Un oscuro fin de verano (22 page)

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Authors: Inger Wolf

Tags: #Intriga, Policíaco

Estaba a medias con el despacho cuando Jacob la llamó a gritos desde la otra punta de la casa. En un pasillo de la parte de atrás había una trampilla abierta por la que había bajado el policía.

—Ven a ver esto… ¡joder, qué curioso!

Su voz sonaba a hueco por el agujero. Lisa bajó a reunirse con él por la escalerilla de madera. Sus escasos conocimientos de medicina no le impidieron adivinar sin mucho esfuerzo para qué servían todas aquellas botellas y aparatos de destilación; saltaba a la vista.

—No me extraña que se resistiera a dejarnos entrar.

Su compañero cogió una de las numerosas bolsitas que había sobre la mesa de aquel pequeño laboratorio envuelto en un olor tan penetrante.

—Toma ya —murmuró.

—¿Qué?

Le tendió una pastilla pequeña de color lila que llevaba una «K» grabada por un lado. La volvió entre los dedos.

—K de kamikaze —dijo ella al fin—. Creo que acabamos de poner punto final a los malos viajes de la ciudad; al menos hasta que llegue una nueva remesa de novedades desde Holanda.

Al entrar se toparon con Agersund.

—Hemos detenido a Søren Mikkelsen por fabricación ilegal de drogas y también tenemos motivos para creer que es el asesino que andamos buscando. No hemos encontrado los resulta dos de las investigaciones de Christoffer Holm, es cierto, pero le sacaremos dónde los tiene.

Una expresión inescrutable se pintó en el rostro de Agersund.

—No es él. Acabo de recibir un fax que dice otra cosa.

Capítulo 49

Esa misma mañana, Trokic entró en comisaría convocado por Agersund pensando que fin de semana era mucho decir. Nada menos que cincuenta y dos agentes habían dedicado los últimos días a interrogar a todo aquel que tuviese alguna relación con la pareja asesinada y el caso parecía a punto de esclarecerse.

Para su pequeño grupo hacía tiempo que todo giraba en torno a la pizarra, ahora atestada de fotos, pintarrajos y anotaciones y con un enorme círculo alrededor de Palle, el hermano de la secta.

—A raíz del hallazgo de cicuta tanto en el cuarto de Palle como en el primer cadáver, hemos pedido una prueba de ADN. Puede parecer extraño, injustificado, pero a veces es un dinero bien empleado. No hay duda, el esperma que apareció en el cuerpo de Anna Kiehl es de Palle.

El alivio se pintó en el rostro de varios de los presentes.

—A primera vista parece una simple violación que se le fue de las manos, pero hay muchos datos que indican que se conocían, sobre todo el símbolo de la Orden Dorada en la agenda. Además, en la secta sostienen que llegó psíquicamente destrozado por culpa de una mujer, así que todo apunta a que podría haber estado enamorado de Anna Kiehl, a lo que hay que añadir que alguien, probablemente él, llamó desde la secta asegurando saber quién era el asesino. Por último, se quita la vida tomando cicuta.

—Pero Anna Kiehl no fue su primera víctima —señaló Jasper.

—No, pero ¿no podríamos considerar el asesinato de Christoffer producto de los celos? Christoffer Holm acaba de regresar de Montreal y antes de llegar a casa se encuentra con Palle. Hay mil motivos posibles para que le lleve en el coche. De camino sufre o sufren un accidente, puede que la ventanilla la rompieran desde fuera o que perdiese el control del vehículo, no sé, el caso es que Palle le mata y deja el cadáver en la laguna.

Poco después, un miembro de la secta le encuentra vagando por la playa en un estado casi psicótico.

—¿Soy el único que opina que lo del esperma no acaba de encajar? —preguntó Jasper.

Agersund se volvió hacia él.

—¿Qué quieres decir?

—No hemos encontrado apenas huellas, las han borrado; todo lo que rodeaba a las dos víctimas estaba prácticamente esterilizado, menos el esperma que apareció encima de Anna, lo que equivale a ir por ahí dejando el ADN de uno como firma.

—Muy bien, pero ¿adónde quieres ir a parar? —preguntó Trokic.

—La verdad es que no lo sé, sólo me parece chocante.

—Sí, puede que queden un par de cabos sueltos en este caso —comentó Agersund—, pero hay que tener en cuenta que era un tipo totalmente impredecible. Además, nos vamos a ocupar de ellos…

—Y ¿cómo encaja la mano disecada en todo esto? –preguntó el comisario.

En su opinión, aquella mano marrón era lo más interesante que habían descubierto últimamente. Se trataba de una mano de hombre que le había impulsado a revisar los casos de los últimos años sin tener una idea demasiado exacta de qué buscaba. Nadie había denunciado profanaciones de tumbas ni vandalismos en los últimos tiempos y su procedencia resultaba de lo más oscura. Habían enviado una muestra de ADN a analizar, pero aún no les habían contestado.

—No podemos dedicarle más recursos, Daniel, así de sencillo.

