Tríada (56 page)

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Authors: Laura Gallego García

—No entiendo qué quieres decir.

«Ah, sí lo entiendes. La guerra eterna entre sheks y dragones no se libró sólo entre nosotros. Las especies inferiores tomaron partido. Los sangrecaliente, por los dragones. Los sangrefría, por los sheks. A los sangrecaliente les pareció tan lógico y natural odiar a los sheks... no en vano, eran los enemigos de sus amos en la guerra. Y lucharon contra nosotros.»

—Los habríais matado, si no.

«Yo no seguí a mis compañeros hasta Idhún cuando Ashran nos llamó, de modo que no sé cómo están las cosas allí. Pero, dime, ¿acaso han matado los sheks a todos los sangrecaliente? »

—No —reconoció Jack—. Pero los gobiernan.

«Ah, sí, igual que hacían los dragones. Dudo mucho que ellos llegaran a ser tan benevolentes con los sangrefría. Cuidaban de los sangrecaliente porque eran sus aliados, o mejor dicho, sus vasallos. Podían llegar a sentir algo de cariño por aquellos que tenían más próximos, los habrían defendido, tal vez. Pero no los amaban, y si tenían que sacrificar a alguno, porque les estorbaba, les desobedecía o simplemente ya no les era útil, lo hacían sin vacilar. Igual que hacemos nosotros con nuestros sangrefría. Igual que hacen los humanos con sus bestias.»

—Pero los humanos, los celestes, los feéricos... incluso los szish... no son bestias —protestó Jack, mareado—. Son seres racionales.

«Tienen un espíritu más complejo que el de las bestias, es cierto. Pero más simple que el nuestro. ¿Sabes algo acerca de la evolución, Jack? ¿Entiendes lo que significa?»

—Conozco el concepto. Lo aprendí en la escuela.

«En el camino de la evolución, las bestias están un paso por detrás de los sangrecaliente y los sangrefría. Nosotros, sheks, dragones y unicornios, estamos un paso por delante de ellos.»

Jack respiró hondo. Le costaba trabajo entenderlo.

«Por lo que parece, en el mundo en el que has crecido no hay ninguna especie que esté por delante de los sangrecaliente. ¿Es así?»

—Así es.

«Ah, ahora entiendo por qué te resulta tan difícil de aceptar. Pero cuando asumas tu espíritu de dragón, los seres inferiores no te parecerán tan importantes. Podrás sacrificarlos sin remordimientos, como hace Kirtash.»

Jack se estremeció.

—No, no quiero tener que llegar a eso.

«¿En tu mundo hay gente que sacrifica a los perros?»

—Sí —admitió Jack, a regañadientes—. Tenemos perreras donde recogemos a los perros abandonados, perdidos, peligrosos... no sé. Creo que se los sacrifica al cabo de un tiempo si nadie los reclama.

«¿Odias a las personas que sacrifican perros? ¿Te parecen criminales?»

—No. Pero no me gusta su trabajo.

«Si hubiera algunos perros que resultaran una amenaza para tu especie, ¿los sacrificarías?»

—Supongo que sí —reconoció Jack de mala gana—. ¿Podemos dejar ya de hablar de perros?

«No estamos hablando de perros, Jack. Estamos hablando de las razones por las que odias a Kirtash. Estamos hablando de la función para la cual fue creado. Desde el punto de vista de un shek, Kirtash no estaba haciendo nada malo. Al revés; si lo consideran un traidor es porque se ha unido a los sangrecaliente. Si alguna raza de bestias resultara una amenaza para los sangrecaliente, ellos la exterminarían. Los sheks sólo hemos eliminado a aquellos que no pudimos controlar. Los dragones ya lo hicieron una vez. Nos expulsaron a Umadhun porque no pudieron exterminarnos, aunque estuvieron cerca. Las hembras de los sheks, igual que las de los dragones, sólo podemos poner huevos una vez en la vida. Nuestra especie estuvo a punto de no recuperarse de aquella batalla. Pero lo de los sangrefría, los szish, fue peor. Los dragones los masacraron, y por poco acabaron con toda la raza. Sí, es cierto, son muy semejantes a los sangrecaliente, tienen una inteligencia similar. Pero la diferencia es que los sangrefría no los aceptaron como amos.»

