Tres ratones ciegos (21 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

—Esa mademoiselle Collins miente. Es probable que en su caso yo hiciera lo mismo. Ahora veamos al mayordomo.

Tredwell era un individuo muy digno. Contó su historia con perfecto aplomo, que era exactamente la misma que la del señor Waverly. Confesó conocer el Agujero Secreto.

Cuando se hubo retirado tropecé con la mirada inquisitiva de Poirot.

—¿Qué le parece todo esto, Hastings?

—¿Y a usted? —pregunté a mi vez.

—¡Qué precavido se ha vuelto! Nunca le funcionarán las células grises, a menos que las estimule. ¡Ah!, pero no le voy a meter prisa. Saquemos juntos nuestras deducciones. ¿Qué punto nos parece más difícil?

—Hay una cosa que me choca —dije—, ¿Por qué el hombre que raptó al niño tuvo que huir por South Lodge en vez de ir por East Lodge, donde nadie le hubiera visto? No lo veo muy claro.

—Es un buen punto, Hastings, excelente. Y hace juego con otro. ¿Por qué avisar a los Waverly de antemano? ¿Por qué no raptar al niño sencillamente y luego exigir el rescate?

—Porque esperaba obtener el dinero sin verse obligado a entrar en acción.

—¿Y no resultaba bastante difícil que entregasen el dinero por una simple amenaza?

—Y también quiso concentrar la atención en las doce del mediodía, de modo que cuando el hombre gancho fuese cogido, él pudiera salir de su escondite y largarse con el niño sin que nadie se diera cuenta.

—Lo cual no altera el hecho de que tratara de complicar algo que era bien sencillo. De no haber especificado el día ni la hora, nada hubiera sido más fácil que aguardar su oportunidad y llevarse el niño en un automóvil cualquier día de los que éste salía con su niñera.

—Sí..., sí —admití poco convencido.

—En resumen. ¡Se ha representado esta farsa deliberadamente! Ahora enfoquemos la cuestión desde otro ángulo. Todo tiende a señalar la existencia de un cómplice en la misma casa. Punto número uno: el misterioso envenenamiento en la señora Waverly. Punto número dos: la nota prendida en la almohada. Punto número tres: el adelantar el reloj diez minutos..., todo dentro de la casa. Hay un detalle adicional en el que tal vez no haya usted reparado. No había polvo en el Agujero Secreto. Había sido barrido con una escoba.

»Tenemos cuatro personas en la casa. (Podemos excluir a la niñera, puesto que no pudo haber barrido el Agujero Secreto, aunque sí realizar los otros tres puntos.) Cuatro personas: el señor y la señora Waverly, Tredwell, el mayordomo, y la señorita Collins. Empezaremos por esta última. No tenemos gran cosa en contra, excepto que sabemos muy poco de ella, que es una mujer muy inteligente y que lleva sólo un año en la casa.

—Usted dijo que mintió en lo del perro —le recordé.

—¡Ah, sí, el perro! —Poirot sonrió de un modo peculiar—. Ahora pasemos a Tredwell. Hay varios factores sospechosos contra él. En primer lugar, el detenido dice que fue Tredwell quien le entregó el paquete en el pueblo y lo dice seguro.

—Pero Tredwell puede probar su coartada para este punto.

—Incluso así, pudo haber envenenado a la señora Waverly y prendido la nota en la almohada, adelantar el reloj y barrer el Agujero Secreto. Por otra parte, nació y ha sido educado al servicio de los Waverly. Parece imposible que a última hora tuviera parte en el rapto del hijo de la casa. ¡Esto no es una película!

—Bien..., ¿entonces?

—Debemos proceder lógicamente, por absurdo que parezca. Primero considerar brevemente a la señora Waverly. Pero ella es rica, el dinero es suyo. Fue su dinero el que volvió a levantar la hacienda. No habría razón para que hiciese raptar a su hijo y cobrar su propio dinero. En cambio su esposo está en una posición muy distinta. Su mujer es rica. No es lo mismo que si lo fuera él... En resumen, tengo la ligera impresión de que la dama no es muy aficionada a repartir su dinero, a no ser por una causa justificada. Pero puede verse en el acto que el señor Waverly es un
bon viveur
.

—¡Imposible! —exclamé.

—No tanto. ¿Quién despidió a los criados? El señor Waverly. Él pudo escribir los anónimos, envenenar a su esposa, adelantar las manecillas del reloj y establecer una magnífica coartada para su fiel ayudante Tredwell. El mayordomo nunca tuvo simpatía por la señora Waverly. Es fiel a su amo y está deseoso de obedecer ciegamente todas sus órdenes. Fueron tres personas: Waverly, Tredwell y algún amigo de Waverly. Ése es el error que cometió la policía; no investigar más a fondo acerca del hombre que conducía el automóvil gris con un niño que no era el que buscaba. Ése era el tercer hombre. Recoge a un chiquillo al pasar por el pueblo, un niño de rizos rubios. Entra en Waverly por East Lodge y sale por South Lodge en el momento preciso, saludando con la mano y gritando. No pueden distinguir su rostro ni el número de la matrícula del coche ni por lo tanto tampoco ver al niño. Entonces deja un rastro falso hasta Londres. Entretanto, Tredwell ha realizado su parte preparando el paquete y haciendo que lo llevara un sujeto de aspecto sospechoso. Su amo puede presentar una buena coartada en el caso de que el hombre lo reconociera, a pesar del bigote postizo que utilizó. Y en cuanto al señor Waverly, tan pronto como oyó el alboroto que se arma en el exterior y el inspector sale corriendo, rápidamente esconde al niño en algún Agujero Secreto y sigue al policía al jardín. Más tarde, cuando el inspector se ha marchado, y la señorita Collins no puede verle, le es fácil sacar al niño y llevarlo en su automóvil a un lugar seguro.

