Tormenta de sangre (13 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Se le ocurrió que era la primera vez en su vida que le hablaba a Yasmir; al ser la tercera hija de Lurhan, era casi adulta cuando Malus nació. Aparte de las ocasiones de observancia obligatoria como el Hanil Khar anual, nunca se veían.

—No..., no sabía que te interesaras por los deportes.

Yasmir sonrió con expresión inquietantemente genuina y carente de afectación.

—Yo diría que depende de la naturaleza del juego —replicó.

Tenía una voz melodiosa y suave como piel de cebellina. En ella no había ni una sola nota áspera, e hizo que Malus se preguntara si alguna vez en la vida había tenido que alzar la voz por algo.

—Vaklyr y el señor Kurgal intentan demostrar cuál de los dos es superior en destreza guerrera, así que los dos rivalizan por el número de cabezas cortadas en la arena. El equipo rojo del señor Kurgal parece ir en cabeza, y los hombres de Vaklyr están perdiendo algo más que el juego. —En sus ojos había un espeluznante brillo de alegría—. ¿Qué piensas de su destreza como jinete, Malus? Corre el rumor de que eres todo un experto en gélidos.

Malus se encogió de hombros.

—El señor Kurgal ha servido durante muchos años a nuestro padre como Maestro de Caballería. Él y sus hombres son los auténticos expertos. Yo sólo me pongo a criar nauglirs porque me divierte. —Se puso a estudiar los movimientos de los jinetes sobre la arena para ocultar la inquietud que sentía—. Vaklyr está demasiado ansioso. Se muestra demasiado agresivo. Está claro que intenta ganar algo más que un simple juego.

Era obvio que se había tropezado con la última riña entre unos ardientes rivales por el amor de Yasmir. Rivalizaban constantemente unos con otros por las atenciones de ella, y la hermana de Malus siempre lograba darles justo el motivo suficiente para hacer que volvieran a su lado una y otra vez. Se decía que Yasmir había matado a más caballeros de Hag Graef que cualquier ejército enemigo. Malus nunca se había detenido a pensar cuánta habilidad se requería para poner en práctica unas manipulaciones semejantes, pero entonces veía una pequeña demostración. «Lurhan debería ordenarte que escogieras un esposo —pensó Malus—, o enviarte al templo, donde no podrías causar más daño.»

Yasmir rió, y el sonido claro y puro hizo que la piel de Malus se estremeciera.

—Vaklyr es ardiente —asintió ella—, tan apasionado e incontrolable... Temo que nunca llegue demasiado alto, a pesar de los contactos de su familia, pero ahora mismo su franco deseo resulta entretenido. —Miró a Malus casi con languidez—. ¿Qué deseas, hermano? Debo decir que esta visita es una gran sorpresa para mí.

Una vez más, Malus quedó perplejo por la absoluta franqueza de la pregunta de ella. «¿Acaso no conoce el artificio?», pensó el noble. Y entonces se dio cuenta: por supuesto que lo conocía; simplemente no sentía la necesidad de emplearlo. Yasmir se mostraba relajada, abierta y genuina para demostrar que era fuerte. Adorada como era por muchos de los más poderosos nobles de Hag Graef, tenía pocas razones para temer a nadie, salvo al propio drachau, quizá.

—He venido a solicitar tu ayuda, hermana —replicó Malus, y también él logró sonreír—. Hay un asunto que deseo proponerle a nuestro hermano mayor, cuando regrese a Ciar Karond con sus naves.

Para su sorpresa y fastidio, Yasmir volvió a reír.

—¿Estás buscando otro inversor para una incursión esclavista, Malus? No creo que pudieras conseguir el apoyo de una taberna llena de marineros borrachos, y mucho menos el de un señor corsario como mi amado hermano.

