Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Estaba perdido.
Ante él había una puerta de madera negra con un tirador de plata en forma de burlona cara de demonio. La abrió y al otro lado vio una sala hexagonal. Del centro de ésta partían cuatro escaleras que ascendían por el aire en cuatro direcciones diferentes.
«Lo mismo, es todo lo mismo, es todo lo mismo...», le resonó su propia voz dentro de la cabeza. Cerró la puerta.
Detrás de él se oyó un rugido. Entonces, sonaba más cerca que antes.
—¿Antes? ¿Cuándo?
El rugido volvió a resonar, ya mucho más cercano. Abrió la puerta de golpe y encontró una escalera que descendía hacia la oscuridad.
Se oyeron pasos, pesados pasos que golpeaban como los latidos de un corazón bestial: «Bum-bum, bum-bum, bum-bum...»
Corrió escaleras abajo para huir del sonido de los pasos.
La escalera describió un giro brusco, se enderezó y luego volvió a girar en el sentido contrario. Atravesó corriendo una arcada... y se encontró bajando por unos escalones colgados en el vacío que descendían hasta la sala hexagonal. Otras tres escaleras ascendían desde la habitación en tres direcciones diferentes.
En una de las paredes había una puerta de madera negra. Cuando llegaba al pie de la escalera, la puerta se estremeció bajo un potente golpe. Un rugido atronó al otro lado de la madera rajada.
Malus despertó con un grito y se sentó de golpe en medio de un enredo de sábanas, al mismo tiempo que manoteaba a oscuras en busca de la espada. Cuando su mano se cerró sobre la empuñadura del arma, que estaba apoyada junto al lecho, se dio cuenta de que había estado soñando y se dejó caer sobre el colchón con un tembloroso suspiro. La herida de la frente le latía al ritmo del acelerado corazón, y las costras del lado derecho de la cara le causaron escozor en la mejilla, que se tensó en una mueca de cansancio.
La pálida luz lunar, de color azul plateado, entraba oblicuamente por los cristales de la ventana del dormitorio. El cielo nocturno estaba claro de un modo antinatural, sin una sola nube. Malus no recordaba la última vez que había visto algo así; la nubosidad siempre era espesa en la Tierra Fría, en especial durante los últimos meses del invierno. Se preguntó si tendría algo que ver con el incendio de la noche anterior, o con la hechicería empleada para apagarlo. Todo parecía extraño, como alterado.
Con un gemido, Malus volvió a incorporarse y se levantó de la cama, tembloroso. Se movía con dificultad porque tenía agujetas en los músculos de la espalda, los hombros y las caderas, que le causaban dolor a cada paso. En verdad, se sentía mejor que cuando había entrado a tropezones en su torre, después de la entrevista con el drachau. Presa del delirio a causa de la fatiga y la pérdida de sangre, había deambulado por la fortaleza durante más de una hora antes de tropezar, finalmente, contra las negras puertas de roble de la base de su torre. Pensándolo bien, no recordaba cómo había entrado. Una imagen le vino a la mente: había caído hacia el interior cuando una de las puertas se había abierto; también había oído un grito de sorpresa de Silar, pero poco más.
Malus avanzó con paso tambaleante hasta la gran mesa circular que dominaba un rincón del dormitorio. Entre los desordenados montones de objetos había una bandeja con una botella y una copa. Junto a la bandeja descansaba
El tomo de Ak'zhaal
. El noble cogió la botella y le quitó el corcho con los clientes, para luego escupirlo hacia la esquina más cercana. Bebió un largo trago sin apenas saborearlo y abrió el libro al azar.
«... Piedra erigió sobre piedra, alzadas con brujería y demencia, para construir Eradorius una torre que superara el paso de los años...»
Se oyó un golpe suave en la puerta. Malus frunció el entrecejo, pensando otra vez en la espada que había junto al lecho. Se recordó que, al desaparecer Nagaira, la deuda de sangre con el templo había quedado sin efecto, y se obligó a relajarse.
—Adelante —dijo.
La puerta rechinó al abrirse —pocos nobles gustaban de los goznes engrasados en las estancias donde dormían—, y uno de sus guardias entró en el dormitorio. Pasó un momento antes de que Malus reconociera la cara con cicatrices de Hauclir. El antiguo capitán de la guardia de la ciudad tenía unos cuantos cortes más en la cara a causa de la reciente batalla, entre los que había una herida espectacular que corría en diagonal desde la frente, atravesaba la nariz y descendía hasta el mentón.
—¿Tienes por costumbre bloquear con la cara la espada del oponente, Hauclir? —dijo Malus a modo de saludo.
—Si la táctica es lo bastante buena para mi señor y dueño, también es lo bastante buena para mí —replicó Hauclir, inmutable—. Perdona la interrupción, mi señor, pero tu hermano Urial está aquí. Insiste en hablar de inmediato contigo, a pesar de lo indecente de la hora.
—¿Qué hora es?
—La hora del lobo, mi señor.
—Madre de la Noche —maldijo Malus, y bebió otro trago para darse fuerzas—. Ese hombre es realmente un monstruo. Tráeme un ropón y hazlo pasar.
