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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

Tu rostro mañana (62 page)

—No me diga que hubo asesinatos comunes que en realidad no lo fueron. No me diga que planearon y ejecutaron ustedes asesinatos al azar, de civiles.

Wheeler hizo un gesto ambiguo con la mano abierta a la altura de la sien, como si se alzara lateralmente el ala de un sombrero imaginario,

—No, no lo creo. Aunque Sefton Delmer era un bon vivant y un pragmático que no se creaba problemas, sin apenas miramientos en la aplicación de la subversión para minar y destruir al enemigo, y por lo visto es verdad que en medio de todo aquello se lo veía comer, beber y reír de buena gana, como si nada lo afectara, tenía un resto de conciencia. Eso se dice. Según Hemingway, que coincidió con él en Madrid durante vuestra Guerra, los dos como corresponsales, parecía 'un rojizo obispo inglés'. —Dijo 'a ruddy English bishop' y ese primer adjetivo también puede significar 'rubicundo' —. Otros le encontraban semejanza con Enrique VIII, porque era grande y tirando a gordo, con ojos casi saltones y una tez ruborosa. —'Florid', fue aquí la palabra—. Y como las cuchillas escaseaban, durante la Guerra se dejó la barba. Pero desde luego Jefferys sí lo planteó, provocar, o que se cometieran directamente asesinatos no políticos: hoy serían terroristas. Seguro que en eso no le hicieron caso, y además el SOE, y sus colaboradores locales en cada país, ya tenían bastantes objetivos por su cuenta, sobre todo militares. En los sabotajes y los torpedeos sí, la mayoría de sus exuberantes ideas solían ser bien recibidas. Valerie le dio una. A Valerie se le ocurrió una. —Y sin transición el tono de Wheeler, justo al decir estas últimas frases, se hizo mucho más sombrío. Bebió otros dos sorbos de su jerez, volvió a cruzar su bastón sobre los brazos del sillón, se agarró a él con una sola mano, como si fuera una barra de la que se sujetara, y continuó sin vacilaciones: había decidido contar e iba a contarme—. Todo el mundo quería ayudar en aquellos días, Jacobo. Fue increíble cómo el país se unió, primero para aguantar, luego para destrozar a los nazis. Para los que lo vivimos, lo que sucedió en época de Thatcher, con la ridicula Guerra de las Islas Falkland y la gente tan chulesca y encendida, fue una vergüenza, un remedo grotesco de aquello otro, una cosa impostada, una farsa. Justamente entonces, en la Guerra, no hubo nada de chulería ni de patriotismo de vaudeville. —Wheeler lo pronunció a la francesa, como también habría hecho mi padre—. La gente resistió y no sacó pecho, apenas si se jactó de nada. Todos hicieron cuanto estuvo en su mano y, salvo raras excepciones, nadie se colgó medallas. Eran tiempos verdaderos, no de mentira, no de espectáculo. Jefferys era un estímulo, un acicate durante sus estancias en Woburn, quiero decir en Milton Bryant, y Valerie deseaba ayudar en lo posible, contribuir al máximo. Se afanaba mucho. Bueno. La hermana mayor de su amiga austríaca, la que les llevaba a las dos unos diez años, Use su nombre, tenía un novio cuando Valerie todavía iba a pasar sus temporadas en Melk con aquella familia Mauthner, y llegó a coincidir con él varios veranos. El novio era un nazi convencido ya entonces, te hablo de 1929 ó 30 a 1934 ó 35, que fue cuando Valerie dejó de ir allí y su amiga de devolverle la visita navideña, a los catorce o quince años. La hermana mayor y el novio se habían casado por fin en 1932 ó 33 y se habían trasladado a Alemania, y la hermana pequeña, Maria, con la que Valerie se carteaba durante el resto del año y siguió haciéndolo hasta poco antes de la Guerra, le había hablado de la preocupación que aquel matrimonio, por lo demás esperable, había causado en la familia. En el fondo los Mauthner confiaban en que no llegase a celebrarse nunca, en que Use y el novio rompiesen antes, como sucede a menudo con las parejas que empiezan muy jóvenes. Aquel hombre, que se apellidaba Rendl...

Aquí no pude evitar interrumpirlo.

—¿Rendel? ¿R, e, n, d, e, l?—Se lo deletreé al instante.