Al mencionar a Bruglir, el hijo mayor de Lurhan, una auténtica expresión de enojo afloró en el semblante de Yasmir. Se veían durante apenas uno o dos meses cada vez, justo el tiempo suficiente para reacondicionar los barcos de la flota de Bruglir antes de que se hiciera a la mar una vez más. Cuando él estaba en Hag Graef, ambos eran inseparables. Esto había sido lo único que había disuadido a los nobles de la ciudad de insistir en el tema del matrimonio de Yasmir. Nadie quería encolerizar al hombre que sería el siguiente vaulkhar, y que también tenía reputación de ser uno de los mejores espadachines de Naggaroth y uno de los corsarios más poderosos de que se tenía memoria.

Malus sintió que la sonrisa le fallaba un poco, y experimentó un destello de irritación. Una vez más, se esforzó por recuperar el aplomo.

—Si lo intentara en solitario, sin duda tendrías razón, hermana —dijo—. Pero por eso deseo contar con tu ayuda. Todos saben que sólo tú cuentas con la confianza absoluta de Bruglir. Si quisieras hablar en mi favor, incluso el gran corsario tendría que escucharte.

—Tal vez —replicó Yasmir lánguidamente—. Eres un poco mejor de lo que yo imaginaba en el arte de la lisonja, Malus. ¿Has estado practicando con Nagaira? Sois una pareja bastante inseparable últimamente.

—Yo... no... —Se contuvo al darse cuenta de que tartamudeaba, y volvió a avivarse su irritación. Oyó que los guardias reían por lo bajo entre ellos—. No pensaba convencerte con meras lisonjas —dijo—. Tengo intención de pagarte bien por la ayuda, querida hermana.

Por un momento, Yasmir guardó silencio. Malus sintió que entre los nobles corrían ondas de tensión.

—¿Y qué, dime, te lo ruego, puedes ofrecerme tú que no puedan ofrecerme estos nobles?

Malus miró a Yasmir con una sonrisa lobuna.

—La cabeza de nuestro hermano Urial, por supuesto.

Yasmir se incorporó de golpe. Había desaparecido su actitud despreocupada. En ese momento tenía los ojos brillantes y apasionados.

—Ésa es una oferta terrible, hermano.

—No se me ocurre ningún regalo mejor para ti, querida hermana —replicó Malus.

El noble sabía que era la única cosa que ella deseaba casi tanto como el propio Bruglir. Urial no había hecho ningún secreto de su enamoramiento de Yasmir, aunque su cuerpo y mente deformes le causaban repulsión a ella. A pesar de todo, continuaba intentando ganarse su afecto, y eran tan fuertes sus lazos con el templo y con el propio drachau que ningún hombre se atrevía a levantar la mano contra él.

—Dado lo bien informada que estás, no ignorarás las... dificultades surgidas entre Urial y yo. Ya estamos enfrentados a punta de espada por otros asuntos; o bien puedo negociar con él, o acabar con la amenaza para mí de un modo más permanente.

—Si matas a Urial, pagarás un alto precio. El templo no perdonará ni olvidará.

Malus se encogió de hombros.

—Ya estoy en guerra con ellos, hermana. Hasta ahora, me resulta de lo más ameno. En todo caso, eso no será una preocupación para ti, ¿verdad? Urial dejará de perseguirte, y yo me enfrentaré a las consecuencias en tu lugar.

Yasmir lo contempló durante un largo rato, con expresión atenta.

—Antes de que te marcharas al norte, te habría creído incapaz de una osadía semejante —dijo—. Pero ¿ahora? Confieso que la oferta es muy tentadora.

Se reclinó en el diván y extendió una mano. Al instante, un joven señor se le acercó de un salto con una copa de vino. Yasmir le dedicó al hombre una breve sonrisa luminosa, y luego devolvió su atención a Malus.

—¿Qué deseas de mí?

—Sólo tu apoyo. Tengo intención de hablar con Bruglir en Clar Karond en cuanto arribe su flota. Si me prestas tu ayuda y lo persuades de que se una a la expedición, yo me ocuparé de Urial.