Hauclir recorrió la habitación con una rápida mirada, se encaminó a los pies de la cama y recogió un ropón que yacía en ella, y que luego le lanzó a Malus. El noble dejó que la tela enrollada le rebotara en el pecho y cayera al suelo. Miró ostentosamente la prenda y después levantó los ojos con expresión jocosa hacia el nuevo guardia.
—Ése ya me lo he puesto.
—Excelente —replicó el antiguo capitán—. Entonces, seguro que te queda bien.
—Ya veo —respondió Malus—. Cualquier otra noche, haría colgar tu trasero de un gancho para carne, pero ahora mismo estoy demasiado cansado como para tomarme la molestia. Ve a buscar a mi hermano y tráelo aquí.
Hauclir hizo una reverencia.
—De inmediato, mi señor —replicó, y salió silenciosamente. Malus se deslizó el ropón por los hombros, con cuidado de no hacerse daño en los cortes y otras heridas que tenía en lo alto de la espalda y la parte posterior del brazo derecho. Apenas había acabado de cerrar el cinturón, cuando la puerta del dormitorio rechinó al abrirse, y Urial entró a paso lento, seguido por Hauclir. El guardia hizo un torpe intento de anunciar a Urial cuando ya había entrado; luego insinuó una reverencia más torpe aún y desapareció de la vista.
—Tienes los horarios de un murciélago, querido hermano —dijo Malus con un sorbo de vino aún en la boca. Le ofreció la botella a Urial, que la miró con desdén.
—El sueño es para los débiles, hermano —replicó Urial—. El Estado nunca descansa, ni tampoco lo hacen sus verdaderos servidores.
—Hace apenas un momento, yo estaba diciendo algo muy parecido —comentó el noble mientras dejaba cuidadosamente la botella sobre la bandeja—. ¿Qué haces aquí?
Urial miró a su hermano con el ceño fruncido, al mismo tiempo que sacaba un objeto del cinturón. Era una placa de metal oscuro enmarcada en hueso amarillento, de unos treinta centímetros de largo por diez de ancho.
A pesar de toda la fatiga que sentía y de las numerosas heridas menores, el corazón de Malus se saltó un latido al ver el poder de hierro del drachau.
—¿Qué haces con eso?
—De acuerdo con la ley y la costumbre, el drachau presenta el poder en el templo, y luego éste se lo entrega al agente elegido. Lo hacemos así para comprobar que la delegación de poder recae sobre la persona adecuada, y para actuar como garantía de su naturaleza temporal.
Urial sostenía la placa hacia adelante con expresión tensa. Inspiró profundamente y pronunció las palabras indicadas.
—Malus, hijo de Lurhan, el drachau Uthlan Tyr de Hag Graef desea que lleves a cabo una empresa extraordinaria al servicio del Estado, y deposita en ti toda la autoridad y poder similares a su cargo para que puedas cumplir la tarea que se te asigna con honor y diligencia. Te une a su persona con este poder de hierro. Llévalo ante ti y ningún druchii del territorio te cerrará el paso.
De repente, Malus se alegró de haber bebido el vino que lo calentaba por dentro y le calmaba los nervios. Sin preámbulo, cogió el poder de los rígidos dedos de Urial. Las láminas de hierro eran finas y sorprendentemente ligeras; giraban sobre diminutos goznes aceitados para dejar a la vista el pergamino escrito y los elaborados sellos que quedaban protegidos en el hueco del interior.
—Es más pequeño de lo que había imaginado. ¿Es verdad que si fracasas funden las placas de hierro y te las echan en la garganta?
—Ciertamente, espero que lo sea —murmuró Urial—. Si mis investigaciones son correctas, eres sólo el octavo noble de la historia de la ciudad que recibe uno. —Sacudió la cabeza, incrédulo—. Y lo obtuviste haciéndole chantaje al drachau, nada menos. La idea misma es espantosa.
—¿Mencionan tus investigaciones cómo lo consiguieron los otros? Supongo que habrá sido exactamente del mismo modo —replicó Malus, ausente, mientras inspeccionaba el pergamino con una creciente sensación de asombro. Dentro de los términos del documento, tenía, efectivamente, el poder del propio drachau.
—Como sea, esta autoridad no es extensiva al templo ni a sus agentes —comentó Urial con sutileza—. Dejemos claro esto desde el principio. Ahora, tal vez me explicarás cómo hará esto que Yasmir abandone su extravagante existencia para someterse a los sagrados lazos del templo.
Malus cerró las tapas del poder y evitó fruncir el ceño. Había esperado aplazar esta conversación durante algún tiempo.
—Muy bien —dijo con un suspiro—. Durante años, nuestra hermana ha vivido como una princesa de la perdida Nagarythe, y se ha valido de su belleza y artimañas para beber la sangre de todos los nobles emprendedores de los estamentos más altos de la corte. La rodean de riquezas e influencia que son desmedidas para su posición, cada uno con la esperanza de pedir su mano en matrimonio, pero ninguno de ellos tiene el valor para hacerlo. ¿Y por qué?
