Tormenta de sangre (25 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Malus no quería pensar en las consecuencias de una colisión en medio de una violenta tormenta invernal.

—¿Cuándo os decidiréis a ir hacia la tormenta?

Uno de los vigías gritó, y luego un átono zumbido estremeció el aire una fracción de segundo antes de que una piedra oscura impactara contra la popa del
Saqueador
. Los marineros se lanzaron a cubierto cuando la piedra redonda destrozó una parte de la borda de popa, justo a la izquierda del lanzador de virotes de babor, y golpeó a uno de los operadores del arma. El indefenso marinero quedó literalmente hecho pedazos en medio de un charco de sangre y visceras, y la piedra rebotó en las tablas de teca de la cubierta y atravesó como una línea negra el castillo de popa para golpear al centinela apostado en lo alto de la escalerilla de estribor. Malus observó cómo la piedra destrozaba la armadura de acero del hombre y lanzaba su cuerpo muerto al aire para hacerlo volar por encima de la borda y precipitarlo hacia el abrazo del mar.

Malus se irguió cuando en ese instante se dio cuenta de que se había agachado por instinto al ver venir el primer impacto.

—¡Despejad la cubierta! —rugió Bruglir.

En ese preciso momento, los marineros ilesos saltaron a recoger a los compañeros heridos para llevarlos bajo cubierta a fin de que los atendiera el cirujano, y los artilleros del lanzador de virotes arrojaron al mar los trozos del compañero muerto, con una breve plegaria dirigida a los Dragones Marinos. El capitán se volvió a mirar al guardabanderas.

—Banderas arriba —ordenó—. Haz la señal para que la flota vire tres cuartas al noroeste. Si nos dispersamos, reunión en el Saco de Perlas.

El oficial repitió el mensaje y se encaminó hacia la borda para preparar las banderas rojas y negras.

—Virad tres cuartas a babor —ordenó Bruglir, cuya voz llegó con facilidad hasta los entrepuentes y los masteleros situados en lo alto—. ¡Largad juanetes y cangrejos! ¡Veremos cuánto valor tienen cuando el hielo cruja sobre sus cubiertas!

Malus observó cómo los corsarios soltaban trapo, y el barco, en respuesta, se lanzaba como un caballo de carreras hacia el agitado mar. Ante ellos, los otros barcos de la flota comenzaban a ejecutar el cambio de curso. Un movimiento que se produjo en la periferia de su campo visual le llamó la atención: Urial lo llamaba con un gesto de la cabeza.

—Quédate aquí —le dijo Malus a Hauclir, y atravesó la cubierta, que se inclinaba al virar la nave corsaria.

Urial, según advirtió, parecía haberse acostumbrado por fin a los movimientos del mar, ya que inconscientemente su cuerpo seguía los cambios de plano de la cubierta de madera.

—¿Qué sucede? —preguntó Urial al acercarse Malus. En el pálido semblante del antiguo acólito, se apreciaba una tensión sutil. ¿Era porque preveía la batalla, o por alguna otra cosa?

—Viramos hacia la tormenta de ahí —dijo Malus—. Bruglir tiene la esperanza de que escaparemos de los bretonianos cuando entremos en ella.

Urial frunció el ceño.

—¿El famoso capitán del mar no presentará batalla?

—Considera las cosas a largo plazo —replicó el noble—. Habrá abundancia de batallas importantes en el sitio al que nos dirigimos, y debe conservar las fuerzas. En su lugar, yo haría lo mismo.

—Pero ¿y si los bretonianos nos encuentran en la tormenta?

—Entonces, habrá batalla, en efecto —dijo Malus—, desde cerca y brutal. Sin duda, morirán hombres.

Los ojos de Urial brillaron ante la perspectiva.

—Vaya —dijo con anhelo—. Incluso un gran capitán del mar podría encontrarse con un cuchillo clavado en un costado por alguien desconocido si el atacante fuese lo bastante temerario.

Los ojos de Malus se abrieron más, y se inclinó hacia Urial para hablarle con un ronco susurro.

—Pero éste no es momento para los cuchillos de los asesinos. Necesitamos a Bruglir para que comande la flota. Si muere, los capitanes mirarán por sí mismos, y lucharán por el control de la flota o pondrán proa a casa. No puedo permitir que suceda eso; todavía no.

Una mueca contorsionó el rostro de Urial.

—Siempre y cuando recuerdes el juramento que hiciste, Malus —siseó—, cuenta con mi apoyo. Pero mi paciencia tiene límites.

—Por supuesto, hermano —replicó Malus con voz tensa porque intentaba ocultar la irritación—. Dime, ¿has visto a nuestra hermana desde que sonó el cuerno?

—No. Permanece bajo cubierta, creo —replicó Urial—. Estoy un poco decepcionado. Esperaba que la perspectiva de una batalla la hiciera salir del camarote.

