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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Un millón de muertos (83 page)

José Luis estimó que Núñez Maza exageraba. Se sabía de memoria a Núñez Maza, quien en su vida privada era un mujeriego, por lo que le atajó sin contemplaciones:

—A mí me da la impresión —dijo— de que eso de la cocina y la maternidad es lo que a ti te encanta de las mujeres españolas. ¡Conozco el paño! Si una chica de Valladolid o de Soria hablara cuatro idiomas y opinara sobre la emancipación y los barberos, la llamarías marisabidilla.

Núñez Maza se indignó.

—Ésa es vieja historia. Estamos hablando en serio. La proximidad de la ignorancia no es nunca agradable. —Marcó una pausa—. Es muy triste llegar a casa y sentirse uno a veinte mil leguas de cuanto puedan pensar y hablar la propia madre, la esposa o las hermanas.

Una de las muchachas alemanas intervino:

—¿Os ocurre eso a vosotros?

Núñez Maza se apresuró a contestar:

—A mí, sí.

José Luis Martínez de Soria protestó:

—A mí, no.

Salazar advirtió:

—Huelga hablar de nosotros. Pero, en general, creo que en esto Núñez Maza lleva razón.

Salazar, desde su viaje a Sevilla, procuraba congraciarse con Núñez Maza. Mateo, que pensaba en Pilar… y en Carmen Elgazu, decidió cortar la conversación. Y lo hizo dándoles a todos una sorpresa, a la par que confirmando la necesidad general de buscar un sitio en la guerra acorde con las aptitudes y circunstancias personales.

—Amigos, os comunico que he decidido hacer los cursillos para alférez provisional. He mandado ya la solicitud a la Academia de Ávila. —Mirando a Núñez Maza agregó, sin malicia—: ¡No te asustes! Supongo que habrá algún instructor alemán…

Sí, las palabras de Mateo causaron estupor, sobre todo en Marta y en María Victoria. Marta le felicitó. «Eres valiente.» María Victoria le dio un beso en la sien. Schubert, recordando su conversación con Berti, casi aplaudió a Mateo.

—Pero ¿sabe usted ya que el alférez provisional sólo cobra dos pagas: la primera, que le sirve para el uniforme, y la segunda, que le sirve para la mortaja?

Mateo sonrió.

—Sí, sé eso y algo más. Sé que el alférez provisional es un hombre que nace, crece, se estampilla y muere. Pero allá voy, y confío en la suerte.

Salazar protestó.

—Yo soy alférez y ya veis. Por el momento, vivito y coleando.

Las chicas alemanas recordaron unas palabras del comandante Plabb, según el cual las Academias como la de Ávila iban a ser el único remedio eficaz para acabar con la mentalidad guerrillera del Ejército español y formar cuadros que asimilaran las técnicas modernas de combate.

Fue el día de las sorpresas. Después de Mateo, José Luis Martínez de Soria anunció que él también había cursado una solicitud: la de ingreso en Auditoría de Guerra.

—Me carga llevar el fusil. No estoy hecho para él. —Luego añadió—. Seguro que me aceptarán, pues mis papeles están en regla. Lo que ignoro es si seré fiscal, ponente o auditor…

La palabra ponente alarmó al auditorio, pues los vocales ponentes emitían voto en las sentencias.

Núñez Maza exclamó:
Oh, la la!
Marta miró, aturdida, a su hermano. ¡José Luis ponente o fiscal! «Pero ¡no nos habías dicho nada! ¿No crees que debiste consultarnos?» Salazar sonrió: «En España, las mujeres…» María Victoria hizo una mueca. Tampoco ella había sido consultada por José Luis. Se sintió lastimada y miró a su novio con expresión indefinible. En cambio Schubert y las tres chicas alemanas aplaudieron la decisión del falangista abogado; contrariamente a Mateo, quien objetó casi con violencia que un hombre que había perdido al padre y a un hermano no era persona apropiada para juzgar. «No sea usted sentimental, Mateo», dijo Schubert.

José Luis se hacía cargo de las reticencias de unos y otros, pero ya no volvería atrás.

—Comprendo que la labor no es agradable, pero… ¡qué le vamos a hacer! Entra dentro del juego.

Marta se dio cuenta de los sentimientos que embargaban a María Victoria y por una vez fue ella quien se propuso distraer la situación.

—¡Bueno! —exclamó, suspirando—. ¿Y nosotras qué? Todo el mundo se traslada.

María Victoria tenía amor propio y disimuló su mal humor.

—Pues, nosotras… —habló, reaccionando—, ya sabes, Marta. Vamos a dar también una sorpresa a estos caballeros.

—¿Sorpresa? —inquirió Mateo.

—Sí… —añadió María Victoria, mirando con intención a Benzing, la muchacha alemana.

Ésta, que llevaba una cruz gamada en el pecho, comprendió y agrandó los ojos.

—¿De modo que aceptáis?

—¡Pues claro que aceptamos!

No había misterio. Las chicas berlinesas llegaron a España con el propósito de invitar a unas cuantas muchachas españolas a hacer un viaje a Alemania, «para estudiar la organización interna» del Partido, y habían propuesto a María Victoria y a Marta que formaran parte de la expedición.