—No. En Austria se escribía sin la segunda e —contestó—. Pero sí, el Rendel que tú conoces y que Tupra tiene a sus órdenes es nieto de ellos, de la hermana mayor y de su marido. Bueno, yo no lo he tratado, y a su padre apenas. Al padre, al hijo de Use, sólo lo ayudé económicamente, y a que viniera a Inglaterra en su día, siendo aún niño; después preferí no tener contacto. Pero esa es otra historia. O en todo caso no adelantemos. El marido, Rendl, y eso era algo sabido por su familia política, tenía una abuela judía, ya muerta antes de que él naciera, luego era 'cuarto de judío', un Mischling de segundo grado. A éstos, como te he dicho, las más de las veces no les pasaba nada, se los consideraba del lado 'alemán' y se los asimilaba, aunque no podían aspirar, en la teoría, a ciertos puestos de importancia. Pero ni al padre Mauthner, ni a la madre, ni por lo tanto a las demás hermanas, les hacía gracia aquel cuarto de origen. No porque ellos fueran nazis, al parecer sólo eran apolíticos, es decir, pasivos y a la larga supongo que nazificados, sino por la alarma que cualquier 'contaminación causaba en aquellos tiempos. Ten en cuenta que las Leyes de Nuremberg se aprobaron en 1935, pero en realidad no hicieron sino regular muchas medidas que ya se habían tomado oficiosamente con anterioridad contra los judíos (la cosa venía de antiguo) y dar carácter oficial y legal a una situación de hecho: la enorme aversión social y la discriminación contra ellos. Con todo, Rendl podría haber vivido más o menos tranquilo con eso, si no hubiera sido tan nazi. Aspiraba a entrar en las SS, y lo logró al poco de casarse. Pero para ello tuvo que hacer desaparecer previamente a aquella abuela judía, imagino que pagando caro a las autoridades de donde ella hubiera nacido, como hicieron tantos otros. Y a consecuencia de aquello, de su ocultación, o su falsificación, de su impostura, la 'mácula' se convirtió en un secreto que debía guardarse con el máximo celo, y así se les comunicó a todas las hijas Mauthner en cuanto la limpieza' en los registros fue efectiva. Pero para una de ellas ya era tarde.

—Se lo había contado a Valerie. Quiero decir a su mujer, Peter —rectifiqué esta vez en seguida.

Wheeler notó mi reparo. Aún se le escapaban pocas cosas.

—No te preocupe llamarla Valerie, puedes hacerlo. Y aún no era mi mujer entonces. Entonces se llamaba Valerie Harwood y no podía imaginarse casi nada de lo que vendría. Ni siquiera a mí podía imaginarme, todavía no nos conocíamos. Sí, Maria Mauthner se lo había contado a una amiga que se iba a convertir en enemiga unos años más tarde. No personal, claro está, sino... ¿cómo habría que decirlo, nacional, política, patriótica? No sé qué clase de enemigo se es en las guerras. Se odia a desconocidos completos y a viejos amigos, se odia abarcadoramente, a un país entero o a varios. Si se piensa un poco, es muy raro. No tiene el menor sentido, y es un gran desperdicio. María no sólo le había hablado ya de aquello, sino que siguió haciéndolo durante los años siguientes, por carta. Eran amigas desde niñas, se tenían confianza, se hablaban con naturalidad, se daban noticias. Valerie supo que había tenido tres hijos de su matrimonio, un chico y dos chicas, al primogénito incluso llegó a conocerlo en su última visita a Melk, recién nacido, en el 34 o en el 35. También supo que Rendl, al que siempre había considerado un imbécil cuando coincidió con él en los veranos, una especie de pre fanático, estaba haciendo veloz carrera en las SS; y cuando las dos jóvenes dejaron de cartearse, en el 39, sabía que había alcanzado el grado de Mayor, o de Capitán, en una División de Caballería de ese cuerpo. Una de ellas, por cierto, la trigésimo tercera, tuvo triste fama (para nosotros alegre) porque quedó aniquilada en la batalla de Budapest en 1945, no sé si pertenecería a esa. En todo caso da lo mismo, para entonces Rendl ya no estaba en la Caballería ni en las SS, sino posiblemente en un campo de concentración, en una fosa común o incinerado.

—¿Qué pasó? —le pregunté para que no se me fuera del relato recordando hechos de guerra.

