Y también con el andar lento de una sonámbula dirigióse a la puerta que daba al vestíbulo. La abrió. La casa estaba en silencio... sólo se oía un ligero silbido...
Aquella canción...
Molly se estremeció volviendo a la cocina para echar otro vistazo. Sí, todo estaba en orden y en marcha.
Una vez más fue hacia la puerta...
El mayor Metcalf bajó lentamente la escalera. Aguardó uno instantes en el vestíbulo, luego abrió el gran armario situado debajo de la escalera y se metió dentro.
Todo estaba tranquilo. No se veía a nadie. Era una buena ocasión para llevar a cabo lo que se había propuesto hacer...
En la biblioteca la señora Boyle conectó la radio. Estaba todavía enfadada.
La primera emisora que sintonizó estaba lanzando al éter una charla sobre el significado y origen de las melodías infantiles. Lo último que esperaba oír. Giró el cuadrante con impaciencia y una pastosa voz le informó:
—La psicología del miedo debe ser comprendida. Supongamos que usted se halla solo en una habitación y se abre una puerta en silencio a su espalda...
Y la puerta se abrió. La señora Boyle experimentó un violento sobresalto.
—¡Oh, es usted! —dijo, aliviada—. ¡Qué programas más estúpidos! ¡No consigo en modo alguno encontrar nada digno de oírse!
—Yo no me preocuparía por eso, señora Boyle.
—¿Y qué otra cosa puedo hacer si no es escuchar la radio? —preguntó—. Encerrada en esta casa con un posible asesino... Aunque no es que me crea
esa
melodramática historia ni por un momento...
—¿No, señora Boyle?
—Pues... ¿qué quiere decir...?
El cinturón de un impermeable se arrolló tan rápidamente en torno a su cuello que apenas pudo comprender lo que le ocurría.
El tono de la radio fue elevado hasta el máximo. El conferenciante sobre la psicología del miedo siguió lanzando sus opiniones por las habitaciones, ahogando los sonidos entrecortados producidos por la señora Boyle en su agonía.
Que no hizo mucho ruido.
El asesino era muy experto.
Estaban todos reunidos en la cocina. Sobre el fogón de gas la olla de patatas hervía alegremente. El sabroso aroma del asado que salía del horno era más fuerte que nunca.
Cuatro seres asustados se miraron unos a otros: el quinto, Molly, pálida y temblorosa, sorbía un vaso de whisky, que el sexto, el sargento Trotter, le había obligado a beber.
El propio sargento Trotter, con su rostro grave y contrariado, contemplaba a los reunidos. Habían transcurrido sólo quince minutos desde que los terribles gritos de Molly les atrajeran a todos a la biblioteca.
—Acababa de ser asesinada cuando usted llegó junto a ella, señora Davis —le dijo—. ¿Está segura de no haber visto u oído nada cuando cruzó el vestíbulo?
—Oí silbar —dijo Molly con voz débil—, pero eso fue antes. Creo... no estoy segura... creo haber oído cerrar una puerta... precisamente cuando yo... cuando yo... entraba en la biblioteca.
—¿Qué puerta?
—No lo sé.
—Piense, señora Davis... trate de
recordar
..., ¿arriba, abajo, a la derecha o a la izquierda...?
—No lo sé, ya se lo he dicho —exclamó Molly—. Ni siquiera estoy segura de haber oído algo.
—¿Es que no puede dejar de acosarla? —dijo Giles, furioso—. ¿No ve que está nerviosa?
—Estoy investigando un crimen, señor Davis... Le ruego me perdone,
comandante
Davis.
—No utilizo mi título de guerra en ninguna ocasión, sargento.
—Perfectamente, señor —Trotter hizo una pausa, como si hubiera tocado un punto delicado—. Como iba diciendo, estoy investigando un crimen. Hasta ahora nadie ha tomado este asunto en serio. La señora Boyle tampoco. No quiso darme cierta información. Todos ustedes han hecho lo mismo. Bien, la señora Boyle ha muerto y, a menos que lleguemos al fondo de todo esto... y pronto, puede que haya otra muerte.
—¿Otra? ¡Tonterías! ¿Por qué?
—Porque... —repuso el sargento Trotter con voz grave— eran tres ratoncitos ciegos...
—¿Una muerte por cada uno? —preguntó Giles, extrañado—. Pero tendría que existir alguna relación... quiero decir, otra relación con aquel caso.
—Sí, tiene que haberla.
—Pero, ¿por qué ha de haber otro crimen
aquí
?
—Porque sólo había dos direcciones en el librito de notas. Había sólo una posible víctima en la calle Culver, 74. Ya ha muerto. Pero en Monkswell Manor hay un campo más amplio.
—Tonterías, Trotter. Sería una coincidencia casi improbable que se hubieran reunido aquí por azar dos personas relacionadas con el caso de Longridge Farm.
—Dadas ciertas circunstancias, no sería mucha casualidad. Piénselo, señor Davis.
Se volvió hacia los otros.