—¡Claro que aceptamos! —subrayó Marta, con sincero entusiasmo.

—De acuerdo —dijo la camarada Benzing—. Proponednos otras cuatro camaradas más.

Núñez Maza se rió.

—¿Vale disfrazarse de mujer?

Resuelto el pequeño incidente entre José Luis y María Victoria, y puesto que el alcohol y el tabaco brincaban en la mesa, el clima fue calentándose hasta alcanzar una suerte de euforia.

Entonces Salazar propuso un juego que había estado muy en boga en el Alto del León, en las tardes interminables. Cada cual debía sugerir un tema de su agrado y entre todos se votaría un tema ganador. Salazar dijo: «Me encantaría hablaros de Asturias». Marta se mostró dispuesta a disertar… ¡sobre Guatemala! Núñez Maza aseguró que la grafología le era tan familiar como al comandante Plabb. Al término de la ronda fue elegido unánimemente el tema
Satanás
o
Luzbel
, propuesto por José Luis Martínez de Soria, al que, sin la menor dilación, se concedió la palabra.

—¿De cuánto tiempo dispongo? —preguntó el hermano de Marta.

—De veinte minutos.

José Luis se quitó el reloj de pulsera, al modo de los conferenciantes, y lo depositó sobre la mesa.

—¿He de ser veraz o puedo inventar?

—Has de ser veraz.

Schubert, al oír estas palabras, hizo titilar sus ojos de miope.

—Pero ¿en serio sabe usted algo cierto de Luzbel?

—¿Es un tema científico? —preguntó a su vez la camarada Benzing.

José Luis miró con lentitud a los cuatro extranjeros.

—En mi opinión, sí —respondió, con absoluta formalidad—. Por lo menos, tanto como puedan serlo las teorías de los astrólogos alemanes o las referentes al crecimiento de las células.

El orador inició su disertación. Sentado bajo el retrato de José Antonio, reiteró que, efectivamente, en el orden especulativo la existencia de Satán o Satanás era tan real como la de la luz y que su nombre significa «el Contrario», «el Adversario», «el Enemigo» y también «el Anticristo». «La indocumentada gente de Propaganda —y al decir eso miró a Núñez Maza— llama Anticristo al comunismo, es decir, equipara esta doctrina a Satanás, cuando existe entre ambas una diferencia radical: “el comunismo es ateo mientras que Satanás, como resulta lógico, no lo es”.» Afirmó que Satanás o el Espíritu del Mal invadía periódicamente la tierra con expediciones que casi siempre partían del Este hacia el Oeste. «De ahí —sonrió José Luis, a quien las chicas alemanas escuchaban embobadas— que cuando los rojos atacaron Belchite temí que se salieran con la suya.» Le preocupaba que mientras los accidentes geográficos bautizados en Suiza, en Austria, en California, en el Paraguay, en Tejas, etcétera, con el nombre de Satán, acostumbran a ser montañas, ríos y selvas, en España fueran precisamente puentes: Tarragona, Martorell… «En España tenemos una serie de “puentes del Diablo”, como si hubiéramos pactado con éste para llegar no se sabe dónde.» El diablo tenía nombres humorísticos: Pedro Botero, Patillas, el Mengue, y otros insultantes: Rabudo, Cornudo. Entre sus vencedores figuraban San Jorge —por eso vaticinaba que el falangista gerundense Jorge terminaría ingresando en una orden monacal—; San Antonio Abad, que convirtió el diablo en cerdo, ¡y Santa Marta! Y también le inquietaba, por supuesto, que las tentaciones a que Satán sometió a Jesús simbolizaran con rara precisión las tentaciones totalitarias. «En efecto, las tentaciones a Jesús fueron tres: la del pan, la del vuelo, la del poder.
Todo esto te daré, si me adoras.
Exactamente las promesas que Stalin le hace al hombre proletario, si éste consiente en adorar al comunismo: la promesa del pan, la promesa del desarrollo y la del dominio de la tierra, o sea, la conversión de ésta en
paraíso
.» ¡Que San Jorge y San Antonio Abad preservaran a Franco de caer en semejante estado de soberbia! Por último, José Luis dijo que, comparado con Satán, el ser humano era muy poca cosa; que, abandonado a sus fuerzas, el ser humano no hubiera acertado ni siquiera a pecar.

Todo el mundo aplaudió al disertante y José Luis se levantó, simuló que saludaba desde un escenario y se ciñó de nuevo el reloj en la muñeca. Entonces, una de las chicas alemanas, interesada por la frase según la cual las expediciones satánicas acostumbran a partir «del Este hacia el Oeste» le preguntó a aquél cuál iba a ser, en su opinión, la fórmula victoriosa de Satanás en el futuro próximo.

—¿La lujuria? ¿El materialismo dialéctico? ¿El racismo?

José Luis Martínez de Soria se puso serio. Reflexionó.

Creo que no —dijo—. Creo que la actual epidemia de fanatismo político durará poco; todo lo más, un siglo: el tiempo justo para que se independicen las colonias. Luego… me temo que Satanás conquiste el mundo precisamente a través de la
indiferencia
.

