Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
A regañadientes, Malus cogió la mano del hombre y dejó que tirara de ella para ayudarlo a ponerse de pie. A causa de la extenuante actividad de la noche, las piernas le temblaron, hasta que las detuvo mediante la fuerza de voluntad, y luego hizo un gesto con una mano para indicarles a los suplicantes que abrieran la marcha.
Atravesaron un mar de cuerpos agotados, algunos vivos, otros muertos. Decenas de esclavos apilados en retorcidos montones sembraban el suelo de la caverna; el espectáculo era tan espeluznante como el de cualquier campo de batalla que hubiese visto Malus. Sus pies descalzos pisaban charcos de sangre que se coagulaba y vino pegajoso. La fiesta había tocado a su fin, y entonces los esclavos de Nagaira se movían entre el desastre que había quedado, inspeccionaban los cuerpos y remataban a los que habían sobrevivido físicamente, pero cuyo espíritu había sido destrozado por los rapaces suplicantes. Mientras Malus observaba, un esclavo hizo rodar a una catatónica víctima hasta dejarla de espaldas, para luego estrangularla con un cordón de seda. La criatura no hizo intento alguno de resistencia.
Una vez que hubieron pasado ante la alta escalera de caracol, el grupo se encaminó hacia el otro extremo de la estancia y atravesó una arcada hasta un espacio adyacente. Las paredes eran de piedra desnuda toscamente tallada, más parecidas a las de una cueva que a las de una habitación acabada, y de pronto, Malus se dio cuenta de que muy probablemente se encontraban en una zona sellada de las madrigueras, el serpenteante laberinto de túneles y cavernas excavados en la roca que había debajo de Hag Graef. Ociosamente, se preguntó si los esclavos de Nagaira se molestarían en transportar los cadáveres hasta la superficie, o si se limitarían a abrir un pasadizo secreto que conectaba la cámara con el resto de los túneles para dejar que los depredadores salvajes que merodeaban por ellos entraran y comieran hasta hartarse.
El espacio era pequeño en comparación con la cámara de fiestas; había tal vez quince pasos en la parte más amplia. En torno al perímetro de la sala, colgaban de unas cadenas los cuerpos de una docena de esclavos, cuyos fluidos vitales se mezclaban en el suelo de basta piedra. En el centro de la sala se encontraba sentado el druchii que llevaba el cráneo de macho cabrío, y que lo había ungido al pie de la escalera de caracol. El hierofante estaba reclinado en un trono de cuerpos vivos; esclavos desnudos se habían contorsionado y sujetado unos a otros para formar el asiento, los laterales y el respaldo necesarios para sostener al druchii reclinado. Los esclavos habían sido paralizados con alguna clase de veneno para dejarlos trabados, y sobre el trono del hierofante flotaba una palpable sensación de dolor. De dos pequeños braseros colocados a ambos lados del trono viviente, ascendía hasta el bajo techo un acre humo verde pálido que hizo que a Malus le escocieran las fosas nasales.
Las afiladas uñas lacadas del hierofante trazaron finos rastros sobre la pálida piel de los reposabrazos. Los ojos brillaban con dureza dentro de las oscuras cuencas del cráneo del macho cabrío, y contemplaron a Malus con una expresión feroz y desafiante cuando se aproximó. Nagaira se encontraba a un lado del trono; su rostro era inescrutable.
—Tus apetitos son prodigiosos, gran príncipe —dijo una voz ronca desde el interior del cráneo.
El hueso provocaba ecos extraños que distorsionaban las palabras del hierofante. No obstante, Malus se esforzó por mantener una expresión neutral. Había oído antes esa voz en alguna parte...
—Cuando se le da comida a un hombre, come. —Malus se inclinó profundamente ante el jefe del culto—. Con un festín tan grandioso y maravilloso ante mí, ¿cómo podía no deleitarme con él?
Los suplicantes se miraron unos a otros y asintieron con gesto aprobador, pero el hierofante no pareció conmovido. Se inclinó hacia adelante en el trono, mientras entrelazaba nerviosamente los largos dedos.
—Se dice que has vuelto hace muy poco del norte.
—Es verdad, hierofante.
—También me han dicho que allí descubriste algo de gran interés para nosotros. ¿Es así?
«¿De interés para quién? —se preguntó Malus—. ¿Y por qué?» Se le ocurrían varias razones por las que un culto de Slaanesh podía interesarse por un demonio cautivo (los favores y la protección por sí mismos les conferirían gran poder), pero el noble percibía que había algo más. «El hierofante es cauteloso, desconfiado», razonó Malus. Pero si Nagaira lo había dirigido hacia los Desiertos con el propósito expreso de que encontrara a Tz'arkan, ¿significaba que había actuado sin el conocimiento del hierofante? ¿Estaba llevando a cabo un juego de poder dentro del culto?
Malus mantuvo una expresión cuidadosamente neutral.
—Encontré un grandioso templo en los Desiertos del Caos, oculto en un valle situado al pie de la fisura de una montaña.
—Tenemos conocimiento del lugar —dijo el hierofante con sequedad—.