—Pero, ¿y el perro? —pregunté—. ¿Y la mentira de la señorita Collins?

—Eso ha sido una pequeña broma mía. Le pregunté si había algún perro de juguete en la casa y dijo que no..., pero sin duda hay algunos... en el cuarto del niño. El señor Waverly puso algunos juguetes en el Agujero Secreto para hacer que Johnnie se entretuviera y no gritara.

—Señor Poirot —El señor Waverly penetró en la estancia—. ¿Ha descubierto algo? ¿Tiene alguna idea de dónde han llevado al niño?

Poirot le alargó un pedazo de papel.

—Aquí está la dirección.

—¡Pero si está en blanco!

—Porque espero que usted la escriba.

—¿Qué diab...? —El rostro de Waverly tornóse escarlata.

—Lo sé todo, monsieur. Le doy veinticuatro horas para devolver al niño. Su ingenuidad correrá parejas con la tarea de explicar su reaparición. De otro modo la señora Waverly será informada del exacto desarrollo de los acontecimientos.

El señor Waverly, dejándose caer sobre una silla, escondió el rostro entre las manos.

—Está con mi vieja nodriza, a unas diez millas de aquí. Se halla contento y bien cuidado.

—No tengo la menor duda. De no considerarle a usted un padre de corazón, no le ofrecería esta oportunidad.

—El escándalo.

—Exacto. Su nombre es antiguo y honorable. No vuelva a mancharlo. Buenas noches, señor Waverly. ¡Ah! A propósito, un consejo. ¡No se olvide nunca de barrer en los rincones!

La tarta de zarzamoras

Hércules Poirot se encontraba cenando con su amigo Enrique Bennington en
Galante
, un restaurante situado en King's Road, Chelsea. Al señor Bennington le agradaba la atmósfera tranquila del
Galante
y su comida sencilla y netamente «inglesa» y no «un conjunto de complicados revoltijos».

Molly, la simpática camarera, le saludó como a un viejo conocido. Se preciaba de recordar los gustos y preferencias de sus clientes en cuestiones gastronómicas.

—Buenas noches, señor —le dijo mientras los dos hombres se acomodaban en una mesa—. Tienen ustedes suerte, hay pavo relleno de castañas... es su plato favorito, ¿verdad? ¡E incluso un estupendo queso Silton! ¿Tomarán primero sopa o pescado?

Una vez resuelta la cuestión de la minuta y las bebidas, el señor Bennington reclinóse hacia atrás con un suspiro de alivio y desdobló la servilleta mientras Molly se alejaba.

—¡Es una buena chica! —dijo en tono de aprobación—. Había sido una belleza..., solía posar para los pintores. También entiende de cocina... y eso es mucho más importante. Por lo general las mujeres saben poco de eso. Hay muchas que cuando salen con un sujetó de su agrado no se enteran ni de lo que comen. Piden lo primero que ven en la lista.

Hércules Poirot asintió con la cabeza.


C'est terrible
.

—Los hombres no somos así, gracias a Dios —exclamó el señor Bennington complacido.

—¿Nunca?

—Bueno, tal vez cuando somos muy jóvenes —concedió Bennington—. ¡Cachorritos! Los jóvenes de hoy en día son todos iguales..., carecen de inteligencia y de vigor. Yo no les sirvo de nada... y ellos a mí... tampoco. ¡Tal vez tengan razón! ¡Pero al oírles hablar uno creería que nadie tiene derecho a vivir después de los sesenta! Por su modo de comportarse, no me extrañaría que ayudaran a sus parientes ancianos a salir de este mundo.

—Es posible que lo hagan —dijo Poirot.

—Debo confesar que es usted muy mal pensado. Todo ese trabajo policíaco ha minado sus ideales.

El detective sonrió.

—No obstante —dijo—, resultaría interesante hacer una estadística de las muertes accidentales de personas que han cumplido los sesenta. Le aseguro que se levantarían algunas sospechas curiosas en su imaginación... Pero hablemos, amigo mío, de sus propios asuntos. ¿Cómo se porta el mundo con usted?

—¡Anda todo revuelto! —exclamó Bennington—. Eso es lo que le ocurre al mundo actual: demasiada confusión y demasiada palabrería. La palabrería sirve para disimular la confusión. Como una salsa fuerte y aromática disimula que el pescado no esté demasiado fresco. A mí deme un filete de lenguado como es debido y no necesito ponerle salsa.