Por alguna razón, Jack pensó en los lobos. Parientes de los perros, pero libres y salvajes. En la Tierra estaban en peligro de extinción, y se consideraba criminales a aquellos que los mataban, pero cien años atrás, era al contrario: los cazadores de lobos eran aplaudidos y respetados.

«Porque los lobos no se sometieron a los humanos, como hicieron los perros», recordó Jack, con un escalofrío.

«Sí, los humanos y los dragones tienen muchas cosas en común», dijo Sheziss, adivinando sus pensamientos.

—Tanto Kirtash como yo somos en parte humanos —objetó Jack—. No podemos tratar a los humanos como a seres inferiores.

«Sí que podéis, y de hecho tú no tardarás en hacerlo. Respetaréis y apreciaréis a los inferiores más que si no tuvierais esa alma humana, es verdad. Podréis pasar más tiempo entre ellos. Probablemente no mataréis a un humano sin un buen motivo. Pero si lo hacéis, no os arrepentiréis. Porque no podéis amarlos, ni tampoco odiarlos. Son demasiado poco importantes.»

—¿Cómo sabes tanto acerca de Kirtash, si no has regresado a Idhún con los demás? —preguntó Jack de pronto.

Los ojos de Sheziss relucieron un instante, y la serpiente batió la cola, siseando con furia. Jack se preguntó por qué estaría tan molesta.

«Sé de él más de lo que querría —dijo—. Ah, para mí no es más que un engendro traidor. Tú también eres un engendro, pero a ti te necesito para acabar con Ashran.»

Jack se sintió molesto.

—¿Por qué odias a Ashran, si es sólo un humano?

«Porque, para ser sólo un simple humano, me ha hecho mucho más daño del que jamás me ha hecho ningún shek. A excepción, claro está, de Zeshak, el rey de las serpientes. Pero a ése no quiero que lo mates. A ése lo mataré yo misma.»

Jack la miró, entre inquieto y fascinado.

—¿Y sentirás remordimientos si lo haces? —preguntó con suavidad.

La shek lo miro un momento, en silencio.

«Tal vez —respondió— Tal vez.»

Jack se sentó en el suelo de piedra, reflexionando.

—No odio a Christian —comprendió de pronto—. No más de lo que lo odio por ser un shek. Es decir, en el fondo no encuentro motivos para odiarle.

Sheziss lo miró con interés, pero no dijo nada. Jack prosiguió:

—Odio a Elrion, porque mató a mis padres..., mis padres humanos. Pero Elrion está muerto.

»Tampoco puedo odiar a Gerde. Es una manipuladora y ha intentado hacernos daño, pero es... tan poca cosa —comprendió de pronto, perplejo—. No es rival para mí. Podría matarla si quisiera. Tan fácilmente —dijo, y se estremeció—. No puedo odiarla. Me resulta molesta, eso sí. Pero nada más.

Sheziss callaba, aún con sus ojos tornasolados fijos en él.

—Tampoco puedo odiar a esas personas que han intentado utilizarme. Ni Brajdu, ni la Madre, ni el Archimago. No tienen poder sobre mí. Pero... —vaciló.

«¿Sí?», preguntó Sheziss.

—Sí que odio a Ashran —comprendió Jack, sorprendido— Porque envió a Kirtash y Elrion a matarme, y a matar a otras personas. Porque provocó la extinción de los dragones y de los unicornios. Porque me habría matado a mí, de haber podido. Porque torturó a Christian cuando decidió ponerse de nuestro lado. Porque hizo... porque hizo mucho daño a Victoria.