Yasmir sonrió provocativamente.

—Supón que solicito el pago por adelantado, como una muestra de buena voluntad.

Fue entonces cuando a Malus le tocó sonreír.

—Eres maravillosamente seductora, hermana, pero por favor...

—Sólo estaba pensando en ti, querido hermano. ¡Pero sí podrías ocuparte del problema ahora mismo! Si te das prisa, pienso que podrás alcanzarlo antes de que llegue a los establos. No creo que pueda caminar muy de prisa con esas piernas torcidas que tiene.

La sonrisa de Malus se desvaneció, y no hubo fuerza de voluntad que pudiera hacerla aflorar otra vez.

—¿Cómo dices, hermana?

Yasmir lo miró con expresión de inocente sorpresa, aunque los ojos desmentían al resto de la cara.

—¡Pero si acaba de estar aquí, hermano, insistiendo en su repugnante solicitud de mi afecto! Cuando uno de mis hombres informó de que tú habías entrado en la plaza, se puso muy agitado y se marchó.

—¿Ah, sí? ¡Qué interesante! —replicó Malus—. Tal vez él y yo mantendremos una conversación sobre ti, después de todo. Algo que lo anime a buscar entretenimiento en alguna otra parte.

La mente del noble trabajaba a toda velocidad. ¿Cuántos guardias acompañarían a Urial? ¿A cuántos más podría reunir allí en poco rato? «Tengo que salir de aquí.»

—¿Lo harás? Eso me complacería mucho —dijo Yasmir.

Malus le hizo una profunda reverencia.

—Entonces, ¿puedo contar con tu apoyo ante Bruglir?

—¿A cambio de la gestión con Urial? Por supuesto.

—Excelente —respondió Malus—. En ese caso, me marcho. Espero que Urial y yo tendremos mucho de lo que hablar en un futuro próximo. —«Pero no aquí ni ahora», esperaba Malus. Se maldijo por haber dejado a los guardias en la torre.

No le dio tiempo a Yasmir para responder. Los nobles lo miraron con odio cuando pasó, pero él les hizo poco caso a los mastines.

De la arena de la plaza se alzó otro rugido cuando otro hombre sangró para placer de Yasmir. Malus tuvo la sensación de que no sería el último.

8. La bendición del acero

Malus subió de dos en dos los escalones que llevaban a la galería superior y reprimió el impulso de desenfundar la espada al aproximarse al oscuro portal que daba a las rampas de acceso, situadas al otro lado. Ya era bastante malo que Yasmir y sus aliados lo vieran correr, y no tenía intención alguna de comenzar a clavar estocadas en todas las sombras oscuras ante las que pasara.

No todo estaba perdido por completo. No tenía ninguna montura en los establos, ya que había recorrido a pie el corto trecho que lo separaba de la fortaleza. Eso era algo que jugaba a su favor, en parte, porque era probable que Urial le tendiera una emboscada en los establos. Si se movía con rapidez, podía tomar una ruta bastante larga hasta el nivel del suelo, y salir por una de las muchas puertas abiertas de la plaza a las concurridas calles de la ciudad. Eran las últimas horas de la tarde, cuando ya habían concluido la mayoría de las actividades de la urbe, así que un noble más que caminara por la calle no atraería mucho la atención.

Tenía la piel fría bajo el peso de la armadura, y por las venas le corría lentamente hielo negro. Malus pensó en recurrir a Tz'arkan para que lo ayudara. El demonio estaba extrañamente silencioso, como un gato que estudiara a un desprevenido ratón, y el silencio inquietaba al noble. ¿Hasta qué profundidad había hundido Tz'arkan sus raíces cuando Malus colgaba en la torre del vaulkhar? ¿A qué distancia estaba de entregarse por completo al demonio? Malus ya no lo sabía con certeza. Y la muerte tampoco le otorgaría la salvación; si moría, Tz'arkan se apoderaría de su alma hasta el fin de los tiempos.