Wheeler se acabó su jerez y expresó sus dudas sobre si tomarse otro. Yo lo animé, me levanté para servírselo, miró hacia la zona por la que la señora Berry se iba asomando, y entonces la oímos empezar a tocar el piano en el piso de arriba, en el cuarto vacío en el que sólo se podía hacer eso, sentarse ante el instrumento: quizá era su hora de practicar, siempre antes del almuerzo, por lo menos los domingos desterrados del infinito. Wheeler señaló con un dedo hacia el techo y a continuación hacia la botella. —Lo sabes ya, ¿no, Jacobo? Pasó lo que te imaginas. Valerie me contó que tuvo dudas, y que le habría gustado consultarme mi parecer. Pero yo estaba lejos, casi siempre lejos, y las comunicaciones eran difíciles y breves, no nos daba tiempo a las cuitas. Cuando ella se lo dijo a Jefferys, hacía ya tres o cuatro años que no había tenido contacto con Maria, ni siquiera sabía si seguiría viva. Y además todo parece menos intenso, todo se difumina en el pasado, y las amistades de infancia son las que se tornan borrosas más rápidamente, más que nada porque los niños dejan de serlo y cambian, se zafan de su niñez y reniegan de ella hasta que la ven muy alejada, y sólo entonces la echan en falta. Jefiferys apelaba a la inventiva y a un remoto, indirecto, improbable heroísmo de sus jugadores negros, de los que estaban al tanto y de los que se creían blancos —obviamente su expresión fue 'black gamblers'—, les decía: 'Cualquier cosa, por nimia que sea y aunque os parezca una tontería, no os la guardéis, exponedla: porque puede resultar vital, ayudar a salvar vidas inglesas y a ganar esta Guerra'. Quería actividad incesante, iniciativas, maquinaciones, ingenio, más ideas, y Valerie le dio la suya, o él sacó una de lo que ella le dijo: 'Hartmut Rendl, oficial de las SS, con rango de Mayor o de Capitán como mínimo si en los últimos años no ha sido ascendido, es un Mischling por parte de una abuela judía, y además destruyó o falsificó documentos para que eso no constara en ningún sitio y poder ingresar en las SS, el cuerpo racialmente más puro del Reich y principal ejecutor de las atrocidades'. Rendl era un miembro de él, un criminal y un imbécil, no había por qué tener dudas ni escrúpulos. No es difícil figurarse la excitación que algo así debió de producirle a Jefferys, y al propio Delmer cuando le llegara. Les faltó tiempo para poner la maquinaria en marcha: no sólo se encargaron de que la información sobre Rendl llegara a oídos de altos mandos de las SS, y si era posible a los de su jefe, el irascible y purgativo Himmler, sino que vieron en ello un nuevo frente para la propaganda negra. Se empezaron a falsificar partidas de nacimiento y hojas de registro que acusaran de 'judíos', 'medio judíos' o 'mestizos de primer grado' a oficiales del Ejército, a destacados cargos del Gobierno y hasta a figuras del Partido Nazi. No a muchos, claro, no podía exagerarse la 'plaga', pero, espaciando las denuncias, sí a unos cuantos, unos más verosímiles que otros, o con mayor fundamento. No era una labor fácil, pero en falsificación el PWE fue excelente: gracias a un coleccionista, contaban con juegos tipográficos y moldes alemanes desde el siglo XVII hasta el XX (o matrices, o como se diga, yo no entiendo nada de imprenta), de los llamados Fraktur, es decir, de letra gótica. Y aunque antes o después se descubrieran los fraudes (y no todos se descubrieron), mientras los nazis llevaban a cabo sus investigaciones y comprobaban cada expediente bajo repentina sospecha... Bueno, valía la pena obligarlos a ocuparse de semejante sandez que nada tenía que ver con la Guerra, hacerles perder el tiempo rebuscando en viejos archivos de ayuntamientos y parroquias (en el siglo XIX muchos judíos alemanes y austríacos se habían convertido al cristianismo, sobre todo al catolicismo), y crearles desconfianza hacia los suyos, ya te he dicho que una de las prioridades de Delmer era enfrentar a alemanes. No digamos cuando la cosa colaba y traía aparejada la destitución o caída en desgracia de un Coronel o un General o un Almirante, o de un jerarca del Partido. Trabajo que nos ahorraban, y pánico y desmoralización en sus filas. Pensar que había infiltrados en sus cuerpos más escogidos, o que la Wehrmacht estaba infestada de 'ratas', y que además nadie estaba a salvo de 'revisiones' más allá de su lealtad y sus méritos, suponía