—Porque ella es el foco del afecto de nuestro hermano mayor —gruñó Urial al mismo tiempo que su mano sana se cerraba en un puño.
—En efecto, y Bruglir es un hombre muy poderoso, muy celoso y extraordinariamente asesino —continuó Malus—. Libra duelos sólo para comprobar el filo de sus espadas. Cualquier hombre que se le declare a Yasmir debe responder ante Bruglir, y hasta el momento nuestro padre no ha demostrado interés alguno en refrenarlo. —Le dirigió a Urial una mirada curiosa—. Siempre me he preguntado por qué nunca ha alzado su mano contra ti. No es que hayas hecho un secreto del deseo que ella te inspira.
La expresión de Urial se endureció.
—¿No resulta obvio? Porque sabe, sin duda alguna, que no soy una amenaza para él.
El antiguo acólito se volvió bruscamente y cogió la botella de la bandeja. En su rostro no se manifestó ninguna emoción mientras llenaba la copa con cuidado, pero la amargura de su voz era evidente.
En una ocasión, Yasmir me dijo que se había quejado de mí ante él, y que él se le había reído en la cara. Fue la primera y única vez que le respondió de modo semejante, o al menos eso afirma ella. La tuvo muy enfadada durante un tiempo.
—La cuestión, de todas formas, es que la piedra angular de la existencia de Yasmir es Bruglir. Sin él, ella se volverá... vulnerable.
Urial asintió, pensativo, mientras bebía un desconfiado sorbo de vino.
—Así que tú planeas matarlo.
—Es mejor decir que tengo intención de ponerlo en una posición que muy probablemente acabará con su vida —replicó Malus con cuidado—. No me atrevo a matarlo yo mismo. En primer lugar, no quiero arriesgarme a provocar la cólera de Yasmir si me descubren, y en segundo lugar, no estoy seguro de tener éxito si lo intento. —Malus sonrió—. No, tendrá una muerte gloriosa mientras expulsa a los skinriders de los mares del norte, y entonces Yasmir deberá decidir qué le conviene más.
—Un plan interesante —dijo Urial mientras hacía girar el vino dentro de la copa—. Pero ¿dónde encajo yo en él? Mencionaste que necesitabas un hechicero.
Malus asintió con la cabeza.
—Sí, en efecto. —Señaló
El tomo de Ak'zhaal
—. Si mis investigaciones son correctas, el islote de Morhaut está protegido por poderosos encantamientos. Necesitaré un hechicero de gran habilidad para pasar a través de ellos con el fin de que podamos llegar al islote.
Urial miró el libro con expresión interrogativa, como si reparara en él por primera vez.
—Nunca en la vida habría imaginado algo parecido.
—¿Qué? ¿Que yo necesitara tu ayuda?
—No, que fueras capaz de leer. —Urial avanzó un paso, dejó la copa y volvió delicadamente las páginas con la mano enguantada—. ¿Así que es cierto que tienes intención de luchar contra los skinriders?
Malus se encogió de hombros.
—Sólo hasta donde tenga que hacerlo. Lo que realmente busco se encuentra dentro de la torre del islote, un refugio construido por un brujo llamado Eradorius durante la Primera Guerra.
—¿La Primera Guerra? ¡Eso fue hace miles de años! ¿Qué te hace pensar que ese sitio aún existe?
El noble tardó un momento en responder.
—Llámalo intuición —dijo—. En los Desiertos vi cosas que eran aún más antiguas que la legendaria torre de Eradorius, por lo que sé que es posible, al menos.
Urial alzó la mirada del libro y sus ojos color latón se clavaron en los de Malus.
—¿Tiene esto algo que ver con el cráneo que te llevaste de mi torre?
Malus le sostuvo la mirada con firmeza.
—Fue Nagaira quien sugirió que te robáramos ese cráneo. Sospecho que era algo que estaba relacionado con los planes que ella tenía para el culto.
—Eso no responde a mi pregunta.
—Es la única respuesta que vas a obtener —replicó Malus sin más—. ¿Acaso importa mientras al final Yasmir sea tuya?
Urial miró una última vez las amarillentas páginas del libro, y luego lo cerró lenta y deliberadamente.
—No, supongo que no.
El noble, en secreto, suspiró, aliviado.
—Excelente. Ahora sólo resta que los tres nos preparemos para viajar hasta Ciar Karond dentro de las próximas semanas. Quiero estar allí en el momento en que Bruglir y su flota arriben para cargar provisiones. Con un poco de suerte, podré usar el poder para acelerar las cosas y partir hacia el norte en un mes.
—¿Los tres? —preguntó Urial.
—Necesitamos que Yasmir nos acompañe en el viaje —replicó Malus—. Aunque tenga un poder del drachau, ni tú ni yo somos muy apreciados por nuestro hermano, y nos encontraremos a centenares de leguas de la civilización y rodeados por el ejército de degolladores de Bruglir. Tengo intención de usar a Yasmir para mantenerlo controlado.