«Así que sobreviviré mejor —pensó Malus, ceñudo— armado sólo con mis espadas y mi bendito odio. Como en los viejos tiempos.»

El noble se abalanzó a través de la arcada y quedó momentáneamente ciego mientras sus ojos se adaptaban a la falta de luz. Fue en ese instante cuando los hombres de Urial atacaron.

Una espada le golpeó la hombrera izquierda, resbaló sobre el curvo metal y le cortó un pequeño trocito de la oreja. Otra espada silbó al surcar el aire a la derecha, pero Malus se agachó por instinto, y el agudo filo erró el cráneo por menos del largo de un dedo. El noble se lanzó hacia adelante al mismo tiempo que gritaba un juramento, y se estrelló contra otro espadachín, cuya arma resonó, ineficaz, contra el peto de Malus. El guardia, pillado por sorpresa, intentó retroceder para apartarse de su camino, pero Malus continuó adelante y derribó al guerrero.

La espada de Malus destelló al salir de la vaina aceitada en el momento en que se detuvo contra la pared opuesta. Sus ojos estaban adaptándose, ya que el dolor del tajo de la oreja le hacía hervir la sangre y le proporcionaba un frío foco del entorno. En la umbría rampa había cinco hombres, todos ataviados con ropón y kheitan negros. Llevaban capuchas ajustadas y máscaras nocturnas de plata, aunque era pleno día; las delicadas máscaras tenían forma de cráneo, con las oscuras cuencas oculares desprovistas de interés y piedad. Todos iban armados con grandes espadas curvas, que blandían con ambas manos, y se movían con la rapidez y gracilidad de los espadachines diestros. Por suerte para Malus, ninguno de ellos llevaba armadura pesada, sino sólo un plaquín de malla negra que le cubría el torso y parte de los brazos. Malus pensó que eso le proporcionaba una clara ventaja, pero ¿cuánta? A Urial, según advirtió el noble, no se lo veía por ninguna parte, y no estaba seguro de si eso era una buena o mala señal.

El hombre al que había derribado Malus ya estaba otra vez de pie, y los cinco se precipitaron en silencio hacia él al mismo tiempo que formaban instintivamente un semicírculo destinado a inmovilizarlo contra la pared exterior de la plaza. Pero Malus no estaba dispuesto a darles esa ventaja; con un gruñido, corrió hacia el hombre más cercano, a la vez que blandía el arma con malevolencia. La espada del guardia era un borrón de movimiento que destellaba en la penumbra. Bloqueó con facilidad el golpe de Malus y cambió el movimiento para dirigir un tajo al cráneo del noble, pero se dio cuenta, demasiado tarde, de que el golpe de Malus era sólo una finta bien calculada, que se invirtió y ejecutó un barrido bajo que cortó la pierna derecha del guardia. La espada había sido forjada por un maestro, y su temible filo atravesó tela, piel y músculo con la misma facilidad. La sangre manó en un torrente que regó el suelo de piedra, y el guardia se desplomó con el más leve de los gemidos. Malus ya había dejado atrás de un salto al hombre gravemente herido, y cargaba rampa abajo, en dirección a la calle.

Los pasos de los otros susurraron sobre la piedra, detrás de Malus. Algo duro le raspó la espalda, pero el fuerte acero desvió a un lado la daga que le habían arrojado y que salió tintineando por el suelo. Malus giró a la carrera en una curva de la rampa y quedó momentáneamente fuera de la línea de tiro de los perseguidores.

La rampa describió un giro de ciento ochenta grados, y entonces se halló a sólo un nivel por encima de la calle. Allí, la pared exterior de la plaza tenía altas ventanas, que dejaban entrar rayos de luz diurna para iluminar la oscuridad. Por impulso, Malus saltó hacia la ventana más próxima y giró en medio del aire para intentar pasar por el estrecho espacio. Atravesó el fino cristal, y el aire frío le azotó la cara cuando se precipitó a la calle situada abajo.

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