—Ya tengo sus declaraciones de dónde estaba cada uno de ustedes cuando la señora Boyle fue asesinada. Voy a repasarlas. ¿Usted, señor Wren, estaba en su habitación cuando oyó gritar a la señora Davis?
—Sí, sargento.
—Señor David, ¿usted se encontraba en su dormitorio examinando el teléfono supletorio que hay allí?
—Sí —repuso Giles.
—El señor Paravicini se hallaba en el salón tocando el piano. A propósito, ¿no le oyó nadie, señor Paravicini?
—Tocaba muy piano, muy piano, sargento, y sólo con un dedo.
—¿Qué es lo que tocaba?
—
Tres Ratones Ciegos
, sargento —Sonrió—. Lo mismo que el señor Wren silbaba en el piso de arriba. La tonadilla que todos llevamos metida en la cabeza.
—Es una canción horrible —dijo Molly.
—¿Y qué me dice del cable telefónico? —quiso saber Metcalf—. ¿Lo habían cortado intencionadamente?
—Sí, mayor Metcalf. Precisamente junto a la ventana del comedor... acababa de localizar la avería cuando gritó la señora Davis.
—¡Pero eso es una locura! ¿Cómo espera el criminal poder salir con bien de todo esto? —preguntó Cristóbal con voz estridente.
El sargento le contempló fijamente unos instantes.
—Tal vez eso no le preocupe mucho —dijo—. O es posible que se crea demasiado listo para nosotros. Los asesinos son así. Nosotros tenemos un curso de psicología en nuestro aprendizaje. La mentalidad de un esquizofrénico es muy interesante.
—¿No podríamos suprimir las palabras innecesarias? —preguntó Giles.
—Desde luego, señor Davis. Sólo hay dos de ellas que nos interesan de momento. Una es
asesinato
y la otra
peligro
. Nos hemos de concentrar sobre esas palabras. Ahora, mayor Metcalf, permítame que aclare sus movimientos. Dice que estaba usted en el sótano..., ¿por qué?
—Echando un vistazo —repuso el mayor—. Miré en el interior de ese armario que hay debajo de la escalera y entonces vi una puerta, la abrí, había un tramo de escalones y los bajé. Tiene usted un sótano muy bonito —dijo dirigiéndose a Giles—. Parece la bien conservada cripta de un viejo monasterio.
—No se trata de buscar antigüedades, mayor Metcalf. Estamos investigando un crimen. ¿Quiere escuchar un momento, señora Davis? Dejaré abierta la puerta de la cocina —Y salió. Oyóse cerrar una puerta con cuidado—. ¿Es eso lo que oyó usted, señora Davis? —preguntó al reaparecer.
—Yo... creo que fue algo así.
—Era la puerta del armario de debajo de la escalera. Podría ser que el asesino, tras matar a la señora Boyle, se retirara por el recibidor, y al oírla salir de la cocina se refugiara en este armario y cerrara la puerta.
—En ese caso estarán sus huellas en el interior del armario —exclamó Cristóbal.
—Y también las mías —dijo el mayor Metcalf.
—Cierto —repuso el sargento Trotter—. Pero nos ha dado una explicación satisfactoria, ¿verdad? —agregó en tono más bajo.
—Escuche, sargento —intervino Giles—, admito que usted es el encargado de aclarar este asunto, pero ésta es mi casa, y en cierto modo me siento responsable de las personas que se hospedan aquí. ¿No podríamos tomar ciertas medidas de precaución?
—¿Tales como...? Diga, diga usted, señor Davis.
—Bien, para ser franco, habría que arrestar a la persona que aparece como principal sospechoso.
Y Giles miró fijamente a Wren.
Wren adelantóse, exclamando con voz aguda:
—¡No es verdad! ¡No es verdad! Todos están contra mí... Todo el mundo está siempre contra mí. Ahora ustedes quieren echarme la culpa. Es una persecución... una persecución...
—Cálmese, muchacho —le dijo el mayor Metcalf.
—Tranquilícese, Cris —Molly acercóse a él—. Nadie está en contra suya. Dígale que no hay nada de eso, sargento.
—Nosotros no echamos la culpa a nadie —repuso el sargento Trotter.
—Dígale que no va a arrestarle.
—No voy a arrestar a nadie. Para hacerlo necesito pruebas. Y no las hay... por ahora.
—Creo que te has vuelto loca, Molly —exclamó Giles—, y usted también, sargento. Hay una sola persona que reúna las características del asesino y...
—Aguarda, Giles, espera —interrumpió su esposa—. ¡Oh, cálmate! Sargento Trotter..., ¿puedo... puedo hablar un momento con usted?
—Yo me quedo —dijo Giles.
—No, vete, por favor.
El rostro de Giles estaba sombrío y presagiaba tormenta cuando habló.
—No sé lo que te ha pasado, Molly.
Y siguió a los otros fuera de la habitación.
—Diga usted, señora Davis, ¿qué es ello?
—Sargento Trotter, cuando usted nos habló del caso de Longridge Farm, nos dio a entender que debía ser el hermano mayor el... responsable de todo esto. Pero no lo sabe con certeza, ¿verdad?