Ella no le había hablado de su experiencia en la Torre de Drackwen, pero palidecía cuando se lo recordaban, bajaba la cabeza, se encogía sobre sí misma y se apartaba, inconscientemente, de las personas que tenía cerca. Y Jack había leído el miedo y la angustia en su mirada. Victoria también era una criatura sobrehumana y, sin embargo, Ashran le había hecho daño, mucho daño.

—¿Cómo pudo? —se preguntó Jack en voz alta—. ¿De dónde saca el poder para hacer sufrir a un shek, a un unicornio? — ¿Cómo puede dañarnos?

«Lo ignoro —dijo Sheziss—. Pero el caso es que no está solo. A su lado está Zeshak, un shek. Él sí tiene poder sobre nosotros.

—¿Y quieres que caiga? ¿A pesar de ser tu rey?

«Lo odio —respondió Sheziss simplemente—. Los odio a los dos, a Ashran, a Zeshak. Tengo motivos para odiarlos. Pero no tengo motivos para odiar a los dragones. Aunque no pueda dejar de odiarlos, porque los sheks nacimos para odiar a los dragones.»

—Comprendo —asintió Jack—. También yo tengo motivos para odiar a Ashran.

«Bien —dijo Sheziss—. ¿Estarías dispuesto, pues, a aliarte conmigo?»

Jack la miró, pensativo.

—Eres una shek renegada —murmuró—. ¿Qué te harían los demás si supieran que conspiras contra ellos?

«Lo saben desde hace tiempo, pero no me toman en cuenta. Creen que estoy loca. Y puede que así sea. Creen que soy inofensiva. Y puede que así fuera... hasta que caíste por la grieta. Ah, no puedo negar lo mucho que te odio por ser un dragón, lo mucho que me repugnas por ser un híbrido. Pero mi odio hacia Ashran es más intenso que el que pueda sentir hacia ti. Porque tengo motivos para odiarlo. ¿Y tú?»

Jack la miró un momento. El odio renació en su interior, pero respiró hondo y pensó en Ashran.

—También yo —asintió.

«Bien —repitió ella—. Entonces, creo que ha llegado la hora de mostrarte algo. Está un poco lejos..., pero vale la pena.»

El viaje prosiguió, monótono y aburrido. Nada alteraba el paisaje de Umadhun, los eternos túneles ni su tenue resplandor, que Jack terminó por aborrecer con toda su alma. Todas las galerías le parecían iguales. Todos aquellos recodos, bifurcaciones, cavernas y pasadizos no tenían aspecto de llevar a ninguna parte. Y, sin embargo, daba la sensación de que Sheziss sabía exactamente hacia dónde se dirigía.

En todo aquel tiempo, sólo hubo un incidente que alteró la monotonía del viaje. Se deslizaban por una amplia galería cuando Jack se irguió, alerta.

—Hay algo ahí delante —dijo.

«Sí, ya lo he notado», respondió ella sin mucho interés, pero Jack percibió un atisbo de ira en sus pensamientos.

—¿Qué es, Sheziss? Siento como si fuera algo que conozco. Algo... algo que añoro.

Ella se volvió hacia él. Jack retrocedió y frunció el ceño. El odio volvía a latir en su interior. Luchó por controlarlo.

«Es un Rastreador; o lo que queda de él. ¿Quieres verlo?»

Sí, Jack quería verlo. Sentía deseos de acercarse a aquella cosa que provocaba en él aquella impresión de añoranza. Pero no le gustaba la manera que tenía Sheziss de hablar de él. Le transmitía sentimientos oscuros y negativos: miedo, ira, odio, sed de venganza...

Necesitaba verlo, saber qué era.

—Sí —afirmó—. Cuanto antes.

Sheziss no dijo nada, pero deslizó su cuerpo ondulante en aquella dirección.

La galería se abrió hasta una gran cámara sin salida. Al fondo, junto a la pared, había un enorme bulto, más grande que Sheziss.