Palle tenía un sentido del humor muy peculiar y esa noche la dejó en el apartamento antes de quitarse la vida. Era un enfermo mental, no sabemos de cuánta gravedad, y puede que jamás averigüemos de dónde sacó esa mano ni con qué objeto. Ese tipo de personas suelen tener sus propios esquemas.

Todos habían vuelto a sus quehaceres salvo Jasper y Trokic, con lo que el local volvía a ser un lugar más o menos respirable. Sentado frente al comisario, el joven inspector sacaba largos gusanos de una bolsa de gominolas.

—Yo no me lo trago, ¿y tú? —masticó.

—Desde luego es muy extraño. Yo por mi parte pienso seguirle la pista al dueño de esa mano, con recursos o sin ellos no me queda más remedio que hacer que encaje esa pieza. Tú vete a casa a disfrutar del fin de semana; o de lo que queda de él.

Agersund apareció por la puerta.

—Un tal Tony Hansen quiere hablar con nosotros.

—¿Cómo?

Trokic se quedó perplejo. ¿No se había borrado del mapa?

—Vale, vale. Veré si Lisa tiene tiempo para hablar con él.

Capítulo 50

La casa de Tony Hansen estaba igual de destartalada que la última vez que fueron a hacerle una visita. En esta ocasión era media mañana y Lisa y Jacob se sentaron juntos en los sucios muebles negros; más juntos imposible.

—¿Qué es eso que querías contarnos?

Esperaron a que terminara de liar con desmaña un cigarrillo con el tabaco mal repartido. Había tanto papel en el extremo que al encenderlo se extendió un olor acre por la habitación.

Nervios.

—Sabemos que nos mentiste —soltó Lisa sin más—. Nos has hecho perder el tiempo.

Estaba, por decirlo suavemente, hasta las narices de oír mentiras que no guardaban relación alguna con el caso, como las de Søren Mikkelsen, que pretendía ocultar que había salido a vender drogas la noche que mataron a Anna Kiehl.

—Yo no le hice nada.

—No, eso ya lo sabemos, pero dijiste algo que no es cierto. La dependienta de la gasolinera se acordaba de ti y su cámara de seguridad también, lo que quiere decir que hiciste la compra no muy lejos del sitio donde visteis el partido. ¿En qué empleaste los otros veinte minutos?

Silencio de nuevo.

—La seguí —admitió al fin, dejando escapar una larga bocanada de humo.

—Lo que me figuraba —asintió Lisa—. Pero ¿la seguiste hasta el bosque?

—Pasó con su ropa de deporte justo cuando llegue al aparcamiento. No quería hacerle nada, sólo mirarla un poco. Reconozco que en ese momento había bebido y supongo que estaba algo… Mi hermano no ha parado de insistir en que tenía que contarlo, por eso he llamado.

Tenía los ojos acuosos.

—Estaba muy buena.

—¿Hasta dónde la seguiste?

—Se metió por detrás de las casas y bajó hacia la valla que rodea el campo.

—¿Iba corriendo? —preguntó Jacob.

—No, andando. La seguí.

—¿Te vio?

—No, no se dio la vuelta, iba muy decidida, con mucho aplomo.

Se permitió una pausa, embelesado en sus recuerdos.

—Me gusta ese tipo de mujeres.

—Claro, claro, ¿y luego?

—Al final llegamos al bosque. Estaba empezando a oscurecer, pero aún se veía. Giró por un sendero.

—¿Y entonces echó a correr? —preguntó Jacob.

—No, siguió andando. La estaban esperando al lado de unos puentecillos que hay algo más allá.

—¿Esperando? ¿Qué quieres decir? ¿Se reunió con alguien?

—No sé, a mí es lo que me pareció. La persona que la esperaba le dio la mano y la saludó. Al verle di media vuelta, pasaría un cuarto de hora desde que empecé a seguirla hasta que volví. Luego fui a buscar la nata.

Levantó la mirada y clavó sus ojos en los de Lisa.

—Sólo quería mirarla, no pensaba hacerle nada; hablar con ella, a lo mejor.

—Seguro —dijo Jacob con la voz llena de dudas—. ¿Serías capaz de reconocer al hombre que la esperaba?

No era un hombre.

Jacob se echó hacia delante en la silla con el ceño fruncido.

—¿Estás completamente seguro de eso? ¿No podía ser un hombre bajito?

—No, era una mujer, estoy completamente seguro. Muy flaca y con una coleta que le llegaba hasta aquí.

Se llevó una mano hasta el borde del hombro.

—¿De qué color tenía el pelo?

—No lo vi bien, parecía claro.

—¿Rojo no?

—No, eso seguro que no. ¿Me van a detener por conducir borracho?

Lisa sacudió la cabeza de un lado a otro sumida en sus propios pensamientos. Acababa de acordarse del grupo de entrenamiento; tres de sus integrantes eran mujeres, una estaba muerta y la otra quedaba excluida por pelirroja.

—A la socióloga la interrogó Trokic —dijo Lisa—. La última chica del grupo de entrenamiento.

Jacob sacó el móvil y marcó el número. Dejó que sonara ocho veces.

—Otra vez ese estúpido contestador —protestó.

