Tormenta de sangre (7 page)

Read Tormenta de sangre Online

Authors: Mike Lee Dan Abnett

Casi cuatro decenas de druchii —varios de ellos guardias de la propia Nagaira—, y un número de esclavos más de diez veces superior, habían perecido a causa de un desaire imaginario. La relación de Malus con su media hermana nunca había sido más que una serie de breves aventuras, a menudo violentas, así que le resultaba muy difícil entender por qué se había sentido tan afrentada. Y no era que una noble necesitara jamás una razón de peso para entrar en un despreciable juego de venganza. Las mujeres druchii eran ampliamente consideradas como el más mortífero de los sexos cuando se trataba de prolongadas guerras de rencor. Al disponer de menos opciones para ejercitar su deseo de violencia, tenían tiempo de sobra para meditar elaboradas intrigas sanguinarias.

Al sexto día, la rutina cambió. Lo despertaron los salmodiados gritos del ritual matutino, y luego del ritual vespertino. Para entonces, sólo una fina capa de tela envolvía su cuerpo, la cual estaba acartonada por fluidos corporales secos y ungüentos curativos. Sus ojos reaccionaban bien al cambiante resplandor de las luces brujas, y podía distinguir las figuras que rodeaban el féretro sobre el que yacía. Todos los acólitos vestían ropones de varias capas de lana negra, con abundancia de símbolos pintados; la escritura era angulosa y puntiaguda. Llevaban la cabeza cubierta por voluminosas capuchas que ocultaban los rostros en la oscuridad. El noble no tenía duda alguna de que se debía a algo más que mera afectación; cualquiera de ellos que fuese sorprendido por uno de los agentes del Rey Brujo practicando la brujería no vería condenadas sólo su posición y propiedades, sino también su mismísima alma.

Cuando llegó el momento del ritual de la salida de la luna, Malus observó que cinco acólitos entraban en la habitación y rodeaban el féretro formando un círculo perfecto. El noble sintió que el demonio se removía, expectante, cuando los acólitos levantaron los brazos y comenzaron la salmodia. Era algún tipo de invocación; Malus ya había oído muchas veces la forma general del ritual. La salmodia continuó durante cierto tiempo, más de lo que Malus había esperado. Entonces, al llegar a su punto culminante, apareció a la vista otra figura.

Era una esclava elfa, ataviada sólo con un vestido de algodón fino. Su dorado cabello había sido cuidadosamente lavado y recogido hacia atrás para dejar a la vista un grácil cuello de cisne. Una tiara de acero brillaba mortecinamente en su frente, y en el rostro perfecto había una expresión fija, entre el éxtasis y el horror. Detrás de la esclava apareció Nagaira, que avanzaba en silencio, ataviada con pesados ropones y un peto de piel humana curtida, decorado con piedras preciosas. Los zafiros reflejaban la luz y trazaban dibujos en espiral que atraían los ojos de Malus. A diferencia de sus acólitos, Nagaira llevaba el rostro descubierto, tenía los ojos brillantes y la cabeza alta.

La salmodia de los acólitos cambió a una lenta respiración susurrante, como el sonido del mar o el rumor de la sangre dentro de las arterias y las venas. Avanzando como si estuviera en trance, la esclava subió al féretro, y lenta, ligeramente, se situó sobre él. Pesaba poco más que una vara de sauce, y las acartonadas sábanas crujieron suavemente como hielo quebradizo cuando montó sobre el cuerpo del noble. Los ojos de Malus se entrecerraron con admiración..., y entonces la esclava alzó una daga en forma de hoz que llevaba en una mano. Los ojos de la elfa se salieron de las órbitas mientras observaba con horror cómo su propia mano se movía lenta y deliberadamente y pasaba el afilado borde interior de la hoja por su propio cuello.