«Recuerdo a éste —dijo la shek, pensativa—. Fue hace mucho tiempo; entonces yo era mucho más joven, y pertenecía a un grupo de vigilancia. Lo descubrimos cuando estaba a punto de llegar a uno de los nidos. La madre murió defendiendo los huevos, sí, me acuerdo bien. Nosotros conseguimos hacerlo huir. Salimos tras él, y tiempo después logramos localizarlo en los túneles. Lo acorralamos en esta sala. Fue difícil de vencer.»

Jack se había quedado mudo de horror.

Era un dragón. O como había dicho Sheziss... lo que quedaba de él.

Enorme y magnífico, había caído abatido por los venenosos colmillos de los sheks, por el asfixiante abrazo de sus cuerpos anillados, o tal vez por sus letales ataques telepáticos. O quizá por todo a la vez.

El odio volvió a poseer a Jack. Casi pudo escuchar los últimos rugidos del dragón, sus gritos de muerte. El joven se transformó con violencia, dispuesto a luchar contra los sheks que habían matado a aquel dragón, y se abalanzó sobre Sheziss.

Ella estaba preparada, sin embargo. Lo esquivó con insultante facilidad y volvió a aprisionarlo entre sus anillos. Citando lo inmovilizó sobre el frío suelo de la caverna, Jack todavía rugía, furioso. Pero la voz de Sheziss llegó a todos los rincones de su mente:

«No me provoques, niño —dijo—. He luchado contra muchos Rastreadores a lo largo de mi vida. Sé cómo atraparos... y cómo mataros.»

Jack se debatió de nuevo. Pero Sheziss no había terminado de hablar.

«¿Sabes lo que es un Rastreador? Así llamamos a los dragones asesinos. ¿O es que pensabas que no había asesinos entre los tuyos?»

Jack se detuvo, de golpe. La shek permaneció en silencio hasta que el dragón se calmó, poco a poco, y recobró por fin su forma humana.

«Eso está mejor.»

—¿Qué has querido decir con... dragones asesinos?

«Exactamente lo que he dicho. Sabes que había una guerra, Jack, una guerra entre dragones y serpientes aladas. Sabes que hace siglos que los sheks fuimos derrotados y desterrados a Umadhun. Los dragones sellaron la entrada para que no pudiésemos volver. Deberían haberse dado por satisfechos con eso, ¿no?»

—¿No lo hicieron? —preguntó Jack débilmente.

«La mayoría sí, pero otros no. Especialmente los machos jóvenes. Aquellos que son incapaces de dominar su instinto. Necesitaban matar sheks, lo necesitaban desesperadamente. De forma que, de vez en cuando, algunos de ellos se internaban por los túneles de Umadhun... para cazarnos. Por alguna razón que se me escapa, algunos disfrutaban mucho destruyendo nidos. Por eso, las crías de shek tienen tanto miedo de los Rastreadores, que pueblan sus peores pesadillas. Los dragones, Jack, sois los monstruos de la infancia de los sheks. Los dragones como este que tuvimos que matar antes de que asesinara a más de los nuestros, o peor aún... antes de que alcanzara alguno de nuestros nidos. Las crías que nacieron después de la conjunción astral duermen ya sin pesadillas. La única amenaza que se cierne sobre su futuro, niño, eres tú.»

Jack tragó saliva y cerró los ojos. Recordó a la cría de shek a la que habría matado si Christian no la hubiera protegido. Se preguntó si él mismo habría disfrutado destruyendo un nido lleno de huevos de shek.

—Me enseñaron que erais monstruos —murmuró—. Además, no puedo dejar de odiaros.

«Lo entendemos —repuso ella—. Lo asimilamos. Sobre todo ahora, los sheks somos más capaces que nunca de comprender a los dragones. Porque nos hemos quedado sin ellos, Jack, porque nuestro odio es parte de nosotros mismos, y porque vivir en un mundo sin dragones es como tener sed en un desierto infinito. Necesitamos matar dragones. Ansiamos matar dragones. Nos lo exige nuestro instinto. Pero ya no hay dragones que matar.»

Jack se estremeció. Se apartó un poco más de Sheziss, por si acaso.

Ella hizo caso omiso del gesto y siguió hablando:

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