«O podría estar en los entrepuentes, agazapada entre los tripulantes y en espera de una oportunidad para acercarse a Tanithra», pensó Malus. No sabía muy bien cómo iba a reaccionar Bruglir si la primera oficial acababa con un cuchillo clavado en la espalda. ¿Se vengaría de Yasmir? No había forma de saberlo. Por un momento, Malus pensó en enviar a Hauclir a la proa para mantener vigilada a Tanithra, pero casi de inmediato descartó la idea. ¿Qué podía hacer el guardia? ¿Interponerse entre la primera oficial y una asesina dama noble? ¿Qué conseguiría con eso, además de su propia muerte?

El viento barrió la cubierta con más fuerza, azotó la capucha de Malus y le lanzó a la cara una nube de cristales de hielo. El cielo se oscureció cuando el
Saqueador
atravesó la línea de la tormenta invernal y se adentró en ella. Al cabo de poco, resultaría difícil ver a más de unos pasos en cualquier dirección, y el peligro podría caer sobre ellos sin previo aviso, desde cualquier parte.

«Incluso desde dentro del propio barco», pensó Malus mientras observaba a los tripulantes. Cuando la tormenta se les echó encima, recordó un antiguo proverbio: «Cuando cae la noche, salen los cuchillos.»

La tormenta los azotaba como una tremenda serpiente, golpeaba el casco, los mástiles y las velas con invisibles latigazos de violento viento helado, y siseaba al atravesar la cubierta y los aparejos en medio de un chaparrón de hielo pulverizado y lluvia gélida. Las tablas de teca y las gruesas cuerdas de cáñamo quedaron cubiertas por una fina capa de hielo en poco tiempo, cosa que hacía que cada paso fuese traicionero y potencialmente fatal, ya que el
Saqueador
se balanceaba e inclinaba sobremanera a causa de la furia de la tempestad.

Había pasado casi una hora y media desde que los barcos habían desaparecido en la niebla gris. Los tripulantes de la cubierta se apiñaban a lo largo de la borda y miraban hacia la indistinta negrura en busca de formas oscuras que pudieran ser otro barco. En una tormenta semejante, no había barcos amigos; una colisión con otra nave corsaria sería tan mortal como una con un barco bretoniano, e igualmente súbita.

Malus se estremecía bajo el peso de la gruesa capa. A pesar de que eran varias las telas que lo protegían, el viento helado había logrado llegarle hasta la piel y empaparlo hasta los huesos en pocos minutos. El hielo le ribeteaba la capucha y crujía sobre sus hombros. Él se aferraba a la borda de estribor, no lejos de Urial, y miraba hacia la niebla como todos los demás. El noble sólo podía diferenciar el cielo del mar mediante sutiles matices de gris. Todos estaban tensos, muchos pasaban los dedos nerviosamente por la empuñadura de la espada, y temían que apareciera una forma oscura ante ellos.

Rechinando los dientes, Malus apartó los ojos de la oscuridad gris para recorrer a la tripulación con la mirada. Bruglir continuaba de pie junto al timón, tieso como una vara ante el viento. El hielo blanco cubría la parte frontal de su capa y las puntas de sus botas, pero a pesar de todo eso parecía imperturbable ante la aullante furia del viento. El timonel aferraba con fuerza el timón e intentaba emular el ejemplo del capitán. Urial estaba con sus guardias a pocos pasos de distancia, en la borda de estribor, parcialmente protegido del gélido viento por los altos cuerpos ataviados con ropones de sus guerreros.

Hauclir se encontraba junto a Malus y se sujetaba a la borda con una mano. El antiguo capitán de la guardia tenía la capucha echada atrás y, con la cabeza desnuda, mantenía la mirada fija en la tormenta. Malus se inclinó hacia él.

—¿Quieres perder la nariz y las orejas a causa de la congelación, estúpido?

El guardia negó con la cabeza.

—He sufrido congelación más veces de las que puedo contar, mi señor. Un poco del ungüento de raíz negra de mi madre, y la piel me queda como nueva. No, lo que ocurre es que no puedo soportar no ver todo el entorno en una situación como ésta. —Encogió los hombros—. Tengo el pelo de la nuca completamente de punta, como si ahí fuera hubiese alguien apuntándome con una ballesta. ¿Durante cuánto tiempo vamos a permanecer dentro de la tormenta?

Malus se encogió de hombros.

—Hasta que el capitán esté convencido de que nos hemos escabullido del enemigo. Dentro de poco oscurecerá, así que supongo que entonces intentará poner proa a aguas más calmas. —«Aunque no tengo ni idea de cómo lo logrará», pensó—. Ya hemos superado la peor parte —continuó, más para tranquilizarse a sí mismo que a Hauclir—. Es probable que cada momento nos aleje más de los bretonianos...

Justo en ese momento, a estribor, un estruendo resonó a lo lejos por encima del aullido del viento, y el ruido de madera que se partía se prolongó un tiempo.

—¡Una colisión! —gritó uno de los marineros mientras señalaba hacia la niebla sin necesidad—. ¡Algo ha chocado con el
Cuchillo Ensangrentado
.