Grandes gotas de sangre caliente cayeron sobre la sábana como lluvia, derramándose como constelaciones ante los ojos del noble. Primero lentamente, luego con mayor rapidez, la lluvia roja empapó la tela y ésta se adhirió como si fuera una membrana a la piel de Malus. La tela empapada se encogió contra la piel de su rostro y se tensó sobre la boca y la nariz. Las fosas nasales se le llenaron con el amargo sabor de la sangre, y comenzó a debatirse, obligando a los brazos a moverse y retirar la tela pegajosa. El tejido resistió un segundo, pero luego se desgarró como gasa y se despegó de su cuerpo. Se oyó un último susurro gorgoteante, la esclava cayó del féretro y la daga repiqueteó sobre las losas de piedra. Con un gemido de dolor, Malus se incorporó; regueros de sangre fresca recorrían la cara y el pecho desnudos.

—Álzate, terrorífico wyrm —dijo Nagaira, cuyos ojos destellaban lascivamente. Todos los acólitos cayeron de rodillas a un tiempo y se pusieron a gritar en su lengua arcana—. Desplega las alas y sacia la sed con la sangre de los inocentes.

Él noble se encontró en una pequeña sala de forma hexagonal. Dentro de un racimo de lámparas relumbraba luz bruja justo encima de él, y las paredes de mármol negro de la estancia tenían talladas centenares de runas arcanas recubiertas con polvo de plata que las hacía brillar en un tono verde pálido. El suelo que rodeaba el féretro tenía igualmente tallados intrincados dibujos de líneas y círculos, cuyos destellantes contornos quedaban ocultos por charcos de sangre. Malus se limpió la cara con el dorso de una mano para retirar los fluidos vitales de la elfa.

—Si había magia en tu sacrificio, dulce hermana, lamento que no haya logrado tocarme.

La bruja druchii rió.

—Su muerte no tuvo nada que ver con el ritual, que concluyó al caer la noche. Pero han sido casi dos semanas de afanes sobre tu destrozado cuerpecillo, y yo necesitaba derramar un poco de sangre. —Se inclinó hacia adelante y tocó con un pálido dedo una de las gotas rojas que manchaban el féretro, para luego llevárselo a la lengua—. Era doncella, ¿sabes? Una princesa, supuestamente, de Tor Yvresse. No tienes ni idea de lo mucho que ha costado.

Tz'arkan se retorció debajo de las costillas del noble.

—¡Vaya si es buena! ¡Ojalá hubiese ido ella al norte, y no tú, pequeño Darkblade. ¡Qué sabroso premio habría sido!

Malus le hizo poco caso al demonio.

—¿Dos semanas? Calculaba que hacía sólo seis días que estaba aquí.

Nagaira negó con la cabeza.

—Estuviste al borde de la muerte durante muchos días, dulce hermano. Confieso que hubo momentos en los que no estuve segura de que ni siquiera mi destreza pudiera traerte de vuelta. Pero eso ya pertenece al pasado.

Una sonrisa lobuna danzó en su rostro cuando rodeó el féretro. Nagaira era la más baja de los seis hijos de Lurhan, apenas llegaba a la altura de los ojos de Malus. Tenía un cuerpo más blando y curvilíneo que el del resto de los delgados vástagos del vaulkhar, pero su rostro era en todo el mismo que el del temible padre, con nariz afilada y una mirada negra que podía cortar como un cuchillo cuando ella quería. Avanzó hasta Malus y cogió los restos de la sábana manchada de sangre con sus fuertes manos. La tela se rasgó con facilidad cuando ella la arrojó con indiferencia a un lado.

—Me he tomado grandes molestias para restablecer tu vitalidad, hermano —dijo—. Estoy deseando ver los resultados de mi experta obra. —La bruja se puso de puntillas y le dio un leve beso en los labios—. Frío como siempre —declaró con una ancha sonrisa—. Y con sabor a campo de batalla.