—Los dos hemos leído el informe —le recordó su compañera una vez en el coche—, podría ser la mujer que dice Tony. No ha mencionado nada de todo esto. ¿Por qué demonios? Sólo eso ya da qué pensar. Quizá esté involucrada en lo de Palle, habrá que comprobarlo de una manera más o menos discreta. ¿Vamos a preguntarle?

Jacob se abrochó el cinturón de seguridad y dio marcha atrás.

—No, vamos a esperar a ver qué nos cuenta Trokic. La verdad es que me preocupa un poco no poder localizarle después de ese golpe en la cabeza.

—A lo mejor sólo quiere estar tranquilo un rato. Mientras tanto podemos ir haciendo algunas averiguaciones sobre el pasado de la socióloga.

Capítulo 51

—Ahí ahora vive una madre con su hijo, se llama Benedikte; se lo ha alquilado una señora mayor —dijo el hombre levantando el hocico como si husmeara algo—. Tiene un gato, uno de pelo muy largo. Yo le doy gambas y caviar.

No era muy alto, alrededor de un metro sesenta, y estaba encorvado. Llevaba un jersey tejido a mano con restos de comida repartidos por todas partes y tenía unas orejas enormes y llenas de costras de porquería.

—Pero ¿recuerda a la familia que vivía ahí hace veinte años? —preguntó Lisa señalando hacia la casa del otro lado del seto.

Isa Nielsen no era un nombre muy corriente y no le había costado mucho trabajo dar con aquella dirección de Siriusvej.

—Es que —prosiguió el hombre a su ritmo despacioso— he soñado que el gato va a ser la próxima raza dominante. Claro que me acuerdo. El era militar; nunca me han gustado los que hacen carrera ahí, es un sitio perverso.

Se quedó absorto en algo que había por detrás de la inspectora y suspiró como si se sintiera incomprendido.

—Se creía alguien cada vez que desfilaba por la entrada. Ella era muy simpática, hablábamos por encima del seto de vez en cuando. Antes de lo de mi enfermedad.

—¿A qué se dedicaba?

—Era ama de casa, le sacaba brillo a los botones del uniforme del marido. Y bebía, la oía tirar las botellas al garaje. Eso estropea la piel, la hace poco natural, pero, al fin y al cabo, ¿qué queda de natural en esta realidad semi-sintética en la que nos movemos? Un paisaje infestado de pvc, domesticado. Santo Dios, si hoy en día es menos acida la Coca—cola que la lluvia, y eso que…

—¿Y la hija? —le interrumpió.

Él se encogió de hombros.

—Una niña callada, nunca la vi jugar con los demás críos de la calle. Solía quedarme a verla trastear por el jardín. Como ve, tengo buenas vistas. Una vez…

De pronto se puso triste y, por un momento, Lisa creyó que sentía compasión de la pequeña, pero después continuó:

—Un día chocó un mirlo contra los ventanales de su fachada y se quedó tirado en la terraza, agonizando. La niña lo miraba, cómo decirlo… fascinada. Después lo enterró en la arena donde solía jugar.

—¿Y?

—Al cabo de una semana volvió a desenterrarlo, le arrancó las plumas y lo llevó de acá para allá todo el día. Al final la vi tirarlo en el suelo del salón. Bueno, eso creo, porque se oyeron unos gritos horribles de la madre. Supongo que estaría repleto de gusanos.

Le miró, incómoda, y se encogió en la cazadora.

—¿No sabrá, por casualidad, adonde se mudaron?

—No. Creo que la niña acabó con una familia de acogida cuando desapareció el padre, dijeron que se había ahogado. Tendría trece años por aquel entonces. La madre se marchó hace dos.

—¿No sabe adónde?

El hombre hizo un gesto negativo.

Lisa observó la casa amarilla. Parecía tranquila, como si allí no viviera nadie o llevara vacía mucho tiempo. La publicidad desbordaba del buzón de la pared y las persianas de la cocina estaban a medio bajar. El tiempo se había detenido y bien pudiera haber sido un húmedo día de octubre de mediados de los ochenta.

—Es posible que conserve en algún sitio un papel con una dirección —dijo el hombre—, no sé por qué me lo daría. Seguramente estará en el secreter, pero nunca entro en esa habitación, me dan miedo las serpientes.

—A mí no —le aseguró Jacob—. Indíqueme dónde está y yo lo buscaré.

—Un buen día llegará el fin del mundo y ya no habrá más serpientes.

Capítulo 52

—Por la tarde, al incorporarse a la autopista, Lisa sintió que la embargaba una sensación de urgencia. No era nada nuevo para ella, al contrario, solía ser habitual trabajar contra reloj mientras los rastros se enfriaban y se iban difuminando, pero esta vez la sensación se manifestaba físicamente en forma de un vacío en el estómago que la oprimía por debajo del pecho a medida que avanzaban hacia el sur.

El olor a orines y verdura del portal la obligó a contener el aliento mientras Jacob llamaba a la puerta de la vivienda del bajo.

Quizá no oyeran el timbre, de modo que al cabo de un momento llamó con los nudillos. Resonaron unos pasos, y transcurridos unos instantes una señora menuda entreabrió la puerta.

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