—O dos gordos barcos bretonianos se han dado un beso en el casco, en medio de la niebla —sugirió otro marinero sin mucha convicción.

—¡Silencio en la borda! —ordenó Bruglir con un siseo como el de una espada al raspar contra otra.

Los hombres guardaron silencio. Malus se volvió a mirar a su hermano mayor... y vio la grandiosa forma oscura que se materializaba en la penumbra, al otro lado del barco, lanzada como un rayo hacia la desprevenida nave corsaria.

Todos los hombres de la borda de babor parecieron gritar al mismo tiempo, y Bruglir saltó a la acción sin pensárselo.

—¡Todo a estribor! —le rugió al timonel al mismo tiempo que también cogía la rueda y la hacía girar con toda su alma.

La nave comenzó a virar, pero lentamente, demasiado lentamente. Malus observó cómo los hombres se apartaban en masa de la borda de babor, como una bandada de negros pájaros espantados que abandonaran una rama.

—¡Sujetaos! —gritó a la vez que tendía una mano hacia la borda.

Entonces, el
Saqueador
corcoveó como un caballo picado por una avispa cuando el buque bretoniano chocó de lado con él.

Al encontrarse ambos barcos, la madera se rajó y partió en un largo y desgarrador estruendo, y la cubierta del
Saqueador
se inclinó cada vez más hacia el agitado mar al ser empujada por el buque, más pesado, de los humanos. Los marineros ataviados de negro se aferraban con desesperación a los aparejos cubiertos de hielo, mientras las perchas de los tres mástiles descendían cada vez más hacia el voraz mar. Malus se sujetaba a la borda de estribor con ambas manos, y sentía que se le removían las entrañas porque parecía que el barco se iría de lado y voltearía. Entonces, en el último momento, el
Saqueador
llegó al fondo del seno de una ola y comenzó a subir por la siguiente, y el casco volvió a descender por babor y golpeó el flanco de la nave de los humanos.

El cambio de rumbo que en el último minuto había ejecutado Bruglir los había salvado. En lugar de recibir el impacto de la proa de la nave bretoniana en medio del casco, la corsaria se había desviado, y el buque sólo le había raspado el casco a lo largo. No obstante, los dos barcos estaban entonces pegados, con las perchas de cada uno enredadas en los aparejos del otro, y Malus observó que los humanos se recobraban del impacto con rapidez y lanzaban cabos de abordaje por encima de la borda de la nave druchii. Los bretonianos ya corrían hacia ellos, con hachas y podaderas en las manos, y se preparaban para trabarse en combate con su presa.


¡Saanishar!
—rugió Bruglir en medio del aullante viento, al mismo tiempo que blandía la espada en el aire—. ¡Que todos repelan a los enemigos!

El buque bretoniano tenía la manga más ancha pero el casco más bajo, así que la cubierta del castillo de popa de la nave corsaria se alzaba por encima de la cubierta principal del enemigo. Los marineros regresaron a toda prisa a la borda de babor y se pusieron a asestar tajos a los cabos de abordaje con hachas de mango corto, pero una ola de enemigos pasó por encima de la borda de la cubierta principal, situada más abajo, y se trabaron en combate con los aturdidos marineros druchii. Arriba, en los aparejos, los masteleros cortaban el cordaje del barco enemigo e intercambiaban disparos de ballesta con los bretonianos, que se esforzaban por mantener unidas ambas embarcaciones.

Malus desenvainó la espada y flexionó los entumecidos dedos que aferraban la empuñadura envuelta en cuero en un intento de recuperar algo de sensibilidad. Se volvió hacia Urial y los marineros que lo rodeaban.

—¡Bajemos a la cubierta principal! ¡Mantened a los humanos alejados de la escalerilla del castillo de popa, y obligadlos a regresar a su buque!

Urial entendió de inmediato lo que Malus decía. Alzó en alto el hacha rúnica, cuyos agudos filos crepitaron, rodeados por un nimbo de energía roja.

—¡Sangre y gloria! —gritó, y echó atrás la cabeza para aullarle a la tormenta.

Fue como si la descarga eléctrica de un rayo pusiera a los corsarios en movimiento. Recogieron el grito de Urial y corrieron hacia la escalerilla, con las armas en alto. Malus se abrió paso entre la masa de hombres, pues sabía que cada minuto que pasaba significaba que otra docena de enemigos subiría a bordo del
Saqueador
.

La ola de hombres lanzada hacia la escalerilla creó un atasco en lo alto. Malus golpeaba las espaldas de los hombres con el plano de la espada, pero no podían avanzar más ni ir más aprisa. Gruñendo, se abrió paso hasta la borda que dominaba la cubierta principal, y vio que los humanos habían penetrado en ancha cuña y casi habían aislado el castillo de popa del castillo de proa. Había enemigos que luchaban en la base de las dos escalerillas del castillo de popa e impedían que los refuerzos llegaran hasta los grupos de corsarios que se encontraban rodeados en la cubierta de abajo.

Hauclir se detuvo en seco y miró por encima de un hombro de Malus.

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