Nagaira chasqueó los dedos y un esclavo salió de las sombras cercanas a una de las paredes de la sala. El humano sujetaba con ambas manos una copa brillante, llena hasta el borde, y se la ofreció a Malus. La copa tenía un pie de plata en forma de cola de nauglir. El cráneo que contenía el oscuro vino había sido recientemente hervido y aún retenía el lustre de aceite fino. Le habían aserrado limpiamente la parte superior para dejar un borde redondeado por el que beber; era, claramente, una obra de artesanía superior.

—¿Qué es esto? —preguntó Malus.

—Un regalo que te hago para darte la bienvenida a casa. Bebes en el cráneo de un acólito del templo que intentó matarte mientras estabas convaleciente aquí. Fue tan estúpido que pensó que el sigilo y el acero plateado bastarían para moverse por mi casa.

—Reza para que no tuviera compañeros como los que me derribaron en el barrio de los Esclavistas. Si llevan al templo la noticia de tu práctica de la brujería, tendrás que enfrentarte con la cólera del Rey Brujo.

Nagaira se encogió de hombros.

—Si no vino aquí solo, sus compañeros permanecieron fuera de las protecciones de mi torre. Si las hubiesen atravesado, yo o mis compañeros —señaló a las figuras ataviadas con ropones— lo habríamos sabido.

Malus bebió abundante vino. Era espeso y dulce, adecuado para la mesa de un comerciante. El noble hizo una mueca. Nagaira tenía muchos poderes terribles a sus órdenes, pero su gusto continuaba siendo pésimo en lo relativo al vino.

—Parece que has hecho grandes gastos por mí —dijo él, al fin—. Una generosidad semejante es asombrosa... si se considera que nos enviaste a mí y a seis de tus propios hombres a morir en el remoto norte.

La sonrisa de Nagaira se volvió fría, y a sus ojos afloró una expresión calculadora.

—Dejadnos solos —ordenó en un tono de gélida autoridad.

Los acólitos se pusieron de pie y se deslizaron en silencio fuera de la habitación, seguidos por el esclavo.

—¿Así que ahora tienes acólitos, hermana? —comentó Malus con una ceja alzada—. ¿Cuándo abandonaste la pose de erudita y te consideraste una bruja de hecho y derecho? Nuestro padre ha estado haciendo la vista gorda con tus estudios durante demasiado tiempo, y eso te ha vuelto temeraria.

—Esos lisonjeros estudiantes pertenecen a algunas de las más poderosas casas de Hag Graef —fue la simple respuesta de ella—. No te preocupes por Lurhan, ni siquiera por el drachau... Mi influencia en esta ciudad es mucho más grande de lo que tú sabes. Hay muchos más que estos cinco, dulce hermano, y todos se consagran a su devoción en secreto. De hecho, haberlos convocado aquí para que colaboraran en estos rituales constituye un honor mucho más grande del que imaginas.

El noble gruñó desde lo más profundo.

—Un honor que, sin duda, tiene un precio elevado.

Tz'arkan rió entre dientes, y una resonancia aceitosa repercutió dentro del pecho del noble.

—Estás aprendiendo, Malus. Es buena cosa.

—Pienso en ello como una inversión, hermana. Tú y yo tenemos asuntos pendientes.

—¿Ah, sí? ¿Y qué asuntos podrían ser?

Nagaira rió, aunque la risa contenía poca alegría.

—No seas estúpido. Acordamos que compartiríamos lo que trajeras de los Desiertos. Ahora has regresado y sé que no lo has hecho con las manos vacías, porque mis agentes han encontrado a tu gélido bien atendido debajo de La Casa de Latón. La gran bestia hace guardia sobre una fortuna de monedas y gemas, pero esas cosas me importan muy poco. ¿Qué más encontraste en el templo oculto?

Malus la miró a los ojos, cuyas profundidades intentó sondear. ¿Hablaba en serio? ¿Acaso en sus planes había habido algo más que simple venganza? «De ser así, me puso sobre la pista del templo porque ya tenía una idea de lo que había en él», pensó Malus. Pero ¿cuánto sabía y cuánto, simplemente, sospechaba? No obstante, no había secretos que aguardaran a ser leídos en los negros ojos de la bruja; era como intentar sondear las profundidades de la mismísima Oscuridad Exterior.