Y en aquel momento Molly, sonriente, se lo sirvió tal como deseaba.

—Usted conoce exactamente mis gustos, Molly.

—Usted viene muy a menudo por aquí, ¿verdad? Así no es extraño que yo los conozca.

—¿Es que las personas siempre piden las mismas cosas? —preguntó Poirot—. ¿No les gusta variar algunas veces?

—Los caballeros no. A las damas les gusta la variedad..., pero los caballeros piden siempre lo mismo.

—¿Qué le dije? —gruñó Bennington—. ¡Las mujeres son un asco en lo que a comida se refiere!

Miró a su alrededor.

—El mundo es muy curioso. Fíjese en ese extraño sujeto de la barba sentado en ese rincón. Molly puede decirle que viene todos los martes y jueves por la noche... desde hace cerca de diez años. Es una especie de símbolo en este local. No obstante, nadie conoce su nombre, ni dónde vive, ni a qué se dedica. Es bastante extraño si se piensa bien.

Cuando la camarera trajo las raciones de pavo le dijo:

—Veo que todavía sigue viniendo Nuestro Viejo Padre Tiempo.

—Todos los martes y jueves, señor. ¡Pero no sabe usted que la semana pasada vino en
lunes
! ¡Casi me asusté! Creí que me había equivocado de fecha y que debía ser martes sin que yo lo supiera. Pero volvió al día siguiente..., de modo que el lunes debió hacer un extra, por así decirlo.

—Una interesante desviación de sus costumbres —murmuró Poirot—. Quisiera conocer las razones que la motivaron.

—Pues si quiere saber mi opinión, creo que estaba algo preocupado.

—¿Por qué lo cree así? ¿Por sus modales?

—No, señor..., no fueron precisamente sus modales. Estaba tranquilo como siempre. Nunca dice más que «Buenas noches» al entrar y al salir. No, fue por lo que
pidió
.

—¿Lo que pidió?

—Supongo que se van a reír de mí. —Molly enrojeció—. Pero cuando se lleva diez años sirviendo a un caballero se conocen sus gustos al dedillo. No podía soportar las grasas y las zarzamoras, y nunca le vi tomar la sopa espesa..., pero aquel lunes por la noche pidió sopa de tomate bien espesa, una chuleta con riñones y tarta de moras! ¡Parecía como si no supiera
lo
que estaba pidiendo!

—¿Sabe que lo encuentro altamente interesante? —dijo Hércules Poirot.

Molly le dirigió una mirada agradecida antes de alejarse.

—Bueno, Poirot —dijo Enrique Bennington con una risita—. Vamos a ver qué deducciones saca. Hágalo lo mejor que sepa.

—Prefiero oír primero las suyas.

—¿Quiere que haga de doctor Watson, eh? Pues que el viejo fue a ver al médico y éste le aconsejó que cambiara de régimen.

—¿Y le recomendó que tomara sopa de tomates espesa, una chuleta con riñones y tarta de zarzamora? No puedo imaginar a ningún médico que haga eso.

—¿No lo cree? A los médicos se les puede ocurrir cualquier cosa.

—¿Es ésa la única solución que se le ocurre?

—Bien, ahora en serio. Supongo que sólo existe una posible explicación. Que nuestro desconocido amigo estaba bajo los efectos de una fuerte emoción. Se hallaba tan preocupado que ni se dio cuenta de lo que pedía o estaba comiendo.

Rió ante su propia insinuación.

—No irá a decirme ahora que ya sabe exactamente
lo
que pasaba por su imaginación. Tal vez piense que estaba tramando cometer un crimen.

Volvió a reír.

Poirot permaneció serio.

Tenía que admitir, dijo, que en aquellos momentos hallábase seriamente preocupado y que tenía el presentimiento de que algo iba a ocurrir.

Su amigo le aseguró que tal idea era fantástica.

* * *

Tres semanas más tarde Hércules Poirot y Bennington volvieron a encontrarse. Esta vez su encuentro tuvo lugar en el «metro».

Se saludaron con una inclinación de cabeza y se agarraron a dos asideros contiguos para mantener el equilibrio. En Piccadilly Circus quedaron unos asientos libres en un extremo del coche..., un lugar tranquilo donde nadie podía molestarlos.

—A propósito —dijo el señor Bennington cuando se acomodaron—. ¿Recuerda aquel viejo que iba al
Galante
? No me extrañaría que hubiera pasado a un mundo mejor. Hace una semana que no aparece por allí; Molly está muy preocupada.

Los ojos de Poirot relampaguearon.

—¿De veras? —dijo—. ¿De veras?

—¿Recuerda que yo dije que tal vez habla ido a ver un médico y que éste le puso a dieta? Lo de la dieta es una tontería, desde luego..., pero ¿y si de veras fue a consultar un médico y lo que le dijera le preocupó. Eso explicaría el que pidiera lo primero que viera en la minuta, sin darse cuenta de lo que hacía. Es muy probable que el sobresalto sufrido se le llevara de este mundo antes de lo previsto. Los doctores debían andar con mucho cuidado al decir ciertas cosas a sus pacientes.

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