El tomo de Ak'zhaal
habla de él y del sagrado poder aprisionado en su interior. Pero el templo está protegido por las más poderosas barreras, por la mismísima disformidad...
—Lo estaba —replicó Malus.
Los suplicantes inclinaron la cabeza y murmuraron, emocionados, entre sí. El hierofante los silenció con un dedo alzado.
—¿Qué me decís de los sacerdotes del interior?
—Muertos hace mucho, hierofante.
—¿Y cogiste la barca para atravesar el mar de veneno y llegar al sanctasanctórum del demonio?
—No, subí por una escalera de rocas flotantes que había por encima de un mar de fuego —replicó Malus, que dejó que su irritación se hiciera visible—. Estoy seguro de que el libro también habla de eso.
El hierofante volvió a reclinarse y se dio golpecitos en el óseo hocico del cráneo de macho cabrío con una uña manchada de sangre.
—En efecto. ¿Así que estuviste ante el gran cristal y contemplaste el poder de su interior?
Malus asintió con la cabeza.
—En su momento, sí —replicó lentamente.
—Y el Bebedor de Mundos te perdonó la vida. ¿Por qué?
El noble sonrió.
—Tendrás que ir tú mismo a preguntárselo. Puedo dibujarte un mapa, si quieres.
Malus sintió que los suplicantes se ponían rígidos a causa de la conmoción. Durante un momento, el hierofante permaneció completamente inmóvil, incluso sus manos de largas uñas se detuvieron en medio de un gesto, una floritura de puntas manchadas de sangre. Una breve sonrisa pasó por los labios de Nagaira.
«¿Era esto lo que estabas deseando? —pensó Malus—. ¿Me atrajiste a esta red sólo para que cruzara espadas con este sumo sacerdote?»
—Se me ha informado de que necesitas nuestra ayuda, gran príncipe —replicó el hierofante con acritud—. Estás buscando ciertas reliquias para el demonio, objetos arcanos perdidos en las nieblas del tiempo. Un gran erudito que tenga acceso a una biblioteca excepcional podría hallar referencias a esos artefactos perdidos, si se le da tiempo. Sin embargo, no tengo la impresión de que seas un lector muy asiduo.
Malus le lanzó una mirada de soslayo a Nagaira.
—Perdona, hierofante. Estás mejor informado de lo que pensaba. No me había dado cuenta de que me estabas ofreciendo ayuda. Lo que he oído hace unos momentos me pareció más un interrogatorio que una reunión entre aliados.
El noble percibió la fría sonrisa en la voz del hierofante.
—Eso es porque no somos aliados, gran príncipe. Al menos, no todavía. Los ungidos de Slaanesh somos todos uno y actuamos para protegernos unos a otros contra la persecución de los no creyentes. Pero sin duda comprendes lo precaria que es nuestra situación. Sólo podemos prestarles nuestra ayuda a los que son realmente dignos de ella.
—Yo he sido tocado por el Bebedor de Mundos. ¿No basta con eso?
—No. Sólo tenemos tu palabra de que eso sucedió. Tu conocimiento del templo es correcto en todos los detalles, pero podrías haber leído el libro con tanta facilidad como yo mismo, o bien, esos hechos te los podría haber contado... un tercero.
Malus advirtió que Nagaira se ponía ligeramente rígida ante la insinuación apenas velada.
—Por otro lado, no podemos pasar por alto una oportunidad de propagar la gloria del Príncipe del Placer, por muy... improbable... que parezca tal oportunidad, así que te haré una propuesta.
—Dime.
—Pondré todo el poder de nuestro culto a tu disposición: nuestras riquezas, nuestra influencia, incluso la fuerza de nuestros brazos en caso necesario; pero sólo con la condición de que consagres tu alma al servicio de Slaanesh en una iniciación sagrada. Como ya he dicho, cuidamos de los nuestros. Únete a nosotros, y todo lo que poseemos será también tuyo.
Malus consideró a toda velocidad las palabras del hierofante.
—Pensaré en ello —replicó.
El hierofante se echó hacia atrás y sus uñas se clavaron profundamente en los reposabrazos. Regueros de sangre corrieron por la pálida piel y gotearon sobre el suelo.
—¿Qué? ¿Qué hay que meditar? No tienes ninguna posibilidad de completar la búsqueda sin nuestra ayuda.
—Yo sirvo al capricho del Bebedor de Mundos, hierofante —replicó Malus con frialdad—. Y aunque estás especialmente bien informado respecto a mis intenciones, aún hay mucho que no sabes. Ahora debo decidir si enredarme en los insignificantes planes de tu culto y ponerme bajo tu autoridad es algo que favorece los intereses de mi mentor demoníaco —Malus era incapaz de decir «dueño»—, o si es mejor que continúe la búsqueda en solitario.
El hierofante posó una mirada colérica sobre Nagaira y, luego, sobre Malus.
—¡Qué insolencia! ¿Acaso no te hemos cubierto de regalos de carne y vino? ¿No te hemos honrado con una celebración tan espléndida como Hag Graef no ha visto nunca antes?