—Así es, señora Davis. Pero la mayoría de posibilidades, se inclinaban hacia ese lado..., desequilibrio mental, deserción del Ejército... ése fue el informe del psiquiatra.
—Oh, ya, y por consiguiente todo parecía indicar a Cristóbal. Yo no creo que haya sido
él
. Debe de haber otras... posibilidades. ¿Es que aquellos niños no tenían familia... padres, por ejemplo?
—Sí. La madre había muerto, pero el padre estaba sirviendo en el extranjero.
—Bueno. ¿Y qué hay de él? ¿Dónde
se encuentra
ahora?
—No tenemos informes. Obtuvo los documentos de desmovilización el año pasado.
—Y si el hijo era un desequilibrado mental, el padre también pudo serlo.
—Es posible.
—De modo que el asesino pudiera ser de mediana edad, o más bien viejo. Recuerde que el mayor Metcalf se asustó mucho cuando le dije que había telefoneado la policía. Y realmente estaba atemorizado.
—Créame, por favor, señora Davis —dijo el sargento Trotter con calma—. No he dejado de considerar todas las posibilidades desde el principio. El joven Jim... el padre, e incluso la hermana. Podría haber sido una mujer, ¿sabe? No he pasado nada por alto. Puedo estar seguro en mi interior..., pero no lo
sé
... todavía. Es muy difícil conocer todo lo referente a los demás... sobre todo en estos tiempos. Le sorprendería lo que se ve en el Departamento de Policía. Principalmente en matrimonios. Bodas rápidas... casamientos de guerra... Sin explicar el pasado... Sin hablar de familia, ni amistades. La gente acepta la palabra de un desconocido como artículo de fe. Si un individuo dice que es piloto de aviación, o mayor del ejército... la chica le cree a pies juntillas... y algunas veces tarda uno o dos años en descubrir que es un empleado de un Banco que se ha fugado y que tiene esposa e hijos... o que es un desertor del ejército... o peor.
Hizo una pausa y continuó:
—Sé perfectamente lo que está pensando, señora Davis. Sólo quiero decirle una cosa.
El asesino se está divirtiendo
. Eso es de lo único que estoy seguro.
Y se dirigió hacia la puerta.
Molly quedóse inmóvil mientras sentía arder sus mejillas. Al cabo de unos instantes avanzó lentamente hacia el fogón y se arrodilló para ir a abrir la puerta del horno. El aroma sabroso y familiar alegró su ánimo. Era como si de pronto volviera a encontrarse en el mundo amable de la rutina cotidiana. Guisar... cuidar de la casa... la vida ordinaria y prosaica...
Desde tiempo inmemorial las mujeres han preparado los alimentos para los hombres. El mundo de peligros... y locuras se desvaneció. La mujer, en su cocina, se encuentra a salvo... completamente a salvo.
Abrióse la puerta. Molly volvió la cabeza, viendo entrar a Cristóbal Wren casi sin aliento.
—¡Cielos! —exclamó Cristóbal—. ¡Qué desorden! ¡Alguien ha robado los esquíes del sargento!
—¿Los esquíes del sargento? Pero ¿quién ha podido ser?
—La verdad es que no puedo imaginarlo... quiero decir, que si el sargento decidía marcharse y dejarnos, supongo que el asesino debiera sentirse satisfecho. En fin, que no tiene
sentido
, ¿no le parece?
—Giles los puso en el armario de debajo de la escalera.
—Bueno, pues ya no están allí. Es algo extraño, ¿verdad?
Rió alegremente.
—El sargento está furioso... Y culpa al pobre mayor Metcalf..., que sostiene que no se fijó si estaban o no cuando miró dentro del armario justamente antes de que mataran a la señora Boyle. Trotter dice que debió haberlo notado forzosamente —Cristóbal bajó la voz—. Si quiere saber mi opinión, creo que este asunto está empezando a desmoralizar a Trotter.
—Nos está desmoralizando a todos nosotros —replicó Molly.
—A mí no. Lo encuentro estimulante. ¡Es tan deliciosamente irreal!...
—No diría eso... si hubiera sido usted quien la hubiese encontrado. Me refiero a la señora Boyle. Sigo recordándola... No consigo olvidarlo... Su rostro... hinchado y cárdeno...
Se estremeció. Cristóbal acercóse a ella y le puso una mano sobre el hombro.
—Lo sé. Soy un estúpido. Lo siento. No quise entristecerla.
Un sollozo ahogóse en la garganta de Molly.
—Hace unos momentos todo parecía como antes... esta cocina.., el preparar la comida... —Habló de un modo confuso e incoherente—. Y, de pronto, todo... volvió de nuevo... como una pesadilla.
Había una curiosa expresión en el rostro de Cristóbal Wren mientras contemplaba con marcada atención a la joven.
—Ya comprendo —le dijo—. Bueno, será mejor que me vaya... y no la entretenga.
Cuando Cristóbal tenía ya la mano en el pomo de la puerta, la joven exclamó:
—¡No se marche!
Él se volvió, mirándola interrogadoramente, y regresó a su lado despacio.