un golpe para ellos, por idiota que ahora nos parezca el asunto. No fue una jugada muy limpia. Desde luego fue negra en más de un sentido, por que lo que hicieron fue aprovecharse del aspecto más cruel y repugnante del Reich, explotarlo, y en el fondo propiciar la persecución de más judíos, verdaderos o imaginarios. Pero eran judíos muy particulares en cualquier caso, los que lo fueran de veras, 'medio' o 'cuarto'. No eran pobre gente inocente: por encima de todo eran nazis convencidos y activos, que luchaban contra nosotros o cazaban a 'judíos plenos' o ambas cosas, así que a nadie le preocupó, en Milton Bryant, la posible indecencia de aquella táctica, basada en acusaciones falsas y aún peor cuando no lo eran, como en el caso de Rendl. En aquellas circunstancias era normal que a nadie le quitara el sueño. Sin embargo Delmer prefirió no mencionarla en su autobiografía, que yo recuerde. A mí tampoco me lo habría quitado, como no me lo quitaron tantas cosas que me tocó hacer e hice. Algunas de las que vi, sí, eso es distinto, resulta más fácil cargar con lo propio. —Hizo una breve pausa, como si pusiera un punto y aparte o más bien abriera un paréntesis largo, y desvió la mirada hacia el exterior, hacia el río—. Sólo una vez desobedecí una orden, en una travesía de Colombo a Singapur. Ya era Teniente Coronel entonces. Llevaba a un agente indio reclutado primero por los japoneses y luego, bajo la amenaza de ejecución inmediata, convertido en doble agente por nosotros, al que yo había interrogado y adiestrado en Colombo. Con la Guerra ya cerca de su término, se me dijo que dispusiera de él durante aquel viaje, ya no servía. —' To dispose of him' fue lo que dijo, y en aquel contexto me pareció entender bien lo que significaba—. Se me insinuó que le buscara una tumba húmeda. —Aquí la expresión fue 'a watery grave', 'acuosa', y eso ya no dejaba lugar a dudas—. Su nombre en clave era 'Carbuncle', y también él esperaba lo mismo, estoy convencido, encontrarla durante la travesía. Quizá fue su convencimiento, casi conformidad, lo que me hizo no ver el momento. Había jugado con los japoneses y con nosotros, como todos los agentes dobles, pero a fin de cuentas una mentira suya nos había ayudado a interceptar y hundir, frente a Penang, el crucero pesado japonés Haguro, en mayo del 45. Al fin y al cabo, él había sido el vehículo de nuestra trampa. No sé bien por qué lo hice, por qué desobedecí. No veía del todo claro por qué tenía que deshacerme de él, y también los Servicios Secretos estaban llenos de idiotas. Si ya no nos servía a nosotros, a los japoneses menos: si caía en sus manos le darían rápida sepultura, húmeda o seca, o lo dejarían pudrirse a la intemperie para que se lo comieran los cerdos. Había visto lo que habían hecho en las Islas Andaman: parte de la población nativa amontonada en barcazas y cañoneada luego desde la guarnición, tiro al blanco, cuando ya estaba en aguas profundas y alejadas; decapitaciones, violaciones terribles, pechos cortados, pero no con machete ni espada, sino desprendidos a bofetones, un desfile de soldados, uno tras otro con todas sus fuerzas, cumpliendo órdenes de un Comandante cuyas atrocidades de años, durante la larga ocupación de las Islas, me tocó investigar cuando las liberamos. Estaba harto... Hoy se dice, se lee a veces que la violencia es adictiva, o que una vez que se prueba a ejercerla, o a contemplarla, ya no importa tanto, que uno se acostumbra. En mi experiencia eso es totalmente falso, un cuento de imbéciles para imbéciles. Se pueden aguantar ciertas dosis, y hasta más de las que uno imagina, pero al final no es que hastíe, es que agota y desmorona... Y revuelve, y no se olvida... Al arribar a Singapur desembarqué con 'Car-buncle' todavía esposado, muñeca con muñeca, algo de lo más incómodo, ¿alguna vez lo has probado? Le eché un vistazo desde mi altura y de reojo, él era mucho más bajo. Parecía en verdad sorprendido de haber llegado a destino, de volver a pisar tierra. Entonces saqué la llave, abrí las esposas mientras él me miraba atónito, y le dije: '¡Vete a la mierda!'. —'Fuck off!' fue lo que en realidad dijo Peter, levemente más grosero que el castellano—. Puso pies en polvorosa y lo vi desaparecer entre la multitud del puerto. Sí, estaba muy harto... Y me esperaba más todavía...

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