—En efecto, en efecto, hierofante..., y os doy las gracias por esta pródiga distracción. Pero los grandes demonios no quieren regalos. Sólo quieren ser obedecidos. Pensad en eso, si aún deseáis que el Bebedor de Mundos sea vuestro mentor. Entretanto, yo debo considerar vuestra propuesta con sumo cuidado.
El hierofante se levantó bruscamente del trono; tenía las manos enrojecidas de sangre fresca.
—Considéralo bien, gran príncipe, pero también ten presente esto: se acerca la noche de la luna nueva, cuando el Príncipe del Placer acepta la consagración de iniciados a su servicio. Tienes hasta entonces para decidir.
«Y luego, ¿qué? —pensó Malus—. ¿Me mataréis para mantener a salvo vuestro culto secreto?» Sin embargo, una mirada a los ojos del hierofante hizo que refrenara la réplica sarcástica.
«¡Ah, ya veo! Eso es exactamente lo que quieres decir.» Malus hizo otra reverencia.
—En ese caso, que el Príncipe del Placer acelere mis pensamientos, hierofante, y espero que me excusaréis para que pueda descansar y comenzar mis deliberaciones.
El hierofante no respondió, pero estaba claro que la entrevista había concluido. Nagaira hizo una profunda reverencia y condujo a Malus fuera de la estancia.
Cuando atravesaban la carnicería del suelo de la sala de fiestas, lo cogió del brazo e hizo como que no se daba cuenta de la tensión que endurecía todos los músculos del cuerpo del noble.
—¡Qué noche tan maravillosa! —susurró ella al mismo tiempo que echaba una furtiva mirada hacia atrás—. Sabía que encontrarías una manera de animar las celebraciones.
Horas más tarde, Malus yacía en su dormitorio, despierto, y escuchaba con atención cómo la actividad de los sirvientes disminuía poco a poco. Moviéndose silenciosa y cautelosamente, el noble se levantó de la cama. Por la oscuridad del otro lado de las estrechas ventanas, calculó que sólo faltaban unas pocas horas para el amanecer. Se puso el ropón de seda y sujetó una daga a la cintura, tras lo cual se escabulló fuera de la alcoba y salió al corredor.
Los pasillos estaban tan silenciosos como tumbas. Los días de frenéticos preparativos seguidos de la monumental tarea de limpiar los restos de la gran fiesta habían agotado al máximo la capacidad del personal de Nagaira. Malus esperaba que casi todos los sirvientes de la casa estuvieran ocupados con alguna tarea o aprovechando la oportunidad que tuvieran para descansar antes de que su ama volviera a llamarlos. Estaba seguro de que lo mismo sucedería con los guardias; después de permanecer durante varios días en estado de máxima alerta, era natural que se relajaran en cuanto concluyera la celebración.
Tal vez sería la única oportunidad que tendría para salir de la trampa que le había preparado su hermana.
La reunión con el hierofante había confirmado sus sospechas respecto a Nagaira, y también las había ampliado de modo inquietante. Su hermana no sólo sabía acerca de Tz'arkan y la naturaleza de su confinamiento mucho más de lo que le había dado a entender, sino que había compartido con los miembros del culto el conocimiento que tenía de la difícil situación de Malus. La bruja lo estaba usando para usurpar el lugar del hierofante, y utilizaba el poder del culto para tener más influencia sobre él. Con independencia de hacia dónde se volviera, ella siempre iba un paso por delante y lo atraía cada vez más profundamente al interior de su red.
La única alternativa que le quedaba era tomar personalmente el control de las cosas y hacerlo de prisa, antes de que ella lo dejara sin espacio para maniobrar.
Malus llegó a la escalera principal de la torre y giró a la derecha para bajar por ella. El siguiente descansillo acababa en una puerta; la abrió rápida y silenciosamente, sin hacer el menor caso del guardia que se encontraba al otro lado. Los guardias estaban muy habituados a su presencia, y él tenía libertad de movimiento por toda la torre, salvo el sanctasanctórum de Nagaira, situado en lo más alto. Malus continuó descendiendo sin volverse para nada a mirar al guardia, y éste no hizo intento alguno de detenerlo antes de que desapareciera por un recodo de la escalera.
El descansillo siguiente acababa en otra puerta, que Malus abrió con mayor lentitud y sigilo que la anterior. Al otro lado había una habitación pequeña provista de soportes con hileras de largas lanzas y pesadas ballestas. Una mesa circular ocupaba el centro de la sala de guardia, y dos de los hombres de Nagaira se hallaban desplomados en las sillas, roncando suavemente. El noble cerró la puerta con tanto cuidado como pudo, y luego continuó bajando sigilosamente el resto de la escalera. A la izquierda de Malus, un corto corredor llevaba hasta una pesada puerta revestida de hierro. Desde un tedero situado en el centro del pasillo, un globo de luz bruja proyectaba sombras. Malus cogió el globo y lo separó de la sujeción de hierro, y avanzó con rapidez hasta una estrecha saetera situada a la derecha de la puerta.