiosa paz, nunca les pedirían que renunciaran al mar.

A Malus no se le había ocurrido jamás que Bruglir tuviera una amante del mar. Sabía que muchos capitanes las tenían, pero siempre había dado por supuesto que Bruglir era tan devoto de Yasmir como ella de él. De modo súbito, su enredada telaraña de engaños adquiría una dimensión completamente diferente, y su mente trabajaba a toda velocidad para considerar las numerosas posibilidades que se abrían ante él.

El oficial pirata encabezaba la marcha y avanzaba con los pasos reacios de un condenado; Yasmir se erguía por encima de él como un nubarrón de tormenta. Malus los seguía de cerca, y Urial iba en la retaguardia. No había dejado de mirar fijamente a Yasmir desde que ella había degollado a la enloquecida esclava, y la expresión del rostro de Urial era del más arrebatado deseo. El espectáculo era patético y profundamente inquietante al mismo tiempo.

Ante la puerta de! capitán no había guardias; en el caso de alguien como Bruglir, no necesitar que lo protegieran de las dagas durante la noche constituía una demostración de poder. Al mirar la ensangrentada daga que Yasmir aún tenía en la mano, Malus se preguntó si esa política podría cambiar en un futuro muy próximo.

El oficial druchii se detuvo ante la puerta, donde cobró valor y se preparó para llamar, pero Yasmir posó una mano en un lado de la cabeza del marinero y lo apartó con una asombrosa demostración de fuerza física. Por un momento, Malus pensó que iba a darle una patada a la puerta de fino panel, pero hizo girar el tirador con elegante rapidez y se quedó de pie en la entrada como una de las extáticas Novias de Khaine, con los brazos abiertos y el ensangrentado cuchillo en alto.

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