—Encontré un demonio —dijo simplemente. Los ojos de Nagaira se abrieron más.

—¡Tz'arkan! —jadeó.

Malus sintió que el demonio ascendía en su interior y presionaba contra su pecho al oír que lo nombraban. Los dedos del noble se curvaron en forma de garras. Le estaba costando respirar.

—Así que... lo sabías... desde el principio —dijo entrecortadamente. Se preguntó si su hermana comprendía lo cerca que estaba de morir en ese mismo momento.

—Lo... sospechaba —replicó ella al mismo tiempo que se humedecía los labios. De repente, el aplomo la había abandonado—. Después de mirar con detenimiento el cráneo que había en la torre de Urial, pude centrar las investigaciones mientras tú estabas ausente. ¡Hay numerosas referencias al demonio en mi biblioteca, pero apenas me atrevía a esperar que hubiésemos descubierto su mismísima prisión! —De repente, se quedó inmóvil y estudió con atención la cara de Malus—. ¿Viste al gran príncipe? ¿Te habló?

Malus vaciló. En su interior, el demonio guardaba silencio.

—Vi la prisión en la que reside. Es un gran cristal, más alto que dos hombres y más ancho que el tronco de un roble viejo. Mi espada no hizo mella en él, por muy fuerte que lo golpeé.

—No, por supuesto que no —replicó Nagaira mientras una expresión remota afloraba a su rostro. De pronto, era una vez más la erudita de lo arcano—. El tomo de
AVkhasur
dice que el gran príncipe fue encerrado en un diamante negro en bruto nacido de la energía pura del propio Caos. Hay brujos que derramarían la sangre de naciones enteras sólo para poseer un fragmento de esa piedra, mucho más el grandioso poder que tiene encerrado dentro. Ninguna otra cosa podría contener al Bebedor de Mundos.

Tz'arkan se hinchó y, de pronto, Malus sintió que el corazón comenzaba a latirle de modo espasmódico. Se apoyó contra el féretro para no caer, con los dientes apretados.

—Lista, druchii lista. Hace mucho tiempo que no oigo ese nombre. ¡Ah, qué buena es! ¡Cómo me encantaría poseerla!

—Adelante..., sin... cumplidos —jadeó Malus. Nagaira malinterpretó la frase.

—La piedra es invaluable, muy cierto, pero no es nada comparada con el poder que tiene dentro. ¿Te bendijo el gran príncipe con su favor? ¿Qué te dijo?

—Que desea quedar en libertad —replicó Malus—. ¿Qué otra cosa podía haberme dicho?

La bruja se inclinó más hacia él.

—¿Te dijo cómo?

De repente, el demonio se retiró y se encogió dentro del pecho del noble para enroscarse apretadamente en torno al corazón.

—Responde con cuidado, Malus —le advirtió el demonio—. Responde con mucho cuidado, de verdad.

—Hay un cierto número de objetos que el demonio quiere que encuentre —replicó, cauteloso—. Unidos, abrirán su prisión y lo devolverán al mar de las almas.

Nagaira bufó.

—¿Devolverlo? Di, más bien, dejarlo suelto sobre la faz de la creación —dijo—. Nada le gustaría más al Bebedor de Mundos. Dime, ¿qué objetos son ésos?

El noble sonrió.

—¡Ah, dulce hermana!, ¿es que no te he dado ya lo bastante?

—Yo te arrebaté de las garras de la muerte, hermano —le advirtió Nagaira—. Según lo veo yo, el balance de la deuda aún está a mi favor.

Malus alzó las manos.

Other books

The Max Brand Megapack by Max Brand, Frederick Faust
Meagan by Shona Husk
Once by Anna Carey
The Perfect Concubine by Michelle Styles
The Lion by D Camille
The Fallout by Tamar Cohen
Take a Chance on Me by Debbie Flint