Mateo protestó. Protestaron todos, incluso María Victoria.

—Ni hablar del peluquín —dijo la muchacha—. Dentro de un siglo seguiré tan fanática como ahora. Fanática por ti, se entiende, futuro señor juez…

* * *

También el servicio de Información y Espionaje iba evolucionando, también dentro de él cada pieza iba ocupando su lugar. Sin embargo, la progresión era más lenta. «Las causas son sencillas —argumentaba “La Voz de Alerta” hablando con Javier Ichaso—. En tiempo de paz, los profesionales del espionaje son escasos, de modo que al estallar una guerra hay que improvisarlos. Y ahí surgen las dificultades. Decirle a un dentista: “Organíceme usted el SIFNE”, es pedir un mundo.»

El SIFNE adquiría solidez. Los Costa, ya integrados por completo en él, a través de la astucia del notario Noguer, se dedicaban a supervisar las compras de armas y los cargamentos en puertos neutrales. «Hay que ver —rezongaba “La Voz de Alerta”—, hay que ver.» Bisturí, la novia de Moncho, continuaba en Barcelona, pero ya no reventaba neumáticos; hija de un cartero, convenció a su padre para que en Correos introdujera de vez en cuando cartas con clave entre la correspondencia ya censurada. Octavio, el falangista adscrito al grupo
Noé
, en el frente de Granada, de buscar en vano un traidor entre las tropas moras pasó a buscar entre éstas lo contrario: unos cuantos moros adictos y capaces, dispuestos a jugarse el pellejo en Tánger. El misterioso alemán, espía veterano en la guerra del 14, que periódicamente aconsejaba a «La Voz de Alerta» en San Sebastián, acabó convirtiéndose en agente regular y fue enviado a París, donde consiguió reseña exacta de la reunión masónica celebrada el 1 de julio en la gran Logia de la calle Cadet, a la que asistieron Delbos, Blum y Chautemps y, en representación de la masonería española Barcia, Lara y Xamar. El propio Javier Ichaso, que desde la noche del fusilamiento del sacerdote vasco soportaba con dificultad la presencia de mosén Alberto, fue enviado a Santander para dirigir en la plaza de toros la ardua labor de identificación y criba de los diecisiete mil prisioneros «rojos».

Sin embargo, acaso la trayectoria más accidentada fuera la seguida por Miguel Rosselló, presunto legionario en el frente de Madrid. Rosselló demostró ser hombre eficaz para el SIFNE, aunque con cierto retraso, pues en el momento en que se disponía a internarse en el Madrid «rojo» para realizar su primer servicio, sobrevino la ofensiva de Brunete y el aplastamiento de la Bandera de la Legión de que formaba parte. El falangista vio morir a su lado a muchos de aquellos hombres que despreciaban la muerte y que a él lo llamaban Dentífrico —Parapeto figuró entre los caídos— y tuvo que esperar a que la Bandera se reorganizase.

En el primer viaje Miguel Rosselló —que más tarde se las arreglaría solito— fue acompañado al Madrid «rojo» por el soldado llamado Correo, aquel que todos los días se iba a la Puerta del Sol a comprar los periódicos para su comandante. El falangista partió disfrazado de miliciano de la División Líster, llevando en la cartera la documentación de Miguel Castillo, muerto en el Jarama.

El Madrid «rojo» se le antojó un planeta a millones de años de luz de Perpignan, donde actuó a las órdenes del notario Noguer, y de cualquier ciudad «nacional». El aspecto famélico de la gente le produjo vivo desasosiego, así como la inmensidad de los carteles y la suciedad. Madrid sufría ya hambre, hambre amarilla y sin remedio, y los bombardeos creaban por doquier células subterráneas, que llevaban existencia zoológica.

¡Y el recuerdo de su padre! Su padre se encontraba a poca distancia de la acera por la que Miguel Rosselló caminaba. En el Hotel Ritz, con bata blanca. En el quirófano. Probablemente, tarareando melodías clásicas… Una súbita necesidad de salir a su encuentro y echársele al cuello se adueñó de Miguel Rosselló; pero la advertencia de «La Voz de Alerta» y la delicadeza de la misión que le habían confiado pesaron más que su impulso.

«Encontrarás al agente Difícil en el bar Kommsomol, de la calle de Preciados, bar regentado por un alemán apellidado Mayer, que no pertenece al Servicio pero que da facilidades. La contraseña es “Lisboa”.»

Rosselló entró en el bar Kommsomol, después de haber comprado un periódico cuyos titulares afirmaban que el Caudillo Franco se encontraba gravemente enfermo. Difícil estaba allí, en un rincón del bar. No había error posible. «Ocupará la mesa junto al espejo, en la que jugueteará con una pelota de ping-pong.» Difícil, hombre singular, de unos cincuenta años, sienes canosas, vistiendo también uniforme de la Líster, tenía ante sí una botella y una copa y se ocupaba en impulsar con el índice una pelota de ping-pong que salía disparada hasta el centro de la mesa para luego retroceder.

Miguel Rosselló se le acercó y dijo:

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